La Alberca de Záncara |
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VIDA DEL VENERABLE SIERVO
DE DIOS
Fray FRANCISCO DE LA CRUZ RELIGIOSO DE VIDA ACTIVA DEL
ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN, DE
ANTIGUA Y REGULAR OBSERVANCIA: EL
PRIMER HIJO DE LA IGLESIA QUE HIZO PEREGRINACIÓN A
LOS SANTOS LUGARES DE JERUSALÉN, ROMA Y SANTIAGO DE GALICIA CON
CRUZ A CUESTAS POR
QUIEN NUESTRO SEÑOR HA OBRADO GRANDES Y
EXTRAORDINARIOS PRODIGIOS EN VIDA Y EN MUERTE, escrita
e impresa en el año 1688 por el LICENCIADO DON SEBASTIÁN MUÑOZ SUÁREZ PRESBÍTERO, COMISARIO DEL SANTO OFICIO adicionada por el M. R. P. M. FR. MARCELINO FERNÁNDEZ DE
QUIRÓS Doctor en Sagrada Teología por la Universidad de Salamanca y Catedrático de Filosofía en ella, Examinador sinodal de este Arzobispado, Prior que ha sido de su convento de Toledo y al presente Definidor Mayor de la Provincia de Castilla de dicha Orden. Reimpresa en 1898 a expensas de Don E. RAFAEL CASAS Y RUEDA. MÉDICO CIRUJANO Y ABOGADO DEL ILUSTRE COLEGIO DE MADRID Digitalizada
íntegramente y resumida en 1999 y 2000 por D.
JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ MARTÍNEZ. Santa Cruz de Bezana (Cantabria) 2000 Edición íntegra Á SAN FRANCO DE
SENA POR CUYA MANO SE
OFRECE ESTE LIBRO A NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN. La vida del Siervo de Dios Fray Francisco de la Cruz dedico a
la Virgen Santísima del Carmen, en
debido reconocimiento a los frutos de su Patrocinio. Desde mi indignidad al
Trono de su grandeza, no se proporciona bien la oración; he menester quien se
la presente de más cerca; y así, habiendo de valerme de padrino, es forzoso
buscarle en la misma Religión del Carmen; y aunque se me ofrecen tantos Santos
de quien poder valerme, no hallo en otro las prendas e intereses que en vos,
San Franco mío, para el amparo de mi intento; porque las virtudes de Fray
Francisco están en las vuestras ejecutoriadas, y renovadas en las suyas las
vuestras; y si las semejanzas son empeño
de amor y los intereses hacen comunes los aciertos, ¿quién rendirá estos
ofrecimientos a la Reina de los Ángeles tan bien como el que (yendo a la parte)
ofrece los suyos en ellos? Pero porque esta proposición no tenga visos de temeraria,
comparando un crédito que no pasa del concepto de los hombres al que está ya
colocado en altares, forzoso es reconocer que bien pueden ser las virtudes las
mismas, sin que estén unas tanto como otras calificadas; porque aunque la
Iglesia en su determinación da certeza a lo que prueba, antes de ella no impide
la estimación humana; y así nuestra vista, que no penetra lo infalible, se
queda en lo probable; pero en llegando a ésta declaración, como la verdad tiene
ya corrido el velo, mira lo cierto, no porque con ella se haga cierto, que ya
lo era, sino porque con ella se asegura que lo es; con que venerándoos en vuestra
esfera, y a Fray Francisco en la suya;
dejando todos sus efectos a la declaración y sin llegar a los quilates de los
méritos de cada uno, es lícito hablar en los exteriores términos de semejanzas.
Y en esta forma bien puedo deciros, Santo mío, que nacisteis en casa de
labrador, en mes de Diciembre; que fuisteis de rudo ingenio; que no
alcanzasteis más letras que leer y escribir, que vuestro natural fue robusto y
atrevido, y vuestra ocupación en oficio humilde; que por el juego vinisteis a
un exceso indigno de cristiano; que visitasteis las Sagradas Estaciones de
Roma, el sepulcro de Santiago y otros
muchos santuarios; que un amigo os quiso impedir tan santa peregrinación, y que
un niño en la Francia os fue remedio en grandes tribulaciones; pues si todo
ello es verdad en vos y también en Fray Francisco, a quien sucedió lo mismo,
¿quién podrá decir que no sois admirablemente semejantes? Y
si a Fray Francisco el demonio en forma humana se le apareció y persuadió a que
dejase la dificultosa peregrinación; si en ella tuvo ardentísimos deseos de
morir por Cristo, si gozó de la aparición de la Virgen Santísima; si predicó
penitencia; si favoreció siempre a los pobres encarcelados; si entró por
ilustración divina en la Religión del Carmen y en ella tuvo el grado de vida
activa; si para conseguir tal dicha padeció fuertes contradicciones; si le
faltó caudal con que hacer los hábitos y los halló hechos por rara maravilla,
pues todo esto os sucedió a vos, claro está que sois muy parecidos. Pero si alguno quisiere tirar tanto la
cuerda (aunque la rompa) que atribuya lo referido a humana contingencia y no a
misterio, advierta que en las obras de la divina gracia no hay acaso: todo es
providencia, y con ésta fueron entrambos pregoneros de la Exaltación de la Fe;
con ésta redujeron sus cuerpos a servidumbre, ciñéndolos de cadenas de hierro
para sujetarlos a la razón; haciendo tantas y tan extraordinarias penitencias,
con tan nuevos modos de instrumentos, que sin intervenir milagro no las pudiera
(en nuestro modo de entender) resistir la naturaleza; con ésta fueron
acrisolados, venciendo horribles tentaciones del demonio; con ésta lograron las
virtudes de obediencia, pobreza y humildad, y todas las demás religiosas; con
ésta merecieron que sus espíritus fuesen levantados a ilustraciones divinas y
celestiales arrobos; con ésta consiguieron que el Señor obrase por ellos raros
prodigios en vida y en muerte; con lo que vuestra vida y la suya, Santo mío,
tuvieron tan admirable uniformidad, que bien se me puede permitir que os diga
que vuestras virtudes en la fertilidad del Carmelo dieron la flor y luego la
simiente, para que de ella, en la misma
tierra, naciese la generosa planta de Fray Francisco, tan uno con vos mismo,
que hasta tener escritor de fuera de la Religión lo ha parecido; prerrogativa
digna de heroicas obras, para que no parezcan exageradas por los propios,
referidas por los extraños. Por cuyas razones os ruego presentéis este libro de
su vida a vuestra Madre y suya, la Virgen del Carmen, a quien le dedico, y la
pidáis que, para que las semejanzas sean cumplidas, alcance de su Hijo que, a
semejantes virtudes, alcance semejante culto, y supla a este su indigno
Capellán el que presente este libro por mano ajena, pues lo hace de respeto. Vuestro devoto, Lic. D. Sebastián Muñoz Suárez. APROBACIÓN de los Muy RR.PP.MM. Fray
Eugenio Ossorio Barba, Teólogo del Ilmo. Sr. Nuncio de Su Santidad y Examinador
de Beneficios en su Tribunal apostólico, y Fray Francisco Rogero Clarisse,
Predicador de Su Majestad, del Orden de Nuestra Señora del Carmen, de antigua
Observancia, etc. Por mandado de
N. Rmo. P. M. Fray Juan Gómez Barrientos, Calificador de la Suprema y de su
Junta, Examinador Sinodal del Arzobispado de Toledo y Apostólico y Provincial
de Castilla del Orden de Nuestra Señora del Carmen de Observancia, etc., hemos
visto el libro que por los años de 1665 sacó a luz el Licenciado D. Sebastián
Muñoz Suárez, Presbítero, Comisario del Santo
Oficio, cuyo título es VIDA DEL VENERABLE SIERVO DE DIOS Fray FRANCISCO DE LA
CRUZ, Religioso
de la Vida Activa del Orden de Nuestra Señora del Carmen, de la Antigua y
regular Observancia; el primer Hijo de la Iglesia que hizo peregrinación a los
Santos Lugares de Jerusalén, Roma y Santiago de Galicia, con cruz a cuestas:
hoy vuelve a las aras de la admiración el peregrino espíritu del Venerable
Hermano, porque el celo ardentísimo de su hijo (y buen hijo), de aquel primer
celador de las glorias del Cielo, nuestro gran padre Profeta Elías, quiere que
con la continuación de la estampa tengan las almas, en este raro Penitente,
sagrado cebo que las anime: el libro vuelve a que admiremos la valentía de la
gracia, que es poderosa, a sacar del débil barro de la Naturaleza alentados
esfuerzos que le desmientan. No vuelve sin creces (aunque el tesoro que nos dio
el primer aviso de este nunca sendereado espíritu pudo presumir que, sobre lo
bien tratado de aquel progreso, y noticias verdaderas que adquirió su fatiga,
con que intentó dar al mundo luz de nuevo camino de seguir a Cristo con la vida
singularísima de nuestro amado Hermano, no admitía esta materia más
adelantamientos), vuelve ya más gigante, con las nuevas adiciones que el
M.R.P.M. Fray Marcelino Fernández de Quirós, Catedrático de la Universidad de
Salamanca, Examinador Sinodal, Prior que fue del Observantísimo Convento del
Carmen de la Imperial ciudad de Toledo y actual Definidor Mayor de la Provincia
de Castilla, ha puesto a la vida, peregrinación y sucesos de este nuevo Isaac
de la ley de gracia, adquiridas sus especies a costa de harta diligencia y
desvelo, reformando las que pudieron tener menor certeza, ocasionada de la
mucha distancia de tierras, de quien se encomendaron las noticias, y algunas
por no ajustadas a la cronología de los tiempos, sacadas hoy todas de
originales fidedignos y de instrumentos auténticos, y puestas en las manos de
tan gran maestro, ha hecho en el nuevo libro un dibujo bien vivo del aventajado
esfuerzo y virtud peregrina con que dotó el Cielo al varón peregrino, queriendo
en esta nueva obra y continuación de estas noticias la Providencia del Altísimo
que se descubra más la gloria de la Majestad de Dios en sus escogidos, que en
quien le busca por caminos tan arduos (y más quien rompe la primera línea al
espinoso tránsito que hay de la tierra al Cielo) está a cuenta del Cielo el que
se divulguen estas noticias. No sin misterio
grande aquel Ángel del cap. I de las revelaciones de Patmos, que tuvo los pies
en el fuego, los asemeja el texto al Aurichalco, porque éste (dijo Viegas,
super Apoc. Cap. I) es quien más divulgó el sonido: Est enim Aurichalcum maxime fonorum, porque el alma se dedica a seguir a Dios (o imitar a Cristo) por la
fatiga de lo más penoso, siendo el primero a quien San Juan registra en lo
acerbo de un tan desviado camino,
in camino ignis ardentis, toca al cuidado
de la Providencia tengan sus pisadas quien lo divulgue: Y si al Abad Joaquín
damos asenso, hallamos en vida y en peregrinación un vivo original de lo que
fue nuestro Venerable Fray Francisco: In oculis contemplativa vita in
pedibus grestus operis designantur, in utroque vivendi genere vita Christi. Y no menos misteriosa la
traslación griega, nos califica los cuidados del Cielo para el sonido, y sonido
que resonó in omnem terram; pues dice que los
pies del Ángel, sumiles sunt Chalcolibanos (Viegas), el Chalcolibano es un compuesto de metal e incienso: Chalcolibano
aeris, etc., thuris permixtionen fonat
que como incienso respira su virtud fragancias, siendo peregrino de los riscos
su nacimiento: Thusin Arabia inter accesas surpernascitus. Sea, como metal,
pregonero del metal penitente que se fatiga en las asperezas: Tamquam es in
camino bonorum operum, et tribulationum. Mucho crédito dio a la
conocida virtud de nuestro Venerable Peregrino el Licenciado D. Sebastián
Muñoz; y ha corrido con tanta estimación, que ha logrado muchos alientos a la
virtud, deseosos de imitar el sobresaliente esfuerzo de nuestro Venerable, y a
los devotos este nuevo asilo; pero hoy, con las adiciones doctas, verídicas y
tan bien dispuestas del M. R. P. Maestro, tiene el complemento que podría
lograr el anhelo, afianzando muchas creces al buen espíritu. Ni uno ni otro
tiene cosa que contradiga nuestra Santa Fe Católica y buenas costumbres, y por
cuanto contienen piden de justicia la licencia para que la estampa extienda materia
de tanto provecho para las almas: con que juzgamos es muy digno el que se
conceda. Así lo sentimos. En el Real Convento del Carmen de Observancia de
Madrid, en 14 de marzo de 1686. FRAY EUGENIO OSSORIO
BARBA FRAY FRANCISCO CLARISSE LICENCIA DE ORDEN ------- El Maestro Fray
Juan Gómez Barrientos, Predicador de su Majestad, Calificador del Consejo de
Inquisición y de su Junta, Examinador Apostólico y Sinodal del Arzobispado de
Toledo, y Provincial de esta Provincia de Castilla, del Orden de Nuestra Señora
del Carmen, de antigua observancia. Por las presentes y lo que a Nos toca,
damos licencia para que se imprima la VIDA DEL VENERABLE SIERVO
DE DIOS FRAY FRANCISCO DE LA CRUZ, hijo de
esta Provincia, que sacó a luz el año de 1667 el Licenciado D. Sebastián Muñoz
Suárez, Presbítero, Comisario del Santo Oficio de esta Corte, y ahora
nuevamente corregida y añadida de nuestra orden por el Muy R.P.M. Fray
Marcelino Fernández de Quirós, Catedrático de Salamanca, Examinador Sinodal de
este Arzobispado y Definidor Mayor de dicha Provincia; atento a que, según
tenemos entendido y consta del parecer de los Religiosos graves a quienes
remitimos su censura, no tiene cosa opuesta a nuestra Santa Fe Católica y
buenas costumbres; antes, sí, de mucho provecho y utilidad para muchos, y de
edificación para todos. En fe de lo cual mandamos dar las presentes, firmadas
con nuestro nombre, selladas con el sello de nuestro Oficio y refrendadas por
nuestro Secretario, en este nuestro convento de Madrid en 11 de marzo de 1686. Fray JUAN GÓMEZ BARRIENTOS,
Provincial. Por mandado de nuestro M. R.P. Provincial Fray JUAN ROMO AZEBES, Socio y Secretario. ************** APROBACIÓN DEL DR.
D. MATEO DELGADO CURA DE LA PARROQUIAL
DE SAN PEDRO DE MADRID, ETC. --------
Es muy digna de comunicarse al mundo la vida de un varón tan ejemplar,
penitente e imitador de la pobreza apostólica, como es el Venerable Fray
Francisco de la Cruz, del Orden Nuestra Señora del Carmen Calzado, de Antigua y
regular Observancia, contendida en el libro que de ella compuso el Lic. D.
Sebastián Muñoz Suárez, con las Adiciones que nuevamente pone el Muy R. P.M.
Fray Marcelino Fernández de Quirós, que he visto y leído de orden del Señor Don
Alonso Portillo y Cardos, Vicario de Madrid, en que no hallo cosa alguna
opuesta a nuestra Santa Fe y buenas costumbres; antes bien, es toda su vida muy
provechosa a las almas que quisieren seguir el camino de la mortificación; y
así, me parece que se puede dar licencia para imprimirle. Así lo siento. Salvo
meliori, etc. En San Pedro el Real de Madrid en 8 de marzo de 1688. Dr. D. MATEO
DELGADO. LICENCIA DEL
ORDINARIO -------
Nos el Licenciado D. Alonso Portillo y Cardos, Dignidad de Chantre de la
Iglesia Colegial de Talavera y Vicario de esta villa de Madrid y su partido,
damos licencia para que, por lo que a Nos toca, se pueda imprimir e imprima las
Adiciones nuevamente añadidas a la VIDA DEL VENERABLE PADRE FRAY FRANCISCO DE
LA CRUZ, Carmelita Calzado, compuestas por el Muy R. P. M. Fray
Marcelino Fernández de Quirós, Religioso de dicha Orden, atento a que por la
censura consta no haber sido cosa contraria a nuestra Santa Fe Católica y
buenas costumbres.
Dada en Madrid a veinte y dos días del mes de marzo de mil seiscientos y
ochenta y ocho años. LIC. D. ALONSO
PORTILLO Y CARDOS. Por su mandado,… [1] ANDRÉS DE CHAV….[2] ******* APROBACIÓN DEL DR.
D. FRANCISCO DE LA PUEBLA, CURA DE LA PARROQUIAL DE SAN JUAN DE MADRID Y MAESTRO DE LOS
CABALLEROS PAJES DE SU MAJESTAD. M. P. S. Por
mandato de V.A. he visto con atención (a mí posible) el libro cuyo título es VIDA DEL
VENERABLE SIERVO DE DIOS FRAY FRANCISCO DE LA CRUZ, Religioso del Orden de nuestra Señora del Carmen Calzado, de la Antigua
y regular Observancia, que escribió el Licenciado D. Sebastián Muñoz Suárez, y
juntamente he visto las Adiciones con que para segunda impresión le ha
ilustrado el Muy R.P.M.Fray Marcelino Fernández de Quirós. Y si, como dice San
Agustín, lib. VIIII de Trinit., cap IX: “Nos quoque ita posse
vivere, qui homines sumus, ex eo quod aliqui (…)[3]nines
ita vixerunt, minime desperamus, ut hoc et defidere(…) ardentius, et fidentius praecemur”, el
ver los hombres glo(…) empresas que otros consiguieron les da alientos para (…)
puesto el temor, se esfuercen a emprender otras semejantes(…) no hay duda que
quien leyere este libro y considerare con (…) el esfuerzo valiente con que este
Venerable Religioso (…)riamente tantas y tan grandes mortificaciones, con
(…)mprenda animoso lo que sin este dechado pudiera (…) impracticable; porque en
él se halla un ejemplo (…) de mortificación, así de cuerpo como de sentidos y
pasiones (…) a también de piedad y de misericordia
con el prójimo, (…) tísima contemplación, fundada en fe y amor de Dios, (…) los
caminos seguros que se deben seguir; por lo cual, y por no contender todo el
libro cosa alguna que desdiga de la pu(…) de nuestra Santa Fe y ser muy
conforme a las buenas costumbres, me parece se le pueda dar a su autor la
licencia que pide para imprimirle. Así lo siento. Salvo, etc. En San Juan, de
Madrid, en siete días del mes de abril de mil seiscientos y ochenta y ocho
años. DR. D. FRANCISCO
DE LA PUEBLA GONZÁLEZ. SUMA DE PRIVILEGIO ----- Tiene privilegio del Rey nuestro
Señor para poder imprimir este libro, cuyo título es VIDA DEL VENERABLE SIERVO DE DIOS FRAY FRANCISCO DE LA
CRUZ, del Orden de Nuestra Señora del
Carmen, de Antigua y regular Observancia, el Muy Reverendo Padre Maestro Fray
Marcelino Fernández de Quirós, Religioso de dicho Orden, Doctor en Sagrada
Teleología por la Universidad de Salamanca y en la misma Catedrático de
Filosofía, Examinador Sinodal del Arzobispado de Toledo, Prior que ha sido de
su Convento de Toledo y Definidor Mayor de la Provincia de Castilla, para que
ninguna otra persona, sin su facultad y consentimiento, o de dicha Religión, lo
pueda imprimir, so las penas contenidas en dicha Cédula Real de privilegio,
dada en Aranjuez en veintiocho días del mes de abril de mil seiscientos y
ochenta y ocho años, y despachada en el oficio de Manuel de Mojica, escribano
de Cámara del Rey nuestro Señor, y uno de los que residen en su Consejo, como
más largamente consta de ella, a que me refiero. ****** SUMA
DE LA TASA ----- Tasaron los señores del Consejo
Real de Castilla este libro a seis maravedises cada pliego, como más largamente
consta de su original, despachado en el oficio de Manuel de Mojica, Escribano
de Cámara, en Madrid, a 27 de junio de 1688. ***** PROTESTA -----
La santidad de Urbano VIII publicó un decreto
de 15 de marzo de 1625, en la Santa Congregación Romana de la Universal
Inquisición, y después le confirmó en 15 de julio de 1634, en el cual prohibe
se impriman libros de varones insignes en santidad sin la aprobación de los
Ordinarios. Y asimismo declaró, en 5 de julio de 1631, que no se admitan
elogios en razón de las personas de los dichos varones insignes; pero que en
materia de costumbres y de opinión se puedan admitir, con protestación
antecedente que los dichos elogios no tienen autoridad de la Iglesia, sino
aquella que la fe humana puede atribuir.
Y así, en ejecución, estimación y reverencia de dichos decretos,
protesto que, todo lo que en este libro refiero, es obedeciéndolos en todo y no
contraviniendo a ellos en parte alguna; y así declaro que ninguna de las cosas
en él contenidas las entiendo, ni es mi voluntad que se entiendan en otro
sentido que aquel que puede dar la autoridad humana sin intervención de la
divina en la Iglesia Católica Romana, a cuya indubitable censura me sujeto.
Madrid y julio 1º de 1688. PREVENCIÓN AL QUE
LEYERE ESTE LIBRO ----- De la suerte que en las vidas de los
varones ilustres en santidad se debe atender a la seguridad de las
proposiciones, se debe también atender a la credulidad del lector, y en la del
siervo de Dios Fray Francisco de la Cruz principalmente, porque la gobernó el
Señor con sucesos extraordinarios, prodigiosos y sobrenaturales, con que ha
parecido dar prendas de esta verdad, las cuales tienen el seguro en todo lo que
puede afianzar la razón humana, porque todas las partes que constituyen esta
obra nacen de testigos o instrumentos, y éstos con tales calidades como las que
pueden influir Breves Pontificios, Cédulas Reales, el sentir común de una
Religión de tantos créditos, licencias de Prelados, testimonios auténticos de
personas públicas constituidas para poder certificarlos, así en los Sagrados
Lugares de Jerusalén y Monte Carmelo, como en Roma y Santiago de Galicia, con
los pasaportes en los idiomas latino, español, francés y toscano, las
observaciones a la vida de este siervo de Dios hasta que salió a peregrinación
y después a su dichosa muerte, por su Confesor y Prelado el Padre Fray Juan de
Herrera, y también la que escribió el mismo, por obediencia de su Superiores;
la secular con algún estilo, y en apuntamientos las maravillosas visiones y
locuciones con que fue favorecido del Cielo; las apariciones que tuvo en la Francia;
las deposiciones de Religiosos que fueron sus compañeros, y lo que en catorce
cuadernos escribió el Padre Fray Luis Muñoz, mi hermano, Procurador General de
la Provincia de Castilla, del Orden de Nuestra Señora del Carmen, en que se
ocupó diez y ocho años. Con estos instrumentos se ha formado este libro, los
cuales me entregó la Religión por mano del Padre Misionero Fray Francisco
Galindo, a quien los volví, para que se tornen a incorporar en el Archivo; y
así, con esta prevención, puede el lector entrar con quieto ánimo, pues tiene
por sí lo que puede dar la certeza humana. NUEVAS
ADVERTENCIAS ___________ Para esta segunda impresión se
debe advertir que, aunque para la primera puso el autor todo cuidado y diligencia
en adquirir noticias ciertas, no las pudo conseguir, cabalmente a causa de
venir de partes remotas, por lo cual formó juicio entonces, según los
instrumentos que habían llegado a sus manos; pero no habiendo llegado todos,
salió el libro algo diminuto, y aun con algunos errores materiales, los cuales
están notados por el Padre Fray Daniel de la Virgen María
en el tomo VI de su Speculum Carmilitarum, desde
el núm. 3.487, según lo cual se han procurado enmendar ahora, añadiendo lo que parece
ser verdad constante de instrumentos ciertos, y los más originales, que hoy
paran en el Archivo del Convento del Carmen Calzado de Madrid, con todos los
demás pertenecientes a la vida del Venerable Padre. Y porque una de las cosas
más notables en estas adiciones es lo que se dice en el cap. XVII del libro II,
que desde el puerto de Jaffa o Joppe, que es de la Tierra Santa, tomó el viaje
derechamente, y en primer lugar para el Santo Monte Carmelo, y de allí para
Jerusalén y los demás Lugares Santos, en compañía del Venerable Padre Fray
Próspero, con el cual volvió otra vez al mismo Monte, en donde estuvo hasta
embarcarse, ha parecido expresar aquí los instrumentos que hacen evidencia de
ello, estorbando así la nota de sospechoso que podía padecer el que hace las
ediciones, por ser Carmelita. Un instrumento es el testimonio original
del Venerable Padre Fray Próspero, que entonces era Vicario General y Prior del
Santo Monte Carmelo, todo escrito de propia mano, firmando y sellado, que es
del tenor siguiente: JESUS MARÍA Yo, Fray Próspero, del Espíritu Santo, Misionero Apostólico y
Vicario del Santo Monte Carmelo, doy fe como el R. P. Fray Francisco de la
Cruz, de la Provincia de Castilla, vino a este Santo Monte Carmelo con una Cruz
grande, con orden y licencia de su Superiores; esto es, de su Prior, Provincial
y General, y también con orden y recomendación de Su Santidad; y doy fe como
desde este Santo Monte le he acompañado hasta la Santa ciudad de Jerusalén,
donde entramos al Santo Sepulcro y dicha Cruz fue tocada en todos aquellos
Santos Lugares, particularmente sobre el Santo Sepulcro, EL Monte Calvario, y
elevada sobre el Santo hueco de la Santa Cruz de Cristo Señor Nuestro; y
habiendo vuelto a este Santo Monte, doy fe como se partió de aquí el primer día de Septiembre, y por la gracia
del Señor hay sanidad por todo este país. Y por ser verdad, lo firmo de mi mano
y lo sello con nuestro sello. En el Santo Monte Carmelo, a primero de
septiembre de mil seiscientos y cuarenta y cuatro. (Lugar del sello) Fray PRÓSPERO DEL ESPÍRITU
SANTO, Vicario,
etc. Otro
testimonio es una carta original, de mano del mismo Fray Francisco, su fecha en
la ciudad de Leche a 29 de noviembre de 1644, de la cual se sacó este capítulo a la letra: El R. P. Próspero,
Descalzo, nuestro Vicario General de Tierra Santa y Prior del Sacro Monte
Carmelo, ha trabajado y gastado mucho por mí, y me acompañó desde el Santo
Monte a la Ciudad Santa, y se halló presente a todo, y de ello da
certificación, que traigo. Lo que
se debe notar, en obsequio de la verdad, es lo mismo que nota el autor del Speculum Carmelitarum en número marginal
3.494, que en lo que se dice del Venerable Fray Francisco, cap. XIII, libro II,
de haber pasado el río Huarduch (extremadamente profundo) sin mojarse, se ha de
entender que, siendo examinado en Roma por el P.M. Justi sobre este caso,
respondió que se había descalzado para entrar, y que así le había pasado
felizmente. También acerca de lo que de allí mismo se
dice, de que con la señal de la cruz hecha sobre los ojos de un ciego, por
obediencia del Padre Prior de Castel-Nandarri, gozó de la vista que jamás había
conocido, se ha de entender que éste no era ciego de otro modo que por una
fluxión pertinaz que le impedía el ver. Confieso que las notas son escrupulosas,
porque lo cierto es que, si es caso milagroso,
uno y otro no dejan de serlo, ni el primero, por la circunstancia de
haberse descalzado para pasar un río tan profundo, que jamás persona alguna le
había podido pasar a pie, y menos entonces, que iba tan crecido, que ni a
caballo le pudieron pasar otros; ni tampoco se opone a la verdad afirmar que no
se mojó, pues quien pudo hacer que pasase, sin haber medio alguno humano para
ello, pudo también hacer que no se mojase, ora entrase calzado o descalzo;
fuera de que no es menor maravilla no mojarse de las rodillas arriba pasando un
río profundo, que no mojarse de las rodillas abajo, que es en lo que se podía
dudar, por haberse descalzado. Ni
tampoco la relación del segundo caso se opone en cosa alguna a la verdad, pues
lo que allí dice de que era ciego y que después gozaron los ojos de la vista
que jamás habían conocido, se verifica en rigor; porque aunque fuese por
fluxión de humores y no por impotencia, se verifica el efecto de no ver, ni
haber visto jamás, que comúnmente se llama ceguera; y la maravilla consistió en
hacer que viese de repente, lo que no habían podido efectuar los medicamentos
naturales. Pero sea como fuere, no faltó el autor a
la fidelidad ni en un ápice, porque uno y otro sacó a la letra, sin mudar
palabra, como se contiene en la relación impresa en Francia, según y como allí
se dice; de lo cual debió no quitar ni añadir palabra en la versión que por la
misma causa tampoco ahora se hace, fuera de que dicha relación parece digna de
toda fe, respecto de haberse escrito e impreso en aquel país en donde
sucedieron los casos y a vista de los que los vieron. En cuanto a lo que se enmienda y añade en
el cap. VII del libro III, tocante al suceso de nuestro Venerable Hermano en
esta Corte, de vuelta de su viaje, en casa de Doña Juana de Tobar, mirando a
una Verónica cuya estampa estaba en la primera impresión, se debe advertir que
su autor efectivo escribió el caso y dispuso la estampa sin hacer examen para
ello por sí mismo, con lo cual incurrió en dos errores: el uno, perteneciente a
la verdad del caso; y el otro, tocante a lo verdadero de la efigie; porque el
caso es puntualmente como se refiere en su lugar y en esta impresión, y la
estampa antigua en nada es parecida al original, porque ni está pintada en
pala, ni el rostro es de aquella fisionomía; por lo cual fue forzoso quitar la
estampa y enmendar la historia, para lo cual ha precedido puntual examen, hecho
con vivísimo cuidado y diligencia, a vista de ojos, y tratándolo con la misma
Doña Juana Tobar y con su hija Doña María de Rivadeneyra, mujer de Diego Nuñez,
en cuyo poder persevera la Santa Verónica, para lo cual puso todo el empeño el
M.R.P.M.Fray Juan Gómez Barrientos, Provincial al presente en esta Provincia de
Castilla y Procurador y Comisario General de las Españas, con quien asistió
para el mismo intento el que hace estas adiciones para esta segunda impresión
de orden suya. LIBRO PRIMERO C
A P Í T U L O P R I M E R O Nacimiento,
patria y padres de Fray Francisco de la Cruz, y algunos sucesos de su primera
edad.
La Sabiduría divina, en la
formación de algunos varones ilustres, suele portarse desde el principio con
aparatos y prenuncios de la admirable fábrica que en ellos quiere levantar,
como quien (a nuestro modo de entender) previene la atención para casos raros y
sucesos dignos de estimación y aplauso. Así en el Varón fuerte, sujeto de este
libro, se portó, mostrándole desde su niñez como empeño de su cuidado, previniendo al que después había de llevar
su nombre y su Cruz, predicando oración y penitencia con la voz y con el
ejemplo, por tantas y tan diversas gentes políticas y bárbaras, para honor y
gloria del nombre cristiano y español y de la Religión del Carmen. Fue Fray Francisco de la Cruz natural de la villa de Mora
(patria fértil de hijos que han adornado muchas Religiones), en el Reino de
Toledo, cinco leguas de aquella ciudad imperial, hijo legítimo de Bartolomé Sánchez,
portugués, y de María Hernández, de Alcobendas, cristianos viejos e
hijosdalgo, cuyos parientes, en muy
cercano grado, han servido en la Casa Real en oficios nobles, y en Madrid han
tenido actos positivos de hijosdalgo. Débese notar que antes de su conversión tuvo ocupaciones que
no dicen con esta calidad; pero como Nuestro Señor le quiso siempre en Cruz, en
todos estados, no hacen consecuencia los ministerios en que dispuso su vida
secular, porque él siempre corría por cuenta superior que regía sus pasos; y
así esta parte de sus ocupaciones fue irregular en nuestro conocimiento; porque,
o ya fuese en lo natural, por la suma pobreza a que vinieron sus padres y él, o
ya fuese porque la Cruz que había de llevar por toda su vida la quiso colocar nuestro
Señor en su casa, al tiempo casi de su nacimiento; con que las ocupaciones a
que asistió fueron todas desacomodadas y trabajosas. Nació en 28 de diciembre de 1585, día en que la Iglesia
celebra en llantos fúnebres la muerte de los Santos Inocentes; y no careció de
misterio ser en este día su nacimiento, porque el que en el mundo no había de
tener sino penas y Cruz, era bien que al nacer le hallase vestido de luto. Fue bautizado el día 3 de enero del año
siguiente, día de la Octava del Señor San Juan; y aquél que al nacer al mundo
le halló con tristeza, el día que nace
a la gracia le halla con alegría; y como había de ser pregonero de la fe,
cuando la recibe en el santo Bautismo, en su casa no faltó contento, pues una
abuela suya celebró el día espléndidamente, concurriendo lo más noble de la
villa. Apenas había llegado Francisco a los cinco años, cuando ya
sus padres eran pobres de solemnidad, respecto de unas fincas en que habían entrado
y haber tenido su padre una tutela que a uno y a otro le obligó la piedad de su
natural, porque era notablemente inclinado a hacer bien y a no negarse a lo que
se le pedía; principios todos que traen estos fines; porque aunque no es virtud
el asegurarse, tampoco lo es el desamparar la prudencia; y ésta consiste en
atender siempre a la primera obligación. Sus padres tuvieron otros hijos, que
murieron temprano. Era su madre muy sierva de Dios, y en aquella tierna edad
le enseñaba las oraciones y los principales Misterios de nuestra Santa Fe
Católica, acostumbrándole a algunas piedades cristianas, y entre otras es mucho
de notar que, cuando Francisco le pedía pan, le llevaba delante de una Imagen
de Nuestra Señora, que tenía el Niño en los brazos, y le hacía hincar de
rodillas y que puestas las manos pidiese pan a Jesús y a su Madre; y entonces
ella, por detrás de la Imagen, le arrojaba el pan, como que le recibía de las
divinas manos de Jesús y de María; por lo cual solía decir, siendo ya Religioso,
que lo que aprendió en la inocencia lo practicó después en la necesidad. Por esta edad, estando su madre en Toledo y a la puerta de su
casa con el niño, llegó a ella un peregrino, y mirando con demostraciones de
admiración a Francisco, la dijo que tuviese particular cuidado con él, porque a
aquel niño le esperaban raros sucesos y grandes peligros de agua, y que
advirtiese que lo que la decía importaba mucho al servicio de Nuestro Señor.
Suceso a que se pudiera escasear el crédito, si en la vida que se escribe no
hubiera habido muchos sobrenaturales; esto fue el año de mil quinientos ochenta
y nueve, y luego el de noventa, estando en la misma ciudad de Toledo, en el Corral Hondo, que así llaman al sitio de
la casa en que vivían los padres, a la entrada de un aposento que estaba encima
de una escalera, vio pasar el niño, por encima de la ciudad, un animal muy
pesado, que tenía forma de buey y era mucho más grande sin comparación, y con
los cuatro pies que tenía andaba por el aire con mucha facilidad y caminaba
siempre vía recta; y aunque tenía forma de buey, no tenía las puntas que le da
la Naturaleza, de lo cual quedó con grande asombro. Este año de noventa tuvo
muchas y diversas visiones imaginarias de noche, que le ponían grande horror y
espanto; y aunque niño, con lo que su madre le había enseñado (que ya en esta
ocasión era muerta, dejando admirable opinión de sus virtudes y de la paciencia
singular con que toleraba su adversa fortuna), que era la devoción de Nuestra
Señora del Sagrario y del Carmen, de que había sido muy devota con invocarlas,
le dejaban luego las visiones feas y abominables que le afligían, y juntamente
los miedos que le causaban, como cuando de repente en un temporal se serena el
aire, y quedaba tan quieto como si tales visiones no hubieran llegado a sus
ojos, de las cuales solía decir al P. Fray Juan de Herrera, su Confesor, que
unas veces eran corpóreas y otras imaginarias, de que se acordaba distintamente
cuando tenía cincuenta años, y daba muy continuas gracias a Nuestro Señor, y su
Confesor le decía que eran disposición de Dios aquellas fantasías, y que las
tomaba por instrumentos para dar a entender los ardides del demonio, y para que
los bisoños en la Milicia Cristiana se fuesen haciendo esforzados y valientes. Entre otras visiones tuvo una corporal, en que se puede
hacer particular reparo, y fue que un gato, grande y espantoso, le acometió una
noche diversas veces, queriendo ahogarle; de que Nuestro Señor le libró
invocando el dulce nombre de su Santísima Madre María. Bien se debe reparar el
cuidado que daba al demonio un niño de tan tierna edad, y que en el modo que
sabe y le es permitido reconocía el fruto grande que había de hacer en la
Iglesia, pues conjuraba contra él todas sus industrias y artes. Parecíale que
le veía ya tremolar la Sagrada Cruz que había de llevar en sus hombros, a
imitación de su Maestro Cristo Jesús en el Santo Monte Calvario, y se afrentaba
de que, habiendo sido allí vencido de un Hombre Dios, en el mismo lugar le
hiciese guerra tan sangrienta un puro hombre. Este mismo año de noventa le sucedió un caso tan extraordinario
y de tales pronósticos, que parece que en él empezó Nuestro Señor a descubrir
la particular manutención con que amparaba a Francisco, y que en las mismas
asechanzas del demonio se reconocía el camino particular que le tenía guardado,
por donde había de subir a la perfección; y fue que, estando una noche
encerrado en un aposento, con llave, y la llave debajo de la cabecera de su
padre y el aposento de su padre junto al suyo, también cerrado con llave, y
también la puerta de la casa, la cual tenía las paredes firmes, y sin portillo,
sin sentirlo el niño ni su padre, le sacaron de la cama y le llevaron a un pozo
que estaba cerca de su casa, el cual ni tenía cubierta ni paredes, sino que
estaba al igual del suelo y tenía dos vigas que le atravesaban en forma de
cruz, y le pusieron en medio de las dos vigas donde se formaba la cruz, en pie
y dormido, y de este modo le halló un labrador, al amanecer, pasando al campo,
y viendo que estaba en pie y dormido y en aquel riesgo, le dijo: -Niño, ¿qué haces aquí? Con cuya voz despertó despavorido y asombrado, y el labrador
lo quitó de allí y se le llevó a su padre, refiriendo el peligro y el suceso;
quedando todos admirados, sin saber dar fondo a caso tan extraordinario, pues
lo menos que tiene es el reconocimiento, que no pudo ser por modo natural, ni
pueden dejar de carecer de misterio el detenerse en medio del riesgo en una
cruz, ni se debe hacer reparo en si las puertas se franquearon o si las paredes
se abrieron, cuando (sea por permisión o precepto) fue Dios el autor. Entre las visiones de horrores y peligros también tenía otras
que le defendían, porque a los que guarda Dios para sus siervos los trae siempre
en sus manos, y en ellas los peligros son seguridades. CAPÍTULO
II De
lo que le sucedió desde los once años hasta los veintidós. Hasta que cumplió Francisco los once años, no hay cosa
particular que decir sino que, por haber quedado su padre viudo y tan pobre,
para aliviarle en algo unos parientes se le llevaron a su casa, con que parece le esperaba algún regalo, o
por lo menos salir de tanta necesidad como su padre padecía; pero, o fuese
porque aquellos fueron muy estériles, o porque la piedad, que nace de respetos
y no de devoción, como son humanos, a pocos lances descubren sus quilates; si
lo pasaba mal en casa de su padre, en la de sus parientes lo pasaba peor,
porque en ella se amasaba para toda la semana y se hacían tres diferencias de
pan; y de la última, que era la que se hacía para los mastines, se sustentaba
al pariente; con que los dos días primeros comía con mucho trabajo y los demás
era menester echar el pan en agua para poderlo pasar (prevención que entonces
le hizo Nuestro Señor, para que no la extrañara después en el viaje de
Jerusalén, ni en sus penitencias voluntarias en la vida religiosa), con que
hallaron aquellos piadosos deudos buen camino para que durase poco el huésped;
y así sucedió, porque su padre le volvió a casa, donde se ejercitaba en algunas
devociones que su madre le había enseñado. Su padre, por aliviar su necesidad, casó segunda vez en
Villamuelas, y no obstante vivía con suma estrechez, por ser los años muy
estériles; y así fue menester, para poder pasar con alguna moderación, que
también el hijo trabajase, ayudando a su
padre, y lo hacía llevando cargas de retama desde Villamuelas a
Tembleque, en cuyo ejercicio usaba de una piedad con sus padres digna de notar,
y era que en todas las cargas que vendía sacaba por adehala que le habían de
dar un pedazo de pan, con el cual se sustentaba, y llevaba el dinero cabal a su
padre. Era Francisco de un natural robusto, muy a propósito para el
trabajo, mañoso en él, pero de entendimiento tan rústico, que parecía incapaz
de pulimento y cultura. Tenía muchas fuerzas y era atrevido, materiales todos
muy distantes de cualquier género de letras; y así, aunque tenía voluntad de
aprender a leer y a escribir, su padre lo contradecía con muchas veras y con
mucha razón; porque por un parte, respecto del natural que en él reconocía, le
parecía tiempo perdido, y por otra le había menester para que trabajase, porque
era la principal parte del sustento de su casa; con que viendo la contradicción
de su padre y la ocasión de ella con más razón que razones, le dijo: -Que él quería trabajar todo el día para el
sustento de su padre, y que de noche aprendería a leer y a escribir. Bien
se conocen las dificultades que esto podía tener; pero en siendo la influencia
superior, no hay alguna; porque con mala disposición, con repugnancia de su
padre, con falta de tiempo, con corto entendimiento y casi sin maestro, se
halló en breves días que sabía leer, escribir y contar. En este tiempo y en
esta ocasión tuvo muchos impulsos de ser Religioso, sin determinar Religión;
pero con la contradicción de su padre, que ya era su único remedio, el cual se
inclinaba a casarle (medio a que jamás Francisco hizo rostro), y con preciarse
de hombre fuerte y atrevido, se pasó este género de vocación. Cuando Nuestro Señor da luz al entendimiento, enseñando el
camino, y la resiste o la deja pasar la voluntad, grande misericordia es de su
piadosa mano y paternal afecto el que los castigos sean luego visibles y
temporales. Y grande señal es de cierta y segura protección que en medio de
ellos socorra, porque se conocen claramente que se contenta con el escarmiento,
y que su ánimo no es destruir, sino enmendar; y así fue que apenas dejó de
aprovecharse de la vocación, cuando fue acometido de diversas sugestiones del
demonio por diversos caminos y con diferentes objetos. Luego cayó en
Villamuelas en un pozo que llaman de Pedro
Alonso, de muchos estados de alto, y juntamente con él cantidad de
piedras, de que le sacaron sin lesión. Luego, pasando el río de Algodor, le
llevó el raudal, y en esta ocasión se encomendó muy de veras a Nuestra Señora,
y se halló a la orilla unos juncos, y asiéndose de ellos pudo salir del riesgo.
A pocos días cayó en el mismo río, y en esta ocasión no se acuerda haberse
valido de devoción alguna, porque le parece que perdió el sentido, y sólo se
acuerda de que se halló sin diligencia alguna suya arrojado a la orilla. En
este mismo día, a pocas horas de este suceso, cayó segunda vez en el tablazo
que llaman del Molino Quemado, y por intercesión de Nuestra Señora se vio
libre. Después de estos peligros tuvo otro mayor en el río Guadarrama, junto a
Navalcarnero, porque siendo de noche le quiso pasar, y apenas puso los pies en
él para entrar en el puente, cuando el raudal, que venía fuera de madre, le
arrebató, llevándole muy gran trecho, y en esta ocasión, invocando con las
veras de su alma el nombre de Nuestra Señora del Carmen, se halló libre, asido
a un tronco. Después de algunos meses, caminando por la ribera de Guadarrama,
salió a él un toro y le acometió y maltrató por algún rato como si fuera racional
y tomara en él venganza de alguna injuria, y al invocar el nombre de María
Santísima le huyó el toro, como si le hubieran disparado un arcabuz; que no hay
artillería más fuerte y eficaz contra todas las potestades infernales que el
dulce nombre de María, y Francisco quedó como si no le hubiera maltratado el
toro. CAPÍTULO
III De
lo que le sucedió desde los veintidós años hasta los treinta, y los oficios y
trato en que se ocupa. Es muy propio, cuando va
faltando el caudal, que las diligencias que se habían de hacer para repararle
se hagan para acabar de echarle a perder. Esto aconteció en la casa de Francisco;
porque su padre, para tener algún socorro, se metió en nuevas finanzas, y le
sucedió lo que a todos aquellos que se quieren remediar perdiéndose; pues,
habiendo llegado el caso de la paga, y habiendo sido hechas a favor del Rey, y
no cumpliendo, como estaba obligado, le prendieron; y porque la cárcel del
lugar no era muy segura, le metieron en un calabozo, poniéndole grillos y
cadena. Francisco, a quien lastimaba sumamente el trabajo de su padre, y como
su corta capacidad no le hacía prevenir riesgos, y su natural era atrevido y
esforzado, resolvió escalar la cárcel, romper las prisiones y pasar por encima
de los embarazos que se ofrecieran para dar libertad a su padre; y esto tan sin
zozobra y con tal quietud de ánimo como si ejecutara una obra de piedad. Como
lo pensó lo consiguió, y su padre y él se ausentaron, huyendo de la parte del
Rey, y mucho más de las diligencias del carcelero, que de contado se emplearon
en prender a la madrastra, para que diese noticias de los fugitivos, la cual a
pocos días murió en la cárcel. Por este tiempo, estando un día en el campo solo, sucedió a
Francisco un caso digno de toda admiración, y fue el ver un hombre en él, de
estatura desproporcionada, que estaba echado a dormir sobre la tierra; hízosele
novedad, habiendo reparado en él, y, llevado de la curiosidad, se le acercó, y
vio que en unas alforjas que traía, entre otras cosas se descubría un libro; la
ocasión de estar dormido el hombre le convidó a ver qué libro era aquel, y lo primero que leyó decía así: Arte para hacerse
una persona invisible. Apenas hubo leído
esto, cuando arrojó el libro, y, con ser hombre de valiente corazón,
despavorido y temblando se puso en fuga, y volviendo a pocos pasos la cabeza,
no descubrió hombre alguno. Es tan diestro guerrero el demonio que, para equivocar dónde
quiere hacer el tiro, suele mostrar apariencias muy distantes de lo que
pretende. En esta ocasión mal se le puede descubrir su intento; pero lo que no
se puede encubrir es que, o por curiosidad, o por vanidad, o por confianza
propia, siempre iba perdido el que se detuviera más; con que, por desestimarse
y no haber fiado de sí, parece que logró los auxilios divinos. Su padre y él vinieron a dar en la Puebla de Montalbán, y con
el poco caudal que pudieron reservar compraron dos pollinos, y, como él era
buen mozo, empezó a trajinar, llevando mercaderías de unos pueblos a otros, y
con el oficio de arriero tomó nuevo modo de vivir para sustentar a su padre.
Nuestro Señor no quería que él escogiera modo de vivir, sino dársele de su
mano; y así, este que la disposición humana les ofreció, no dejaba de tener
algún alivio con los frutos que procedían de su inteligencia, y no quería Dios
que le tuviesen, porque para el camino de la Cruz, por donde quería llevarlos,
éste era de algún descanso. Con que sucedió que un heredero de la Puebla se
hizo muy amigo de Francisco, y esto a fin de que le llevara cargas de vino a Oropesa,
adonde el que hallaban que era de fuera de la villa se daba por perdido, y al
que le traía le castigaban con prisión; y aunque al heredero se le previno el
riesgo, salió a pagar los daños. El vino se descaminó, y el heredero negó el
contrato con juramento (buen camino de no faltar a la amistad); la recua se
perdió, y Francisco se halló preso y sin caudal, y con pleito, que aun es peor;
su padre sin medios para el sustento preciso, y todo perdido. CAPÍTULO
IV En
que se prosigue la materia de sus ocupaciones, y lo que le sucedió con su
padre. Salió de la cárcel y fue en
busca de su padre, y los dos acordaron de mudarse a Sonseca. Allí se separaron,
porque Francisco tenía buen crédito; y aunque el padre, por ser mucha su edad,
no podía trabajar, el hijo buscaba algunos viajes, en la forma que podía, y lo
que ganaba con ellos lo empleaba en el sustento de su padre y suyo. Parece que
ya tomaba algún aliento por este camino, y para que se desengañase de que no
era el que le convenía le salió un viaje a los montes de Toledo, y en
Navalmoral se sentó a jugar y perdió el poco caudal que le había quedado; con
que le fue forzoso dejar de ser arriero, y solo, como había quedado, desde allí
pasó a Orgaz. Viéndose tan perdido por su culpa, no se atrevió a parecer
delante de su padre, y determinó irse a la guerra (esto fue el año que salieron
los moriscos de España). Menos debía de ser éste su camino, porque aquella
misma noche se acostó bueno y con esta determinación, y amaneció como si fuera
una imagen de talla, sin poder menear ni brazo, ni pierna, ni mano, ni dedos,
ni ojos, ni pestañas, ni hablar, ni quejarse, ni tener movimiento corporal suyo,
y esto sin tener dolor alguno; pero, aunque estaba de esta manera, tenía las
potencias libres, y conocía a todos, aunque no les podía responder a lo que le
preguntaban, con lo que causaba general admiración. Corrió la voz por el lugar
de que había en el mesón un arriero que estaba como encantado, y sabiéndolo el
médico de él, fue a verle, y se persuadió de que le habían hecho algún mal, y
con remedios que le hizo, nunca usados, volvió en sí, en cuanto a poder hablar,
andar y comer, pero le duró un año la convalecencia. Su padre, habiendo sabido
el caso, fue en su busca, y viéndole así, las penas y lágrimas de entrambos
bien se dejan considerar; determinaron ir a Toledo, por si mejoraban de fortuna
en parte donde les conocían, pero siempre se la llevaban consigo. Hay en Toledo, entre otras muchas obras de piedad que la
adornan y ennoblecen, una en la casa del Nuncio, que es sustentar doce pobres
viejos, que sea gente honrada, y en esta ocasión había plaza vacante; y
juzgando que a un hombre principal y conocido en la ciudad sería fácil
conseguir aquella plaza, él pasó a Yepes a buscar en que trabajar, y su padre
se quedó en Toledo con esta pretensión. El poco dinero que había entre los dos
se dejó al padre para que comiese mientras negociaba; y Francisco, bien falto
de fuerzas (porque aún no había convalecido bien de la enfermedad pasada), se
entró a servir en Yepes a un Sacerdote, que le ocupaba en arar viñas y
olivares: como procedía bien, todos los de aquella casa le querían y estimaban,
y él se iba acreditando. Su padre, habiéndolo hecho sin razón, perdió la plaza del
Nuncio que pretendía, y habiendo gastado el dinero que le quedó, pobre, roto y
desamparado, fue a Yepes en busca de su hijo; hallóle en ocasión que estaba
hablando con su amo, y cuando viendo a su padre de aquella suerte se había de
echar a sus pies, y abrazarlos y besarlos, que esta era su obligación, no lo
hizo; antes, como mal hijo, hizo que no
lo conocía, afrentándose que su amo supiese que era su padre. Él, como tan
viejo y falto de vista, aunque estaba cerca del hijo no le conocía; Francisco
entonces se llegó a él, y le dijo que se fuese a una casa de un vecino, que él
iría allí a verle; pero la edad, que le hacía falto de vista, también le había
hecho falto de oídos; con que fue menester levantar la voz sobradamente para
que lo entendiese. El amo, como estaba presente, entró en curiosidad de saber
quién era aquel hombre, y preguntóselo: él, empeñado en llevar adelante su
disimulación, respondió que era de su lugar; pero el amo, por algunas demostraciones,
se persuadió de que era su padre; y preguntándoselo con tres instancias repetidas,
Francisco en todas tres negó a su padre, y los motivos por que después decía lo
que había hecho fueron: el uno de vanidad, porque miraba a su padre tan pobre;
y el otro de soberbia, porque le parecía le estimarían en menos. ¡Oh, válgame
Dios, quién diera peso a tantas profundidades! Si esto pasa en quien ara viñas
y rompe terrones, ¡ay de los que
habitan los palacios! Si esto pasa en un alma socorrida y privilegiada, ¡ay de
la que se le deja obrar a su riesgo! Si esto pasa en una capacidad tan corta,
¡ay de aquella a quien el demonio hace la guerra con sus propias armas, y en
sus habilidades funda su hostilidad! Lo que llevó Francisco en esta ocasión de contado fue que el
amo y toda su familia conocieron que era su padre; exageraron la ruindad,
culparon la mentira, aborrecieron el mal trato, desestimaron tan mal hijo, y
cuando él pensó llevar adelante su aprecio y excusar su desestimación, se halló
silbo y fábula de todos. CAPÍTULO V En que se prosiguen
los sucesos con su padre y otros particulares.
Aunque Francisco tuvo tan
mal término con su padre, no obstante le socorrió mientras estuvo en Yepes con
todo el posible que podía, que fue hasta llegar el agosto del año siguiente;
entonces se convino con otros mancebos de ir a segar a tierra de Castilla la
Vieja; su padre lo supo, y conociendo que en aquella resolución estaba su
último desamparo, le dijo un día: -Ya ves
las enfermedades que me afligen, sobre hallarme con más de setenta años, viudo
y tan pobre que no tengo más remedio que el socorro que tú me haces; si te
ausentas, ¿quién ha de cuidar de mí? ¿Y qué puedo hacer en tierra extraña,
imposibilitado de entrar en la mía? Lo mismo es faltarme tú que matarme, pues
de tu asistencia depende mi vida. Muda de parecer, dejando ir a tus amigos, que
no deben pesar tanto como un padre; no desagrades a Dios en materia tan sensible;
que si me miras como embarazo, ya poco te puedo durar; y advierte que aunque
siento la falta que me has de hacer, más dolor me causa el que, siguiendo tu
voluntad y tus amigos, entras por el camino de perderte, y que a nadie le
sucedió bien desamparar el consejo de su padre, y aquí tu desamparas al padre y
a su buen consejo. Espero en Dios que te han de detener mi razón, mis canas,
tu obligación, mis lágrimas y mi
necesidad. La respuesta fue: -Que
había de cumplir su palabra y seguir a sus amigos. Su padre entonces (para
que se vea lo que es ser padre, y lo que es ser hijo) abrazándole y formando
tres veces una cruz en el aire, le dijo tres veces: - La bendición de Dios todopoderoso te alcance; anda en paz. Y en
esta conformidad se despidieron y no se volvieron a ver más, porque su padre se
partió a Toledo, donde en breve tiempo murió, y Francisco hizo su viaje con sus
amigos. Habiendo en la desobediencia de su padre cometido un delito de tantas
calidades, que no sólo es contra el precepto divino, y contra el especial
dictamen de la razón, y contra la inclinación de la misma naturaleza, sino
también contra la consonancia política del buen gobierno de las repúblicas;
habiendo sido el santo viejo alegoría del Padre Dios, que a vista de nuestras
ingratitudes nos llena de bendiciones, para que los que merecemos por la culpa
ser tratados como esclavos, nos entremos con los beneficios por el
arrepentimiento a ser admitidos a su gracia como hijos. Con buena victoria empezó el enemigo del género humano a coger
trofeos de la vida secular de Francisco, pues a un escalamiento de una cárcel
Real y rompimiento de prisiones, juntó ahora la negación y desobediencia a su
padre; pero lo que más causa admiración es que, siendo oficio del demonio
buscar para las almas culpas en esta vida, más que penas, en Francisco mudó la
forma, porque su principal intento parece fue siempre acecharle a la vida,
juzgando que nunca le tenía seguro, o recelándose de lo que después le había de
suceder con él. Bien se conoce esto en uno de los casos más dignos de
ponderación y más sin ejemplar de cuantos se leen en historias sagradas y
profanas, que le sucedió por el tiempo de su vida que vamos refiriendo, y fue:
que habiendo ido a segar a Castilla, como se ha dicho, él y sus amigos tomaron
la vuelta de Burgos; tenía particular devoción con la Imagen de Nuestro Señor
Jesucristo, que es honra, amparo y consuelo de aquella ciudad, y apartándose de
sus compañeros, por haberse acabado el agosto y haber adquirido algún caudal en
los destajos que habían tomado, con uno de ellos que le quiso seguir caminó a
hacer la visita al Santo Cristo y a confesar en aquel convento, porque andaba muy afligido de los sucesos
con su padre, y mucho más por haber quebrantado un juramento, con
circunstancias extraordinarias, que había hecho de no jugar. El compañero que
había tomado para ir a tan piadosa romería, arrepentido de no volver luego a su
casa, ya no le servía sino de embarazo y de continuas molestias, para que se
volviesen sin llegar a Burgos. En estas pláticas les cogió la noche y se
quedaron a dormir en el campo, cuando al primer sueño, empezó el compañero a
dar grandes voces, de un dolor tan vehemente que le había dado en un dedo de la
mano derecha que causaba lástima el oírle; Francisco, logrando la ocasión, le
dijo que ofreciese ver al Santo Cristo y mejoraría; el compañero le dijo que,
si al amanecer estaba vivo, iría con él; amaneció, y aunque se le mitigó el
dolor, sin embargo del ofrecimiento, dio en que se había de volver sin llegar
al convento de San Agustín. Francisco le aconsejaba prosiguiesen el camino, y
él (sin que hubiese causa para ello) se echaba por el suelo y se revolcaba con
notable destemplanza y furia en la tierra, diciendo: que no podía más, que no sabía qué tenía, y que aquellas demostraciones
no estaban en su mano; en fin, sin embargo de la repugnancia, llegaron a
Burgos y al convento, hicieron oración al Santo Cristo, y queriendo Francisco
confesar, el compañero le dijo que no se confesase, que él no se había de
detener; tantas fueron las porfías, que se resolvió a volver sin confesar. Salieron de Burgos, y al anochecer del mismo día, sin saber
por qué causa, el compañero le dejó y se fue; él, viéndose solo, se apartó del
camino, no lejos de la ciudad, para recibir algún alivio con el sueño, porque
estaba cansado. Ya sería anochecido, y apenas había cerrado los ojos,
inclinándose a dormir, cuando con mucho ruido y voces le despertaron, y
levantándose, con gran turbación, se halló entre cuatro hombres, con espadas y
dagas desnudas, que le dijeron que era ladrón y que había robado la Custodia de
la iglesia mayor, a lo cual se excusaba diciendo que no había visto la iglesia
mayor, y que aquel mismo día había llegado. Entonces todos cuatro, con gran
furia, le dieron a un tiempo muchos golpes con las espadas y dagas. Viéndose
entonces en tan gran peligro y en el mal estado en que se hallaba, con todas
las ansias de su corazón se encomendó al Santo Cristo, y al mismo tiempo se
aparecieron tres hombres a su lado, muy galanes, cuyo traje parecía de
caballeros (que la claridad de la noche daba lugar a que todo se pudiese
distinguir) con estoques y rodelas resplandecientes, amparándole de los que le
ofendían, a cuya presencia todos los cuatro que le herían cayeron en tierra; y
entonces, los que le habían librado, le tomaron de la mano y llevaron consigo
hasta llegar a unas huertas, y se despidieron de él, diciéndole estas palabras;
el primero dijo: -Éntrese por ahí; y el otro dijo: -Y no salga hasta la
mañana; y el último dijo:
- Y dé gracias a Dios, que Ángeles de
Guarda ha tenido; a los cuales Francisco
siempre tuvo por verdaderos Ángeles, porque se desaparecieron instantáneamente.
Los efectos de este suceso fueron el no hallarse con herida alguna, habiendo
sido tantos los golpes de espadas y dagas que recibió, y verse con ardentísimos
deseos de confesar y de recibir a su Divina Majestad Sacramentado y así, en
siendo de día, se fue al convento de San Agustín y confesó y comulgó, dando
repetidas gracias a Nuestro Señor Crucificado porque le había socorrido en
riesgos tan evidentes de vida y alma. CAPÍTULO
VI De
algunas mudanzas de oficios que tuvo en este tiempo, desde veintidós hasta
treinta años, y los varios lugares en que estuvo, con sucesos notables. Desde Burgos vino a Madrid,
y entró a servir en el Hospital Real de la Corte, y se ejercitaba con mucho
gusto en asistir a los enfermos; pero con los oficiales del Hospital se
mostraba con alguna entereza, porque era muy preciado de valiente y le parecía
desestimación mostrar a los demás, por recién venido, algún rendimiento.
Sucedió que otro criado de aquella casa Real le prestó unos dineros, y él se
los pagó; y estando ya pagado, se los volvió a pedir, por cuya causa se
desafiaron, y riñendo se le desguarneció la espada a Francisco, y
milagrosamente no le hirió el contrario, aunque lo intentó; lo cual fue causa
de que le despidiesen del Hospital y no permaneciese donde su natural,
verdaderamente piadoso y compasivo, por el ejercicio de la misericordia, podía
llegar a conseguir otras virtudes. No era el camino de su vocación, ni el que
después tomó yendo a Vallecas a aprender el oficio de albañil, en el cual duró
muy poco, y desde allí pasó a Navalcarnero, donde encontró un pobrecillo
desnudo, que le movió a tal compasión que, con el dinero que le había quedado
del viaje de Castilla, le vistió, sólo por amor de Dios, sin que en esta
ocasión se mezclase género de vanagloria, de que luego recibió el premio
(aunque en mucho tiempo no lo llegó a conocer), y fue encontrarse en aquel lugar con Fray Vicente del Castillo,
Religioso del Orden Sagrado de Nuestra Señora del Carmen, que estaba pidiendo
la limosna de la vendimia, y entró a servirle en el ministerio de recogerla.
Fray Vicente, aficionado al agrado y buen proceder de Francisco, le ofreció su
favor para ser Religioso del Carmen, cuando destempladamente se impacientó, de
manera que parecía haber recibido alguna injuria grande; tanto, que el
Religioso, viéndole tan desenfrenado en la desestimación del Sagrado Hábito, le
pidió perdón por la pesadumbre que había recibido. El obrar con esta violencia no fue natural, porque ni la
proposición lo mereció, ni el sujeto (aunque tenía tanto de mundo) era
desestimador de la virtud; pues una acción tan descompasada, o tuvo origen en
culpas antecedentes, o el demonio, al punto que oyó el nombre que había de ser
el remedio de Francisco, le destempló en furor tan atrevido y desbaratado; o
fue todo junto, porque es ilación una culpa de otras, y porque el demonio está
enseñado a perder tierra a vista de la antorcha resplandeciente del Sagrado
Hábito del Carmen. Dejó a Fray Vicente, y habiéndose venido a Madrid, entró a
servir al P. Fray Antonio Pérez, Provincial del Carmen, y también a pocos
lances le dejó; y, en fin, andaba violento en todo. Buscaba su centro, y como tenía
tantas cubiertas sobre la vista del alma, andaba ciego y no le hallaba. ¡Oh,
Señor poderoso, que no solamente nos has de dar la luz, sino que nos has de correr
la cortina para que la veamos! ¡Oh, Señor poderoso, que no solamente nos has de
correr la cortina para que veamos tu luz, sino que también has de tener
paciencia para aguardar a cuando sea tiempo de correrla! Seas bendito para
siempre. Parece que ya iba llegando el de Francisco, pues Nuestro Señor le
quiso llamar con voz más alta por el medio siguiente: Pasando por la Plazuela de la Cebada, vio reñir dos gallegos,
y, como tenía espíritu valiente y compasivo, se llegó a poner paz, a tiempo que
el uno tiraba al otro una piedra; ésta dio a Francisco en la cabeza tan grande
golpe, que le hendió el casco. Lleváronlo a curar, y luego se conoció que la
herida era de peligro de muerte. Son las enfermedades y riesgos ángeles visibles
que tratan el negocio de quien las envía, y con el quebranto de la porción
terrestre sube de punto la espiritual. Francisco, conociendo el estado de la
herida, luego trató de confesar generalmente; y aquel que había hecho tanta
desestimación del Sagrado Hábito de Nuestra Señora del Carmen, ahora le pide
con muchas ansias a su Confesor le dé, en penitencia, que traiga siempre
consigo el Bendito Escapulario. El demonio, que no da cuartel, por no perder
pie en esta jornada incitó a una mujer principal para que, con embozo de
caridad, regalase a Francisco en la enfermedad, y, sin embargo de que era un
tronco tosco y sin desbastar, le solicitase; mas tuvo grandes ayudas del Cielo
para la resistencia, y así, en conociendo la intención, no quiso admitir regalo
alguno. La herida no daba esperanza de sanidad, y en esta ocasión le curaron
por ensalmo, y estuvo luego bueno; tratóse de darle algún dinero para que no
hubiese querella, y él, encontrando al que le hirió, cuando se recelaba no
quisiese tomar satisfacción, le perdonó sólo por amor de Dios. Si las diligencias que pone el demonio para nuestra ruina (no
mejorando él de fortuna con ella) pusiéramos nosotros (consistiendo todo
nuestro bien en apartarnos de sus lazos), obráramos con la razón y justicia que
debemos; aunque del tropiezo pasado salió mal, luego de contado le puso otro de
una mujer que intentó su amistad por lograrla; y por tener en él defensa a sus
depravadas costumbres con que fue acometido, en la parte de la reputación como
hombre de valor, y en la parte de la flaqueza como hombre, no quiso admitir
esta amistad, y la tal mujer, haciendo empeño por el desaire recibido para
vengarse, dispuso un regalo bien confeccionado y se lo envió disfrazado con
muchas caricias. Pero Nuestro Señor, o ya fuese por su inocencia, o lo que es
más cierto, por conservarle para la fábrica grande a que le tenía destinado,
puso en su corazón un recelo tal, que le obligó a no querer comerle, y a la
mañana del día siguiente le halló todo lleno de gusanos; con que declarada la
alevosía, rompió su espíritu en sumos agradecimientos a la bondad Divina, por
haberle librado de aquel veneno y de una mujer que le mataba porque le quería. CAPÍTULO
VII De
cómo estuvo en Cuenca, y pasó al Andalucía, y dio la vuelta en breve a
Castilla. Salió de Madrid nuestro
Francisco, por huir las ocasiones referidas; fue a Cuenca; y en aquella ciudad tuvo
amistad con una mujer principal, recatada y de hacienda, y por huir ésta pasó
al Andalucía; y entrando a servir en Lucena en una casa principal, luego se le
ofreció otra ocasión de una mujer de buen porte; y juzgando él que aquellas
pláticas miraban a casamiento, salió presto del engaño, porque la mujer se le
declaró que era casada, y quedó sin saber lo que haría (que aunque no era muy
devoto ni cuidadoso de su alma, sentía interiormente muchas contradicciones a
ofensas de Dios, y las evitaba algunas con su divina gracia), y en esta ocasión
logró los auxilios celestiales. Esto fue el año 1613, en el cual una noche, estando durmiendo,
tuvo un sueño, y en él le parecía que estaba en el convento de Nuestra Señora
del Carmen de Madrid, delante del Santísimo Sacramento del Altar, y que con
toda atención y reverencia miraba la Sagrada Hostia. Los efectos de este sueño
fueron movérsele el corazón con gran vehemencia a dejar la Andalucía y volver a
Madrid; y no obstante que en Lucena tenía una comodidad muy ventajosa, andaba como
fuera de sí, y no podía reposar, ni pensaba en otra cosa si no era en el
convento del Carmen; tanto fue, que luego se puso en camino y vino a Madrid, y
fue al convento, y en él entró a servir al P. Fray Juan Maello; fue este
Religioso conocidamente el instrumento que tomó Nuestro Señor para la
conversión de Francisco; y se puede decir que fue hijo de su espera, y de su
paciencia, porque cada día se le sacaba el demonio, y cada día le volvía a
recibir, hasta que por los rodeos que se verán, vencidos los peligros del
mundo, logró las seguridades de la Religión. En este tiempo, estando sirviendo al P. Fray Juan Maello, tuvo
otro sueño muy profundo, y en él vio unas tinieblas demasiado densas y
obscuras, y en medio de ellas una luz como la estatura de un hombre, y aunque
durmiendo le parecía que tenía particular temor y grande asombro de aquella
luz, extrañando él en sí tal cobardía, y vio que la luz se le venía acercando,
y que de en medio de ella salió una voz y le dijo: -No temas; -y en esto
él se confortó y estuvo más en sí; y prosiguió la voz diciendo: -Soy el alma de tu amigo Silo Abalos; -y
él reconoció la voz; y prosiguió diciendo: -Estoy
en penas de Purgatorio; aconséjote que seas muy devoto del Santísimo Sacramento
del Altar.- Despertó, y quedó tan admirado de este sueño, que mucho tiempo
después de ser Religioso siempre tenía delante de los ojos esta consideración,
y le servía de ejercicio, porque formaba este concepto y decía: ¿Es posible que Silo Abalos esté en el
Purgatorio? ¿Un hombre tan buen cristiano que jamás le vi jurar, ni maldecir,
ni cosa digna de reprensión, antes con todas sus acciones, palabras y ejemplo
edificaba; hacía muchas obras de misericordia, y, aunque pobre, en lo que podía
socorría a los necesitados, quitándolo de su comida; que todos los días oía
tres Misas, frecuentaba los Sagrados Sacramentos, y todo él era piedad y
virtud? Si para éste hay Purgatorio, ¿qué habrá para mí? Los efectos que
resultaron de este sueño fueron: copiosos deseos de huir de todas las ocasiones
de pecar, ansías fervorosas de contrición y colmados frutos de devoción; ¿qué
mucho, si en esta disposición le llegó la pluvia celestial? Esto sería a fines del año 1613, y en los principios del 1614
tuvo otra maravillosa visión; ésta no pudo distinguirla si había sido en
vigilia o entre sueños, y fue: que vio un Ángel de rara hermosura que con mucho
agrado se iba acercando a él y traía una carta en la mano, y conoció,
intelectualmente, que la carta era de Nuestra Señora la Virgen Santísima; y
también conoció que era para él la carta, y que contenía estas solas palabras:
–El viernes irás allá; y con esto
desapareció la visión, la cual le dejó con un género de gozo indecible, con una
quietud de espíritu admirable, con un fervor en su corazón tan extraordinario,
que jamás le había tenido ni a su consideración había llegado; que tal se podía
tener, con una devoción tan poco extraña de la naturaleza, que le parecía que
siempre había sido, y con tal recelo de perderla, que quisiera primero dejar de
ser. ¿Más qué mucho que se trastornarse todo el hombre, y se renovasen y encendiesen
los afectos, si en aquellas solas palabras, aunque entre sombras y obscuridades
de enigmas y misterios, Nuestro Señor le señaló con la mano el puerto, fin de
las borrascas que levanta el proceloso piélago de las culpas, y principio
seguro de la conversión, del merecimiento y de la unión, como en su tiempo se
dirá? CAPÍTULO
VIII De
cómo dejó al P. Fray Juan Maello y se volvió a su oficio
de arriero, y lo que en él le sucedió. El P. Fray Juan
Maello era un Religioso muy ajustado a la observancia de su Religión, pero de
natural algo áspero y puntual. Francisco era voluntarioso y tardo en lo que
hacía, y así se desavinieron; con el dinero que le pagó de su asistencia, y con
lo que él tenía y buen crédito que siempre conservó, compró tres pollinos y se
volvió al oficio de arriero; esto era el año 1615, cuando viniendo con ellos de
la Vera de Plasencia y llegando a las viñas de Monte Aragón, una legua antes de
la villa de Cebolla, atravesó por delante de él una liebre, que caminaba con
paso tan corto, que parecía que apenas se podía menear; él, juzgando cogerla,
salió tras ella del camino, y, corriendo mucho más que la liebre, nunca la pudo
asir; y cuando se halló fatigado de seguirla, delante de los ojos y de entre
las manos se le desapareció; volvió a su camino y halló caídos todos los
pollinos que traía cargados de castaña, y cuantas veces los cargaba se volvían
a caer en tierra sin poderlo remediar. Al fin perdió la paciencia de todo
punto; y cuanto más desatinado, furioso y confuso estaba, le acometieron
pensamientos de desesperación; no se podía valer consigo mismo, parece que le
ataban el entendimiento y le sujetaban y rendían la voluntad para que ni acertase
en lo que hacía ni supiese tomar forma en lo que debía hacer, cuando nuestro
Señor fue servido de darle conocimiento de que era tentación. Entonces,
rompiendo en un suspiro nacido de lo íntimo del alma, dijo: -Virgen Santísima,
favorecedme, que padezco violencia; y pues no sé lo que hago ni lo que digo,
responded a mis enemigos por mí. Más presto bajó el socorro que se pronunció la petición; y
hallándose de repente con quietud y serenidad, levantó los ojos al Cielo y vio
en el aire formada una Cruz que entonces reverenció como a quien le había
valido en tan gran aflicción, y después como por empresa, por abogada, y por
instrumento de su bien, de su conversión y de su penitencia. Siempre se persuadió a que el demonio en figura de liebre le quiso
ir descomponiendo para introducir en su pecho con el suceso siguiente el lance
de la desesperación; pero la Reina de los Ángeles, cuyo hijo había de ser, le
dio el socorro y la invocación con que puso toda la costa. Considerando lo que había sucedido, le pareció que no le
quería Dios en aquella ocupación; y luego que hubo vendido las cargas de
castañas, vendió los pollinos y se volvió en busca de su P. Fray Juan Maello,
persuadido de que le quería bien y aconsejaba mejor, el cual le volvió a recibir,
mostrándole que no fuese tan voluntarioso, que era de donde le venía todo el
daño. Sirvióle en esta ocasión por muchos días con tanto rendimiento, que
admiraba la mudanza de su natural. Con el trato y con el ejemplo se fue
aficionado mucho al Sagrado Hábito de Nuestra Señora del Carmen, con gran
confusión de su alma de que antes le hubiese menospreciado. El P. Fray Juan Maello estaba enfermo de ordinario, y en su
celda no se había de tratar sino de perfección y de servir y agradar más a
Nuestro Señor, y así en ella se juntaban algunos Religiosos que trataban de
espíritu; Francisco, como siempre asistía en la celda, atendía con mucho
cuidado a estas pláticas; y viendo lo que significaban aquellos Padres, la
importancia de la oración, del rendimiento de la voluntad, de la mortificación
de los sentidos, del conocimiento de sí mismos, le dio Nuestro Señor un impulso
y toque en su alma, con que conoció que era un hombre perdido y que había
malbaratado su vida, y que, habiendo de encaminarla a conseguir el alto fin
para que fue criado, se había empleado toda la vida en tomar contrarios caminos,
y de estos pensamientos le resultó el irse ensayando en algunos ejercicios
virtuosos. Ayunaba tal vez, tomaba alguna disciplina y forcejeaba a meter por
razón su natural indómito; recogíase a tener oración vocal, y en este sentido
entendía lo que oía hablar de la grandeza de la oración, porque la mental no la
conocía. Todo estaba bien para ir empezando, pero el trabajo era que había de
salir de casa forzosamente, con que en un instante se perdía todo lo adquirido;
y como este árbol era tan tierno, el cierzo de la calle le abrasaba luego, y
así Francisco se hallaba devoto en casa, inquieto de fuera, partido el corazón,
mitad al alma y mitad a los sentidos. CAPÍTULO
IX En
que prosigue la materia del antecedente con un caso particular y firme resolución
de hacer nueva vida. Era Francisco un campo de batalla, todo le hacía fuerza; como
el afecto venía, se le llevaba tras sí; cuando se aplicaba a la consideración
de los bienes espirituales y eternos, le hacían tal fuerza, que quisiera
entregarse todo en los medios de conseguirlos; cuando se apoderaba de él alguna
tentación, caminaba sin freno. Tomó una vez un libro de oración del P. Maello y
se movió con él a retirarse a tenerla (siempre vocal), y la acompañaba con
algunos ayunos y retiros de lugares que le solían ser ocasión de culpas. El
enemigo de todo bien, mientras le veía más determinado, le ponía más fuertes
lazos en que cayese. Sucedió que, yendo un día a una casa con determinación de
cometer una culpa grave, deshonesta, reparó acaso en una Imagen de Nuestra
Señora que estaba en el camino, y dándole entonces la Divina Majestad
consideraciones de la pureza de aquella Santísima Señora, Madre suya y nuestra,
que bastaran a rendir el corazón más de piedra, como caballo desbocado se
arrojó al precipicio, queriendo proseguir en su intento, cuando un Religioso
del Carmen le llamó y le llevó consigo al convento, ocupándole en negocio del
Religioso a quien servía. Parece que andaba Nuestro Señor con Francisco como un
buen padre a quien se le ha ido un hijo de casa, que, viéndole que huye de él,
le va tomando las calles para atraerle; y para persuadirle a que no se pierda,
se vale de otra persona que debe montar menos que él, porque en un perdido
suele hacer más fuerza lo que no lo debe hacer; así hoy se porta Dios con
Francisco, pues no bastando los respetos divinos, logran el fin los embarazos
humanos. No sosegaba el enemigo, volviendo a representarle la misma
ocasión al día siguiente, volviendo Francisco por los mismos pasos a caminar a
la misma ofensa y volviendo Nuestro Señor a ponerle delante la Imagen de su
Santísima Madre con las consideraciones de la pureza, de la más pura entre
todas las puras criaturas; con que volvió en sí (quedando más fuera de sí) de
lo que le había sucedido, sin acertar a moverse a una parte ni a otra; y entre
obscuridades y confusiones, rémora su entendimiento de sus pasos, se halló con
la claridad de la luz que le había bañado todo, apoderándose de él tal, que
volvió las espaldas a la culpa para no tornar a hacerla rostro jamás; y
ponderando la ofensa que iba a cometer y las circunstancias de la ofensa, se
fue al convento, y retirándose a la Capilla de Santa Elena, delante de un Santo
Cristo con la Cruz a cuestas, considerando que el peso de ella era el de sus
culpas, postrado en tierra y regándola con arroyos de lágrimas y actos de
verdadero amor y penitencia, volviendo a mirar a este Señor y con la luz que
dio a su entendimiento su divina gracia (obrando ella en él más que él en sí),
entre sollozos y suspiros, dijo de esta manera: -Señor, yo soy un
bruto, y como tal he vivido, perdiéndoos el respeto tantas veces como he repetido
vuestras ofensas: no miréis a mi corta capacidad, sino suplidla, y atended a
los afectos con que os habla mi corazón. Señor,
siendo Vos Dios y yo polvo y ceniza, me he atrevido a Vos, quebrantando todos
vuestros Mandamientos, no aprovechándome de todas vuestras santas
inspiraciones, malbaratando todas las dotes naturales, faltando con ellas a
vuestro amor y reverencia, apartándome de Vos y convirtiéndome todo a las
criaturas. Yo, que debía, por ser Vos quien sois, alabaros y bendeciros con
cada respiración, y por las misericordias que me habéis hecho estar rendido a
los movimientos de vuestra voluntad en perpetuos agradecimientos, jamás ocupé
la memoria ni detuve la atención en los beneficios que me habéis hecho como
Criador y Redentor, ni en el que espero me habéis de hacer como Glorificador;
antes, ingrato y desconocido a tantas mercedes, toda mi vida la he empleado en
borrar la hermosura que pusisteis en mi alma con la Fe que recibí en el
Bautismo y con la divina gracia, y tantas veces con vuestros Santos
Sacramentos; parece que andamos a porfía: Vos, siendo Dios, a llover en mí
gracias y adornos; y yo (siendo un vil gusano), a desestimarlos y a arrojarlos
de mí. En fin, Señor, por lo infinito de vuestro Ser, y de vuestro poder y de
vuestra clemencia, no habéis apartado de mí vuestro rostro para siempre, según
yo lo he merecido tan sinnúmero de veces; antes, sin causaros horror lo feo de
mis culpas, conozco con la luz que me estáis dando que queréis venir a mí y
habitar en mí, no como huésped, sino como Señor propietario, haciendo mansión
eterna. Yo os prometo,
Señor, que en mí no ha de habitar nadie más que Vos, que sois mi Dios y habéis
de ser todas mis cosas; y para que halléis desembarazada la casa, desde luego
renuncio todos mis pecados, todos mis afectos, todas mis pasiones, todos mis
cuidados, todos mis sentidos, todas mis inclinaciones, y hasta a mí mismo me
renuncio para ser con Vos y por Vos otro nuevo hombre. Clavad, Señor, en esa
Cruz que tenéis sobre vuestros hombros la escritura que tiene el demonio contra
mí de mis culpas, rompiéndola y cancelándola; y pues con vuestra Cruz las
traéis a cuestas, ya os puedo dar las gracias de que os olvidáis de ellas, pues
las echáis a vuestras espaldas. Y para que conozcáis que es firme mi resolución de no ofenderos, desde luego, con
plena libertad, por honra vuestra y bien de mi alma, os hago voto de castidad
perpetua; y para poderle mejor cumplir y castigar la rebeldía y contradicciones
de la naturaleza, os hago otro voto de ayunar, por todos los días de mi vida,
los miércoles, viernes y sábados de cada semana; y porque os agraden y aceptéis
mejor mis votos, nombro por mi intercesora, en este acto de tanta solemnidad, a
la Reina de los Ángeles, María Santísima, Madre vuestra y Madre y Señora mía; y
hago otro voto también, sobre la obligación que tengo a Vos y a Ella, de traer
toda mi vida el Sagrado Escapulario de su querida Religión del Carmen. CAPÍTULO
X En
que prosigue su conversión y de cómo hizo confesión general. Estando dispuesto el corazón de Francisco, como se refiere
en el capítulo antes de éste, le aconteció, pasando por la Plaza Mayor de
Madrid, que estaba predicando un Religioso de la Compañía de Jesús, y con el
espíritu y fervor que acostumbran los Padres de esta sagrada Religión,
reprendía el vicio de la deshonestidad. Llegóse a oír el sermón, y cada palabra
era un dardo que le atravesaba el pecho, pareciéndole que aquel sermón se había
hecho sólo para él, y que hablaba Dios en la boca de aquel santo Sacerdote; y
como la conclusión fuese para la verdadera enmienda el medio de una confesión
general, y él estaba ya tocado de buena mano, se resolvió a buscar oportunidad
de hacerla, eligiendo por su confesor al mismo Padre que había oído predicar.
Con esta determinación se volvió a servir al Padre Maello, y viendo que con su
ocupación se le iba pasando un día y otro sin hacerla, hizo promesa a Dios de
no comer más que pan y agua hasta tanto que hubiese hecho confesión general, y
así lo cumplió; para lo cual se despidió de dicho Padre, con algún color de
respeto, sin querer declarar su ánimo, y en una casa virtuosa donde le
estimaban se preparó con tiempo suficiente para la confesión, a su modo de
entender cabal. Fue al Colegio de la Compañía de Jesús, y apenas hubo entrado
en la portería y preguntando por el Padre que predicó en la Plaza tal día,
cuando le puso el portero con él e hizo
su confesión general, quedando muy contento. En la Compañía de Jesús, ni se
diferencian las personas, ni el tiempo, ni la ocasión para que se deje de
cumplir con su instituto. ¿Quién entró buscando remedio para su alma que no se
le franqueasen las puertas? Todos están siempre para todos. ¡Gracias os doy,
Señor, de que me criasteis en vuestra Iglesia, y también de que para ser
doctrinado en ella me criasteis a tiempo que ya habíais enviado la Compañía de
Jesús al mundo! Francisco, habiendo hecho confesión general muy a su
satisfacción, se volvió otra vez con su Padre Fray Juan Maello, el cual le
quería bien y sabía su verdad, fidelidad y cuidado, y que era hombre principal;
atribuía sus defectos a su corta capacidad, y así le volvió a recibir en su
servicio, admirándose de ver su mudanza y verle tan rendida la voluntad, que es
lo que más extrañaba, y que sus pláticas eran todas en orden a aprovechar en la
virtud; y así, por conseguir su perseverancia y por apartarle de los lazos que
los mozos ellos mismos se echan para ahogar la vida del espíritu, trató de
casarle con una hija de confesión, mujer honrada y principal y que tenía
algunos bienes de fortuna, y que persona de más comodidades que Francisco lo
tuviera a mucha suerte. Propúsoselo, y como si le hubieran hecho alguna
sinrazón, se sobresaltó, y por no dejar sin respuesta al Padre Maello le dijo,
con grande destemplanza: - Sólo una
esposa espero tener, que jamás se ha de morir, y a ésta he dado la palabra;
quiera Dios que sepa cumplirla. Quietóse, y al Padre Maello, con buenas
palabras, le procuró dar a conocer sus intentos, aunque por rodeos, de que el
Padre hizo poco caso, porque conocía bien sus mudanzas; pero viendo que
perseveraba en sus buenos propósitos, le aconsejó que acabase ya de resolverse
a tomar estado y eligiese el más conveniente a su natural, porque el modo de vida
que tenía era muy arriesgado. Francisco tenía muchos impulsos de pedir el Santo
Hábito del Carmen; pero el demonio le hacía fuerte guerra, con capa de humildad
falsa, persuadiéndole a que era indigno de él, pues le había despreciado, y la
tentación no le daba lugar a que tuviese atrevimiento de pedirle. Volvía a
considerar los riesgos del mundo, y que el que no hace mucho aprecio de ellos
para excusarlos, muere a sus manos; y así se determinó de ir al convento de la
Victoria de Madrid a pedir el Santo Hábito de San Francisco de Paula, pareciéndole
sería fácil conseguir este bien en aquella Sagrada Religión, porque en ella no
se sabía que él había desestimado el estado Religioso, y porque allí había
muchos sujetos de Mora, su patria, que tenían mano en el Gobierno, y conociendo
su calidad y sus buenos deseos le ampararían para que consiguiese la dicha de
ser admitido en tan Santa y ejemplar Familia. Todo este discurso iba muy puesto
en razón, y los medios eran proporcionados, si no lo embarazara determinación
superior que, como si todo fuera al contrario, luego que se hizo la proposición
se desvaneció el intento; y Francisco, resuelto a tomar forma de vida por el
estado Religioso, y que en el Carmen, respecto de su indignidad, no podía ser,
volvió a dejar al Padre Maello para intentar su fortuna en otra parte. CAPÍTULO
XI En
que prosigue con raros suceso la determinación de ser Religioso. Entró a servir en el Colegio de Atocha al Venerable Padre
Fray Domingo de Mendoza, del Sagrado Orden de Predicadores, varón de singulares
virtudes, hermano del Ilustrísimo Señor Don Fray García de Loaysa, Cardenal
Arzobispo de Sevilla e Inquisidor general. Allí fue estimado por su verdad y
buenos respetos, a quien sirvió cuatro meses. Sucedió que estando una noche
solo encendiendo un velón, sin que hubiese otra persona en la celda, oyó una
voz exterior que le dijo: -Francisco,
Francisco, Francisco, date prisa, date prisa, date prisa. Causóle mucho
cuidado, porque no sabía lo que fuese, y sólo sabía de cierto que no había
quien se la pudiese dar, y le pareció que la inteligencia de aquella voz era
que se diese prisa a entrar en Religión. Esta misma voz, por tres noches
continuadas, le llamó con la misma formalidad; y en la última le causó tal
temor, que no podía sosegar y andaba consigo mismo violento; con que en
amaneciendo se fue al Padre Fray Domingo, y sin declarar motivo alguno le dijo: -Vuesa Paternidad me haga decir tres Misas
a la Santísima Trinidad, y me encomiende a Dios para que no vuelva
atrás en lo comenzado. Dicho esto, le dio un real de a cuatro, que era todo
su caudal, y sin más urbanidades, ni hacer cuenta del tiempo que le había
servido, le dejó; y como todo esto fue tan sin modo, el Padre Fray Domingo
juzgó que le había dado algún accidente. Desde allí, valiéndose de personas de
autoridad, volvió a los Padres Mínimos, y mientras más medios ponía, más cierta
hallaba su exclusión; con que desengañado, se fue a los Padres Carmelitas
Descalzos, y al Padre Provincial le pareció muy bien y quedó muy contento,
porque lo robusto del natural ayudaba mucho para que obrase bien en cualquiera
ocupación que la obediencia le emplease, y él salió muy consolado; y volviendo
otro día por la licencia para recibir el Santo Hábito, oyó la misma voz que le
había hablado, que le dijo: -No es aquí.
Y aunque hizo reparo, entró a hablar al Padre Provincial y le halló totalmente
mudado; con que no tuvo efecto su pretensión, y con que entró en consideración
que aquella voz, pues tenía tal eficacia, era Divino Oráculo, y que con negarle
lo que pretendía le consolaba; pues diciendo que no era allí, le daba a
entender que era en otra parte; con que se resolvió de ir a la Cartuja a ver si
era el camino por donde Nuestro Señor le llamaba; y caminado al convento, iba
pensando en la importancia del negocio a que iba, y oyó segunda vez la voz que
le dijo: -No es aquí; con que rendido
a la voluntad Divina, se volvió a Madrid sin llegar al convento; y pasando por
San Bernardino, que lo es de Descalzos de nuestro Padre San Francisco, entró en
consideración si sería para aquel Santo Hábito su llamamiento, aunque su
inclinación siempre era al Carmen de la antigua observancia; si bien éste le
parecía no podía ser, pues él le había despreciado, y no obstante, se vino al
Carmen de Madrid y asistió algunos días al P. Fray Antonio Pérez, a quien en
otra ocasión había servido; pero andaba con notables inquietudes, sin tener rato
de sosiego, vacilando en qué hábito tomaría y resolviéndose que tomaría
cualquiera en que le quisiesen, pues sería esa la voluntad de Nuestro Señor. En
este tiempo se le ofreció una visión, que ni supo bien lo que quiso dar a
entender, ni tampoco se afirmó en si era imaginaria o intelectual; sólo le
pareció que se le había ofrecido pensamiento de ir a San Bernardino y
declararse con el Padre Guardián, y luego lo puso por obra. El Padre Guardián
recibió bien la proposición, y le dio carta para el Padre Provincial, que
estaba en Cebreros, el cual, habiéndola visto, le dijo: -Que para Lego no le había de recibir, pero para el coro le recibiría.
Francisco se allanó a todo por los ardientes deseos que tenía de ser Religioso;
y también, pareciéndole que aquella visión que no supo entender le instaba a
que éste debía de ser el camino; y es verdad que no la entendió, y que su
Divina Majestad, a los muy experimentados en su trato y amistad les suele
encubrir, por sus altísimos fines, la declaración de sus luces y avisos, cuanto
y más a los bisoños; y así fue en esta ocasión, porque en virtud de las órdenes
del Padre Provincial y acuerdo tomando con el Padre Guardián, compró el sayal
para su hábito y le llevó a San Bernardino, y el Padre Guardián hizo que allí
se le cortasen, y se le entregó para que le llevase a coser y volviese a
recibir el Santo Hábito de nuestro Padre San Francisco; y estando todo ajustado
y prevenido, al salir del convento a ejecutar lo referido, la voz que otras
veces le había hablado le dijo: -No es
aquí. Apenas la oyó cuando, cayéndosele el sayal de las manos, le ocupó
todo un sudor frío, y faltándole la respiración, llenos de lágrimas los ojos,
que lo eran de sangre en su alma, mirando al Cielo, dijo: - ¿Señor, si no me entiendo a mí, como queréis
que os entienda a Vos; si la grandeza de mis culpas os obliga a castigarme,
para que estando viéndoos no os vea, y oyéndoos no os oiga? Por esto es
infinito el número de vuestras misericordias; mi rudeza, viéndoos hablar en
sombras y en misterios, se equivoca y llega a dudar si es vuestra la locución;
pero vuestros caminos, aunque no son comprendidos, siempre son justos y santos,
y no importa que yo entre ciego en ellos; si confío en Vos, me alumbraréis.
Tengo esperanza firmísima que quien me guía en el viaje que no he de elegir, me
tiene que guiar en el que he de elegir, para que, apartado del uno y siguiendo
del otro, o vivo o muerto, siempre sea vuestro. CAPÍTULO
XII En
que prosigue la misma materia. Desengañado de que tampoco era su vocación para el Orden de
nuestro Padre San Francisco, dio el sayal para que se hiciese el hábito y se
diese de limosna para enterrar un pobre, y se fue a Alcalá en ocasión que se
hacían fiestas al glorioso San Diego, y mientras duraron estuvo en el convento
del Carmen, donde tenía muchos Religiosos conocidos por la asistencia que había
tenido en el de Madrid. En esta ocasión se trató entre todos que pidiese el
Hábito del Carmen, que se le facilitaría mucho, respecto de que todos le
conocían y querían bien; y aunque la tentación de no pedirle, porque no le
merecía, respecto de haberle
desestimado, le hacía fuertes repugnancias, no obstante, se determinó a pedirle
al P. Maestro Fray Juan Elías, que se hallaba en Alcalá. Vino a Madrid, y con
tal intercesor se persuadió de ganar la voluntad del Padre Provincial, como
sucedió; y desechadas ya las dificultades de la tentación, y saliendo bien lo
que se obraba contra ella, cada hora que se tardaba en recibir el Santo Hábito
le parecía un siglo. El Padre Prior de Madrid hizo pretensión de que le tomase
en su convento; pero la licencia del Padre Provincial era para que se le diese
en Alcalá, y con ella fue recibido en 2 de febrero de 1617, día de la
Purificación de Nuestra Señora. El gozo con que se
halló no se puede decir, ni imaginar, porque le pareció que ya había llegado el
fin de su peregrinación. Callen todos los deseos conseguidos de pretensiones
humanas, con el que tiene un alma cuando goza de los medios que encaminan al Sumo
Bien. El Padre Prior, viéndole que procedía en todas sus cosas con religión,
modestia y afabilidad, le mandó que cuidase de la despensa, y juntamente del
regalo de los enfermos. No es creíble la puntualidad y alegría con que asistía
a todo. Este año fue muy estéril, y Francisco (aunque Novicio) tenía en la
villa opinión de Siervo de Dios, y era muy compuesto en lo exterior, con que se
hacía estimar, y fue causa, al ver su proceder humilde, para que muchas
personas socorriesen al convento. Los pobres que acudían a la portería eran
muchos, y sin faltar a las ocupaciones de la obediencia, él disponía el tiempo
de suerte que los socorría a todos. Los Religiosos le estimaban y encarecían su
virtud, su agrado y asistencia: no había en aquella Familia quien no estuviese
muy enamorado de Francisco y dijese mucho bien de él a todas horas. Él estaba
sumamente contento con el Hábito y con los Religiosos; a todos los ayudaba, a
todos los servía, a todos los amaba; cuando se le representó al entendimiento
una visión, que le dio a entender que a los diez meses le habían de quitar el
Santo Hábito y echar del convento; y estando con gran tristeza y recelo para
desestimar aquella aprensión, oyó la voz que le solía hablar, que le dijo: -Francispanono es aquí. Causóle extraña
novedad ver que aquella voz, en las ocasiones antecedentes de elegir estado,
siempre le hubiese prevenido antes del empeño de llegarle a tomar, y ahora le
avisase después de tomado y estando en posesión de su Sagrado Hábito, que no
trocara él por todos los reinos del mundo; con que llanamente se persuadió a
que era tentación para perturbar la conformidad en que se hallaba y entibiarle
en el ejercicio de las virtudes religiosas, y para vencerla procuraba rendirse
con profunda humildad en el Divino acatamiento y fervorizarse más en lo que le
ocupaba la Santa Obediencia; pero nada bastó, porque había determinación celestial
en contrario; y así, luego que cumplió los diez meses que le previno la visión,
toda la Casa se le mudó, y él también se mudó con ella; empezó a ser desagradable
a los Religiosos, a proceder con tardanza en sus ministerios, a hallarse todos
mal con él, y él consigo y con todos. Los que aplaudían su virtud, ya decían
que era hipocresía; los que estimaban los socorros que por su causa hacían al
convento personas principales de la villa, decían que había sido desatino atribuir
a un Lego lo que se hacía por Nuestra Señora del Carmen; los que sentían bien
de la continua alegría de su rostro, decían que era arte y afectación; los que
reconocían que desde que asistía a la portería se hacía más limosna, decían que
daba más que lo que alcanzaban las fuerzas del convento; los que alababan la
puntualidad con que acudía a todo en la iglesia, decían que era demasiada
libertad para un Novicio; él, por otra parte, cuando había de acudir a los enfermos,
se dormía; si ayudaba a Misa, se perturbaba y no respondía a tiempo; si llevaba
aceite para las lámparas, se le caía sobre los hábitos; con que el demonio, por
permisión Divina, le traía todo desbaratado y descompuesto; él lo hacía para
arrancar aquella planta de la tierra fértil del Carmelo, y Nuestro Señor lo
permitía, para que, trasplantada en ella misma, diera mayores frutos, y para
que saliese soldado experimentado en las batallas, en que después se había de
ver, con su Divina gracia, triunfador de todas las huestes infernales. En fin,
el desabrimiento de todos crecía, y Francisco sin querer le fomentaba; con que
el Padre Prior de Alcalá, habiendo dado cuenta al Padre Provincial, y con orden
suya, le llamó una noche muy a deshora, y haciéndole poner su vestido secular,
le quitó el Hábito y despidió del convento. CAPÍTULO
XIII De
lo que le sucedió después de que le quitaron el Hábito. ¡Cuál se hallaría en la calle, y a deshora, y solo, con
acontecimiento tan inopinado, Francisco! No puede haber palabras para poderlo
significar, porque ni fue prevenido para que se enmendase, ni en su conciencia
había habido que enmendar, aunque los Padres obraron con dictamen de razón; y
fue la razón mayor el impulso del dictamen. Viéndose de aquella suerte, le pareció, y con justa causa, que
no era bien quedarse en Alcalá, y a aquella hora tomó el camino de Madrid. Al
demonio, grande acechador de los instantes, y aun de los átomos de Francisco,
le pareció buena ocasión para aventurarlo todo al suceso de una batalla,
pareciéndole que, en el caso presente, haciéndole guerra en el afecto que más
predominaba, no había fuerzas en la naturaleza para la resistencia; y así que
salió de la villa y venía por el camino de Madrid, a orillas del Henares le
quiso cerrar por todas partes los socorros, para obligarle a una desesperación,
proponiéndole que ningún hombre sobraba en el mundo sino él; que el único
remedio que le había quedado por intentar era el de la Religión, y ese, por su
culpa, le había malbaratado, y justamente habían echado de ella a un hombre tan
indigno; que mirase en cuántos oficios no había cabido, qué auxilios no había
atropellado, qué pecados no había cometido ni qué confianza le quedaba a un
hombre que había negado tres veces a su padre y con una desobediencia tan
escandalosa le había desamparado; y así que, para estorbar los baldones que
había de tener, el acto más heroico y de reputación que podía intentar era
echarse en el Henares, para que de una vez dejase de ser testigo de sus
afrentas, y de hombre tan infeliz tuviese fin la memoria. Todas estas cosas
forcejeaban a apoderarse del entendimiento y de la resolución de Francisco, y
todas tenían bastante fuerza para atropellarle, si él de su voluntad se hubiera
puesto en aquel estado; pero como Nuestro Señor, por sus soberanos motivos, le
puso en él, en él le socorrió; dándole claridad para que, con la divina gracia,
rompiese su voz, diciendo: - “Todas esas culpas
son mías, pero ¡válgame la Sangre de Jesucristo y la intercesión de su Madre!”
– con que el que no pudo desatar los
lazos, los rompió, y su enemigo, a este bote de lanza perdió tanta tierra, que,
dejando la guerra de la vida y del alma, la convirtió en la de las aflicciones
del cuerpo, contentándose por entonces con cualquier género de venganza. Francisco, por el camino de Madrid (ilustrado cada instante
más su entendimiento), venía diciendo: -“Nunca
he conocido tanto mi corta capacidad como ahora. Quisiera saber de qué me
acongojo. ¿Por ventura yo he de huir las manos del Altísimo ni vivo ni muerto?
¿Por ventura se hace nada sin su voluntad? Pues a mí sólo me toca el no cometer
pecado, y por la bondad de Dios, desde que hice la confesión general última
juzgo que grave no le he cometido: que caigan rayos del Cielo y me hagan
ceniza; que la tierra se abra y me reciba en su centro; que la Religión me
arroje de sí; que sea el desprecio y abatimiento del mundo; que viva en
perpetua deshonra; que sea afligido en cuerpo y alma, ¿qué importa todo, si en
ello no interviene pecado? Concédame Dios el que yo esté en amistad suya, y
cáiganse los montes sobre mí y el Infierno se conjure sobre mí, pues yo no debo
temer sus penas en comparación de mis culpas” Con estos celestiales
sentimientos vino caminando a Madrid y, habiendo ya amanecido, entró por la
Puerta de Alcalá; y estando descansando y discurriendo la vereda que había de
tomar, el demonio, que no le perdía de vista procurando hallar ocasión de
vengarse de él, dispuso que unos aguadores, sobre quién había de llenar en una
fuente primero, se trabaron de pendencia; Francisco, como naturalmente era
caritativo y nada cobarde, se llegó a ponerlos en paz, a tiempo que uno tiró
una piedra, la cual le dio en una sien, hiriéndole de peligro; al ruido y voces de los aguadores y gente que se
llegó acudió la justicia, y prendió al que tiró la piedra; Francisco se les
hincaba de rodillas, bañado el rostro en sangre, pidiendo por amor de Dios que
no prendiese a aquel pobre hombre que a él le había herido casualmente, sin
querer herirle. Los alguaciles porfiaban en que se fuese a curar y en llevar su
preso, cuando también, al mismo ruido, se llegó el P. Fray Juan Maello, que
aquella mañana (como andaba siempre achacoso) había salido a hacer ejercicio; y
viéndole herido y en aquel hábito, le extrañó todo; y usando de su acostumbrada
piedad, le hizo curar, asistió a la cura y luego se le llevó consigo al
convento del Carmen. CAPÍTULO
XIV De
lo que le sucedió en su enfermedad, y varias ocupaciones en que se volvió a
ejercitar. El suceso antecedente de haberle quitado el Hábito en el
convento de Alcalá, parece que pedía que se apartase del comercio con
Religiosos del Carmen, porque es muy propio de nuestro natural huir de lo que
le puede ser desdoro o vergüenza; y también pedía que los Religiosos no le
admitiesen, o se excusasen de comunicación con él, por no darle en rostro con
su poca perseverancia por traer un género de desestimación consigo el defecto
ajeno conocido, pues nadie se había de persuadir a que sin culpa suya se había
hecho tal demostración, y el mirar con algún desaire la imperfección que se
tiene delante de los ojos es muy propio de nuestra naturaleza; que aun a vista
de muchas perfecciones siempre se va la vista, y tras ella el reparo, o a lo
que es digno de nota, o a lo que es menos perfecto, como cuando se mira una
hermosura muy cabal que tiene un lunar, y la vista no acierta a apartarse de
él, porque es imperfección. No sucedió así con Francisco y los Religiosos,
porque él los miraba como a hermanos, y ellos le asistían a él en la curación
de su herida con el propio amor que si conservara el Sagrado Hábito de la
Virgen. En esta ocasión de su enfermedad, el demonio, que no perdía
tiempo, dispuso que una mujer principal y de caudal, con quien había tenido
amistad en Cuenca, en esta ocasión hubiese venido a Madrid y llegase a saber
que estaba herido y en el Carmen, la cual hizo empeño por todos los caminos
posibles de sacarle a curar a su casa; y viendo que ni por recados ni por papeles
tenía respuesta, se valió de un Religioso del mismo convento, diciéndole que
Francisco había de ser su marido, y que de esta resolución no le habían de
apartar ni parientes, ni amigas, ni el saber que era pobre, ni las indecentes
incomodidades en que había vivido, que todo lo sabía; y que, supuesto que el
Religioso conocía su calidad y hacienda, hiciese este bien a Francisco de
declarárselo de su parte para que tuviese efecto resolución tan justa y
honesta. El Religioso se lo propuso; y cuando imaginó que le diera los debidos
agradecimientos a una proposición de donde le resultaba conveniencia, la
respuesta fue tan ajena de la que se esperaba, que el Religioso no volvió a
hablar más en aquella materia. Lo que el demonio perdía en él con los pensamientos
que le traía continuamente a la imaginación, lo ganaba en la mujer con las
perseverantes instancias que a todas horas y por todos caminos hacía; y fue tal
su obstinación en esta parte, que aun después de muchos años de Religioso le
sirvió de instrumento en Cuenca para que lograse una de las mayores victorias
que hombre jamás alcanzó, como en su tiempo se dirá. A un mes de enfermo se levantó, convaleciente de su herida, y
siempre perseveraba la mujer en que le había de llevar a convalecer a su casa;
y le tenía cogidos los puertos de tal suerte, que con nadie hablaba que no le
dijese que hacía mal en no admitir un partido tan ventajoso y encaminado a buen
fin; pero como sus intentos eran otros, se puso en manos de Nuestro Señor y de
su Madre Santísima del Carmen con profunda resignación; y lo que resultó de
esta humilde y segura conformidad fue que, con licencia del Padre Maello y de
los Religiosos amigos, se salió huyendo de Madrid, pareciéndole que a incendios
de esta calidad, el que no pone tierra en medio confía en sí, y el que se
confía en sí (como fabrica en falso) es fuerza que se pierda. Partió de Madrid,
y anduvo por algunos lugares, hasta que llegó el tiempo de la siega, y en ella
adquirió setecientos reales. Sucedió que, estando en un lugar, oyó a un hombre
que estaba dando lastimosas quejas, diciendo: Que no había piedad en el mundo, pues otro, a quien debía ochocientos
reales, pudiendo irlos cobrando a plazos, le sacaba por justicia una recua que
tenía, con que le dejaba sin remedio a él, y a su mujer y a sus hijos, pues con
ella era con lo que ganaba de comer para toda su casa. Condolióse Francisco
de aquella lástima, tan puesta en razón, y llegándose al acreedor, le dijo: Que tomase luego setecientos reales, y
aguardase por los ciento, que no era bien dejar una casa perdida donde había
mujer e hijos; y le entregó los setecientos reales que él había ganado con
mucho sudor y mucho tiempo; y volviéndose al hombre, que estaba admirado de lo
que le sucedía, le dijo: - Amigo, ya es
suya la recua; si en algún tiempo pudiere y quiere pagarme, lo haga, que yo voy
muy contento de haber servido a Nuestro Señor en algo; y desde allí fue a
Villamuelas, en casa de un pariente suyo, donde fue muy bien recibido, y con
quien comunicó todas sus tragedias, el cual, lastimado de su poca dicha, y
reconociendo que su corta capacidad ayudaría mucho a su corta ventura, le dio
una cantidad de dinero para que se socorriese mientras disponía algún modo de
vida. Francisco, estimando la dádiva (como era razón), lo recibió y se fue a
Ocaña, y desde allí a Cuéllar, pareciéndole que sería bueno volver a trajinar.
Como no era el camino determinado, a pocos accidentes que le sobrevinieron se
halló sin el embarazo del dinero y pobre y desvalido como de antes; entró en
cuenta consigo, y como eran tan grandes los afectos que tenía a la Religión,
reconoció que, para conseguir esta dicha, no tenía medios proporcionados, sino
al Padre Maello y a los Religiosos amigos del convento del Carmen de Madrid, que
le conocían; y así luego se puso en camino, viniendo por él formando un
concepto que a toda discreción humana parecerá sin términos y desbaratado, y a
él le valió hallarse en la Religión, y con ella todos los colmos de virtudes y
gracias a que Nuestro Señor levantó su espíritu. CAPÍTULO
XV Del
extraordinario camino que halló para volver a ser Religioso del Carmen. Era
Francisco (aunque de natural rústico) hombre que, en llegando a tratar cosas virtuosas
y espirituales, disimulaba el poco talento y todo lo que era en orden a su
alma, y llegarse a Dios le hacía mucha fuerza; y así, cuando discurría con el
dictamen de su natural, en lo que pide alguna disposición humana, no sólo lo
erraba en la disposición, sino también en la explicación, porque se daba mal a
entender; pero en llegando a los sentimientos en que rompía su espíritu, o para
la execración de las culpas, o para la deprecación de la divina misericordia, o
para la intercesión de la Reina de los Ángeles (con quien en todos tiempos tuvo
cordial afecto), entonces lo que hablaba era a tiempo y con estilos; era
propio, abundante y devoto; y así por el camino para Madrid venía discurriendo
en el único negocio que tenía, que era disponer su vida temporal de suerte que
le fuese instrumento para la eterna en el cumplimiento de sus votos, a que
nunca faltó, y principalmente en qué estado había de ser el suyo. Por cualquier parte que echaba, parece que tenía un ángel
delante con una espada que le embarazaba el paso, y sólo cuando pensaba en ser
Religioso del Carmen se le allanaban los caminos. Bien es verdad que,
considerando el tiempo que fue Religioso en Alcalá, y que estando con mucha paz
de su alma tuvo locución de que no era allí en aquel convento, y que ahora, en
esta ocasión, se le ofreció un discurso con más claridad al entendimiento, que
le dio a entender que aquella voz era de Dios, y que bien podía ser su vocación
para aquella Religión y no para aquel convento; y que por esta causa, en las
demás Religiones que pretendió, la voz le alumbró antes de tomar el hábito, y
en la del Carmen después de haberle tomado, con que se persuadió a que no había
duda que Nuestro Señor quería servirse de él en la Religión del Carmen. A esto
ayudaron los efectos que se siguieron en su alma, porque luego que le fue dada
esta inteligencia se halló en un mar de gozos y en una quietud sobrenatural; y
así luego se puso a considerar medios por donde poner en ejecución el volver a
tomar el Hábito Sagrado de la Virgen del Carmen. Hasta aquí parece que obraba
en la distinción que dimos de Francisco lo espiritual y lo devoto, y desde aquí
lo natural. Parecióle que era cosa muy proporcionada y puesta en razón
echar rogadores para que supliesen con su autoridad lo que a él le faltaba de
merecimiento; y pensando en quién podía ser medianero de más respeto y de más
autoridad, le pareció que ninguno lo haría tan bien como el Rey; y esto le hizo
tanta fuerza, que apresuró el viaje para venir a echarse a los pies de Su Majestad
para que mandase que le recibiesen por Religioso del Carmen en otro convento
que no fuese el de Alcalá. En estos discursos se le pasó el camino y llegó a Madrid; y
aguardando a que fuese día en que el Rey saliese a la Capilla, llegó el primero
de fiesta, y muy prevenido de razones se fue a Palacio, con una seguridad más
dichosa que fundada, en busca del Rey; subiendo la escalera de Palacio, al
llegar al último escalón vio que venía un caballero con muchos criados de hacia
el cuarto por donde el Rey sale a la Capilla, y repentinamente se le ofreció al
entendimiento que para intercesor bastaría aquella persona de tanta autoridad,
y sin más advertencia ni reparo se echó
a sus pies diciendo que no se había de levantar de ellos sin que primero le ofreciese
de ampararle con los Religiosos del Carmen para que le recibiesen por Lego de
aquella Religión. El caballero, admirado de caso tan extraordinario, juzgando
al principio si en aquel hombre era enfermedad aquella demostración, le dijo
que en ningún convento podía ser él medianero para tan santo propósito como en
el Carmen, porque en él tenía muchos amigos; y haciéndole algunas preguntas,
reconoció que aquel impulso era nacido de un amor fervoroso a la Religión; con
que se resolvió de ir al convento y le mandó que le siguiese. Llegaron a él y a
la celda del Padre Provincial, el cual dijo al caballero después de haberle
oído: -Señor
mío: en casa todos queremos a Francisco muy bien, y en el convento de Alcalá
tuvo nuestro Santo Hábito por diez meses, pero al fin de ellos todos los
Religiosos se hallaban disgustado con él por causa de que era puerco y tonto, y
yo, por concurrir a su dictamen, le mandé quitar el Hábito, creyendo que,
habiéndole ellos experimentado aquel tiempo, no convendría, pues Religiosos de
virtud y celo así lo significaban; pero él, en lugar de apartarse de nosotros,
no hace sino tomar diferentes veredas y luego se nos vuelve a casa; donde
reconocemos su verdad y buen trato, y que es hombre bien nacido y nunca se le
ha hallado cosa que desdiga de su sangre. El caballero (que entonces no se atendió
a hacer memoria de quién era y ahora no se puede averiguar), dijo al Padre
Provincial: -Cierto
que las culpas que le ponen no son muy atroces, y que si algo se debe suplir es
esto, y los Padres de Alcalá se destemplaron rigurosamente; porque para las
ocupaciones que este hombre puede tener en la Religión, ¿qué importa que sea
puerco ni que sea tonto, si en lo que se le manda no hay repugnancia? Y cierto
que reparando en sus fervorosos deseos, cuando él no fuera para ocupación
alguna en la Religión, yo le recibiera para Santo. El Padre Provincial ofreció hacer lo que
el caballero le pedía; con que, despedido cortésmente, envió a llamar al Padre
Maello, y después de haber tratado entre los dos esta materia, dijo el Padre
Provincial a Francisco: -Mire,
hermano: él que se ha criado entre labradores; ¿sabrá dar buena cuenta si yo le
pongo en convento en que haya labranza? A lo cual respondió: -Con
el favor de Dios y de la Virgen Santísima procuraré dar buena cuenta de aquello
en que me pusiere la santa Obediencia, y principalmente en ese ejercicio,
porque es conforme a mi natural. Entonces le dijo el Padre Provincial: -Pues
prevéngase y disponga el Hábito, porque ha de ir a tomarle a nuestro convento
de Santa Ana del Alberca. CAPÍTULO
XVI De
lo que sucedió hasta tomar el Hábito en el convento
del Alberca. Cómo
se halló Francisco con la resolución del Padre Provincial, no hay lengua que lo
pueda decir; porque si en las pretensiones de mundo se apodera tanto de nuestro
corazón la alegría de conseguir, fundada en conveniencia temporal, que en su
misma exaltación es polvo y aire, en las pretensiones de Cielo ¿cómo se
apoderarán del mismo corazón los medios que conducen a conveniencias eternas? El Padre Maello, con la determinación del
Padre Provincial, le dijo a Francisco que si tenía disposición para hacer los
hábitos y ponerse luego en camino y él respondió: que no se hallaba con dineros, pero que se iría a trabajar en lo que le
saliese y todo lo reservaría para comprar los hábitos. El Padre Maello,
como hombre discreto, reconocía que su natural era mudable, y que también en la
Religión se podían ofrecer accidentes que lo embarazasen, y así le dijo: Yo saldré luego a ver si entre las personas
virtuosas que confieso puedo juntar alguna limosna para hacer los hábitos; y entretanto que yo hago la diligencia puede
Francisco retirarse a la iglesia, y ofrecerse muy de veras a Nuestro Señor,
poniéndose en sus manos con total resignación, para que en esto haga lo que más
fuere de su santo servicio. Como lo dijo, así lo ejecutó; y mientras hacía
la diligencia el Padre Maello, él se entró en la Iglesia y en el altar donde
estaba Nuestro Señor Jesucristo con la cruz a cuestas, y donde hizo los votos
referidos, hincado de rodillas, con mucha copia de lágrimas y profunda
humildad, decía:
Señor, desde que ante Vos mismo hice mis votos, bien sabéis las fortunas
que me han seguido, y que en ellas no ha tenido parte mi voluntad, y que sin
merecer vuestras misericordias me habéis traído siempre en vuestras manos
librándome de tantos peligros de cuerpo y alma. Hoy vengo a vuestra presencia a
pediros limosna; ¿qué mucho, si todos somos vuestros mendigos? Bien creo que el
celo de este siervo vuestro que con tanta caridad ha salido a hacer diligencias
para mis hábitos os ha de ser agradable, y siéndolo no puedo dudar de que todo
sucederá dichosamente. De esta suerte empezó Francisco a lograr
la tarde con su Dios y Señor, y en estas y otras amorosas jaculatorias se
estuvo hasta que, habiendo pasado poco más de tres horas, le envió a llamar a
la iglesia el Padre Maello, que venía ya con los hábitos comprados y con un
criado del mercader que se los traía, y en habiéndole visto, le dijo: -Que fuese muy agradecido a Nuestro Señor,
y supiese que a la primera persona que hizo la proposición de la limosna de los
hábitos le fue tan agradable, que tuvo a dicha el que le hiciese la petición, y
no sólo le dio para ellos, sino para las hechuras y para el viaje, y muchas
gracias de que, pudiendo valerse de otras personas, hubiese querido valerse de
él; con lo cual Francisco los llevó luego a quién los hiciese, y entretanto
el Padre Maello sacó la orden del Padre Provincial; y todo vino tan a tiempo,
que dentro de dos días (habiéndose despedido tiernamente de él, y con muy justo título, porque le debía todo
su bien) se puso en camino con sus hábitos al hombro para el convento de Santa
Ana del Alberca. Hay desde Madrid a este convento
veintiuna leguas, y con las ansias de llegar al puerto, que lo fue de todas sus
felicidades, las caminó en día y medio; y no es de maravillar no sintiese el
camino y la presteza en él, que no sabe tardanzas la gracia del Espíritu Santo.
Iba su entendimiento ocupado en celestiales meditaciones; considerábase
arrojado de la Casa de Dios y vuelto a recibir en ella. Mirábase con el Sagrado
Hábito de la Virgen, partícipe de todas las divinas influencias que esta gran
Señora reparte a los Religiosos que militan debajo de su bandera del Carmen.
Juzgábase con aquel Hábito que tantos y tan grandes Príncipes del mundo
tuvieron por su mayor felicidad el conseguirle, que procesaron tantos Obispos y
Patriarcas, tantos mártires y confesores, tantos Doctores, Anacoretas y
Vírgenes. Admirábase que a un hombre de tan mala vida se le hubiesen de
comunicar las gracias, indulgencias y privilegios que goza esta Sagrada
Religión, que parece que todos los tesoros de la Iglesia se han derramado sobre
ella en favores y beneficencias. Llegó a vista del convento, donde está
una santa Cruz que dista de él dos tiros de piedra, y estando adorándola,
hincado de rodillas y abrazado con ella, oyó la misma voz que en otras ocasiones
le había hablado, que le dijo: -Francisco, aquí es; y su alma al mismo
tiempo se halló con un consuelo interior tal, que parecía que se le habían
cubierto de suma alegría, y después solía decir que en su vida no había sabido
qué cosa era gozo cabal sino en aquella ocasión. El demonio, viéndole ya tan cerca del
convento, le acometió con diferentes tentaciones, y la principal fue decirle
que un hombre tan relajado, tan perdido y tan sin Dios, ¿por qué había de
presumir de sí que podía vivir entre tantos santos Religiosos, ni de ellos el
que le habían de sufrir? Y que ¿para qué se quería empeñar en tomar el hábito
segunda vez, si había de suceder lo que la primera? Y que antes le habían de
echar de sí con más desdoro y confusión; y así, que lo mejor era vender la
estameña y volverse; Francisco fue socorrido del Cielo, y habiendo conocido la
tentación, entró en el convento, y después de hecha oración al Santísimo
Sacramento, dio su carta al Padre Prior, y él y los Religiosos le recibieron
con tanto amor y agrado como si cada uno hubiera hecho pretensión de que
recibiese allí el Santo Hábito. CAPÍTULO
XVII De
cómo tomó el hábito, de los ejercicios del Noviciado, y su profesión. Llegó el día deseado, en que recibió el
Sagrado Hábito de Nuestra Señora del Carmen, que fue Viernes Santo, en veintinueve
de marzo de mil seiscientos diez y nueve, y en que tuvo cumplimento la visión
referida en el cap. VII, donde tuvo inteligencia que el papel que le traía el Ángel,
y decía: El Viernes iras allí, fue así, porque en
Viernes vino a la Religión, y porque diciéndose Viernes sólo, se ha de entender
en el famoso significado que es Viernes Santo, para que en él tuviesen fin sus
tribulaciones. El Padre Prior se le encargó al Padre
Superior, que le influyese en las obligaciones y estatutos de la Regla, el cual
a pocas lecciones conoció los deseos que tenía de aprovechar y agradar a
Nuestro Señor y a la Soberana Virgen María, su Madre; luego se fueron empezando
a desplegar las velas de sus fervores, para que aquel bajel, libre ya de los
escollos del mundo, navegase viento en popa los mares de la perfección, porque
era el primero en el rezo que pertenece a los Hermanos de la vida activa.
Siempre que por las mañanas la Obediencia le tenía desocupado, asistía a todas
las Misas que se celebraban en aquel santo convento. Las vísperas de jueves y domingo en que,
conforme a las Constituciones de la Orden, había de comulgar, se preparaba
estando toda la noche en oración vocal (como queda dicho), sin permitir rato
alguno al sueño, pidiendo a la Virgen Santísima alcanzase de su Hijo le diese
fuerzas de cuerpo y alma para recibirle dignamente. A esta preparación añadía
ejercicio de disciplina voluntaria, de suerte que no se entendiese aplicado por
otra razón; y así en el Adviento y Cuaresma, que, conforme a la Regla, le hay
los miércoles, él le duplicaba para cumplir con ella y con ese motivo, en lo
cual claramente echaba de ver que la Reina de los Cielos le alcanzaba lo que
pedía, porque después de haber comulgado reparaban en él los Religiosos que
quedaba por más de una hora con tal quietud, como si fuera de piedra. En todo
el tiempo de su noviciado, en los miércoles, viernes y sábados, nunca comió más
que una escudilla de legumbres, en que es fuerza que se venciese mucho,
respecto de tener complexión robusta. En este tiempo no tenía Maestro
espiritual que quitase ni que pusiese, y así cualquiera inspiración que le
parecía que era de Dios, luego la ejecutaba con increíble puntualidad. Estaba
persuadido que en el siglo pecaba en soberbia, con que para excluir este vicio
pedía por favor le mandasen acudir a las ocupaciones más humildes del convento,
hasta limpiar las caballerizas. En lo que más se esmeró este año fue en la
asistencia a los pobres en la portería; y para que tuviesen más socorro, con
licencia del Prelado pedía limosna entre los Religiosos, y con lo poco que
allegaba y su ración les hacía una olla, y a su hora salía a servirles la
comida, y antes de repartírsela les hacía rezar un Padre nuestro y un Ave María
por los bienhechores de la Religión. Luego repartía el pan, y al dársele a cada
uno hincaba la rodilla en el suelo y le besaba la mano; después con mucho
agrado y caridad les repartía la olla, empezando por los ancianos, impedidos y
enfermos, y luego a los pequeñuelos. Después de acabada la comida se hincaba de
rodillas con ellos y rezaban todos otro Padre Nuestro y otra Ave María por las
Ánimas del Purgatorio. Luego daban gracias, y después se levantaba y les
despedía diciendo: - La bendición del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo sea con todos. Amén. Corrió su año de noviciado con estos y
otros ejemplos de obediencia, humildad, mortificación y misericordia, y llegado
el tiempo de su profesión se recibieron los votos con aclamación común de los
Religiosos, que lo estimaban por humilde y obediente. El día de su profesión
(que, habiéndose dilatado por ausencia del Padre Provincial, fue en 29 de mayo
de 1620), mientras la plática que le hizo, y mientras decía la fórmula, y
después, siempre estuvo derramando copiosas lágrimas; tanto que, causando al
principio admiración a todos, después llegó a dar cuidado, y algunos seglares que se hallaron
presentes dudaban si había profesado
con falta de libertad, por algunos respetos humanos, hasta que él a todos los
desengañó, diciendo: -Que aquellas lágrimas
habían sido nacidas de la alegría que tenía en su corazón, fundada en que, a
vista de su indignidad, Nuestro Señor le había hecho tan singular beneficio;
y de allí a algunos días, cuando tuvo Padre espiritual que le gobernaba,
preguntándole por la ocasión de estas lágrimas al tiempo de su profesión, le
dijo: -¿No quiere vuestra paternidad que
me deshiciese todo en arroyos de lágrimas de contento, si me persuadí de que
estaba a mi lado derecho la Reina de los Ángeles con el Hábito de nuestra Religión, rodeada de celestiales espíritus, y
que me recibía por hijo y me daba valor y aliento para que hiciese los votos
esenciales? Y así, aunque los ojos estaban llenos de lágrimas –decía
Francisco en aquel su estilo llano, -allá en el fondo de mi corazón sentía un mar
de gozos sobrenaturales. Y así toda su vida le duró este agradecimiento a
la Virgen Santísima. Después de hecha la profesión, acordándose del día en que
recibió el Hábito, que fue Viernes Santo, en el cual el leño de la Cruz fue
consagrado, y de la Cruz que se le apareció en el aire, viniendo de la vera de
Plasencia, que fue su remedio en aquella tribulación; y de la Cruz hecha de dos
vigas, que atravesaban el pozo, donde le hallaron dormido siendo niño, y de los
votos primeros que hizo delante de Nuestro Señor Jesucristo con la Cruz a
cuestas, y de que estando adorando la Cruz, que está a vista de este convento
en que profesó, oyó la voz que le dijo: -Francisco, aquí es, pidió al Padre Prior le permitiese que, dejados los
apellidos patronímicos, él le intitulase de la Cruz, y así se lo concedió; por
lo que desde aquí adelante le nombraremos con el nombre de con que fue tan
conocido y respetado en el mundo, de Fray Francisco de la Cruz. LIBRO
SEGUNDO ------- CAPÍTULO
PRIMERO De
lo que le sucedió a Fray Francisco de la Cruz con los Religiosos luego que
profesó, y de cómo iba disponiendo su vida espiritual. Hecha la profesión, y después de haber
cumplido con sus piadosas y regulares ceremonias, y habiendo mitigado la copia
de lágrimas y afectos que sobrevinieron a ella, Fray Francisco de la Cruz se
volvió a su Religiosos y les dijo: Padres,
si vuestras Reverencias supiesen qué hombre es el que hoy han recibido en su
compañía, se admiraran de la tribulación en que Nuestro Señor les ha puesto
dando el Santo Hábito de la Virgen al mayor pecador que tiene el mundo; y
para que conociesen que no era exageración lo que decía, les refirió todo el
estado de su vida secular desde que tuvo uso de razón, manifestándoles la
necesidad que tenía de sus oraciones y sacrificios, para no ser el escándalo
del mundo y el desdoro de tan sagrada familia. Quedaron todos edificados de ver
tan sujeta la propia estimación y rendido el aprecio del mundo, y que en el día
que moría para él tuviese tan mortificadas sus pasiones y vencida la contradicción
de la naturaleza, esperando en la divina gracia que tales principios habían de
ser cimiento y base de un gran edificio espiritual. Desde la profesión hasta el año de 1624,
en que tuvo señalado Confesor que le gobernase, nunca llegó a conocer que había
oración mental, y todas sus devociones eran vocales, aunque algunas veces
rudamente mezclaba una oración con otras; y así, cuando salía a pedir limosna a
los lugares de la comarca (que era muy frecuentemente, porque el convento de
Santa Ana del Alberca, sobre ser de religión mendicante, es muy pobre), iba
meditando en los beneficios generales que recibimos de la mano de Nuestro
Señor, y solía a veces romper su espíritu en voces altas pidiendo al Sol, a las
estrellas, al aire, al agua, a los árboles y a la hierba del campo que le
ayudasen a bendecir, alabar y engrandecer a Dios. Ejercitábase, dentro y fuera del
convento, en todo lo que pertenece a los hermanos de la vida activa, cuidando
de la hacienda del campo, y especialmente, con notable puntualidad, en la
asistencia a los enfermos, así en el convento como en la villa, pues todos le
querían tener a su cabecera y reconocían que sus palabras, aunque toscas y
pocas, les daban mucha fuerza y servían de consuelo; y como era de natural tan
robusto, no sólo cumplía con lo que la Obediencia le mandaba, sino también con
lo que a sus compañeros era más trabajoso; y lo que empezó a ejecutar por
esfuerzo y buen natural, después lo convirtió en virtud heroica. A los principios del año 24, con licencia
del Prelado, eligió por su Confesor al P. Fray Juan de Herrera, Religioso de
conocida virtud y discreción, discípulo que fue del Venerable P. Fray Miguel de
la Fuente, de aquel aventajado y conocido maestro de espíritu que pudo
conseguir el nombre de Grande, que da
el Señor en su Evangelio a quien pone por obra en sí mismo lo que enseña con la
voz y con la pluma; pues siendo su vida verdadero ejemplar de contemplación y
penitencia, nos dejó en sus escritos admirables un tesoro de sabiduría
celestial, que no es otra cosa ni se puede explicar con menor ponderación aquel
libro que dejó impreso con el título de Las tres vidas del hombre; pero superfluo es (como dijo San Jerónimo de las obras de
San Cipriano) dilatarnos en significar sus luces, cuando las mismas obras son
más claras que el Sol; busque aquel libro quien le pareciere exageración lo
dicho, y en habiéndole leído, formará juicio de mi cortedad en ponderarlo.
Digo, pues, que el Confesor de nuestro Venerable Hermano fue discípulo de aquel
gran varón, que fue la veneración y respeto de la Imperial Ciudad de Toledo; de
aquel hombre casi celestial, que tan frecuentemente gozaba coloquios divinos,
siendo su conversación en los cielos y la consulta de todas su acciones el que
después las había de juzgar; de aquél que sujetó a la razón tanto la porción de
tierra, que se desmentía de humano; de aquel adorno, gloria y honra del
Carmelo; de aquel continuo imán de pecadores para lavarlos en las aguas de la
contrición; de aquel norte y gobierno de los temerosos de Dios, para avanzarlos
con su dirección más y más de virtud en virtud, por los inmensos piélagos de la
Divina gracia, en cuyo elogio suspendo la pluma por no ofenderle, obscureciendo
los castos resplandores de tan grande antorcha de la perfección con la rudeza
de mi estilo, y por no defraudar parte alguna al que con tantos aciertos ha
escrito y dado a la estampa su prodigiosa vida y dichosa muerte. El Padre Fray Juan de Herrera se excusó
de tomar a su cargo esta alma cuanto le fue posible, hasta que se le puso
precepto de Obediencia, con que, rendido a ella, acertó a dar principio a tan
dichosa obra en el día del glorioso Patriarca San José del dicho año, para cuyo
acierto aplicó la intención de la Misa y tomó al Santo por intercesor. Fray Francisco, habiendo entendido los
grandes bienes de la oración mental, de que por noticias estaba muy enamorado,
pidió a su Maestro con grandes ansias y fervores le pusiese en oración; él, por
satisfacer a tan justos deseos y dar principio en tan solemne día, le mandó que
después de haber cumplido vocalmente con el rezo de su obligación y devociones,
que eran a la Virgen Santísima y Ángel de su guarda, hiciese examen de su
conciencia, y después de haberse acusado ante la Divina Majestad de sus culpas
graves y leves, postrado el rostro en tierra la besase tres veces en el nombre
de la Santísima Trinidad, haciendo en cada una un acto de Fe y ofreciendo la
vida al cuchillo por esta confesión; y que después tomase en su pensamiento una
presencia de Nuestro Señor Jesucristo, o en el Pesebre, o en el Huerto, o con
la Cruz a cuestas, o levantado en ella en el Monte Calvario, aquélla con que su
devoción más se moviese; y conservando esta presencia imaginaria, dijese un
Credo, y en cada palabra de él hiciese un acto de Fe hasta acabarle, y le
concluyese con la protestación de vivir y morir en ella. Esta primera lección la practicó muy bien
y la aprendió muy mal, porque no era posible de manera alguna que él supiese ni
pudiese hacer imaginariamente presencia de Cristo; y aunque cada día diversas
veces se recogía y forcejeaba a hacer lo que su Maestro le había mandado, luego
que intentaba aplicar la memoria a cualquiera de estas consideraciones, se le
iba la imaginación a otra cosa, y él la acompañaba; por lo que peregrino en su misma casa, echaba menos el dominio de
ella. Esto duró mucho tiempo, tanto, que se veía sumamente afligido sin saber a
quién echar la culpa: o a su memoria, en que proponía y no conservaba; o a su
entendimiento, en que, conociendo, no mantenía; o a su voluntad, en que,
queriendo, no peleaba; y aunque daba quejas de su poca suerte, mostrando la
prontitud de su ánimo, el Padre Fray Juan de Herrera llegó a persuadirse que
perdía tiempo en él, considerando su mucha rudeza. CAPÍTULO
II De
lo que le sucedió sobre tener oración mental, y cómo la consiguió con grande
adelantamiento en ella, y de los embarazos que el demonio le ponía para que no
la tuviese. Después
de haberse pasado seis meses, en que Fray Francisco todos los días, y en cada
uno varias veces, se había recogido a procurar hacer presencia de Cristo, sin
haber podido aprovechar en cosa alguna, hallándose con la misma dificultad que
el primero, su Maestro, reconociendo su estado, se destempló, ya fuese con
natural sentimiento, o ya por tentación, que es lo más cierto, porque obró
contra toda regla, y le dijo: -Calle,
hermano, y no me hable en esta materia, que es una bestia; lo que puede hacer
es pedir al Padre Prior le señale otro Religioso que le gobierne, porque me
tiene con notable desconsuelo. Él entonces, con rara humildad, respondió: -No se enoje conmigo vuestra paternidad, que
yo ofrezco, siendo Dios servido, procurar hacer lo que fuere de mi parte. Esto
quedó así, y el P. Fray Juan de Herrera no permitió por algunos días que le
hablase en materia de oración, si bien no dejó de confesarle y dar licencia
para las comuniones y otros santos ejercicios, hasta que, pareciéndole que era
mucho rigor faltar a su enseñanza (aunque cada día empezase de nuevo),
principalmente cuando la voluntad estaba bien ordenada, y que en ser él causa
de cualquier desamparo de la oración tenía conocido riesgo, y que sería posible
que Nuestro Señor se agradase más en la confianza de aquel Hermano no pudiendo
entrar en oración que teniéndola, porque al hombre no le toca más que el
perseverante rendimiento, llamó a Fray Francisco y le dijo: -¿Cómo va de presencia de Cristo? A lo
cual respondió: -Como siempre, porque
nunca puedo formar perfectamente en la imaginación esta presencia; sólo esta
noche pasada me pareció, estando
rezando el Oficio de mi obligación, que a mi lado derecho me acompañaba Nuestro
Señor Jesucristo con una Cruz a cuestas, y me consolé mucho en verle, y, mirándole con los ojos del alma, me parecía que me hallaba con más atención y
devoción, y que pronunciaba lo que rezaba con más espacio y consideración.
Entonces el P. Fray Juan de Herrera le dijo con increíble alegría: -Hermano, buen ánimo, que ha mejorado tanto
de Maestro, que ya no ha de poder
errar la lección, y fío en ese Señor que nos ha de favorecer, para que hagamos
su causa; y así, yo le mando que procure todo lo que le fuere posible traer a
ese Señor a su lado, de la misma suerte que le parece le ha visto,
principalmente en sus oraciones vocales, y cuando comulgue, mirándole con fe
viva dentro de su alma, en la misma presencia de la Cruz a cuestas. Desde
ese día fue aprovechando sin dar paso atrás en todo lo que se le imponía,
haciendo impresión en él, como en blanda cera, la doctrina que se le participaba;
y su Maestro entró en grandes esperanzas viéndole tan fervoroso, pareciéndole
que iba adquiriendo virtudes y que se adelantaba en la obediencia y se
enajenaba de la propia voluntad, tanto, que parecía estaba exento de esta
potencia tan libre; con que caminaban en el servicio de Nuestro Señor con
viento próspero, en la forma referida, hasta que el año de 1630 pidió a su
Maestro con suma humildad que le mandase tener otras dos horas de oración cada
día, además de las dos que por obediencia suya hasta allí había tenido.
Parecióle muy bien esta proposición al P. Fray Juan de Herrera, y le señaló las
dos primeras horas desde que se toca de noche a silencio. Desde este tiempo, en que dobló las horas
de oración, fue tentado, por permisión divina, con varias y diversas
tentaciones. Ponerse este siervo de Dios en oración y ponerse en arma el enemigo,
todo era uno; y para saber lo que ella puede, basta saber lo que él la siente.
Una noche le acometió con diferentes sugestiones deshonestas, representándole
diversos objetos lascivos con tal atractivo y eficacia, que, a no estar murado
de la oración, en cada uno de por sí sobraba el demonio; pero hallándole firme
como una roca, no sirvieron más que de materia a nuevos merecimientos. Otra,
por usar de diferentes armas, por si le inquietaba en forma visible, tomó la de
un ave muy grande, y con las alas extendidas le daba golpes en la cabeza; hasta
que atormentado de su perseverancia y recogimiento se dio a un mal partido,
poniéndose en fuga por la ventana de la celda, quedándose cerrada. En otra
ocasión dio muchos golpes a la puerta de su celda, diciendo con voces
apresuradas que saliese presto, que le llamaba el Padre Prior y se contentaba
de que hiciese un acto de obediencia, porque faltase a un rato de oración;
política que en diferente línea puede enseñar mucho, para que se contente con
lo que se puede el que se halla sin términos para lo que se quiere; regla que
se funda en buenos principios. En otra, luego que se hincaba de
rodillas, antes que se persignase ni llegase a hacer humillación ni otra
cualquier diligencia ni preparación para empezar su ejercicio, veía que se llenaba
el suelo de ratones y lagartijas que se le iban llegando y rodeando y subían
por debajo del escapulario a las manos y brazos hasta llegar al cuello,
paseándose por el rostro y cabeza haciéndole molestia, para que ocupado en
apartarlas de sí se le pasase el tiempo de las dos horas sin recogerse, en que
también usó el demonio, como soldado viejo y experimentado a fuerza de escarmientos,
de estratagemas militares. Queriendo entrar en la batalla con Fray Francisco
antes de verle fortificado, para vencer sin sangre o venir al combate con mejor
partido, no dejándole entrar en oración o inquietándole en ella; sabiendo que
en la guerra, cuando todos hacen de su parte lo que pueden o lo que deben, en
el partido está la diferencia, pero aprovechándole poco sus ardides, porque
aunque le puso notablemente atribulado, y en conocida diversión, como al siervo
de Dios no se le encubría quién le hacía la guerra, ni la causa por que se le
hacía, se recobró, y con esfuerzo cristiano dijo lo que le había enseñado su
Maestro, que fue: - No hay que cansarse
en divertirme y molestarme, porque divertido
y molestado he de permanecer así las dos horas de mi Obediencia; y cuando no pueda recoger mi interior ni
aplicar mi espíritu, en el nombre de Dios he de guardar estas paredes; con que
se desaparecieron aquellas visiones feas y desapacibles, y entrando en
quietud se puso en oración, con extraordinarios consuelos de su alma. CAPÍTULO
III En
que se prosigue esta materia. El Padre Fray Juan de Herrera, todo lo que
había aprendido en la escuela de su gran Maestro el Venerable Padre Fray Miguel
de la Fuente, lo practicaba en el gobierno espiritual de Fray Francisco de la
Cruz, y todo se lograba, porque la tierra era fértil, la disposición a propósito
y Dios Nuestro Señor quien daba el incremento. No es del intento de este libro hacer
cátedra de esta enseñanza y doctrina mística, por ser materia que ocuparía
muchos, sino la parte historial sólo con algunos breves fundamentos para su
inteligencia. Nuestro Siervo de Dios no perdía punto en
el cumplimiento de sus obligaciones religiosas y obediencia de su padre
espiritual, al cual a todas horas consultaba, porque tenían juntas las celdas,
y a todas era menester para navegar siempre con la sonda en la mano, porque las
veredas por donde Nuestro Señor guió a este su Siervo no eran ordinarias, y
también pedía esta frecuente comunicación el incendio fervoroso con que deseaba
la perfección, y el mismo con que el Padre Fray Juan deseaba el acierto de esta
alma que había tomado por su cuenta, y así las celdas siempre las tenían sin
cerrar, tanto por esta causa como porque en aquel convento no se necesita de
esta prevención. Ya tenía facultad Fray Francisco para que
no estuviese tiempo determinado en el
ejercicio de la oración y para que se dejase llevar de la gracia del Espíritu
Santo y corriese como de él fuese guiado. También la tenía para que, si por la
duración del tiempo se fatigase demasiado de estar postrado en tierra, el
rostro por el suelo, o en cruz, o en pie o hincado de rodillas, se pudiese
sentar, y lo que sólo era inmutable era el dejar de empezar el ejercicio con
profunda humildad y examen de la conciencia, en reconocimiento de la grandeza
con quien había de hablar, y le acabase con acción de gracias por los
beneficios allí recibidos, porque a esto nunca se había de faltar; él lo
ejecutaba humildemente, haciendo siempre elección de lo más penoso; porque la
fortaleza del alma empieza por los quebrantos del cuerpo, y las más veces era
en el Coro, aunque también tenía facultad de tener la oración en su celda o en
partes retiradas. Sucedióle una noche, estando en el Coro,
y a su parecer con el mayor sosiego que jamás se había hallado, a hora que la
Comunidad estaba recogida y todo en gran silencio, que le parecía que entraba
en calor sobradamente, como cuando una persona se llega a un horno encendido; y
extrañando la novedad, reconoció que el aire también se iba encendiendo, y a
cada rato sentía más que se abrasaba; con que divertido de su principal
intento, ya no cuidaba sino de averiguar la causa; y no hallándola, procurando
recobrarse, vio que en llamas declaradas empezó a arder el Coro, y que estaba
entre un humo tan denso, que le parecía que le sofocaba. Entonces volvió el
rostro hacia la puerta y vio arder también todo el convento, con que salió
corriendo apellidando fuego a grandes voces, y apenas hubo salido de la puerta,
cuando se halló libre del humo y del fuego, y que no había los ardientes
volcanes que en aquel mismo instante acababa de ver; y volviendo los ojos al
Coro, donde había empezado, también le volvió a ver sin aquellas llamas que
habían causado su turbación; y teniéndola sólo de haber faltado a la instrucción
que tenía de su Maestro, de que no se inmutarse con ningún accidente, corrido y
avergonzado se volvió a proseguir su ejercicio, en el cual duró aquella noche
hasta el amanecer; y el demonio, habiendo percibido crédito en jornada que
empezó con tan buena fortuna, trató luego de hacerle guerra más sensible. Tenía Francisco siempre agua bendita en
su celda, y al irse a recoger la esparcía en sí, por ella, y por la cama. A pocos
días después de este suceso, siendo a deshora de la noche, acudiendo a usar de
este beneficio de la Iglesia, como tenía por costumbre, antes de inclinarse a
sosegar, halló sin agua bendita el vaso en que solía estar. No perdió de vista
su enemigo esta ocasión, y por permisión de Dios mató la luz, y a un mismo
tiempo le acometió con golpes tan fuertes y descompasados, que hacía temblar el
aposento. En fin, efectos de una venganza en manos de un poderoso, y que por el
tiempo que se le permitía no había humana contradicción. El Siervo de Dios
toleraba con paciencia tan excesivos dolores, y curaba su herida con veneno,
respecto del ofensor, porque esta virtud, tan bien ejecutada, ofendía más a su
contrario; con que el estruendo creció de manera que, inquietando al P. Fray
Juan de Herrera, le obligó el sobresalto a que aplicase con atención el oído
para reconocer la causa, y oyó a Fray Francisco, que con lastimosas quejas
pedía favor diciendo: Padre mío, Padre
mío, que muero a manos de este enemigo. Con que saliendo con luz de la
celda lo más presto que pudo apresuradamente
disponerse, entró en la del discípulo, reconociendo al entrar un olor
pestilente, y le vio tendido en el suelo con tantas señales de golpes en la
cara, cabeza y manos, que todo él era una llaga; y conociendo lo que podía ser
y cuánto necesitaba de consuelo, le reparó y esforzó, y habiéndole encendido la
luz que estaba muerta, luego que le vio más sosegado le dijo: -Hermano,
el demonio es un león en cadena, que no puede hacer mal sino al que se le acerca.
Este que es el verdadero mal, es el que hemos de huir, porque nadie nos le
puede hacer si no es nosotros mismos; y el Señor, al siervo suyo que excusa
este mal, le suele querer probar para los grandes premios que le tiene
guardados, y así por algún tiempo permite al demonio que deje la cadena, y como
ejecutor de los divinos mandatos le ponga en tribulación; con que debe estar
muy contento con este suceso, viéndose declarado por su enemigo, y que le hace
guerra con los ayunos, con la pobreza voluntaria, con la observancia regular,
con el silencio, con la obediencia, con la mortificación, con la castidad, y
especialmente con la oración; porque envidioso del Sumo Bien que perdió,
quisiera cerrar al hombre la puerta principal por donde se entra a su comunicación,
medios que nunca usa en esta vida con sus amigos, porque como Padre de toda alevosía
y venganza, les da algún color de felicidad en este soplo temporal, para que
después padezcan en eternos llantos; y a los que tiene por sus enemigos, virtualmente
los declara por amigos de Dios, por partícipes de los bienes celestiales, por
herederos de su gloria, pues siguen a Jesucristo por el camino de aflicciones y
Cruz que Él escogió para sí y para los que son de su bando, que los purifica en
este crisol; y así haga muchos actos de resignación, pidiendo a Nuestro Señor
misericordia y dándole infinitas gracias de que hace estos favores a tan gran
pecador, diciéndole que se haga su voluntad en tiempo y eternidad; y para que
tenga en esta ocasión indecibles gozos y alientos, póngase a considerar de
estas dos suertes que le he propuesto cuál elige para sí. Y dicho esto le
dejó, retirándose a su celda. CAPÍTULO
IV En
que se prosigue esta materia, con sucesos dignos de admiración. Quedó
nuestro Siervo de Dios por una parte muy contento con los consuelos referidos,
y por otra con notable confusión, porque le pareció que, viéndole con tantas
señales, había de ser causa de murmuración a los Religiosos; y llevado de este
afecto, se hincó de rodillas, y haciendo presencia de Nuestro Señor Jesucristo
con la Cruz a cuestas, que es la que había traído aquel día y con la que más se
fervorizaba, porque como le quería para aquel camino le iba enamorando a ella,
poniéndose todo con profunda humillación y resignación en sus manos, le pidió
que remediase aquella necesidad y que, pues a su poder nada se resistía, fuese
servido que no le viesen de aquella suerte; y volviéndose con la consideración
a una Imagen de Nuestra Señora que hay en aquel convento muy milagrosa, con
título del Socorro, la pidió con las veras de su alma que intercediese con su
Hijo para que su divina clemencia le socorriese en esta ocasión, y que no fuese
él causa a los Religiosos de discursos, viéndole con tantas señales de golpes;
y así, que se sirviese de quitarlas o encubrirlas. Estando en esto vio, en visión
imaginaria, causada con tal fuerza de aprehensión que le parecía que miraba con
los ojos corporales, entrar a Nuestra Señora del Socorro en su aposento, toda
cercada de tales resplandores, que no acertaría a decir cómo eran, y que se
llegó a él y le dijo: -Confía en tu Señor y
Criador, hijo Francisco, y persevera en el bien obrar y no des lugar a pecados; y dicho esto le echó su bendición y desapareció, dejándole
con una valentía extraordinaria de ánimo, con una dulzura increíble en los
sentidos, con una fortaleza grande para el cumplimiento de sus obligaciones,
con un agradecimiento rendido y con singulares esfuerzos para padecer por
Cristo. Y juzgando que caso tan nuevo era forzoso comunicarle con su Maestro,
luego llamó al Padre Fray Juan de Herrera, el cual todavía estaba cuidadoso y
se había puesto a estudiar un caso moral, y volvió a pasar a su celda; y al
entrar en ella reconoció una fragancia suavísima, como cuando cae algún rocío y
se mueven las hierbas y flores olorosas del campo; y mirando a Fray Francisco,
le vio sin las señales de los golpes; y recibiendo grande admiración, le
preguntó la causa de tan raro suceso y se la dijo. Entonces el Padre Fray Juan,
como tan diestro en los caminos del espíritu, le mando que se desnudase de todo
afecto y no se aficionase a visión alguna, y sólo pusiese todo su cuidado en el
recogerse en el interior de su alma y en mirar con fe viva a Dios
continuamente, y en ejercitarse en toda virtud, sin pedir jamás a Nuestro Señor
merced señalada más que el cumplimiento de su voluntad santísima; pero que
ahora se le mostrase de todo corazón agradecido, rindiéndole gracias
incesantemente por las mercedes que de su larga mano en todo tiempo recibía, y
también a la Madre de Dios del Socorro, protectora de aquella Santa Comunidad,
pues debía a su intercesión (tan sin merecerla) el que hubiesen sido oídos sus
ruegos. Y dicho esto, se volvió a retirar. Esta Señora es la devoción de toda la Mancha;
vino al convento de la Alberca por un caso bien particular, y fue que se
confesaba con el Padre Fray Antonio Maldonado, Religioso del Carmen de la
Antigua Observancia, un soldado, y por ofrecérsele hacer ausencia le dejó en
guarda un arca; y habiéndose pasado algunos años (teniéndole por muerto), se
resolvió a abrirla, y halló en ella tres Imágenes de bulto de Nuestra Señora, y
todas tres muy parecidas, que debieron ser hechas por un artífice, de rostros
algo morenos, devotos y graves, de una vara o poco menos de alto, y a todas
tres, con el Nombre de Nuestra Señora del Socorro, las colocó: en el convento
de Valderas una, año de 1597; en el de Valdeolivas otra, año de 1612; en el de
la Alberca otra, año de 1613; y en todas tres partes Nuestro Señor, por
intercesión de su Madre y de éstas Imágenes suyas, ha obrado muchas maravillas. Fuéle al demonio siempre herida mortal la
ardiente oración de nuestro Siervo de Dios. Una vez le acometió luchando con
él; y como el partido era tan desigual, cuando le tenía en el mayor aprieto, de
repente le dejó, y Francisco tuvo inteligencia de que diese gracias que por fuerza
superior había sido socorrido en aquella necesidad. En otra ocasión, estando en su celda en
este su continuo ejercicio, y siendo entre las once y doce de la noche, no
pudiendo sufrir aquel recogimiento y trato con Dios, por embarazarle de alguna
manera, empezó por la parte de afuera de la ventana a dar grandes risotadas
repetidamente, como que hacía burla de él; y viendo que aquella diligencia no
aprovechaba, se entró en la celda en figura de un ave de mucha mayor magnitud
que la que arriba se dijo, y batiendo sus alas por las paredes con grande
ruido, se vino cayendo sobre la cabeza de Fray Francisco, con golpe tan recio
que le hacía dar con el rostro en la tierra, y esto repetidas veces; y como no
pudiese con tan vivas diligencias conseguir su distracción, dando temerosos y
desapacibles graznidos se salió por la ventana; y por no darse por vencido,
conociendo que el natural de nuestro Hermano era verdaderamente compasivo y
misericordioso, se quiso valer de una virtud para ejercitar un vicio,
hiriéndole en tan piadoso afecto; y para esto empezó desde la calle con voz
humana, como si fuera un hombre a quien estaban hiriendo, a dar lastimosas quejas,
pidiendo que le socorriesen en aquel peligro de la vida; pero nada bastó a
divertirle, porque antes se halló más quieto y sosegado en lo interior de su
alma, repitiendo exteriormente innumerables veces el Dulcísimo Nombre de Jesús,
tan aprisa y velozmente, que aunque procuraba detener los labios no podía,
conociendo que aquel impulso era violento y extraño; y era de suerte la fuerza
suave que padecía y la amorosa violencia con que era llevado en la presteza de
su pronunciación, que en el tiempo en que solía pronunciar una vez este Santo
Nombre, ahora lo pronunciaba veinticuatro veces sin poderse resistir,
intentando usar de este costoso y desapacible medio por la extrañeza del
suceso. Y habiendo durado esto menos de un cuarto de hora, cuando acabó el último
movimiento le quedaron los labios y paladar con tan extraordinaria dulzura, y
con una suavidad tan natural y agradable, que todos los deleites y regalos del
mundo no se pueden comparar con ella; y de allí a breve rato conoció que poco a
poco le iba faltando tan deliciosa amorosidad de aquel sentido exterior, y la
empezó a reconocer en lo íntimo de su alma; y estando de ella toda apoderada y
pendiente aquel soberano pronuncio de la gloria, dio fin a su oración con
mayores fervores en el hacimiento de gracias; quedando tan fortalecido su
corazón, que le parecía que padeciera todos los trabajos del mundo por sólo una
invocación del Dulcísimo Nombre de Jesús, reconociendo en sí interiores y
encendidos deseos de ser verdadero, humilde y obediente, y con un abierto
desengaño de que siendo hombre mortal se hubiese atrevido a tanto número de
ofensas como había cometido contra la Divina Majestad; proponiendo firmemente
que, si fuese servido de darle su gracia, no la había de cometer ni grave ni
leve en toda su vida. CAPÍTULO
V Del
ejercicio de las virtudes en que su Maestro le puso, y lo que resultó de él, y
de su rara mortificación. El año 25, el Padre Fray Juan de Herrera,
que tenía hecho concepto (viendo lo que su discípulo se avanzaba en la vida
espiritual) que éste era el camino por donde agradaba más a Nuestro Señor,
tenía puesto su cuidado y felicidad en su gobierno, templándole como la materia
lo iba pidiendo; con que le pareció que ya era ocasión a propósito de ponerle
en el ejercicio de las virtudes, y así lo ejecutó, mandándole que practicase
una sola virtud por uno ó por dos meses, como reconocía que lo había menester y
era más necesario, porque una virtud sola se obra con más perfección abstraído
el cuidado de otras, y aquel punto superior en que se constituye un alma en la
ejecución de una sola virtud le conserva después de adquirido, aunque en un
mismo tiempo ejercite otras; y porque la oración es el instrumento con que
todas se perfeccionan, le dispuso (o cuando llegó el caso de tratar de ella)
para que continuamente la tuviese en cualquiera ocupación que se hallase; lo
cual se había de conseguir teniendo una continua presencia de Nuestro Señor,
hablándole dentro de su alma con tiernos soliloquios y diferentes jaculatorias,
sacándolas de todo lo que viese, o de todo aquello en que se ocupase,
espiritualizándose en ello. La materia de su oración, si se hubiera
de tratar despacio, era menester para ello solo un libro. Basta decir que desde
el año 26 lo que se ocupaba en este santo ejercicio era desde las nueve de la
noche hasta que salía el sol; y porque algunas visiones, así imaginarias como
intelectuales, que desde este año tuvo hasta que murió, no tienen conexión con
lo que se va escribiendo, y son maravillosas, se reservan para otros lugares,
donde más propiamente pertenecen, por no interrumpir lo sucesivo en la
historia; y cuando en ellos se trataren, se ha de entender desde ahora hasta su
muerte. Lo que resultó del puntual cumplimiento
del ejercicio de las virtudes, fue que por este tiempo le dio la Divina Bondad
una celestial inteligencia de las grandes mercedes que ha hecho a todas sus
criaturas del Cielo y de la tierra, entre las cuales eran los hombres los que
debían estar más agradecidos a Dios, por haberse humanado por ellos. Diósele
conocimiento de las muchas almas que no le agradecen el ser y demás beneficios
que de su mano han recibido; y reconociendo que los cinco más principales son
la creación, redención, vocación, justificación y glorificación, pidió licencia
a su Padre espiritual para que en su honra y reverencia, y para que de alguna
manera en lo limitado que cabía en su cortedad, pudiese mostrar algún
agradecimiento, ayunase a pan y agua cinco
cuarentenas continuas, sin interpolación, y se la dio y lo puso por obra en
esta ocasión; y después todos los años en el tiempo que le alcanzaba, sin
impedir otros ejercicios, ayunándolas todas, menos algunos días que no pudo de
la última por haberle faltado la salud, los cuales cumplió después de haberla
recobrado. Tenía una instrucción tolerada por su Maestro de cómo se había de
gobernar desde la Cruz de Septiembre hasta la Cruz de Mayo, que es la
siguiente: INSTRUCCIÓN Desde la Cruz de Septiembre hasta el
Adviento, se ha de ayunar a pan y agua miércoles, viernes y sábado; los demás
días, abstinencia de carne. El viernes, mortificación particular de disciplina,
o silencio (esto se entiende fuera de los ejercicios ordinarios). El Adviento
se ha de ayunar a pan y agua todo él; y los viernes, abstinencia de comida y
bebida, hasta el sábado a medio día inclusive. Desde la Pascua hasta los Reyes
se puede comer carne. Desde los Reyes a Cuaresma, abstinencia de carne los
lunes, martes y jueves, por esta razón; y los miércoles, viernes y sábados, por
la Regla del Carmen. La Cuaresma toda se ha de ayunar a pan y agua; y los
viernes de ella, abstinencia de toda comida y bebida hasta el sábado, como está
dicho. En el lunes, miércoles y viernes, mortificaciones particulares, además
de las que tiene la Religión. El lunes, mortificación de los ojos, no
levantándolos a mirar cosa alguna. El miércoles, guardar dos horas de silencio
en el día, fuera del tiempo de la oración. El viernes, desde la hora de sexta a
la hora de nona, traer en la boca alguna cosa desapacible o amarga, como es
genciana, gordolobo o acíbar. Desde la Pascua hasta la Cruz de Mayo, se puede
comer carne; y desde este día, volver a empezar las cinco cuarentenas con la
aplicación referida. En el estado que le cogían, porque el
tiempo no alcanzaba hasta la Cruz de Septiembre, las dejaba, y luego volvía a
repetir sus ejercicios, viviendo en la tierra sin las impresiones de tierra. Las comuniones de Adviento y Cuaresma,
fuera de los domingos, eran por los que están en pecado mortal y por los que no
han venido a la Iglesia, y los domingos por las Ánimas del Purgatorio. También fue efecto del ejercicio de las
virtudes el pedir continuamente a Nuestro Señor Jesucristo, poniéndole por
intercesores los soberanos Misterios de su vida y muerte y la poderosa
intercesión de su Madre santísima, que le concediese tres virtudes, que son:
caridad, mortificación y oración, y las ejecutase con tan ardiente y rendida
voluntad, que le agradase en su cumplimiento. Sucedió por el fin del año que
vamos refiriendo que antes de Pascua de Navidad se preparó con extraordinarias
mortificaciones y otras tantas diligencias para pedir a Nuestro Señor más
fervorosamente le concediese los dones de estas tres virtudes; y un día en que
la Obediencia le envió a Villargordo, llegó por la tarde a la Puebla del
Castillo de Garcí-Muñoz, y por estar cerrada la puerta de San Blas, que es la
iglesia de aquel lugar, hizo oración al Santísimo Sacramento desde afuera,
instando con esta su continua petición; y aunque se le había dado a entender
diversas veces que prosiguiese en pedir y desear esta misericordia, que tendrían
efecto sus justos deseos y que se le concedería, en esta ocasión le fue dado a
entender intelectualmente que ya sus fervorosos afectos se veían cumplidos y
que se le había concedido lo que tanto deseaba. ¡Bendito sea para siempre Señor
tan piadoso, que moviéndose a comunicarnos la grandeza de sus tesoros, siendo
el principal motivo su liberalidad, también hace aprecio de nuestras peticiones
y nos las purifica para admitirlas, y nos da esfuerzo para que le pidamos, y
siendo autor del premio lo es también del merecimiento; con que nos hallamos
tan a poca costa inmensos bienes, o, provocando más su justa indignación con
dejar pasar sus santas inspiraciones, nos hacemos inexcusables! CAPÍTULO
VI En
que se prosigue su mortificación y de su humildad
y obediencia. A
todas horas traía en la memoria nuestro Siervo de Dios las ofensas que había
cometido contra la Divina Majestad, que le servían de torcedor eficacísimo para
afligirse y aborrecerse como a instrumento de ellas; y en orden a esto, si
alguna alegría o respiración admitía, era cuando se trataba mal, porque nunca
se veía satisfecho de mortificaciones y penitencias: unas, que conociendo su
espíritu le mandaba la Obediencia; y otras voluntarias, que le permitía su Confesor, porque él siempre andaba
discurriendo e inventando nuevos instrumentos y modos con que atormentarse más,
y solía decir al P. Fray Juan de Herrera:
-Vuestra paternidad gobierne esta bestia, atendiendo a que, no estando
muy sujeta y enfrenada, se ha de desbocar. Era tanta la puntualidad con que hacía
memoria de sus culpas, que un día desde por la mañana hasta la noche estuvo
llorando, haciéndose arroyos de lágrimas, en que al principio, como le conocían
por hombre penitente, no se hizo reparo; y viendo que duraba tanto y con tal
copia, y que preguntándole la causa no daba más respuesta que llorar, el Padre
Prior le mandó con Obediencia que la dijese, a lo cual respondió: - “Padre mío, ¿cómo no ha de ser mi llanto
incesable, hoy hace años que perdí la gracia bautismal?” – De esta suerte
miran las culpas los hombres temerosos de Dios, y la misma causa que hace a los
que están dados a los sentidos que no vean que son las muchas tinieblas que
emba- razan
la luz de sus entendimientos, quitada esta, hacen a los que no lo están que
sean largos de vista. Las penitencias de Fray Francisco eran
tan sobre las fuerzas naturales, que a no ser hechas con especial movimiento de
Dios y asistencia suya, ni pudiera vivir con ellas, ni la prudencia de su
Maestro se las permitiera; pero el Espíritu Soberano, que le movía a obrar
sobre toda prudencia humana, le conservaba la vida, y movía también a sus
confesores y Prelados a que le dejasen seguir su espíritu para empresas tan
arduas; y se dejaba llevar de él nuestro Hermano, de modo que parecía tener
todos sus gustos y placeres en todo cuanto era mortificación y penitencia; tanto,
que hasta los instrumentos que conducían para este fin le causaban una alegría
y un gozo tan singular, que le salía al rostro y aun a la boca, rompiendo más
fácilmente para este intento la ley rigurosa de su silencio; no había fiesta
para nuestro Hermano como adquirir cilicios y disciplinas; éstas eran sus
alhajas; y aunque no eran pocas, no necesitaba de muchas piezas para
acomodarlas, porque siempre las traía consigo: las cadenas y cilicios, puestos
siempre en su cuerpo; las disciplinas, para no perder ninguna ocasión de castigarse.
En una ocasión le dio unas disciplinas muy a su propósito otro Religioso de su
misma Profesión; y se lo agradeció tanto y tantas veces, que nunca acababa de
agradecérselas, y era sin duda porque casi todos los días experimentaba en su
pobre cuerpo el bien que le había hecho; así es que, eran tantas las
disciplinas rigurosas que tomaba, que apenas se pueden reducir a número; pero
¿qué no se puede presumir de quien tomó por su cuenta castigar en sí, no sólo
los propios pecados, sino también los pecados de todos los demás? Lo que es digno de atención y que se vino
a saber casualmente, fue que siendo Prior en Santa Ana de la Alberca el Padre
Fray Pedro Fernández Barredo, y estando enfermo, no se sabe con qué causa mandó
al Superior que hiciese a los Hermanos de vida activa que fuesen a su celda
aparejados para recibir una disciplina, a nuestro Hermano no le había
acontecido otra vez en la Religión este caso, y se llegó al Hermano Fray
Gregorio Roca y le pidió le enseñara cómo se había de componer para recibirla,
y con esta ocasión vio el dicho Fray Gregorio que la túnica interior era de
estameña, y alrededor de la carne, de medio cuerpo arriba, traía una cadena de
hierro de eslabones de medio dedo de grueso, la cual daba dos vueltas al
cuerpo, y que el eslabón que caía sobre el hombro izquierdo tenía comida toda
la carne, y sobre el mismo hueso había un callo de un dedo de alto, el cual
estaba abierto por donde se descubría; de que recibió tal compasión el Hermano
Fray Gregorio, que dio cuenta al Prelado, y se le mandó a Fray Francisco que se
quitase la cadena, y él obedeció; pero en su lugar se vistió un cilicio largo
de hierro que pesaba siete libras. La mortificación en la comida fue rara;
su ordinario alimento era pan y agua, y el extraordinario, para su regalo,
algunas hierbas cocidas en agua, y las más veces eran tomadas de las raeduras
de las que se guisaban para la Comunidad; y aun no contento con esto, solía
espolvorear lo que comía con ceniza y con acíbar, buscando en todo modos
exquisitos de negarse a todo gusto y alivio, y darse a cuanto era mortificación
y amargura. Llegó a estar tan delicado por esta causa, que se le encendió una
fiebre maliciosa, de que el médico le desahució, diciendo que no tenía más
remedio que el de Dios. A que respondió: -Bastante
es ese; - y encomendándose muy de veras a Nuestra Señora del Socorro, le
dio un vómito copioso de gusanos, que tenían las cabezas negras, y luego
mejoró; aquel socorro solo era sin duda la causa de su vida y de su
conservación, porque, según lo natural, no parece que podía haber otro recurso;
pues llegó su abstinencia a tal extremo, que apenas comía, faltando días en el
año para cumplir con sus ayunos y cuaresmas que establecía; pero entre todo es
digno de singular admiración el propósito que hizo, y cumplió a la letra, de
ayunar tres años continuos a pan y agua, y esto se entiende comiendo sólo a
tercer día, y en éste una vez solamente; esto fue desde el día 1º de enero de
1643 hasta el mismo día del año 1646, en que se incluyó el tiempo de su viaje a
Jerusalén con la Cruz a cuestas; y habiendo dicho esto, será ocioso el ponderar
que, en medio de tantos ayunos, siempre estaba trabajando en las ocupaciones
del convento, ya en la labranza, ya caminando, porque era el único limosnero,
en los lugares del contorno, de su convento; siendo su modo de caminar siempre
a pie, sin alforjas y sin alzarse los hábitos y sin comer jamás hasta llegar a
la posada; y siendo esto así, era cosa maravillosa ver con la ligereza y
presteza con que caminaba, ya fuese de noche, ya hiciese mal tiempo, en lo cual
jamás reparaba, porque todo su reparo era de huir todos los modos de alivio y
conveniencia; pero si todos sus pasos eran de espíritu, ¡qué mucho que fuesen
tan veloces! Por esto decía él mismo que el comer le estorbaba para caminar; y
era así que cierto día caminó nueve leguas sin cesar, ni comer en todo el día
un bocado; y el día siguiente, que era domingo, comió algo y no pudo andar más
de cuatro leguas trabajosamente, según se halló de pesado. La cama del Siervo de Dios era el duro
suelo, y aun éste le sobraba, porque no sabemos cuándo dormía el que todo el
día estaba trabajando y toda la noche en oración y ejercicios de penitencia; no
hacía más caso de su vida ni de su salud que de la tierra que pisaba, siendo todo
su estudio y cuidado saber morir, disponiendo las cosas de modo que toda su
vida fuese un ensayo de la muerte, para vivir y morir crucificado; porque, como
otro Apóstol, toda su gloria era la Cruz de Jesucristo, que ésta es la que echa
el sello a todas las ponderaciones que pudiéramos hacer de sus continuas
penitencias; pues con ella sobre sus hombros, ya viejo, flaco y sin fuerzas,
visitó los Santos Lugares de Jerusalén, Roma y Santiago de Galicia, a pie, ayunando
y padeciendo, como se dirá en su lugar. En la humildad, como fundamento de las
demás virtudes, fue muy extremado; en teniendo un hábito nuevo, luego lo
trocaba por el más roto del convento; y como en los lugares donde pedía limosna
le querían tanto, le solían vestir, y para que se pusiese alguna cosa nueva se
la hacían sin que lo supiese, y le quitaban la que traía y la ponían en su
lugar, con que le instaban a que se la vistiese; pero en yendo al convento,
luego la volvía a trocar, y siempre era con condición de que el Padre Prior lo
permitiese; él limpiaba las celdas de todos, las cocinas, las caballerizas y
hasta los lugares inmundos. Cuando estaba fuera del convento a pedir las ordinarias
limosnas, en las casas donde se hospedaba atendía a que se descuidasen las
criadas, y él iba y fregaba los platos y limpiaba las cocinas; y reprendiéndole
porque tomaba aquel trabajo, solía decir con mucha gracia: “Amargos os veáis como la miel; si yo no
valgo para otra cosa, ¿puede ser bueno estar ocioso?” En la Obediencia fue rara su prontitud;
apenas el Padre Prior o su Padre espiritual habían insinuado alguna cosa,
cuando partía a ejecutarla; jamás puso dificultad en lo que se le mandaba.
Hicieron Prior de aquel convento al Padre Fray Juan de Herrera; y como se halló
con los dos imperios de Prelado y Confesor, le solía hace ejercitar la
Obediencia en cosas contrarias; mandábale que fuese a comulgar, y estando para
recibir a Nuestro Señor Sacramentado y con los afectos que de su devoción se
pueden considerar, le mandaba que no comulgase, y obedecía luego, en caso que
para él no podía haber otro más sensible. Solía mandarle, en lo riguroso de los
Caniculares, que fuese a algún lugar a pie, y enviaba en su seguimiento un
criado a caballo, que al llegar al lugar le dijera que se volviese sin entrar
en él, y al instante se volvía; y en una ocasión que volvió al convento muy
fatigado del calor, al dar la Obediencia dijo al Padre Prior: -Pague Nuestro Señor a V.P. el bien que me
hace; ¿qué fuera de mí si me mandara otro que no conociera mi ruin natural? Sucedió que una mañana, el Padre Fray
Juan de Herrera (siendo ya Prior) le mandó que fuese a la caballeriza y se
atase junto a las bestias con un cabestro a un pesebre y se ajustase a él con
una soga al cuello de manera que ni se pudiese sentar ni hincar de rodillas. El
obediente Hermano ejecutó el precepto con las puntualidades que se le habían
puesto; y el Padre Prior (habiéndosele ofrecido ocupaciones en el convento) no
se acordó de lo que había mandado hasta medio día, que le echó (de) menos; entonces envió al Hermano
Fray Pedro Vázquez que le desatase; y habiéndolo hecho, le preguntó el Siervo
de Dios si el Padre Prior le había mandado otras cosa más que el que le
desatara; y respondiéndole que no, él le dijo: -Pues Hermano, váyase, que ya está hecho; y habiéndole parecido al
Padre Prior que Fray Francisco con lo que le envió a decir acudiría a sus
ministerios en el convento, no hizo más reparo, hasta que a las seis de la
tarde volvió a ver al Hermano Fray Pedro Vázquez y le preguntó si había
desatado a Fray Francisco, el cual dijo lo que le había pasado con él; el Prior
entonces reconoció que, aunque su ánimo había sido que le desatara para que
viniera a acudir a su obligación, no había explicado más que la una parte,
pareciéndole que bastaba; pero que eran tales los quilates de la obediencia del
Siervo de Dios, que no se dio por entendido de lo que le quería decir, sino de
lo que le decían; y así se le envió a llamar con el mismo Hermano, y él fue siguiéndole,
y le hallaron hincado de rodillas, puestas las manos en tan profunda oración,
que estaba enajenado de sí, de suerte que fue menester darle muchas voces para
que volviese, quedando admirados de aquel raro ejemplo de obediencia. CAPÍTULO
VII De
su pobreza y castidad. La virtud de la pobreza es la que menos
novedad hizo a Fray Francisco de la Cruz en el estado Religioso, porque toda su
vida fue una continua necesidad; pero se debe aquí advertir que cuando los
Apóstoles dejaron todas las cosas y siguieron a Nuestro Redentor, no porque
eran pobres y no tuvieron que dejar se privaron de los altos merecimientos de
esta virtud; pues habiéndose de atender al efecto y no al censo, no dejaron
poco los que se dejaron a sí; con que imitando Nuestro Siervo de Dios la
perfección apostólica, de tal suerte se dejó a sí, que no quedaron señas en él
del hombre antiguo. Fue pobre, verdaderamente evangélico; nunca tuvo más de lo
que vestía, menos dos túnicas interiores que, como cosa tan precisa, suplen por
una; nunca tomó dinero que le diesen, o por limosna personal o en otra manera,
sino en caso que la Obediencia le mandase ir a alguna cobranza, que luego en
viniendo lo entregaba al Prelado sin que entrase en su celda, o llevándolo a
los pobres de la cárcel, para quien solía pedir; si alguna vez hallaba alguna
moneda en el suelo, hacía que otra persona la levantase y entregase al Cura o
Alcalde del lugar, para que, no apareciendo dueño, la diese de limosna. Su cama
era un jergón de pajas de centeno, y de ésta usaba alguna vez. En el viaje de
Jerusalén jamás admitió limosna de dinero (habiendo sucedido sobre esto casos
particulares), ni de comida y bebida recibió más limosna que aquella que por
entonces había menester, sin reservar cosa alguna para otro día. Estando en
Madrid, fue con la Comunidad a un entierro, junto a Provincia, y le dieron una
vela como a los demás Religiosos; y pareciéndole que tenía una cosa superflua,
se la dio de limosna a un pobre preso, que la pedía desde una ventana de la
cárcel de Corte. En otra ocasión, enviado de la santa Obediencia, caminaba por
tierra muy áspera (siempre a pie, como tenía costumbre); y como nunca llevaba
más provisión que la de la Divina Providencia, al pie de una cuesta que había
de subir se halló tan fatigado, que se sentó, por la mucha flaqueza que tenía,
para tomar algún alivio, y entonces vio que bajando la cuesta venía hacia él un
hombre con un pollinejo cargado de muy poca leña, y llegando a él le dijo: Toma ese pan (que sería cantidad de media
libra) y ves aquí agua, come y te
esforzarás y quedarás satisfecho en la necesidad que padeces. No hubo
comido dos onzas de pan, cuando tomó el agua y bebió, y mientras bebía se
desapareció el hombre y el jumentillo, y él quedó alabando a Dios que con entrañas
amorosas de Padre así acudía a un hombre que tanto le había ofendido, y con
aquel socorro caminó (reconociendo en sí grande esfuerzo) tres leguas de tierra
muy fragosa. En materia de castidad era singularísimo;
puédese decir en esta ocasión lo que en otra fue tan celebrado: que una larga castidad
equivale a la Virginidad. El recato de sus
ojos era tan grande, así fuera del convento como en él, que casi siempre
estaban fijos en la tierra. En los lugares de la Mancha, donde pedía
ordinariamente limosna para el convento, redujo a muchas personas de amistades
ilícitas muy antiguas a penitencia, y en esta parte le concedió Nuestro Señor
rara capacidad y fuerza en el persuadir: decía que no sólo temblaba cuando le
era forzoso hablar con alguna mujer, sino también cuando se le representaba al
entendimiento. El P. Fray Juan de Herrera, su Confesor, en los apuntamientos
que escribió de la vida de este Venerable Siervo de Dios hasta que empezó su
peregrinación, dice que, en veintidós años y medio que le confesó, nunca hizo
materia de cosa que desdijese de la castidad, ni en mucho, ni en poco: ¡ Bendito
sea para siempre el Señor, que en un hombre nada continente quiso formar tal
ejemplo de pureza, y que reservó para Fray Francisco de la Cruz lo que en todos
los siglos sólo había concedido al casto José en Egipto, en el caso siguiente! Ya dejamos dicho en el capítulo VII del
libro primero como nuestro Hermano tuvo una amistad en Cuenca con una mujer
principal; y en el capítulo XIV del mismo libro, como la misma mujer, estando
herido en el Carmen de Madrid, le quiso sacar a curar a su costa, y que el fin
era casarse con él, y con cuánto empeño el demonio la tomaba por instrumento
para embarazar su vocación. Ahora, pareciéndole que necesitaba de armas auxiliares,
se valió de esta propia mujer como de instrumento de guerra que ha conseguido
tantas victorias de nuestra naturaleza; y pasando Fray Francisco en Cuenca por
la calle de la Carretería pidiendo limosna para los pobres de la cárcel, empleo
en que algunas veces se ocupaba con licencia de su Prelado y Confesor, en
compañía del Hermano Portillo, un hidalgo de Villargordo, hombre con quien
tenía grande intimidad, porque trataba mucho de espíritu y se ocupaba frecuentemente
en estas y otras piedades, el cual habiéndose apartado a pedir la misma limosna
por la otra acera de casas, desde una ventana dijo una mujer a Fray Francisco
que entrase en el portal de la misma casa por limosna; él lo hizo así, y
volviendo a decir la misma mujer desde una sala baja de aquella casa que
entrase por la limosna, él entró y se halló con la mujer referida, y al punto
que la conoció, sin aguardar más palabra, queriendo volverse, ella se abrazó
con él, solicitándole con afectos y palabras, que si en aquel caso fueron
excusadas, más lo será ahora el repetirlas. Como nuestro Hermano era hombre de
fuerzas, le fue fácil el desasirse de la mujer, pero no de suerte que ella no
se quedase con parte de la capa, prosiguiendo sus instancias y a un mismo
tiempo procurando él apartarse tirando de la capa para poderse ir. Esto no le
fue posible por la tenaz molestia de la inhonesta mujer; entonces, rompiendo el
broche, se la dejó en las manos y tomó la puerta. Ella, volviendo en sí o no
volviendo, le dio voces para que tomase la capa; él, sin atender a la capa, por
no atender a la mujer, se fue corriendo en cuerpo por toda la calle, mirándole
todos, como que había perdido el juicio cuando más le había logrado, diciendo
repetidas veces: Jesús, María, José,
alzando la voz destempladamente. El Hermano Portillo, que salía de pedir la
limosna de una casa para irla pidiendo por las otras, viéndole correr de
aquella manera, quedó fuera de sí con tan extraña novedad; y Fray Francisco,
que le vio, le dijo: Hermano Portillo,
vamos presto de aquí a la posada; fuéronse, y en ella fue preciso contarle
el suceso, recatando la persona y la casa; que siendo hombres que trataban de
perfección y tan amigos, y en la ocasión presente, se pudo referir sin nota. El demonio, habiendo hallado cerrada esta
puerta, le quiso entrar por la de la vanidad, y tomando ocasión de que la mujer
se había declarado con un hombre principal y dádole la capa para que buscase a
Fray Francisco y se la entregase, el hombre, imprudente o lisonjero, pareciéndole
que con no declarar la persona estaba todo hecho, llevó la capa al Señor Don
Enrique Pimentel, Obispo de aquella ciudad, el cual, queriendo hacer estimación
del Siervo de Dios, mandó que viniese a su presencia, y entregándole la capa y
rogándole que en sus oraciones le encomendase a Dios, motivó el que toda su
familia supiese el caso y que, al irse, los criados se llegasen a él, unos
diciendo que era Santo, otros exagerando el suceso, otros encomendándosele,
otros queriendo besarle la mano, otros dándole gracias por la victoria conseguida,
y alguna falseando el rostro con alguna risa sobre el desacierto de la mujer y
sentimientos de menor disculpa que el mismo caso, y todos haciéndole nueva
guerra, tanto más exagerada y cruel, cuanto menos era la intención de hacerla;
con que nuestro Hermano, reconociendo todos estos escollos, se salió huyendo
también del Palacio del señor Obispo y de la ciudad, pareciéndole que en todo
peligraba, y que no es consuelo de una herida mortal el diferente nombre del
instrumento; con que no se sosegó hasta tomar el puerto seguro de su Religión. CAPÍTULO
VIII De
la Hermandad que fundó y altares que erigió, con título de la Santa Fe
Católica, y del cuadro de la Fe que formó por ilustración divina. Por
muchos años y a todas horas traía nuestro Siervo de Dios siempre al oído una
voz que le decía: Fe, Fe, Fe; de donde le resultó el que en todo lo que escribía siempre
empezaba: Ensalzada Sea la Santa Fe
Católica; y en sus pláticas esta era la última salutación ordinaria, por cuya
intención aplicaba sus oraciones y penitencias, y todo lo acomodaba a este fin,
pareciéndole (y con razón) que en esto consistía el mayor bien. En hombre de
tan fervorosa oración y de tan incansable mortificación, y que en lo natural
era de limitado discurso, bien cierto es que todo lo que hacía, de donde
resultaban fines tan soberanos, ejemplos tan dignos de ser imitados y fábricas
que argüían talento y movían a edificación, sería con luces superiores e
ilustraciones celestiales, en orden a que fuese ensalzada nuestra Santa Fe
Católica en todos los lugares en que
entraba; y en donde no había puestas Vías Sacras luego las formaba, disponiéndolo
con las Justicias, aplicando esta intención, y con religioso culto de los
pueblos se conservan hoy tan ejemplares memorias por toda la Mancha. Fundó, con licencia de sus Prelados y de
los Ordinarios, Congregaciones en muchos lugares con el título de nuestra Santa
Fe Católica, dándolas piadosas y devotas Constituciones, y se admiraba mucho de
que, siendo éste el principal motivo de nuestra Religión y habiendo tantas
fundaciones de sus Divinos Misterios, no se hubiese fundado Hermandad alguna
con este universal motivo; aunque esto no es de admirar, porque siempre ha sido
estilo de Nuestro Señor conceder a su Iglesia, a diferentes tiempos, diversos
favores y privilegios. Bien se conoce que era obra suya el que un Religioso
Lego hiciese estas fundaciones, dándolas Constituciones tales, que personas de
mucho ingenio y letras no las pudieran disponer ni más en razón, ni más
eficaces, ni más devotas, y que, presentadas ante los Ordinarios de Toledo,
Cuenca, Prioratos de Santiago y de San Juan, en los reinos de Castilla y León,
y siendo examinadas con particular atención, movida del curioso concepto de la
persona que las había ordenado, fueron aprobadas y aplaudidas debajo del título
de nuestra Santa Fe Católica, firmándose los que en ellas eran recibidos
esclavos de la Fe. También se conoce la asistencia divina
que tenía, pues erigiéndose altares con el título de Santa Fe Católica,
significada en el cuadro que se referirá, y colocado en ellos en la Alberca,
Villarrobledo, San Clemente, Tembleque, Argamasilla, Alcázar de San Juan,
Madridejos, Campo de Criptana, Toledo y otras partes, en todas se celebró la
festividad de la erección de estos altares con suntuosos aparatos y grandes
gastos, siendo tan pobre el fundador que jamás tuvo un real suyo. En la ocasión
en que se fundó en Tembleque la dicha Hermandad de la Santa Fe, tuvo el Siervo
de Dios un particular desconsuelo, y fue que dos mozos, o inadvertidos o temerarios,
viendo que la gente más principal de la villa se inscribían por esclavos de la
Fe, le dijeron: -Que ellos no habían
menester inscribirse, que bastante Fe tenían; a que Fray Francisco,
arrebatado del celo de la Casa de Dios, dijo: -Pues bien; pueden desengañarse que el que tuviere tanta Fe como un
grano de mostaza pasará los montes de una parte a otra; exclamación digna
de un corazón a quien se le había dado la virtud de la Fe en tan alto grado.
También se conoce cuán agradable ha sido a Nuestro Señor el que a su Madre
Santísima se le dé nombre de la Fe; pues por sus Imágenes que con este título
se han colocado ha obrado muchas maravillas, no sólo en España, sino en el
Paraguay, donde una Imagen de Nuestra Señora, con el nombre de la Fe, es la
devoción de aquel Nuevo Mundo, participada de la Mancha. La pintura que formó
este Venerable Siervo de Dios de los Misterios de nuestra Santa Fe Católica,
como materia nueva, por donde otro alguno por aquel lado no había discurrido ni
delineado, la reconoció con examen particular el Consejo Real de Castilla, y
aprobó y se le dio licencia para que la estampase y publicase por Cédula,
firmada por su Majestad en 6 de julio del año de 1637, refrendada de Francisco
Gómez de Lasprilla, su Secretario, la cual pintura de la Santa Fe Católica se
significa y explica de esta forma: Explicación
del cuadro de la Santa Fe Católica En
el triángulo se significa la unidad de esencia en Dios; y en las tres coronas que
tiene en las tres esquinas de él, que en Dios hay tres personas distintas; en
el ramo y la espada que están dentro del triángulo, los dos atributos divinos,
Justicia y Misericordia. En las palmas que nacen del pie de la Cruz que
atraviesa el triángulo, el triunfo de la Iglesia Romana; en los Ángeles que
están debajo de las palmas coronando multitud de Mártires, la Congregación de
los Fieles; en los encadenados, que están en la parte baja del globo sobre que
estriba el pie de la Cruz, los enemigos de la Santa Fe Católica; en las siete
letras que están en el triángulo a la mano derecha de la Cruz, los siete
Artículos que pertenecen a la Divinidad; en la primera significado el primer
Artículo, y así en las demás; y en las otras siete que están a la mano izquierda
de la Cruz, los otros siete Artículos que pertenecen a la Santa Humanidad de
Nuestro Señor Jesucristo, colocadas con la misma significación que las
primeras; en el Ángel y la Imagen de la Virgen Santísima Madre de Dios, que
están a los dos lados del pie de la Cruz, la Encarnación del Verbo Divino; en
las letras que están alrededor del triángulo y de la Cruz sobre cabezas de
Ángeles, que dicen: Quis sicut Deus, el poder de Dios; en el Cáliz y la Hostia que están en
medio de la Cruz, tomando parte de los brazos de ella, y tienen encima una
corona, debajo del rótulo de la Cruz, los dos sacrificios, el cruento en la
Cruz y el incruento en el Cáliz; a esto se sigue alrededor de la orla del
cuadro, que significan lo que representan los cuatro Evangelistas que
escribieron los Sagrados Evangelios, los cuatro Doctores de la Iglesia que los
explican; las cuatro Religiones mendicantes y las cuatro Militares, que los
defienden; en la Tiara que está debajo del triángulo, al pie de la Cruz, el
Sumo Pontífice, Cabeza de la Iglesia; en las armas que están en la parte alta
del globo, el Rey de España, que con ellas devela los enemigos de la Fe en las
cuatro partes del mundo; en la serpiente que está debajo del globo, abrazada de
la parte inferior de él, el demonio, que siempre está echando lazos; y en la
maza que tiene en la boca, la mordaza que la Fe le pone, con que le hace
callar; en las tres dicciones que están en la orla del cuadro, encima del
triángulo y a los dos lados de él, y dicen: Creo en Dios, espero en Dios y amo a Dios, las Virtudes
Teologales, que significan; en la pintura de una paloma que está en la esquina
del lado derecho del cuadro, junto a los Doctores, y en el rótulo que está
alrededor de la orla, que dice, valiéndose del verso del salmo cincuenta. Ecce enim veritatem
dilexisti incerta, et oculta sapientiae tuae manifestati Ecclesiae, la manifestación de la Fe por el Espíritu Santo a la
Iglesia Católica; en las letras que están entre el pie de la Cruz y el globo
del mundo y dicen: Ensalzada sea nuestra Santa Fe Católica, el motivo de esta
empresa; en las saetas de fuego que caen de lo alto del globo por la parte de
adentro, a los lados de una muerte, sobre las pinturas de los principales
Heresiarcas, como son: Arrio, Calvino y Lutero y del infiel Mahoma, presos
entre llamas, y en las letras que están como orla del globo y dicen las
palabras del verso del Salmo ciento diez y nueve: Sagitae potentis acutae, cum carbonibus desolatoris, las herejías diversas que han de afligir a la Iglesia por
toda la vida del mundo, y que el fin de
todas es el ser despojos de la Fe, quedando vencidas y asoladas. Este es el cuadro que Fray Francisco de
la Cruz dispuso para significación de nuestra Santa Fe Católica, o por mejor
decir, el que dispuso Dios por medio de su Siervo, puesto que estuvo Su
Majestad diez años en revelársele, y cada cosa de él se la dijo tres veces; y a
lo último, le dijo estas palabras: Esto quiero que saques a luz, porque entiendan que no es
cosa tuya, sino mía; y para ello te he escogido a ti, que eres ignorante, que
es para prevenir un gran daño en los tiempos venideros. Con que debemos reverenciar este cuadro
como venido del Cielo, y como efecto de una providencia muy singular para los
fines grandes que su Majestad sabe; por lo cual le dio a entender a su Siervo
que convenía y era servido que se publicase y erigiesen altares donde los
fieles renueven y conformen los votos de la Fe que profesaron en el Bautismo. CAPÍTULO
IX De
algunas prevenciones con que Nuestro Señor iba disponiendo a Fray Francisco de
la Cruz para la peregrinación de Jerusalén. Los
sentimientos que Nuestro Señor comunicaba a Fray Francisco de la Cruz eran muy
frecuentes y diversos, pero en todos labrándole para la peregrinación a que le
tenía destinado, y para que por este medio se consiguiese el cumplimiento de su
santísima voluntad, concediendo al mundo conversiones nunca esperadas,
prodigios no prevenidos y maravillas tan repetidas, que han sido empeños de su
amor, ostentación de su poder. Algunos años antes que tuviese las
primeras luces de su viaje a la Tierra Santa, parece que Nuestro Señor le dio
inteligencia de que a pocos ratos de amargura se seguían colmos abundantes de
gozos sobrenaturales, pues en un camino de tierra estéril de los que ordinariamente
hacía por la santa Obediencia, hallándose cansado se sentó, y por no tener rato
ocioso se puso a leer en un libro espiritual, y estando leyendo sintió que el
aire traía a su olfato olor de unas hierbas que él conocía por amargas. Hizo
reparo, y advirtió que no había causa de que se pudiese originar; suspendiendo
lo que leía, puso el espíritu en Dios, para que fuese servido de alumbrarle qué
determinación era la suya en aquella situación, y le fue dado a entender esta
palabra: Mirra. Él entonces, bañada
su alma en gozos indecibles y soberanos, como quien recibe un gran beneficio no
esperado, rompiendo de lo íntimo de ella suspiros ardientes y amorosos, dijo: -“Señor, bien conozco la tibieza con que doy
cumplimiento a mis obligaciones, y también el sinnúmero de mis culpas, y que
estáis justamente conmigo indignado; pero engrandezco vuestro inmediato poder y
clemencia, pues me habéis dado a entender en la palabra Mirra que me queréis
mortificado; dad claridad a mi entendimiento y fortaleza a mi alma para que yo
elija la mortificación que os sea más agradable, y la ejecute con humildad y
esfuerzo en Vos y por Vos, pues lo sois de humildes. Concededme, Señor, para
que la consiga, que me aparte, por vuestro amor, de todo aquello a que se
inclina mi natural, aunque sea lícito y honesto, y abrace todo lo que aborrece,
por más penoso y desconsolado que sea, y que rinda mi voluntad mal ordenada en
la porción inferior de la inclinación, apetito y parte sensitiva, al superior
dictamen de la razón, para que, dando repetidas aflicciones al cuerpo, muera en
él y viva en Vos” Prosiguió su viaje, y en él le fue
repetida esta palabra Mirra doce
veces, y otras muchas en otras ocasiones antes de empezar su peregrinación.
Pero nuestro Señor, que es fiel remunerador de voluntades resignadas, aquella
misma noche le ofreció, estando en oración, en visión imaginaria, un Ángel muy
hermoso y resplandeciente, todo cercado de zarzas y muy agudas espinas, que
tenía el brazo derecho levantado y en él una corona hermosísima tejida de hojas
de laurel y flores, dando a entender a Fray Francisco, con la acción y
demostración que hacía, que aquella corona era para él; con que su corazón se
fortificó a servir y padecer, viendo que tenía un Señor que, a afectos tan
limitados, daba premios tan sin medida. No entendió el Siervo de Dios la
calidad de las aflicciones que le esperaban, porque las juzgaba corporales como
siempre habían sido; y no juzgó bien, porque lo que resultó de esta visión fue
que empezó a sentir en su espíritu algunas sequedades y substracciones, y a
reconocer notable mudanza en su gobierno espiritual, con que andaba confuso y
desordenado; porque aunque procuraba con verdaderos actos de compunción
recobrar la perdida devoción, no le era posible; y aunque conocía las razones con
que su Padre espiritual le esforzaba, la guerra interior que traía sobrepujaba
al Discípulo y a la segura doctrina del Maestro. Acordábase de aquel sosiego de
los sentidos que tenía en sus ejercicios ordinarios, y como convaleciente a
quien se le ha quitado el báculo, vacilaba a una parte y a otra, desanimada el
alma de todo consuelo, sin quedarla más pie firme que el de la resignación;
porque aunque ardía incesantemente el fuego divino en su pecho, estaba a su
conocimiento cubierta la llama con sombras, para que de aquellas fraguas
celestiales saliese a su tiempo acrisolada su fidelidad y paciencia, y para que
la joya de tantos quilates hallada hiciese verdaderamente feliz al que la
juzgaba perdida; nuestro Hermano, en borrasca tan desecha y en mar tan proceloso,
se daba totalmente por perdido; porque si la memoria le recordaba la devoción
sensible, conocía el desamparo en que se hallaba; si le representaba los
consuelos interiores de su alma, veía la sequedad que la cubría cuando le proponía
la voluntad con que prontamente se entregaba a todo lo que era servicio de
Nuestro Señor; miraba el tedio que a esto mismo tenía y la tristeza que le
causaba; andaba todo desbaratado, porque las batallas que había tenido eran del
cuerpo y por tiempo limitado, y ahora eran del espíritu y le parecían eternas.
Persuadióse, viendo las obscuridades en que se miraba, que totalmente Dios le
había dejado, pues ni podía meditar, ni contemplar, ni se conocía a sí mismo; y
si algo conocía en sí, era que ni obraba lo sensible, ni se excitaba lo
imaginario, ni entendía lo intelectual. El P. Fray Juan de Herrera, como tan gran
Maestro, reconociendo por la conciencia de Fray Francisco que esta mudanza no
se causaba de desorden en ella, sino que venía por impulso de Dios, le prometió
de su parte la suavidad y consolación de su alma; con que, persuadido de alguna
manera que el crédito de la doctrina es la primera perfección del discípulo, y
no extrañada tanto la novedad con la costumbre, aunque duró por mucho tiempo
este género de ejercicio, poco a poco se fue ilustrando su alma con
resplandores divinos; y habiéndosele dado conocimiento de que los instrumentos
con que había sido labrado no habían causado destrucción, sino perfección en su
espíritu, volvió, como raudal detenido y luego desembarazado, con más ímpetu a
la templanza y quietud que gozaba: porque la memoria ya devotamente sentía; el
entendimiento, ya libre del velo de tantas obscuridades, veía la luz clara; la
voluntad, ya perdido el tedio y la tristeza que la oprimía, había convertido el
fastidio en ímpetus de afectos amorosos; y lo sensible, lo imaginario y lo
intelectual que se habían perdido, se hallaban con la dulzura de haber vuelto a
hallar su casa; con que rendido ante el divino acatamiento, y más y más
fervorizado, le faltaban palabras y agradecimientos para aclamar tantos favores
y misericordias. CAPÍTULO X De
los motivos que tuvo para la peregrinación a los Santos Lugares y cómo se
dispuso para ella, y de una gran desgracia que estorbó por ilustración divina. Después
de haber Fray Francisco de la Cruz vuelto a la paz y serenidad que solía gozar
en sus continuos ejercicios, hallóse en ellos tan mejorado, que llegó a tener
una quietud de oración tan sobrenatural que, si de antes todas las cosas que veía
le servían de instrumento para dar en cada una gracias al Criador, ahora estaba
tan dentro de sí en Dios, que no le movían a hacer reparo en ellas. Íbale
previniendo para que llevara su Cruz a la Tierra Santa, y quería aplacar, por
medio de esta penitencia, su justa indignación contra los hombres; y para esto
le quiso dar a entender aquel presente estado en las visiones siguientes: Vio una vez, durmiendo, que llovía con
grande tempestad, y que lo que llovía eran rayos de fuego. Vio otra vez, durmiendo, que llovía
sangre en una villa, seis leguas de Toledo. Vio otra vez, durmiendo, que la tierra se
ardía junto a Madrid, y que el fuego bajaba del Cielo. Vio, otra vez, con los ojos corporales,
una serpiente en el aire de muchas leguas de magnitud que con la cola llegaba
junto a Madrid, como que amenazaba, y que haciendo Fray Francisco la señal de
la Cruz se deshizo luego, con que conoció que el remedio estaba en la Cruz. Vio otra vez con visión imaginaria en unas
tinieblas una Corona de oro. Vio otra vez en visión imaginaria, entre
tinieblas, una Corona de espinas, y conoció que se la daban a él, sin ver quién
se la daba. Vio otra vez, también imaginariamente, un
Clavo de Cruz, de la misma manera que vio la Corona de espinas entre tinieblas. Vio otra vez, con los ojos corporales,
dos nubes en el cielo, muy encendidas, que se apartaban y se volvían a juntar,
a modo de pelea, y se le dio a entender que significaban guerras en España. Vio otra vez la Cruz en visión
imaginaria; y siendo este instrumento de nuestra Redención todas sus delicias,
y lo que más regalo y consuelo le causaba, en esta ocasión le dio tal sobresalto
el verla, que de la pena que sintió pensó morir de repente, sin que en esto le
fuese dado locución ni significación alguna. Otra vez le dijeron, estando en la más
ardiente de su oración: Está el mundo lleno de vicios, está para perderse. Otra vez le dijeron: Está Dios enojado con los
hombres por sus muchos pecados; es cierto que se los perdonará, si hiciesen
penitencia. Persuadióse que sus culpas eran la causa
de que el mundo se perdiese, y que los enojos divinos eran contra él, porque
habiéndole traído a la Religión no había hecho penitencia; y que, si a vista de
tantos avisos no se enmendaba y hacía alguna singular mortificación, no solamente
él se perdería, sino que sería causa de que muchos se perdiesen. ¡Oh bien
ordenada y útil consideración, que el que ama, sirve, agrada y es premiado,
amado y favorecido, vuelto en sí, no sólo dice: Siervo inútil soy, sino: causa de todos los daños soy! Luego quien
ni ama, ni sirve, ni agrada, ni por sus obras es premiado, ni amado, ni
favorecido, y respira sin cuidado y duerme sin zozobra, y vive sin aflicción, y
en lugar de muchos méritos buenos tiene muchos méritos malos, claro es que no
está en sí. Apoderóse esta santa idea tanto de su
entendimiento, que ni sosegaba, ni vivía hasta que hallase modo de hacer una
mortificación muy desigual de las que hasta ahora había hecho, asegurándose que
todas eran tibias e imperfectas, y de que estaba totalmente inmortificado; y
que si en orden a esto había hecho algo, no había sido agradable a Nuestro
Señor, y así no podía producir buenos efectos; con que llevado de estas santas
y debidas consideraciones, andaba buscando un género de aflicción corporal que,
rindiendo en él y casi aniquilando todas las impresiones de tierra, sin estas
contradicciones levantase el espíritu a Dios y de esta suerte fuese de grande
valor: también reconocía que acción suya no le podía tener. Estando ocupado en
estos discursos, previno que esto sólo se podía conseguir en alguna imitación
de Nuestro Redentor, con que le llevó luego la memoria y el afecto a los
quebrantos de su Pasión; y una vez empezado a tomar este camino, claro está que
le había de andar, hasta tropezar con el valor infinito de su misteriosa
crucifixión. Aquí hizo alto, pareciéndole que, para llevar a crucificar sus
culpas, era menester ir como fue el Señor a borrar las de todo el mundo,
clavándolas en su Cruz, llevándola como Él a cuestas y colocándola en el mismo
sitio en que estuvo el Sagrado Leño, y en él pendiente nuestra salud: con que
se resolvió (viendo que el Salvador había caminado a tomar aquel puesto con
aquel precioso Madero en sus hombros con tantos dolores y afrentas) imitarle,
como mejor le fuese posible, sin perdonar angustia, descomodidad, trabajo ni
aflicción, llevando una Cruz sobre los suyos, desde esta Provincia de Castilla,
en peregrinación, hasta ponerla en el Sagrado Monte donde estuvo la de Cristo
Jesús, nuestro bien, para procurar conseguir su aplacación y propiciación. Permítaseme decir en el modo que se puede
que este pensamiento de nuestro Siervo de Dios fue dichoso de mal fundado, o
que fue un engaño piadoso; porque certificarse con tan vivos discursos de que
era el mayor pecador, y de que era causa de todos los males, sólo parece pudo
ser para que se lograsen tan buenos afectos; porque aunque la justificación se
nos da toda de limosna, comprendiendo la gracia de la disposición, y nadie
puede certificarse de que la recibe, todavía por la bondad de Dios, por el
inmenso precio de la Sangre de Jesucristo su Hijo, por la virtud de los
Sacramentos y por la falta de acusación de la propia conciencia, se puede
piadosamente persuadir un alma a que está en amistad de Dios; pero Fray
Francisco de la Cruz, en quien parece concurrían estas razones, le hacían mucha
fuerza las contrarias, por el santo recelo con que los hombres espirituales,
mientras más ilustrado tienen el conocimiento, siempre se temen más y obran
más, porque siempre es incomparable la distancia de lo que son a lo que deben
ser. Esto, que en su alma propuso con piedad,
devoción y providencia, lo ejecutó con resolución, presteza y valentía; que en
los hombres de su espíritu todo lo que mira a Dios camina arrebatado, porque va
a su centro; y desde esta ocasión fue disponiendo los medios para la consecución
de tan alto fin. Esto que vamos refiriendo pasaba por el
año 1641, en que esta materia se empezó a consultar por su Confesor y Prelados,
reconociéndose las grandes dificultades que tenía. Por este mismo tiempo le fue dada
inteligencia de que lo que intentaba era muy del agrado de Nuestro Señor, y de
que aplicase el principal intento de esta penitencia por la exaltación de la
Santa Fe Católica, por la paz, en aquellas presentes guerras, entre los
Príncipes cristianos, y enmienda de costumbres, y que en su viaje siempre fuese
exhortando a oración y penitencia; con que desestimados los inconvenientes, se
aseguró del cumplimiento de esta proposición. Pero como sabía que la Obediencias es el
norte fijo de todos los movimientos santos, dispuso consultar su determinación
con su Prelado inmediato, que entonces era el mismo Padre Fray Juan de Herrera,
Confesor y Maestro espiritual de nuestro Hermano, pidiéndole licencia por
escrito para hacerlo con más expresión y claridad, y para significar cabalmente
sus motivos, causas y razones; y así lo hizo, en la forma siguiente, según está
sacado al pie de la letra de los papeles originales, los cuales, con los demás
que nos han dado materia para las adiciones de esta segunda impresión, paran en
el archivo del convento de Madrid. Ensalzada sea la
Santa Fe Católica. Amén. REVERENDO
PADRE PRIOR: Fray Francisco de la Cruz, el gran
pecador, indigno súbdito de V. P. R., hablando con la humildad, devoción y
reverencia que debo, y protestando ante todas las cosas que soy, por la gracia
de Dios Nuestro Señor, cristiano, hijo fiel de nuestra Santa Madre Iglesia
Católica Apostólica Romana, y como tal me someto a su corrección en todo lo
contenido en esta petición; y así digo en el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo, tres Personas y un solo Dios verdadero: Que viendo en la manera
que puedo, con el divino favor, los admirables beneficios que Dios por su
bondad nos hizo a los hombres en criarnos a su imagen y semejanza, haciéndonos
capaces de conocerle y amarle, por lo cual le debemos toda adoración,
obediencia y reverencia, como a nuestro Criador; y viendo Su Majestad la
perdición nuestra, causada por la culpa original, nos hizo otro admirable
beneficio dándonos a su Unigénito Hijo por Redentor y Maestro, el cual fue
concebido por obra del Espíritu Santo, y nació de Santa María Virgen, y padeció
y murió, y fue sepultado por nosotros, y después de haber resucitado subió a
los Cielos con su propia virtud, y desde la diestra de su Padre Eterno, donde
está, ha de venir a juzgarnos a todos los vivos y muertos; por todo lo cual le
debemos ser agradecidos y servirle y amarle, y mucho más por ser su bondad la
que es y por el infinito amor con que nos ama. Y para que participemos de sus infinitos
merecimientos nos dejó en la Iglesia Santa los siete Sacramentos, por medio de
los cuales nos comunica su divina gracia y nos hace hijos suyos y herederos de
su divina gloria. Y viendo el demonio, enemigo de Dios y nuestro, que nuestro
buen Dios nos ama tanto, lleno de envidia ha procurado introducir en el mundo
horribles tinieblas en los corazones de los hombres: en unos, para que no vean
la certísima luz de nuestra Santa Fe Católica; y en otros, para enfriar el
amoroso fuego de la santa caridad; de las cuales tinieblas han resultado
innumerables culpas y pecados, de los cuales está Nuestro Divino Dios muy
ofendido, lo cual creo por las calamidades, nunca otra vez vistas semejantes
entre cristianos, como al presente se ven entre los muy católicos y
cristianísimos Reyes de España y Francia, y entre sus vasallos y entre otras
muchas Provincias de la Cristiandad, que son las encendidas guerras, con las
cuales los Reyes gastan sus tesoros, con menoscabo de sus municiones, y los vasallos
padecen, no sólo gastando sus haciendas por ayudar a sus Reyes y señores, sino
dejando sus Patrias y casas, haciendas, mujeres, hijos y familias, arriesgando
la salud, vidas y sus honras, de que se ocasionan muchas culpas y se aumentan
las ofensas contra Nuestro Señor Dios; y permitir Dios nuevas caídas de pecados
sobre tantos como habemos cometido, que es indicio de nuestra perdición, la
cual temo con grandísimo dolor de mi ánima, fundándome en ver que falta la paz
y en ver que los Reinos están divididos; y Dios dice que no quiere la muerte
del pecador, sino que se convierta y viva. Según lo cual nuestro remedio está
en que nos convirtamos y hagamos penitencia, para que Dios nos perdone como
hizo a los de Nínive; y la Iglesia, Nuestra Madre, dice que a Dios, a quien
ofende la culpa, la penitencia le aplaca. Por tanto, pues, el remedio es la
penitencia; en confianza de Dios añadiré a mis pobres ejercicios la penitencia
siguiente: En el nombre de Dios Todopoderoso y de la Virgen Santísima, María
del Monte Carmelo, y de todos los Santos Apóstoles y Evangelistas, y de todos
los Santos de la Corte celestial, pido licencia a V.P. para ayunar tres años
continuos, sin faltar ningún día, excepto los domingos; y que los ayunos hayan
de ser, no sólo con abstinencia de carne, sino con abstinencia de todos los
manjares, comiendo solamente pan y agua, y no más de una vez al día, sin hacer
colación de noche, excepto los domingos, que podré comer más de una vez y usar
de comer cualesquiera frutas o legumbres, guardando siempre la abstinencia de
carne, huevos, pescado y cosas de leche, que esto nunca se ha de comer; tengo
de caminar siempre a pie, y pedir de limosna lo que comiere y dar a pobres lo
que me sobrare, sin reservar nada de un día para otro; tengo de observar la
pobreza evangélica, sin poseer ni tener moneda alguna, ni recibirla de limosna,
ni tocarla, ni levantarla del suelo, aunque la halle caída; usaré siempre de
traer cilicio, y los días que pudiere tomaré disciplina; sufriré las injurias
por Dios, y desde luego las perdono a quien me las hiciere y a los que me las
hubieren hecho antes de ahora en cualquiera manera; llevaré una Cruz a cuestas
desde aquí a Roma, y allí visitaré con ella las siete iglesias principales y
más las que pudiere; y en el camino visitaré en cada lugar, ciudad o villa el
Santísimo Sacramento del Altar, por lo menos una iglesia y más las que hubiere
lugar. Y si en Roma nuestro Santísimo Padre el Pontífice y nuestro
Reverendísimo Padre General me dieran licencia para llegar a la ciudad de
Jerusalén, iré con la Cruz a cuestas a visitar el Santo Sepulcro de Cristo,
Nuestro Redentor, y los demás Santos Lugares de la Tierra Santa; y desde allá
volveré a esta santa Provincia, y en todo siempre con la Santa Cruz a cuestas;
todo en confianza de Dios, de quien espero su divino favor y fuerza, mediante
su divina gracia. Y aunque conozco y confieso que mis
culpas y pecados son tan grandes, que no bastarán todos los hombres del mundo
para satisfacer la divina justicia con toda la penitencia que pudieran hacer,
con todo eso digo, con el pesar que puedo de haber ofendido a Dios nuestro
bien; digo que en satisfacción ofrezco a su bondad infinita los infinitos
merecimientos de su Unigénito Hijo, Nuestro Redentor y Maestro Jesucristo, y
los merecimientos de su Santísima Madre y de todos los Santos, y confío en la
divina misericordia que perdonará mis pecados y las penas debidas por ellos; y
si fuere servido de que yo haga alguna satisfacción, la remito para después de
pasado los tres años primeros siguientes, que se contarán desde el día de la
Circuncisión del Señor, del año que viene de mil seiscientos cuarenta y tres,
hasta el mismo día del año de cuarenta y seis, porque en estos tres años siguientes
es mi intención ofrecer lo dicho por la paz y concordia entre todos los Reyes y
Príncipes cristianos, y de todas las Repúblicas y Provincias de la Cristiandad,
y en recompensa de todas las injurias, ofensas y agravios que todas las criaturas
del universo hemos hecho contra Nuestro Dios, Criador, Señor Nuestro y Salvador,
de quien esperamos los fieles la Bienaventuranza. Y mis ansias son que la Santa
Fe Católica se dilate por todo el mundo, pues por todos padeció y murió nuestro
Señor, y que haya paz, porque podamos mejor obedecer, servir y amar a Dios, y
así se coja copioso fruto de su Redención, y nosotros participemos de los
merecimientos de Cristo, mediante la misericordia divina, y así le gocemos y alabemos
en la bienaventuranza eternamente, donde vive y reina con Dios en Trinidad de
Personas, por todos los siglos de los siglos. Amén, Amén. Y así lo firmo de mi
nombre, en este Santo convento de Señora Santa Ana de la villa del Alberca. En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén. Un esclavo de nuestra Santa Fe Católica. Y un indigno
súbdito de V. P. R. FRAY
FRANCISCO DE LA CRUZ
el gran Pecador Ensalzada
sea la Santa Fe Católica, por siempre jamás Amén.
Amén. Amén. Esta fue la petición que presentó nuestro
Hermano ante su Prelado inmediato, pidiendo licencia para ejecutar lo contenido
en ella; y si esta obra diera lugar para las ponderaciones que se ofrecen, se
pasara, de los términos de una historia singular, a panegírico interminable,
que no es sujeto de menos una obra tan heroica y de circunstancias tan
heroicas, que aun fuera mucho voto para la criatura más esforzada de todo el
mundo, puesto que no cabe en humanas fuerzas, aun ayudadas de los auxilios
divinos de esta Providencia ordinaria, obligarse a hacer milagros. Y si llevar
una Cruz a cuestas desde Castilla hasta Roma y Jerusalén, y volver con ella a
pie, cargado de cilicios de hierro y muy pesados, comiendo solamente pan y
agua, y esto muy pocas veces, tomando disciplinas lo más días, en tiempo que,
con los muchos años y el rigor de las penitencias continuas se hallaba tan
deshecho, que pudiera decir lo que el Santo Job, que, consumidas sus carnes,
tenía pegada la piel con sus huesos y apenas le habían quedado labios para
poder pronunciar; digo que si esto es milagroso, o milagros, lo juzgará a quien
le toca; sólo diré yo una palabra, y es: que fue sin duda ilustración de Dios
que fuesen tan soberanos los motivos de su empresa como se descubren en su
petición; que una hazaña tan gloriosa, dejara de serlo a no mirar fines tan
altos. Consideró su Prelado la petición de
nuestro Hermano, y le concedió por escrito la licencia y sin mucha dificultad;
y a mí me parece no pudo tener otra razón concluyente que persuadirse a que en
Fray Francisco asistía aquel espíritu mismo que en San Pablo, cuando decía: Todo lo puedo con Dios, que me conforta.
Firmó, pues, la licencia en 29 de diciembre de 1642. En el Capítulo de la Orden que se celebró
en Valladolid por mayo de 1642, pareció Fray Francisco pretendiendo licencia
para ejecutar esta sin ejemplar determinación; y reconociendo su edad, y los
graves embarazos que tenía la pretensión por una parte, y por otra su espíritu
y trato con Dios, se le dio licencia para que fuese a Roma a conseguir
aprobación de la Hermandad y Altares que había fundado con título de la Santa
Fe Católica, con calidad que no la cumpliese hasta fin de febrero del año
siguiente de 43, para con más tiempo (respecto del limitado que tiene el
Capítulo) consultar si convendría dársela para la visita de los Santos Lugares
con Cruz a cuestas. Este mismo año, dos meses antes de Santa
María Magdalena, el Padre Fray Pedro de Borja, Religioso de aquella
conventualidad, salió a Villarrobledo a predicar el sermón de la Santa, en la
fiesta que en su día se había de hacer en aquella villa. El día antes en la
noche se entró Fray Francisco en el coro a tener oración, y al salir de
Maitines dijo al Padre Prior: -Vuesa Paternidad
se ha de servir de darme licencia para
que luego me parta a Villarrobledo (aunque la noche es tenebrosa y amenaza
tempestad) para llevar al Padre Fray Pedro de Borja dos espejos que se le han
olvidado, que son un Santo Cristo y una calavera, que en el sermón de la
Magdalena son precisos. El Padre
Prior le dijo: - Que aquellas insignias
no eran necesarias en sermón de festividad. Fray Francisco le replicó: -Que era muy del servicio de Nuestro Señor
que él se partiese luego, y así, que convenía le permitiese ir, porque era de
suma importancia. El Padre Prior, con el conocimiento que tenía del sujeto,
entró en recelo y le dio licencia, y con ella se puso en camino, y al día
siguiente llegó a Villarrobledo cuando Fray Pedro estaba para subir al púlpito,
y extrañó mucho el verle, y nuestro Hermano le dijo que venía a traerle aquellos
espejos, porque sin ellos no era bien que hubiese quien predicase de la
Magdalena. Con que pareciéndole al predicador que allí había luz superior, los
mostró en su ocasión al auditorio, haciendo con ellos una general exhortación,
y causó grande movimiento. Los efectos interiores que de esto resultarían no se
llegaron a conocer, pero bien se dejan presumir. Lo público fue que, después de
acabada la fiesta, el Mayordomo de ella llevó, con otros convidados, a su casa
a comer a los dos Religiosos, y estando para empezar en unas escudillas de
caldo, dijo Fray Francisco: -Ninguno las
pruebe, porque están envenenadas. Entonces entraron todos en confusión, y
volvió a decir que, para que lo viesen, trajesen la olla; y la trajeron, y
prosiguió diciendo: - Saquen el repollo,
y abran una de esas dos partes en que está dividido, y hallarán dentro un sapo
que se ha cocido con ella y la tiene envenenada. Hiciéronlo así, y hallaron
el sapo, y enterraron la olla y comieron de otras cosas prevenidas, y Fray
Francisco no quiso comer con ellos, por lograr su pan y agua; y todos dieron
gracias a Dios del peligro de que milagrosamente se veían libres, reconociendo
la admirable santidad de aquel Religioso, el cual daba también gracias a
Nuestro Señor, muy cumplidas, de que le hubiese tomado por instrumento para
socorrer al prójimo en riesgo tan evidente, y de que hubiese querido que pasase
las inclemencias de aquella noche para estorbar tan grande mal, teniéndolo por
singular favor, pues imitaba de algún modo al que tan a costa suya libertó
nuestra humana cautividad. CAPÍTULO
XI En
que se resuelve que se haga el viaje a Jerusalén con Cruz a cuestas, y se
empieza con algunas circunstancias particulares. En
el tiempo que le reservó el Capítulo para volver a consultar la licencia que
con grande solicitud procuraba nuestro Siervo de Dios para la visita de la
Tierra Santa con Cruz a cuestas, se hacían muchas juntas por los mayores
sujetos de la Religión, en virtud y en letras, que en todas edades han
florecido en ella tan grandes, que han sido, no sólo lustre glorioso de su
Familia, sino adorno y resplandor de toda la Iglesia Católica. Por este mismo tiempo vio una maravillosa visión (que fue la
tercera que tuvo de la Santa Cruz), apareciéndosele en el aire y dándole Dios
clara inteligencia de que gustaba que hiciese otra como aquella y la llevase en
peregrinación a Roma, a Jerusalén y a Santiago de Galicia, y que con esta
penitencia se aplacaría, para estorbar un mal grande que amenazaba a la Cristiandad;
quedando Fray Francisco de la Cruz con ardentísimos deseos de ejecutar la
voluntad divina y cada día más certificado que conseguiría la licencia que casi
dos años había pretendido. También el P. Fray Juan de Herrera, su Confesor y
Prelado, como Ministro más íntimo de esta pretensión, hacía fuertes instancias
para que se le diese la licencia, y es cierto que fue lo que hizo mas peso en el
aprecio de la Religión. En fin, se le concedió, con grande consuelo de todos
(porque esta fue una expectación universal en toda la Provincia), en 7 de
febrero de 1643, con calidad que el peso de la Santa Cruz no excediese de
quince libras castellanas; y Fray Francisco, habiendo conseguido la del Señor
Nuncio de Su Santidad, y después de haber hecho extraordinarias mortificaciones
y penitencias por el buen suceso de negocio tan arduo, pasó a San Clemente a
disponer que se hiciese la Cruz, la cual labró un carpintero que se llamaba
Alonso de Haro; y es de advertir que desde luego quiso Nuestro Señor mostrar
cuánto era de su agrado la formación de esta Santa Cruz, porque el dicho
oficial andaba enfermo, y desde que dio el primer golpe en su labor se halló
libre de la dolencia que le afligía. Formóse un letrero en los brazos de ella,
con las palabras de San Mateo al cap. XVI de la Sagrada Historia, que dice: Qui vult venire post me, tollat Cruce suam et sequatur me. Y otro a lo largo del lugar, de San
Pablo, al cap. II de la Epístola ad Philipenses, que dice: Humilliavis se metipsum usque ad mortem, mortem autem
Crucis. Los cuales dos lugares de las divinas
letras se pusieron en la Santa Cruz por especial inspiración de Dios que para
ello tuvo nuestro Hermano, para que no faltase circunstancia en la obra que no
fuese digna de veneración. Fabricada la Santa Cruz, faltaba pagar
al carpintero; y estando nuestro Hermano con él a la puerta de su casa tratando
del precio para saber qué cantidad había de pedir de limosna para la paga, pasó
por allí D. Juan Pacheco de Guzmán, Caballero de la Orden de Alcántara, y
sabiendo lo que se trataba y conociendo la suma pobreza del Religioso, sacó el
dinero y pagó la santa hechura, y Fray Francisco la llevó a un aposento que le
daba en su casa Doña Ana de la Torre, en donde estaba cuando salía a pedir en
aquel lugar las limosnas que le mandaba la santa Obediencia. Desde allí la
llevó a su convento; y en las dos leguas que hay desde San Clemente a la Alberca,
¿quién podrá significar los gozos de su alma y los coloquios amorosos que iba
diciendo a su Cruz? ¿Quién duda que se valdría de los que nos dejó San Andrés
en la proclamación del Sagrado Madero? Fue muy bien recibido en el convento, y
habiendo llegado el dichoso día del cumplimiento de sus licencias y principio
de su peregrinación, se despidió tiernamente de la Imagen de Nuestra Señora del
Socorro, para no apartarla de su corazón en todo el camino, y con muchas
lágrimas de aquellos Observantes Religiosos, y en especial del Padre Fray Juan
de Herrera, que le puso precepto que al entrar en cualquier lugar siempre fuese
vía recta a la iglesia e hiciese oración al Santísimo Sacramento, el cual
empezó a ejecutar en la de su mismo convento en el nombre de la Santísima
Trinidad y de su Madre Santísima del Carmen; salió a la peregrinación en forma
apostólica, con su Cruz a cuestas, que pesaba quince libras, en diez y seis de
marzo del año mil seiscientos y cuarenta y tres, siendo de edad de cincuenta y
siete años, dos meses y veinte días. Salió a campaña este soldado valeroso con
aquel Estandarte Real desde donde reinó Dios, con aquel Leño que tuvo en sí
pendiente el precio de todo el mundo y que al perderle se estremeció la tierra
en temblores confusos y vergonzosos por lo que hacían sus hijos, o porque no le
habían conocido antes con la Sagrada insignia de la Cruz, digo, en donde se
hizo posible (aunque a tanta costa) borrarse lo infinito de una culpa, siendo
instrumento de la mayor victoria, a cuya vista, no sólo se desarman las furias
infernales, sino que se pasman los Cielos. Iba caminando Fray Francisco de la
Cruz, con la alegría que se puede considerar de que ejecutaba la voluntad
divina; y como ésta era por el camino de Cruz, quiso que gozase de sus efectos
y que fuese acrisolado en los sobresaltos siguientes: Aquel mismo día, prosiguiendo su viaje,
iba en su continua oración, cuando reparó que se ponían delante, como
embarazándole el paso, diversos animales en varias formas, y cada uno en la
suya, con notable desproporción de grande, y que mirándole con vista espantosa,
le amenazaban con horribles demostraciones. Al principio, como iba tan
fervoroso, no puso bastante atención, queriendo ir caminando; pero como tantas
veces le rodeaban y se le ponían delante embarazándole los pasos, conoció lo
que podía ser, y valiéndose de sus armas, se quitó la Cruz del hombro, y
tomándola en ambas manos, como quien la lleva en procesión dijo: -¿Quién
es bastante a impedir los caminos de Dios? Y apenas hubo pronunciado estas palabras,
cuando se vio libre de aquella infernal molestia y volvió a seguir su viaje en
la forma que de antes. Otro día, estando en Alconcher sentado
descansando, junto a una casa donde está el horno del pan, vio venir hacia
donde estaba un gato negro, y en un instante le dejó de ver, y en la misma
parte por donde venía el gato vio un hombre que, llegándose a él, le dijo: -Quisiera
saber para qué un viejo intenta un viaje tan largo con Cruz a cuestas. A que le respondió el Siervo de Dios: -Supuesto
que no es suyo el Fraile, ¿quién le mete en ello? Y entonces el hombre le dijo: -Antes
que veas cumplido tu deseo, yo me vengaré de ti.
Y desapareció con grande
ruido y espanto. El mismo día se llegaron a él dos
mancebos vestidos de negro, y en buena conversación le iban acompañando, y en
diferentes pláticas que se movieron una fue, usando de amistad compasiva,
decirle que se había metido en intentar lo que no cabía en fuerzas humanas, y
que muchas veces, envuelta en la presumida perfección, viene la tentación, y
que hacía empeño en un imposible, y que confiar tanto de sí era parte de
soberbia. Él les respondió con la misma razón antecedente: -¿Qué
se meten ellos en esto? Que no es suyo el Fraile. Y dicho esto, vio otros dos mancebos
junto a sí, de mucha gala, que dijeron a los primeros: -Váyanse
luego y no estorben el camino de este Religioso. Dicho lo cual se desaparecieron todos
cuatro, y reconociendo que no se pasaba momento de tiempo en que no recibiese
alguna particular misericordia de la poderosa mano de Dios, aclamando su bondad
y grandeza entró en segura y alta confianza de que había de ver el dichoso fin
de su peregrinación. CAPÍTULO
XII De
un singular favor que le hizo la Virgen
del Carmen, y de cómo llegó a Navarra y entró en la Francia. Amaneció el día siguiente; y bien se
puede decir amaneció, pues a las tinieblas más obscuras y horrorosas sucedió la
mejor aurora disipándolas y confundiéndolas. Caminaba Fray Francisco en
profunda meditación, cuando, suspendido algo de una apacible novedad, reconoció
que traía el aire fragancia tan delectable y olorosa, que se recreaban en ella
los sentidos; tan extraordinaria, que no pudiéndose declarar con flores, rosas,
hierbas ni aromas, no siendo como de alguna, sobrepujaba a todas; tan suave y
excesiva, sin embarazar lo excesivo a lo suave, que en ella amorosamente se regalaba
el olfato y fervorosamente se encendía el espíritu. Admiró también que a un
mismo tiempo se cubría el aire de pájaros de varias naturalezas y de varios
géneros de música y sólo no varios en la perfección y destreza con que
cantaban, pues cada uno recreaba el oído, y todos juntos le aplaudían y
admiraban, componiendo la hermosa unión de una música la concertada diversidad
de diferentes voces y músicos. Estaba sin poder dar fondo a caso tan
raro y ameno, a suceso tan extraño y amable, cuando advertidamente reconoció
con los ojos corporales que le salían al encuentro doce hermosísimas doncella,
divididas seis en cada lado, todas ricamente vestidas y adornadas de resplandores
excesivos, trayendo cada una en la mano una antorcha, y que al fin de todas
venía una niña con el Hábito de su Religión, vestida de blanco y pardo, cercada
de tales resplandores, que en su comparación pierden el lucimiento las
estrellas, padece eclipses la Luna y confusiones y embarazos el Sol, y que
llegándose a él le dijo: -Prosigue tu camino sin que te embaracen
trabajos ni adversidades, que yo, que soy tu Madre, te ampararé. Dicho esto, acordando más sus dulces
acentos las aves, excediendo más las fragancias que ocupaban el ambiente,
brillando más las galas de aquellas perfectísimas criadas, luciendo más las
antorchas que tenían en las manos, y obscureciendo más sus resplandores el día,
bajó una nube con rojos brilladores matices, con lucidos apacibles reflejos,
cubriendo a los ojos del Siervo de Dios este hermosísimo teatro. Quedó agradecido y confuso, pidiendo a
Nuestro Señor trabajos y adversidades por lograr tan celestiales amparos, y
haciendo en todos los lugares en que entraba oración al Santísimo Sacramento,
conforme al precepto que tenía (que observó puntualmente hasta volver a su convento
de Santa Ana de la Alberca), proseguía su viaje, saliendo los pueblos a verle y
a acompañarle por largas distancias, edificados de su devoción, edad y
penitencia, rogando todos a Dios fuese servido que celo tan piadoso y fervor
tan sin ejemplar llegase a conseguir dichosamente el virtuoso fin de su
empresa. Iba Fray Francisco con una voz
edificadora exhortando a todos a oración y penitencia, aclamando la Exaltación
de la Santa Fe Católica. De esta suerte llegó al reino de Navarra
y a su Corte, la ciudad de Pamplona, víspera de la Santa Cruz de Mayo, en donde
causó tal novedad el verle, que se conmovió toda la ciudad, asegurándose todos
que esta era obra del Cielo, y que Nuestro Señor se había de apiadar de las dos
Coronas, España y Francia, en aquellas presente guerras, concediéndoles la
deseada paz. Fue al convento de su Orden, y el Padre Prior al día siguiente,
por serlo de la Santa Cruz, en la procesión conventual permitió que Fray
Francisco llevase la suya; donde asistió tanto concurso que, después de
acabada, fue necesario retirarle porque no le cortaran los hábitos. El Cabildo
Secular de aquella ciudad le envió dos Caballeros Comisarios para que de su
parte le ofreciesen todo el dinero que fuese menester para el camino, y para
pagar los tributos que tienen impuestos los turcos en sus Aduanas a los
peregrinos que pasan a la veneración de los Santos Lugares trasmarinos. Él se
excusó, agradeciendo demostración tan cristiana y generosa, diciendo que iba
confiado sólo en la Divina Providencia, persuadido a que, en valiéndose de
medios humanos, no había de conseguir su intento. Los Caballeros Comisarios,
viendo que sus ruegos no eran bastantes para que recibiese la liberal ofrenda
de aquella nobilísima ciudad, el día que se partió de ella le fueron
acompañando hasta que la perdió de vista. Entró en la Francia por la parte de
Bayona, y en aquella antigua y célebre villa, que ésta y las demás numerosas
poblaciones de la Francia, por más antiguas y nobles que sean, se nombran así
porque en ella no se usa del nombre de ciudad, y causó diferentes rumores su
venida: unos decían que era loco de tema extravagante; otros, que era embustero
y que por allegar limosnas quería mover los ánimos con aquella no común
resolución; otros, que se valía del Hábito del Carmen por tener tan general
filiación; otros, que era Santo fingido y que desdichada y trabajosamente
afectaba aquella costosa virtud; otros, que era algún buen hombre devoto que presto
se cansaría. El Sr. Obispo, armado de su jurisdicción,
antes que llegase al convento de su Orden le hizo prender y pidió las
licencias; y viendo que estaban en forma, dijo que eran falsas, y le mandó
llevar a la cárcel y que en tres días no le diesen de comer; no se sabe con qué
espíritu se resolvió a tan extraña y arriesgada determinación, y siempre
debemos presumir que asiste Dios a los jueces, y de aquí resultó gloria suya en
el crédito de su Siervo; aunque lo más cierto parece fue que el Sr. Obispo
juzgó que era embuste mal cimentado y quiso embarazarle en su origen, y que no
se alborotase la Francia con descrédito suyo, pues era el primer Prelado que lo
debía remediar. Discurso político, fundado sólo en razón humana, que nuestro
Señor quiso que no prevaleciese, pues no era principio para motivar de él
resolución tan rigurosa; y así como tantos años sustentó a su Siervo con pan y
agua y algunas legumbres, ahora le quiso sustentar estos tres días sin alimento
alguno; de lo cual certificado el Sr. Obispo, por la persona en cuya custodia
había estado, de que en todos tres días no había comido y de que, si no es
algunos breves ratos que había dado al sueño, lo demás del tiempo había gastado
en oración, le mandó traer de la cárcel a su presencia con demostraciones de
honra y aplauso, y le recibió mostrando afectos y urbanidades, encomendándose
en sus oraciones y refrendado las licencias, y mandando le diesen una copiosa
limosna, la cual, viendo que casi por fuerza le obligaban a que la recibiese,
pidió al Sr. Obispo fuese servido de mandar se diese al convento de su Orden;
con que causó general desengaño un desinterés tan absoluto, y las dudas se
convirtieron en estimaciones, y el Sr. Obispo mandó llevar al convento la
limosna y en él estuvo el Siervo de Dios cuatro días, donde tuvo una singular mortificación,
porque el Prelado, viendo que en los tres días primeros no había comido más que
pan y agua, al último le puso obediencia para que comiese pescado y bebiese
vino; y aunque suplicó del precepto, que fue para él de mucho rigor y
sentimiento, no lo pudo conseguir; con que probó el pescado y gustó el vino,
pero se partió luego de aquella villa, dejándola toda movida, con edificación
de los católicos y confusión de los herejes. CAPÍTULO
XIII En
que se prosigue su viaje, y de los grandes prodigios que obró Nuestro Señor con
él hasta que salió de la baja Languedoc. Prosiguió su viaje, padeciendo por la
Gascuña muchas contumelias y afrentas; y porque desde esta ocasión fueron raros
los favores que recibió de la Divina mano y de la Reina de los Ángeles, ha
parecido forzoso, para declararlos con puntualidad, poner aquí la relación en
lengua francesa (que era la Provincia donde sucedieron), que impresa en un
libro pequeño se remitió desde Languedoc a París, como a Corte en que asisten
los Reyes, desde donde se comunicó a toda la Francia, y después se divulgó por
toda la Cristiandad, y llegó a esta Corte de Madrid: y para que los que no
entienden el idioma castellano y entienden el francés, por ser común a mucha
parte de Europa, participen con particular noticia lo que en general habrán
oído de los milagrosos consuelos con que fue favorecido el Siervo de Dios Fray
Francisco de la Cruz en la Francia, donde tanto ejemplo causó, y se alienten a
imitar sus generosos esfuerzos y raras virtudes, se pone aquí el original
francés, que es como sigue: RELATION
DU VOYAGE DE FRÈRE FRANÇOIS DE LA CROIX, CARME ESPAGNOL, DE LA VISION QU`IL EUT
DANS TOULOUSE ET DES MIRACLES QU`IL A FAITS DANS LE BAS LANGUEDOC Comme
d`un côté les actions les plus saintes et les plus louables sont le plus
souvant mal interpretées et les dévotions extraordinaries sont la plupart du
temps condamnées d`extravagance et de folie, aussi d`autre part Dieu, pour
confondre le jugement des hommes, se plait d`autoriser les ouvrages qu`ils
condamnent, et pour les faire connaître qu`ils sont de mise, Il les marque du
sceau de ses miracles hunc Pater signavit
Deus, et c`est lorqu`ayant reconnu la fausseté de leurs opinions ils
reçurent ce qu`ils avaient autre fois méprisé et sont contraints d`avoir
recours pour la santé du corps, à ceux qui, pendant leur aveuglement, leur
semblaient depourvu de celle de l`esprit. Ainsi Dieu, ayant permis que le dessein
merveilleux de Frère François de la Croix, Carme espagnol, d`ont vous avez vu
ci-devant la relation, ne trouverait
point généralement des approbateurs, et que ou les uns condamneraient
absolument son dessein de faiblesse et de mélancolie, ou que si les autres lui
donnaient leur approbation, ils jugeraient son enterprise vaine et d`une
execution impossible, Il a voulu faire
connaître par de signes extraordinaires qu`ll en était l`auteur, digitus Dei hic est, et qu`on ne devait
pas trouver étrange qu`un vieillard chargé d`une si grande Croix, dans un jeûne
perpetuel peut travailler un si long espace de terre et de nations si
différentes en moeurs, en langue et en Religion, puis qu`ll est le courage des
vieillards, la force des faibles, le pain de vie, le truchement des étrangers,
le chemin et le port des voyageurs, c`est pourquoi il a autorisé sa maison par
des signalés miracles, animé son courage par des visions glorieuses et promis
une fin heureuse a sòn religieux dessein. Aussi ce sont les patentes qu`ll met dans
les mains de ses serviteurs pour les faire reconnaîte; et lorsqu`ll a présagé
leur venue Il a découvert leur livrée, exurgent
Prophetae, et facient signa et prodigia multa, Il chérit l`humilité qui les
oblige à chercher les ténèbres, mais Il l`a recompensé pour tant, en les
exposant au jour qu`ils fuient et en les comblant de la gloire dont ils sont
mortels ennemis, Il leur en donne parce qu`ils n`en veulent pas et qu`ils ne la
reçoivent que pour la lui rendre. Vous avez appriz par la relation
précédente comme quoi frèr Fraçois de la Croix, castillan de nation, Religieux
laic de l`Ordre des Carmes, ensuite d`une sainte inspiration qu`il eut du Ciel,
délibera de porter de Castille à Rome, et de là en Jerusalem, une grande croix
sur les épaules pour l`aller planter au même lieu où la véritable Croix fut
élévée pour notre salut, avec ce dessein d`obtenir, par une si longue et grande
pénitence, la paix universelle de la Chrétienté, et comme quoi ayant eut la
permission de ses Supérieurs, après une poursuite de deux ans, il commença son
voyage chargé de ce pesant fardeau, et arriva dans Toulouse le vingtième de
Mai, après avoir fait deux cents lieues, parmi un jeûne perpetuel au pain et à
l`eau, non sans avoir rempli sans doute les lieux de son passage de
l`admiration de sa vertu et des miracles de sa vie, lesquels pourtant son
humilité nous ayant caché, nous ne pouvons vous donner la connaissance que de
ce qu`il a fait de merveilleux, où dans Toulouse, où dans les villes du bas
Languedoc, par où il a poursuivi son voyage. Il fut de
sejour douze jours dans cette ville, pendant lesquels, dans le convent des Pères Carmes où il était logé, il fut visité
d´un grand concours de peuple qui faisait foule pour le voir et pour couper
quelque morceau de son habit; mais sa grande piété et son zèle ardent le tenait
tellement attaché à la prière, que ses yeux étaient perpetuellement collés au
grand autel de l`eglise, devant lequel il était quasi toujours à genoux; aussi
sa modestie souffrait avec déplaisir certe foule curieuse jusques l`a pendant
son séjour deux processions générales ayant été faites dans la ville, et
s`étant trouvé a la première son habit y fut tellement rompu et déchiré qu`il
fut obligé d`exiger du Supérieur de lui permettre de ne point se trouver à la
seconde; il aima mieux se priver du fruit de cette dévotion publique que de
voir avec regret le progrès de sa gloire particulière; et qu`on fit plus de cas
de son chetif habit que du satin et de la pourpre; en quoi il faut admirer en
passant les divins secrets de la Providencie éternelle, qui aime tant la
pauvreté qu`Elle a pratiquée qu´après qu`un saint Religieux s`est dépouillé des
choses du monde pour son saint amour, et ne s`est reservé qu`un simple habit
pour marque de sa retraite, Elle se plait à la mettre à nu, et lui suscite de
pieux larrons qui lui ravisent la seule chose dont il se pouvait dire le
maître. Mais, pour
revenir à notre sujet ce bon Frère fut commandé par son Supérieur d`exercer une
oeuvre de charité chez Mr. Martin, Trésorier général de France, ami et voisin
du convent, lequel avait une jeune fille qu`on n`avait pu depuis longtemps ni
par prière ni menace obligé à prendre son repas en présence de ses parents, et
qui par quelque humeur mélancolique ne mangeait qu`à l`écart et dans la
solitude. Des que ce bon Frère fut dans sa maison et que cette fille avec ses
parents furent en sa présence, en même temps elle demanda à manger, et se vit
délivrée de cettte humeur fâcheuse qui lui avait fait si longtemps fuir la
compagnie des siens, ceux qui savent la différence des maladies de l`esprit et
du corps, et combien celles qui s`attachent a cette plus noble partie de nous
sont d`une plus difficile cure que les autres qui ont un sujet materiel
trouveront cette guérison miraculeuse; mais s`il s`en trouve qui ne croient
point qu`il y aient autre miracle que de rendre la vue aux aveugles ils auront
de quoi se satisfaire dans la suite de cette relation après avoir lu comme ce
bon Frère la nuit avant son départ fut comble de ses travaux passés et animé
pour ceux de l`avenir par la vision glorieuse de la Mère de Dieu qui lui
apparut dans sa chambre envirionée d`un troupe d`Anges lui asurant qu`il verait
la fin heureuse de son dessein, et lui apprit le chemin qu`il devait suivre, ce
que ce bon Frère communique à son Père Confesseur, qui l`a révelé pour la
gloire de Dieu et il ne faut pas craindre d`ajouter foi à cette vision puis
qu`elle a été suivie de miracles, n`etaient point étrange que Dieu ne puisse
communiquer sa présence visible à ceux qu`il communique sa vertu, et étant
probable que ce bon Frère qui a rendu depuis la vue aux aveugles a puisé ce
pouvoir dans cette grande source de lumière lorsqu`il a été honnoré de son
apparition: aussi le lendemain premier jour de Juin il partit de Toulouse, et
passant a Montgiscard suivant sa coutûme il s`arrêta devant la grand`église du
lieu pour y faire sa prière où en même temps le peuple y accourut, et parmi la
foule une femme appellée Anne Colombière, mariée avec un nommé Massot, affligée
depuis six mois d`une fièvre continuée ayant approché ce Frère lui coupa un morceau
de son habit, mais ce pieux larcin lui fut si profitable qu`en même temps elle
en fut soulagée, et l`est encore à présent de là en avant il fut au convent des
Pères Cordeliers pour les prier de lui prêter un serviteur pour le conduire
jusques à Castelnaudarry, avec lequel, ayant repris son chemin il trouva un
grand ruisseau appellé de Gardouch et deux cavaliers bien montés qui étaient
obligés de retourner sur leurs pas, parce qu`ayant sondé le passage ils en
avaient connu l`imposibilité; mais ce qui avait arrêté ces cavaliers n`arrêta
point un vieux piéton chargé d`un pesant fardeau ni son guide: In multitudine non est situm robur tuum,
Domine, equorum vires non expetis. Ils passent ce ruisseau, large de deux
cannes et extrêmement profond sands être mouillés pour tout ni l`un ni l`autre,
aussi était il juste que puis qu`une grande mer n`avait pu arrêter le cours des
enfants d`Israel lorsqu´ils allaient à la terre promise qu`un ruisseau n`arrête
point le juste dessein de ce bon Religieux, puisque ses pas étaient dressés
vers le Calvaire, vraie terre promise qui a porté le sacré Fruit de notre salut,
et dont la première n`était qu`une figure, spiritus
Domini ferebatur super aquas. La nouvelle de ces miracles étant épandue
par le lieux circonvoisins dès qu`il fut à Castelnaudarry un aveugle lui fut
présenté avec prière de lui toucher les
yeux et lui donner sa bénédiction de quoi il s`excusa avec humilité; mais ceux
qui conduisaient cet aveugle, ayant reconnu qu`un saint homme est prenable par
l`obéissance plus que par autre endroit, eurent recours au Père Prieur des
Carmes du dit Castelnaudarry, lequel interposa son autorité, et commanda au
Frère de toucher les yeux de cet aveugle, à quoi il aurait obéi et ses yeux
furent ouverts et jouirent de la lumière qu`ils n`avaient jamais connue.
Combien est précieuse devant Dieu cette obéissance aveugle puis qu`il lui donne
la puissance d`illuminer. Quelque temps après étant arrivé à Carcassonne;
l`Évêque du lieu, surpris par la nouveauté de cette dévotion crut qu`il était
insensé, et usant d´une précaution no blâmable, le fit arrêter prisonnier; mais
s`étant depuis informé de la vérité et vu ses passeports loua hautement son
dessein, témoigna gran déplaisir de sa prison, et l´ayant mis en liberté, le
fit honorablement accompagner par ses
Vicaires généraux, ainsi la réputation de sa sainteté devançant ses pas, le
sieur de Ricardelle, Gouverneur de Narbonne eut avis de son arrivée, et pour
empêcher qu`il ne reçoit du dommage par la foule du peuple, envoya deux lieues
au devant de lui des hommes armés pour lui servir d`escorte, ausi en
consideration de ce religieux devoir, Dieu permit que cette ville fut le
théâtre d`un célébre miracle qui fut fait à la vue de tout le peuple sur une fille
aveugle du sieur la Palme, laquelle en baisant la Croix de ce bon Frère
recouvra tout à coup la vue il y a sujet de croire que ce n`est que le
commancement des merveilles que Dieu veut opérer par ce bon Frère et que la
paix pour laquelle il a entrepris un si grand dessein, et qui ayant été si
souvent proposé mais non encore conclu, a fait juger qu`elle ne pouvait être
obtenue que par miracle, sera le plus signalé de ceux que nous attendons de la
sainteté de sa vie, la Reine du Ciel l`a promisse dans son apparition à ce
saint Pélerin. La cual, traducida
en castellano en todo el rigor de su letra, dice así RELACIÓN DEL VIAJE
DEL HERMANO FRANCISCO DE LA CRUZ, DEL
CARMEN, ESPAÑOL, DE LA REVELACIÓN QUE TUVO EN TOLOSA, Y DE LOS MILAGROS QUE HIZO
EN LA BAJA LENGUEDOC. Como
de una parte las acciones más santas y loables son las más veces mal
interpretadas, y las devociones extraordinarias son la mayor parte del tiempo
condenadas de extravagancias y de locura, también por otra parte Dios, para
confundir el juicio de los hombres, se sirve de autorizar las obras que ellos
condenan, y para hacerles conocer que son ciertas los señala con el sello de
sus milagros, hunc Pater signant Deus; y
entonces es que, habiendo reconocido la falsedad de sus opiniones, admitieron
lo que otras veces menospreciaron, y se vieron obligados a recurrir, por la
salud del cuerpo, a los que en su ceguedad les parecía estaban faltos de la del
espíritu; con que Dios permitió que el designio maravilloso del Hermano Francisco
de la Cruz, del Carmen, español, del cual ya habéis visto la relación, no
hallaría generalmente aprobadores, y que donde unos condenaron absolutamente su
designio de flaqueza y de melancolía, o que si los otros les diesen su
aprobación, ellos juzgarían su empresa vana y de ejecución imposible. Él ha
querido hacer conocer, por señales extraordinarias, que Él era el autor, de itus
Dei hicest, y que no debía extrañarse que un viejo cargado de una Cruz tan
grande en un ayuno perpetuo pudiese andar un tan largo espacio de tierra y de
naciones tan diferentes en costumbres, en lengua y en religión; ya que Él es el
ánimo de los viejos, la fuerza de los flacos, el pan de caminantes, el
intérprete de los forasteros, el camino y puerto de los viandantes, por lo cual
ha autorizado su casa por milagros señalados y por revelaciones gloriosas, y
prometido un fin dichoso a su religioso designio. También lo son las patentes
que pone en las manos de sus siervos para hacerlos reconocer, y cuando tiene
algún presagio de su venida ha descubierto su librea: Exurgent Prophetae, et facient signa, et prodigia multa; Él ama la
humildad, que les obliga a buscar las tinieblas; pero sin embargo les
recompensa exponiéndoles al día de que huyen y dándoles la gloria, de la cual
son enemigos mortales; Él se la da porque ellos no la quieren y no la reciben
más que para volvérsela. Habréis sabido por la relación precedente como Fray
Francisco de la Cruz, castellano de nación, Religioso Lego de la Orden del
Carmen, en seguimiento de una santa inspiración que tuvo del Cielo, determinó
de llevar de Castilla a Roma, y de allí a Jerusalén, una grande Cruz sobre sus
espaldas para ir a plantarla en el mismo puesto donde la verdadera Cruz se
levantó por nuestra salvación, con el intento de obtener por tan larga y grande
penitencia la paz universal de la Cristiandad; y como habiendo tenido licencia
de sus Superiores después de haberla solicitado dos años continuos, comenzó su
viaje cargado de tan gran peso, y llegó a Tolosa a 20 de mayo, después de haber
hecho doscientas leguas con un ayuno perpetuo a pan y agua, y sin duda no
dejando de llenar por todos los lugares de su pasaje la admiración de su virtud
y de los milagros de su vida, los cuales por su humildad nos ha callado. No
podemos omitir el daros conocimiento de lo que hizo de maravilloso, ya en
Tolosa, y ya en las villas de Lenguedoc la Baja, por donde prosiguió su viaje.
Hizo alto en esta villa doce días, en los cuales en el convento de los Padres
del Carmen, donde estuvo alojado, fue visitado de un gran concurso de pueblo
que hacía gran ruido por verle y para cortarle algún pedazo de su hábito; pero
su grande celo y piedad ardiente le tenía de tal manera fijado en la oración,
que sus ojos estaban perpetuamente clavados en el Altar mayor de la iglesia y
casi siempre de rodillas. Asimismo su modestia sufría con disgusto
este pueblo curioso, y en el tiempo de su detención se hicieron dos procesiones
generales en la villa; y habiéndose hallado en la primera le hicieron de manera
pedazos el vestido, que se vio obligado a pedir al Superior que le permitiese
de no hallarse en la segunda, y que más quería privarse del fruto de esta
devoción pública que de ver con sentimiento el progreso de su gloria particular
y que se hiciese más caso de su pobre vestido que del raso y púrpura en que ha
de admirarse de paso los secretos divinos de la Providencia eterna, que tanto
ama la pobreza que practicó: después que un santo Religioso se ha despojado de
las cosas del mundo por su Santísimo Nombre, sin reservarse más que sólo
vestido muy llano, para señal de su retiro, se sirve de desnudarle y levantar
ladrones piadosos que le tomen la cosa sólo de la cual puede decirse que era
dueño. Pero, para volver a nuestro caso, a este buen Hermano le mandó su
Superior ejerciese una obra de caridad en casa del Sr. Martín, Tesorero General
de Francia, amigo y vecino del convento, el cual tenía una hija moza, a quien
de mucho tiempo ha por ningunos ruegos ni amenazas pudo obligarse a que comiese
y tomase un pasto en presencia de sus padres, y que por algún humor melancólico
no comía sino aparte y desviada y en la soledad. Desde que este buen Hermano
estuvo en aquella casa, y que esta hija con sus padres estuvieron en su
presencia, al mismo tiempo pidió ella de comer, y se vio libre de este
trabajoso humor que tan largo tiempo la hacía huir la compañía de los suyos.
Los que saben la diferencia de las enfermedades del espíritu y del cuerpo, y
cuantas se pegan a esta tan noble parte nuestra, son de una más difícil cura
que las otras que tienen un sujeto material, hallarán esta cura milagrosa; pero
si se hallare que no hay quien crea que no hay otros milagros que de dar vista
a los ciegos, tendrá de qué satisfacerse en lo que se sigue de esta relación.
Después de haber leído como este buen Hermano la noche antes de su partida fue
favorecido de sus trabajos pasados y animado para los futuros por la visión
gloriosa de la Madre de Dios, que se le apareció en su aposento, rodeada de una
tropa de ángeles, asegurándole que vería el fin dichoso de su deseo, que es lo
que este buen Hermano comunicó a su Padre Confesor, que reveló para la gloria
de Dios; y no ha de temerse el dar fe a esta visión, ya que fue seguida de
milagros, no siendo cosa nueva que Dios no pueda comunicar su presencia visible
a los que comunica su virtud; y siendo probable que este buen Hermano, que
después acá ha dado vista a los ciegos, ha sacado este poder de la grande
fuente y corriente de la luz, cuando fue honrado de su aparición. También al
día siguiente, primer día del mes de junio, partió de Tolosa, y pasando a
Montgiscad, según su costumbre, se detuvo delante de la iglesia mayor del lugar
para hacer la oración, donde al mismo tiempo el pueblo concurrió, y por medio
del aprieto del pueblo, una mujer, llamada Ana Colombire, casada con un tal llamado
Massor, afligida desde seis meses de una calentura continua, habiéndose
acercado a este Hermano le cortó un pedazo de su vestido, y este piadoso
latrocinio la fue tan útil y provechoso, que al mismo punto se vio aliviada, y
lo que está aún de presente; y de allí, pasando adelante, estuvo en el convento
de los Padres de San Francisco, para rogarles de prestarle un criado que le
condujese hasta Castel-Naudarry, con el cual, tomado su camino, halló un arroyo,
llamado Guarduch, y a dos caballeros bien montados, que se vieron obligados a
volver atrás, porque habiendo sondado el vado, conocieron la imposibilidad de
él; pero lo que detuvo a estos caballeros no detuvo a un viejo de a pie,
cargado de un embarazo pesado y sin guía. In
multitudine non est situm robur tuum, Domine, equorum vires non expetis. Ellos pasaron este arroyo ancho
de dos canas y extremadamente profundo, sin mojarse de ninguna cosa ni el uno ni el otro; también era justo que pues
un gran mar no había podido detener el curso de los hijos de Israel cuando iban
a la Tierra de promisión, que un arroyo no detuviese el justo designio de este
buen Religioso, supuesto que enderezaba sus pasos al Calvario, verdadera Tierra
de promisión, que trajo el sagrado fruto de nuestra salvación, y de la cual la
primera no fue más que una figura: Spiritus
Domini ferebatur super aquas. La nueva de estos milagros estando esparcida
por los lugares circunvecinos desde que estuvo en Castel-Naudarry, un ciego se
le presentó con ruego de tocarle los ojos y darle su bendición, de que se
excusó con humildad; pero los que llevaban al ciego habían reconocido que a un
hombre Santo es menester tomarle por la obediencia más que por otra vía;
recurrieron al Padre Prior del Carmen del dicho Castel-Naudarry, el cual
interpuso su autoridad y mandó al Hermano tocar los ojos de este ciego, a lo
cual obedeció, y se abrieron los ojos, y gozaron de la vista, que jamás habían
conocido. Lo tanto, que es preciosa delante de Dios esta obediencia ciega, pues
la da el poder iluminar. Algún tiempo después de haber llegado a
Carcasona, el Obispo de aquel lugar, alterado de la novedad de esta devoción,
creía que estaba loco, y usando de una prevención que no podía llamarse
indiscreta, le hizo poner preso; pero habiéndole después informado de la
verdad, y visto sus pasaportes, alabó superiormente su designio y manifestó el
mucho sentimiento y disgusto que tuvo de su prisión, y habiéndole puesto en
libertad, le hizo acompañar, con mucho honor, por sus Vicarios generales; de
manera que la reputación de su santidad adelantando sus pasos, el Señor de
Ricaldelle, Gobernador de Narbona, tuvo aviso de su llegada, y para impedir que
se le hiciese agravio y daño por el concurso del pueblo, envió, dos leguas al encuentro
de él, hombres armados que le sirviesen de escolta; y así, en consideración de
este religioso obsequio, Dios permitió que esta villa fuese el teatro de un tan
célebre milagro que fue hecho a vista de todo el pueblo; fue una doncella,
ciega, hija del Señor de la Palma, la cual, besando la Cruz de este buen
hermano cobró de golpe la vista. Hay motivo de creer que esto no es más que
principio de las maravillas que Dios quiere obrar por medio de tan buen
Hermano, y que la paz, por la cual ha emprendido un tan gran designio y que
habiéndose propuesto tantas veces y no concluido, ha hecho juzgar que ésta no
puede conseguirse, que por medio de algún milagro será el más señalado de los
que aguardamos de la santidad de su vida: la Reina de los Cielos lo ha
prometido en su aparición a este Santo Peregrino. CAPÍTULO
XIV De
lo que le sucedió en Narbona y Montpeller. Débese
advertir que Fray Francisco de la Cruz, en todo su viaje, siempre que podía
(aunque le fuese dilatando algo) procuraba entrar en conventos de su Religión,
por gozar los frutos de estar debajo de Obediencia y la celestial consonancia
que tienen las Comunidades Religiosas de la asistencia a las horas del convento
y distribución del tiempo; también que por la Francia llevó diferentes
tratamientos según las diversas Religiones y diversos conceptos de los hombres;
en unas partes le miraban con reverencia y crédito, y en otras le afligían y
atropellaban. La entrada que hizo en Narbona (bien contra su voluntad) fue
plausible de todas maneras, porque el numeroso pueblo de aquella villa, con la
demostración de su Gobernador y por haber sido en todos tiempos raro ejemplo de
constancia en la obediencia y rendimiento a la Silla de San Pedro, y por esto
tan estimada de sus Cristianísimos Reyes, faltando a conveniencias políticas
por estar siempre en la sujeción Católica de la Iglesia Romana, de donde la ha
resultado, con grandes colmos de glorias, la verdadera política, humana y
divina, por razón de su venida se vio poblado todo el campo una legua antes de
llegar a Narbona, que con lucimiento de las vistosas galas que usan los
franceses parecía una primavera, y con los festivos clamores y gente de guerra
que iba delante del Siervo de Dios, parecía un triunfo. Como había llegado a aquella villa la
fama de los prodigios que Nuestro Señor había obrado y actualmente estaba
obrando por él, y en ella son todos católicos, hicieron empeño (como por causa
de Religión) los aplausos y aclamaciones, pareciéndoles no era mucho lo
celebrara la tierra cuando los había declarado el Cielo, y que a su parecer no
era el menor ver un hombre viejo, con una Cruz a cuestas y un ayuno a pan y
agua continuo, emprender y sobrepujar tantas dificultades donde, faltando toda
la razón humana, sólo se podía sostener resolución tan gloriosa en la
asistencia divina; argumento que hizo tanta fuerza, que al señor Obispo de Naure,
en el Arzobispado de Tolosano, le aseguró un Canónigo de su Iglesia que,
movidos por esta razón, se habían, en aquel Obispado sólo, reducido al gremio
de la Iglesia Católica más de tres mil personas; con que el demonio bien se
recelaba de Fray Francisco, aun cuando parecía que no le embarazaba. En la forma referida entró en Narbona, y
después de haber hecho su acostumbrada estación en la iglesia mayor de la
villa, fue a su convento, donde por el concurso se vieron obligados aquellos
santos Religiosos a cerrar las puertas: dijéronle que en la Francia la Religión
del Carmen es de reformados, y él entonces tomó unas tijeras y cortó la capa
dejándola como la de los otros Religiosos; este pedazo cortado de la capa le
tienen en aquel convento en estimación por haber sido de este Siervo de Dios,
de que es buen testigo el Hermano Fray Roque Serrano, Corista, hijo de la casa
de Alcalá, que viniendo de Roma y pasando por Narbona, en aquel convento le
enseñaron la parte de la capa dicha, y asimismo en la puerta del coro una
estampa de Fray Francisco de la Cruz, hincado de rodillas, con su Cruz a
cuestas delante de una Imagen de Nuestra Señora, en memoria de la aparición que
tuvo en Francia de esta Soberana Reina de los Ángeles, y en un cuadro de la
misma estampa Fray Francisco caminando con su Cruz y dos caballeros que le iban
acompañando a caballo, y al pie de la estampa un letrero que decía: Effigies Fratris Francisci a Cruce
Carmelitaní Hispani. En esta villa estuvo tres días y luego
partió a Mompeller, que dista de ella veinte leguas, y al salir le estaban
aguardando dos caballeros montados a caballo, que le fueron acompañando, y
habiendo caminado dos leguas le quisieron quitar la Cruz, y viendo su
constancia en defenderla, le tiraron un pistoletazo y reventó la pistola sin
hacer mal a nadie, y entonces se fueron, dejándole confuso, atribuyendo este
suceso a que debían de ser herejes, y a que, celosos de los aplausos de los
católicos de Narbona, de aquella manera querían impedir la aclamación que iba
haciendo de la Santa Fe, pareciéndoles que quitándole su Cruz embarazaban la
prosecución del intento o le hacían desestimable. Llegó a Mompeller, donde
halló todo lo contrario de lo que había pasado en Narbona; y no es de
maravillar, porque en Mompeller no hay la conformidad de Religión que en
Narbona. Apenas había entrado en ella, cuando el
Magistrado parece que le estaba aguardando y luego le mandó prender, y le
llevaron a la cárcel pública, le quitaron la Cruz y echaron grillos y cadena y
le metieron en un encerramiento que no tenía más luz que la de una ventanilla,
con reja de hierro que caía a la calle; aquí le tuvieron dos meses, dándole a
comer por castigo lo que él comía por elección (sin atender a las instancias
que hacían los Religiosos Carmelitas de aquella villa por él): la conformidad
que tenía con la voluntad divina era tal, que nada le servía de desconsuelo
sino lo que resultaba en estimación suya. Llegóse una mañana el Siervo de Dios
a la rejilla por donde entraba la luz al encerramiento, y vio un niño de muy
pequeña edad que por la parte de afuera estaba arrimado a ella, y díjole: -Niño, ¿quiéres decir en tu casa que hagan
una obra de caridad y me envíen recado de escribir? El niño le dijo en
castellano que sí, y después a poco rato volvió y le dio recado de escribir, y
Fray Francisco le dijo: -Que si se
atrevería a llevar al Magistrado de la Villa un papel; y le dijo que sí, que le
escribiese, que le llevaría e informaría muy bien por él; con que le
escribió en la forma que acostumbraba y le envió con el niño, el cual contenía
estas o semejantes razones. ENSALZADA
SEA LA SANTA FE CATÓLICA Señores: ¿O me
queréis hacer bien o mal? Si bien, para conseguir con prisión de grillos y
cadena mi enmienda, ¿cómo la puedo tener? ¿En lo que es toda mi defensa vuestra
acusación? Si me queréis hacer mal, mirad el motivo de vuestra justicia, de
cualquier modo que me consideréis. Si esta obra que he emprendido es de Dios,
no la podéis estorbar; y si no lo es, con fundamento tan flaco como soy yo,
ella de suyo se vendrá al suelo. Y así, permitidme que prosiga mi camino con mi
Cruz; que si vuestro pueblo me mira con devoción, vosotros le servís de escándalo;
y si me mira con ofensa, vosotros sois la causa de que le escandalice yo; con
que a todo os sirvo de embarazo. Dios os guarde. FRANCISCO DE LA CRUZ (el gran pecador) Leyeron el papel los del Magistrado y
oyeron al niño que le llevaba, que les dijo que aquel hombre que tenían preso era
bueno y que no le hiciesen mal; y extrañando la diligencia y la calidad de
ella, sin hacer aprecio de las razones por que le prendieron, fueron a la
cárcel y le soltaron de ella y le entregaron su Cruz; y sin haber vuelto a
parecer el niño, abogado de tan buena diligencia, Fray Francisco salió de
Mompeller sin que le permitiesen ir al convento de su Orden, dando muchas
gracias al instrumento de su libertad, aclamándole en su alma, sin otro
conocimiento más que el de libertador y consolador. CAPÍTULO
XV En
que prosigue su viaje y entra en Roma. Prosiguiendo
su camino nuestro Siervo de Dios, es digna de ponderación la desigualdad con
que era tratado; en unas partes le gritaban diciendo que era espía y que
llevaba escondido el dinero en la Cruz (y es verdad que ella era todo su
tesoro); en otras se llenaban los campos de gente a ver aquel espectáculo de
mortificación: día hubo en que salieron a verle pasar más de tres mil personas;
él siempre iba intimando su pregón de que todos hiciesen oración y penitencia y
de que fuese ensalzada la Santa Fe Católica. Otro día encontró unos batallones
de caballería que pasaban a la frontera, y todos hicieron salva a la Santa Cruz
y se apearon, y postrados de rodillas por el suelo, la adoraron y le besaron la
mano (aunque lo resistió cuanto le fue posible). Muchas veces le sucedió dormir en el
campo; y como todo su cuidado era su Cruz, temeroso de que se la hurtasen,
dormía encima de ella, porque no hubiera rato en que no estuviese en Cruz; y
porque hasta con la reacción que toman los sentidos con el sueño los tuviese
crucificados. Al entrar en un lugar en los confines de
la Francia, entre el concurso de la gente le cortaron un pedazo del hábito y se
le llevaron a una mujer principal que estaba baldada de los brazos, y de
repente se halló sana. Proseguía su viaje, y dirigiéndose hacia
Saboya, determinó pasar por Niza; pero antes de llegar a esta ciudad alcanzó a
ver una confusa multitud que salía a recibirle; mas como ponía todo su cuidado
en huir los aplausos humanos, lo ejecutó en esta ocasión mudando de propósito
en el camino, por conservar el intento perpetuo de su profunda humildad; para
lo cual, dejando a Niza a la mano derecha, tomó el camino de la siniestra hacia
los Alpes; y aunque consiguió con esto no entrar entonces en aquella ciudad,
con todo eso no pudo excusar la multitud de sus vecinos, los cuales, habiéndole
alcanzado a ver y que se apartaba del camino derecho, le siguieron por el otro
hasta darle alcance, y fue de modo que se atropellaban unos a otros, unos por
verle, otros por hablarle, y todos por acercarse a él; y fue tan molestamente,
que ya le ahogaban, hasta hallarse del tumulto casi sin aliento y sin poder
respirar; lo cual reconocido por los que le ponían en tal aprieto, se determinaron
a sacarle en hombros casi con violencia y llevarle a un alto, donde le
pusieron, para satisfacer el deseo y devoción de tantos; pero la de una mujer
hubo de sobresalir, como la de Marcela entre las turbas, pues llegando ansiosa
con un hijo suyo notablemente disforme, por ser giboso en las espaldas y en el
pecho, pedía al Siervo de Dios con fe y humildad se dignase de rogar a Su
Divina Majestad por la salud de su hijo: lo cual hizo Fray Francisco movido de
verdadera caridad, y así consiguió el enfermo y su madre muy en breve la salud
que deseaban; porque las obras de caridad perfecta, ¿cuándo no fueron
milagrosas? Desde que salió de la Francia prosiguió
su viaje por Saboya, Génova, Milán, Parma y Florencia, y entró en Roma el día
de la Santa Cruz, a 14 de septiembre de 1643; y de lo sucedido en los tránsitos
por estas provincias no hay más memoria que la carta que escribió al Padre
Provincial de Castilla en 14 de abril del año siguiente de 44 al partirse a
Jerusalén, en que le dice que pasó algunos trabajos; y para que se conozca del
modo que los siervos de Dios hablan de los favores que reciben de su
misericordiosa mano (habiendo sido tantos los que le hizo en la Francia), los
refiere, después de haber mostrado un profundo rendimiento y humildad, en las
palabras siguientes: “Vine por Pamplona y por Francia, y
por las provincias de Saboya, Génova y Milán, Parma y Florencia, y en el camino
pasé algunos trabajos; mas todos fueron pocos para los que yo debo padecer por
Nuestro Señor Jesucristo, que tanto padeció por mí. Alégrome de haberlos
padecido por su amor, y de las glorias que resultaron de los efectos de la
Santa Cruz, que vino en mi compañía” Fue
recibido en Roma con mucha estimación por las nuevas que a aquella Corte habían
venido de las provincias por donde había pasado y por lo que se granjeaba su
persona digna de todo respeto; y el tiempo que estuvo en el convento de su
Orden de Transpontina, fue un raro ejemplo de regular observancia. La santidad
de Urbano VIII, por su natural inclinación, fue grande apreciador de la virtud
y de todo lo que argüía espíritus generosos, principalmente cuando se reducían
a edificación del pueblo cristiano, a ejemplos de piedad y de fortaleza y a
conseguir la clemencia Divina. Hizo particular estimación de Fray Francisco de
la Cruz y concepto grande del empeño que había tomado sobre sus hombros,
persuadiéndose a que fábrica tan especial y por senda que hasta ahora ni la
devoción ni el esfuerzo cristiano habían hallado, era toda obra de Dios, y le
honró mucho y le mandó que le fuese a ver algunas veces, mostrando lo bien que
sentía de esta peregrinación favoreciéndole con el Breve que en este capítulo
se referirá; y así dio orden al Eminentísimo Sr. Cardenal Francisco Barberino,
su sobrino, para que le oyese y tratase con él y le diese cuenta de todo, y que
del Cementerio de Calixto le diesen las reliquias siguientes: Sancti Clementis, Martyris. Sancti Feliciani, Martyris. Sancti Vitalis, Martyris. Sancti Valentini, Martyris. Sancti
Vincentii,
Martyris. Sancti Victoris, Martyris. Las cuales de orden de dicho Señor
Eminentísimo Cardenal le entregó, en virtud de dicha comisión, su Confesor el
Padre Fray Juan de la Anunciación, Procurador general del Orden de Trinitarios
Descalzos en la Curia Romana y Ministro del convento de San Carlos. Después mandó Su Santidad al Eminentísimo
Sr. Cardenal Gineti, Protector del Carmen, diese a Fray Francisco de la Cruz,
del Cementerio de Calixto y del Cementerio de Lucina, las reliquias siguientes,
que en virtud de dicha orden Pontificia le entregó: Sancti Oratii, Martyris. Sancti Pii, Martyris. Sancti Valentini, Martyris. Sanctae Valentinae, Martyris. Sanctae Juliae Martyris. Sanctae Jeminiae, Martyris. Sanctorum Flabiani, et Sociorum, Martyrum, Sanctae Victorae Virginis et Martyris. Sanctae Primae Martyris. Sancti Thomae Martyris. Sancti Viti, Martyris. Sancti Theodori, Martyris. Sanctae Blandae, Martyris. Alii Sancti Flabiani, Martyris. Sanctorum Luci et Sociorum Martyrum. Sancti Martiani Martyris. Sancti Gabini, Martyris. Alii Sancti Martiani, Martyris. Todas las cuales trajo de Roma el Padre
Maestro Fray Diego Sánchez Sagrameña, Provincial de Castilla, y están en el
convento del Carmen de Santa Ana de la Villa de la Alberca, con sus testimonios
auténticos; y habiéndose abierto el cofrecito cerrado y sellado en que venían
por autoridad ordinaria, se publicaron por verdaderas reliquias, y como a tales
se les da culto y veneración. Algunos Religiosos Carmelitas que en aquella
ocasión se hallaron en Roma aseguraron que la Santidad de Urbano VIII había
mandado que le hiciesen un retrato de este Siervo de Dios con la Cruz a
cuestas, y que se hizo, y que Su Santidad le tenía en su Sacro Palacio; y esto
parece muy digno de aquel gran Pontífice; porque hombre que consiguió tan
religiosa determinación, mereció que su efigie se guardase para ejemplo de los
siglos venideros; y aun abstraída esta gloriosa acción de todo lo espiritual y
mirada sólo en términos humanos de fortaleza en el aprecio de la antigüedad,
siempre tan respetable memoria se conservará en mármoles y bronces. De esta pintura aseguraron dichos
Religiosos es copia la que hoy existe de este Venerable Hermano en la escalera
del convento del Carmen de Transpontina, en Roma, y otra que está en la escalera
del convento del Carmen de Madrid, de la cual se han copiado las que en diferentes
partes, con grande estimación, algunos devotos suyos tienen. Ofreciéronse muchas dificultades para que
pasase con Cruz a cuestas a Jerusalén, que fueron causa de su detención en
aquella ciudad, en la cual, después de haber visitado las santas Estaciones
llevando su Cruz, y tocándola en todas, se prometió humildemente de la bondad
divina le había de conceder las indulgencias y privilegios aplicados a quien
debidamente hiciese aquellas diligencia, recelándose de que sus culpas no
fuesen causa de impedirle tan gran tesoro. Las dificultades para su pasaje a
los Santos Lugares no se podían desestimar, porque tenían graves fundamentos,
pero la piadosa afección del Santo Pontífice las venció todas; y en dos de
abril de cuarenta y cuatro, al año veintiuno de su pontificado, expidió Breve
para que Fray Francisco de la Cruz pasase a la visita del Santo Sepulcro de
Nuestro Señor Jesucristo y demás Santos Lugares transmarinos, en ejecución de
las licencias que tenía de sus Prelados; el cual Breve presentó ante el P. Fray
León Bonfilio, Vicario General Apostólico de los Carmelitas de la Antigua y
Regular Observancia, y le aceptó, reverenció y mandó cumplir en doce de abril
del dicho año de cuarenta y cuatro y en quince del dicho mes salió de Roma en
la forma de su peregrinación, pregonando oración y penitencia y aclamando la
exaltación de la Santa Fe Católica, camino de Loreto, Bolonia y Venecia, para
pasar desde allí, en ofreciéndose ocasión, a Jerusalén. Asistía en aquella Corte romana por aquel
tiempo el Ilustrísimo Arzobispo de Estrigonia, aunque de secreto, a fin de
solicitar algunos socorros de Su Santidad a favor de Hungría contra los turcos,
que afligían notablemente aquel pobre reino con invasiones y tiranías; y
habiendo tenido noticias de la singular virtud del Siervo de Dios, quiso
valerse de sus oraciones para el mismo intento, y para conseguirlo le refirió
el desgraciado estado de las cosas de Hungría; lo cual oyó con grave dolor de
su corazón, por cuanto sus ardientes ansias fueron siempre por la exaltación de
nuestra Santa Fe Católica; y así, aunque todas sus penitencias y oraciones se
dirigían siempre a este intento, con todo eso quiso añadir otras
mortificaciones a su continua oración, para lo cual pidió licencia a su
Confesor, que entonces lo era el P. M. Fray Vicente Susto, el cual se la dio
para ayunos más rigurosos, por algunas semanas; mas no pudo dejar de ponderar
algo la providencia de Dios en mover a su Siervo para que se emplease todo en
solicitar los auxilios divinos contra los enemigos de la Iglesia en la ocasión
que Hungría padecía sus mayores calamidades causadas por los turcos; y si las
providencias especiales de Dios nunca carecen de misterios, permítaseme una
breve digresión para reconocer el que pudo contener la que Su Majestad tuvo con
su Siervo, y será referir lo mismo que contienen las Lecciones del Oficio de
San Gerardo como están en el Breviario carmelitano el día 24 de Septiembre. Fue San Gerardo hijo el más glorioso que
ha tenido Venecia, el cual desde su infancia fue tan amante de Jesucristo, que
este mismo fue la luz que amaneció su razón, la cual siguió sin perderla de
vista hasta morir; y para conseguirlo cabalmente dio su primer paso apartándose
del mundo y negándose a sí mismo, que eso fue entrar en la Religión como se
debe, escogiendo, con el espíritu de Dios, la de Nuestra Señora del Carmen, y
así tomó su santo Hábito en el convento de Venecia; y como todo su corazón se
halla únicamente lleno de Cristo,
produjo en su alma un vehemente deseo de visitar y venerar los Santos Lugares
que consagró aquel Señor con su presencia; para lo cual, habiendo conseguido
licencia de sus Prelados, salió de Venecia con algunos compañeros, disponiendo
Dios que tomase el camino por Hungría, adonde llegó a la sazón que reinaba
aquel santo Rey Esteban, que fue el primero que introdujo nuestra Santa Fe en
aquellas partes, causa en que entonces se empleaba todo, y así era su cuidado
de hallar un Prelado y Pastor de los rebaños Sagrados tal como lo pide el
Apóstol San Pablo, y más cuando había de ser la primera piedra de la Iglesia en
aquel reino; pues habiendo sabido de la venida de Gerardo, quiso experimentar
por sí mismo qué hombre era, de qué deseos, de qué progresos, y al fin si era
capaz para primer Operario de aquella Viña Sagrada que entonces se plantaba: y
habiendo reconocido en él que no había más que desear, le declaró su dictamen,
y despidiendo a sus compañeros le obligó a quedarse en Hungría, venciendo con
el poder la resistencia invencible de Gerardo. Creciendo, pues, el número de
los nuevos soldados de Cristo, solicitó con el Rey que se redujesen sus deseos
a las obras, pues ya era tiempo, y así fundo diferentes iglesias por Hungría
muy en breve; pero la mayor y que erigió como matriz y metrópoli de todas las
demás, fue en las riberas del río Morifio, y allí puso por Obispo a Gerardo; el
cual lo fue con tan generoso espíritu, que nada dejó de intentar ni conseguir
que pudiese conducir para el aumento de su Iglesia, siendo las armas para tanto
triunfo el poderoso ejemplo de su vida; pues era tal, que no teniendo nada en
ella que enmendar, pudo enmendar con ella las de todo aquel reino; pero el
enemigo común de los hombres, envidioso de tanto bien, empezó a sembrar cizañas
y mover sediciones con el Santo Obispo, lo cual pudo introducir porque el Rey
San Esteban había ya mejorado de reino pasando de esta vida; que mientras vive
un Rey Santo, dificultosamente puede vivir el demonio en su reino; proseguía la
tormenta creciendo por instantes contra el Santo Prelado, hasta tanto que
llegaron a apedrearle, recibiendo las piedras con la generosidad que el
Protomártir, pues fue puesto de rodillas y orando por sus enemigos con las
mismas palabras que otro Esteban; consiguiendo el último y mayor triunfo
atravesado con una lanza, en que consiguió la gloriosa corona del martirio, con
que vive eternidades. Habiendo, pues, sido San Gerardo hijo
glorioso del Carmelo, y en Hungría el primer pastor de los rebaños de Cristo;
el primer Padre que con su doctrina y ejemplo engendró tantos hijos; el primer
Mártir o Protomártir de Hungría que con su sangre regó y fertilizó las plantas
tiernas de aquel Vergel Sagrado, ¿quién duda que será perpetuo intercesor por
la Iglesia de Hungría? ¿Quién podrá dudar que no es misterio haber resucitado
Dios el mismo espíritu en otro hijo del Carmelo, para que si el primero con
empleos más altos plantó la Fe en Hungría contra el poder de los turcos, este
segundo, con oraciones y penitencias, la restaure? De que en estos años estamos
puestos en altas esperanzas por la misericordia de Dios y aliento de las almas
cristianas, principalmente de las invictas del augusto Emperador Leopoldo y el
más glorioso de los siglos. Pero, volviendo ya a nuestro intento, me
ha parecido no pasar en silencio lo que a Fray Francisco le sucedió con un
señor Auditor de Rota, español, el cual le encontró un día con su Cruz a
cuestas cerca de Santa María la Mayor, que iba visitando así las siete
iglesias, y llegándose a él, movido de piedad, reconoció sus intentos de pasar
a visitar los Santos Lugares de Palestina; y queriendo concurrir a obra tan
heroica de algún modo, le ofreció de contado una limosna considerable para el
pasaje; pero el siervo de Dios rehusó con humildad y fortaleza el recibirla,
pareciéndole tentación contra su propósito magnánimo lo mismo que fue magnificencia
en aquel Prelado, y así le respondió con sumisión que no acostumbraba tomar
dineros; de lo cual se edificó mucho, y se le aumentó el concepto que había
formado de su virtud, por lo cual al día siguiente por la mañana le fue a
visitar con mucha devoción a su convento de Transpontina, por gozar de su
conversación y encomendarse a sus oraciones. En todo el tiempo que estuvo en Roma, era
su ocupación cotidiana ayudar a Misas, y al tiempo de salir con el Sacerdote
desde la sacristía al altar y volver desde el altar a la sacristía, se llegaba
a él tanta gente por quitarle a porfía algunos hilos o cabos del hábito, que
defendiéndose a dos manos, apenas podía estorbarlo; tal fue el concepto en que
se pusieron los romanos de la virtud del Siervo de Dios; o por mejor decir, tal
fue el concepto en que los puso Dios, acaso con especial providencia suya, que
era muy justo que generalmente estimasen y venerasen a quien tan a costa suya
hacía por todos, procurando siempre la causa tan pública y común como es la
exaltación de nuestra Santa Fe y la paz entre los príncipes cristianos. Lo que notó de nuestro Hermano el P. M.
Fray Jacobo Emans fue el sumo silencio; pues siendo quien más le trató en el
tiempo que perseveró en aquella Corte, afirma que apenas podía moverle a hablar
una palabra; pero si su conversación era en el Cielo, ¿qué mucho era que le
costase trabajo el divertirse a hablar con los hombres en la tierra? CAPÍTULO
XVI De
cómo llegó a Venecia y se embarcó para Egipto. Salió
de Roma, y la primera visita que hizo de los Santos Lugares fue la celestial
Casa de Nuestra Señora de Loreto, y en ella dio principio a la contemplación que
siguió después en los más principales transmarinos. Entrando en consideración
dentro de su alma y fervorizándola toda, viendo que allí se celebraron las
bodas de las Naturalezas divina y humana, con tantos logros de la tierra, que
pasó a ser Cielo, y con tanta caridad del Cielo, que se humilló a ser tierra,
tomando por objeto la desigualdad del partido y haciendo en orden a él actos de
profundísima reverencia y humildad, reconociendo que con ella se consiguieron
tales efectos, y de agradecimientos indecibles, viendo que tal dicha se
adquirió sin méritos nuestros. Pasó a Bolonia, y allí estuvo con el Rdo.
P. Fray Domingo de San Alberto, Carmelita Descalzo de la Congregación de
España, el cual nos pudo dar noticia de un caso digno de admiración que le sucedió
al Siervo de Dios en las montañas de Espoleto; pero antes de referirle pondré a
la letra las palabras de la carta de aquel Religioso escrita a un Padre, Fray
Vicente, de su misma Congregación, residente a la sazón en su Hospicio de Roma,
su data en Bolonia a 16 de mayo de 1644. Dice así: “Aquí llegó el jueves el Hermano Fray Francisco de la Cruz,
con su Cruz a cuestas, y tan fatigado, que parecía quería espirar; porque nos
ha contado todo lo que le ha pasado de Roma aquí, que es cosa notable; y en todo
el camino de España a Roma, con pasar entre herejes, no ha padecido la vigésima
parte.” De modo que al paso de su espíritu le
venían sin duda los trabajos; y como cada día se adelantaba en aquél, cada día
iban éstos en aumento; lo que no me admira es de que pareciese quería espirar
entonces, cuando era forzoso que siempre pareciese lo mismo en quien vivía
siempre puesto en la Cruz de Cristo, verificándose de él lo que San Pablo decía
de sí: “Con Cristo estoy crucificado en
su misma Cruz”; en consecuencia de lo cual (pasando al caso prometido)
sucedió que, pasando nuestro Hermano por las montañas dichas, muy fatigado de calor
y sed, alcanzó a ver seis hombres con armas de bandidos, y llegándose a ellos,
les pidió le diesen de beber, mas ellos le respondieron con más sequedad que la
que le causaba su mucha sed; preguntáronle de dónde era, y habiendo respondido
que español y que caminaba a Jerusalén, formaron juicio de que llevaba muchos
dineros, y así, le despidieron diciendo: “Anda,
anda”, con intención dañada de reconocerle, siguiéndole, cuando les
conviniese; mas poca diligencia pusieron para conseguirlo; porque habiendo
sucedido esto poco antes de anochecer, le hallaron poco después en una
hostería, en donde se había quedado nuestro Hermano por no haber podido llegar
a la ciudad de cansado; ellos trataban de cenar, mientras que nuestro Hermano
estaba en una caballeriza y recogido en un pesebre, que esta fue la acogida que
le había hecho el hostelero, aunque después, ya movido a devoción, le mejoró pasándole
a una pieza en donde había algunas camas; pero Fray Francisco, que desde allí
estaba oyendo la conversación que los bandoleros habían trabado con el
hostelero sobre decir éste que era un pobrecillo y un Santo, y aquéllos que era
un bellaco ladrón, trataba (medroso) de encomendarse a Dios y reconocer si
había algún medio humano para huir de la mala intención de que aquellos hombres
perdidos daban muestras; pero se encendió tanto la porfía entre los dichos, los
ladrones a acusarle y el hostelero a defenderle, que, enfadados con éste, le
dispararon una carabina a los pechos, y habiendo oído el estallido nuestro
Hermano, salió de la pieza desnudo hasta la túnica (cosa que nunca hacía, y
ahora lo había hecho delante del hostelero por darle satisfacción de que no
traía dinero escondido), y salió por una puertecilla falsa que había en lo alto
de la hostería, la cual salía a la misma montaña, por donde huyó a esconderse;
lo cual reconocido por aquellos hombres malvados, salieron al punto a buscarle
por ella como unas crueles fieras: reconocieron los sitios, se entraron por lo
fragoso, registraron las cavidades de las peñas; pero nuestro Hermano, que los
sentía, se iba apartando de ellos continuamente, hecho un ovillo y
escondiéndose entre las mismas matas; al fin no le pudieron descubrir; pero
consideremos a este pobre Religioso desnudo, casi en carnes, vertiendo sangre
por 30 heridas que se había hecho, desgarrándose entre la maleza del monte,
porque no podía ver ni atender adónde ponía los pies ni si eran espinas las
matas por donde pasaba, y esto en ocasión que padecía calenturas ardientes,
como él mismo lo escribió a su General, perseguido de seis fieras crueles, en
las soledades de una montañas, perdido su tesoro y su consuelo único, que era
la santa Cruz, que se había quedado en la hostería: ¿qué diremos de semejante
providencia de Dios con su Siervo? Pero ¿qué podemos decir si no es que quiso
dar muestras de todos modos de que era su amigo verdadero y que le amaba
cordialmente, pues le trataba como trató a su mismo Hijo? Pero ¿a quién persuadiremos a la práctica de esta
certísima doctrina? Lo qué yo sé es que nuestro Hermano lo estaba tanto, que
sólo estaba gustoso cuando se hallaba como le hemos pintado. Inspiróle, pues,
Dios, ya cuando amanecía, que volviese a la hostería, y halló que cuando el
bandolero disparó la carabina contra el hostelero, que le defendía, se había reventado
y vuéltose las balas contra el agresor que, mal herido, se hallaba ya de otro
dictamen para con el pobre Hermano, y con el mismo sus compañeros, a los cuales
todos exhortó a penitencia y al santo temor de Dios; y habiéndole pedido alguna
cosa de devoción, les dio unas medallas, y con esto se despidió, prosiguiendo
su viaje. Pasó a Venecia, donde le sobrevinieron
nuevas dificultades sobre su viaje con Cruz a cuestas, por los riesgos de las
indecencias que se propusieron a aquel Senado entre los infieles, enemigos de
la Cruz de Cristo, viendo a Fray Francisco con ella, cosa tan nueva para los bárbaros,
que no habían tenido otro ejemplar. Los inconvenientes se vencieron con el
Breve de Su Santidad y licencias de los Prelados y las noticias de Francia y de
Roma de este Religioso, y que habiéndose reparado esta materia por Su Santidad,
le habían dado la facultad que pedía, y así se la concedió también el Senado,
con que se embarcó día de San Juan Bautista; habiendo concurrido con limosna
para pagar el flete y hacer provisión para el navío, por lo que tocaba a Fray
Francisco, el mismo Senado y el Sr. Embajador de Alemania, pero principalmente,
más que todos, el Sr. Embajador de España, como el mismo Hermano lo escribió a
su Vicario General, que entonces lo era el P. M. Fray León Bonfilio, cuya carta
original está leyendo actualmente el que esto escribe, con su data en la isla
del Zante a 16 de julio de 1644; pero aunque nuestro Hermano vino en que se
pagase de las limosnas lo dicho, no quiso vencerse a tomar ni un maravedí de
otros muchos que los mismos le ofrecían para las Aduanas de los turcos y demás
gastos del pasaje por aquellas partes de infieles, y asegurándole que de otro
modo le sería imposible cumplir sus deseos de visitar aquellos Santos Lugares
(en la verdad le aconsejaban según buena prudencia); pero como nuestro Hermano
obraba sobre toda prudencia humana, que es el modo de obrar en los que proceden
movidos especialmente del Espíritu Santo, no quiso admitir cosa alguna,
respondiendo que él tenía esperanza de cumplir sus deseos, confiando sólo en
Dios. Padeció en el navío grandes tribulaciones
con los pasajeros, que eran de diferentes sectas, y con la gente de mar, porque
habían juzgado que llevaba dinero escondido, y que por guardarle había pedido
le llevasen de limosna, y cuando reconocieron la verdad lo desquitaron en
baldones y agravios, siendo la risa de todos, afrentándose de llevarle consigo,
culpándole los hombres la determinación de peregrinar con Cruz a cuestas, que
era envidia de los Ángeles y veneración de los Cielos. Arribaron a la isla del Zante por la
causa que el mismo Fray Francisco expresa en su carta de que hicimos mención; y
así, para dar noticias más fundadas y que signifiquen su continuación en
padecer, y la providencia del Señor con su Siervo, me ha parecido trasladar de
su carta a la letra lo que a esto pertenece. Dice así: “A la vuelta de una isla que se llama
del Zante, tuvimos nueva de la Armada del Gran Turco que iba hacia las
fronteras de Italia, y nos retiramos a la dicha isla del Zante (en este país
tienen paces con los turcos); en el puerto no hicieron mal a nuestro bajel, por
estar en el puerto y por ser venecianos, mas fueron descontentos y ha más de
diez días que estamos en el puerto y no osamos salir de él; los Religiosos y
peregrinos salimos a la isla, y ellos están en un convento suyo, que son
Franciscanos; y yo, con otro peregrino, estamos en casa del Ilmo. Sr. Obispo,
el cual me ha tenido en una cama malo, y me ha curado y regalado, y proveído de
ropa y provisión de comida (para el navío), y asimismo un caballero que es cónsul
de españoles. En esta isla hay de todas naciones de gentes; la mayor parte es
de griegos; los demás son hebreos y turcos, y ateístas y de otras sectas;
cristianos son muy pocos, digo, de los latinos obedientes al Pontífice nuestro
Romano, a quien Dios guarde muchos años; Sacerdotes sólo dos, el uno el Sr. Obispo,
y el otro su Vicario. Además de éstos hay otros ocho Religiosos de San
Francisco y de Santo Domingo, en tres conventos repartidos, todos los cuales
están como rosas entre espinas y como corderos entre lobos.
“Ya me siento para poder navegar, y presto proseguiremos nuestro santo
viaje; con la Cruz visité las iglesias, y la iglesia del Sr. Obispo, que se
llama San Marcos, y en su casa la he tenido y ya la he tornado al bajel” Muchas cosas se descubren en el contenido
de esta carta dignas de toda ponderación; mas por no molestar con digresiones,
las dejamos al juicio de los lectores; solamente diré yo las gracias que
debemos dar a Dios los que hemos nacido en partes donde tan fácilmente y con
tanta abundancia podemos gozar de los beneficios de la Iglesia y de los
consuelos verdaderos del alma; quiera Su Majestad que esto no sea para hacer
más riguroso nuestro juicio. Adviértese que el no declarar con
puntualidad los tránsitos de este viaje y circunstancias de los Santos Lugares,
omitiendo su descripción, que pudiera hacer más agradable esta lectura con
hermosa variedad, principalmente es por ser otro el fin de esta historia y
porque, aunque por incidencia de la vida de Fray Francisco de la Cruz (que es
el único intento) se podía detener la pluma en las noticias de ellos, no es
ocasión respecto del libro que con tal verdad, puntualidad y devoción ha
impreso con título del Devoto Peregrino y Viaje de Tierra Santa el Padre Fray Antonio del Castillo, Comisario General de
Jerusalén y Guardián que fue de Belén,
sujeto de todas manera venerable y de particular recomendación por este libro,
que parece ofensa de la piedad cristiana no haberle visto en culto y reverencia
de tan celestiales memorias; y así en éste nuestro (por ser más propio del sujeto
de él), dejada la parte de la descripción, nos valdremos de los principales
puntos de la meditación. También se debe advertir que no es digno
de reparo el que Fray Francisco de la Cruz, sin tener caudal para pagar en las
Aduanas de los moros, le dejasen pasar, siendo tan codiciosos, porque todo su
viaje fue un empeño continuado de la Divina Providencia y el que dispuso que un
hombre viejo hiciese tal peregrinación, sin que en ella le faltase ni la
comida, ni el vestido, ni la salud. También quiso esto porque es el todo de
todo, y lo quiso, unas veces por los medios de intercesiones de los peregrinos
que iban con él, otras por los de quitarle sus pobres hábitos y detenerlos
hasta asegurarse de que no llevaba dinero, otras contentándose con maltratarle,
y otras con los socorros que por él hizo el padre Próspero del Espíritu Santo,
Vicario de los Descalzos Carmelitas que habitan el Monte Carmelo y Visitador
Apostólico, que movido de la grandeza de esta obra o con inspiración Divina,
luego que tuvo noticia de este peregrino Religioso Carmelita, le salió al
encuentro y le acompañó en las sagradas estaciones y pagó por él los tributos,
que fue el único consuelo temporal que tuvo el Siervo de Dios. Desembarcó en Egipto, y tomando la vuelta
del Cairo en compañía de otros peregrinos de diferentes naciones, que llevaban
el mismo intento, caminando todos sin sentir las incomodidades ni las
inclemencias del tiempo, por los ardientes deseos de ver lograda su devoción, repararon
en un perro negro que iba delante de nuestro Hermano, y de cuando en cuando
volvía a mirarle; de que no se hizo caso, juzgando que sería de algún caminante
que le habría perdido. Estando todos en esta consideración, el perro se llegó a
Fray Francisco y le mordió en una pierna, con tal fuerza y enojo, que los demás
compañeros no le podían desasir, hasta que a todos se les desapareció de entre
las manos, dejándole hecha una herida muy grande, con que el demonio cumplió la
amenaza que le hizo a la salida de la Alberca, y Nuestro Señor se lo permitió
para mayor confusión suya y acumular méritos y prerrogativas a esta
peregrinación, para agradarse más en ella mientras más penas y aflicciones la
acompañaban, pues sin ellas no se pudiera conseguir el que este acto fuese
imitación alguna de quien los hizo precio de nuestra redención. CAPÍTULO
XVII En
que prosigue su viaje, y le sale a recibir el P. Próspero del Espíritu Santo, y
en su compañía empieza a visitar los Santos Lugares. Los
compañeros de Fray Francisco ataron con un paño la herida, y con grande trabajo
suyo, respecto de lo que le molestaba para caminar, y del ardor de la tierra,
llegaron al Cairo, y en él se fueron a hospedar al cuartel de los cristianos, y
a nuestro peregrino le acogieron en una casa, para que durmiese en un pajar;
salió con su Cruz a pedir de limosna por el cuartel algún pedazo de pan para
sustentarse, y en el portal de una casa se le dieron, y agua para ir pasándole,
a tiempo que entraron dos moros; y como aquella tierra es tan fértil y barata,
extrañaron notablemente el género de comida; el uno de ellos traía un hacha de
partir leña en la mano, y pareciéndole que aquel hombre debía de ser algún
embustero, pues tenía la barba y cabello tan crecidos, porque no se los quitó
en todo el tiempo de la peregrinación hasta que volvió a Castilla; con que al
verle con aquellos hábitos y aquella Cruz, y el aborrecimiento natural que la
tienen los moros (en odio de ella), pareciéndole que hacía sacrificio a su
Profeta falso, alzó el hacha para dar a Fray Francisco, y a un mismo tiempo él
se hincó de rodillas, cruzando los brazos, para recibir el golpe, y el otro
moro le detuvo con impía miseración, pues le dejó la vida y le quitó la corona,
pero no el afecto de conseguirla, no siendo menor el martirio, por dilatado, en
la crucifixión de todos sus sentidos. Comido aquel pan de tribulación, que es
el que aumenta las fuerzas del espíritu, hallándose mejor de la herida de la
pierna, y visitados los Santuarios que hay en aquella ciudad y su comarca, se
volvió a juntar con sus compañeros, y se embarcaron para Joppe o Jaffa, puerto
de Tierra Santa y el más cercano a Jerusalén, donde llegaron felizmente; y
luego que se desembarcaron, adoraron todos aquella Tierra hincándose de
rodillas y dando gracias de haberla llegado a ver, besándola con sumo gozo y
agradecimiento. Al tercer día que por tierra prosiguieron su viaje, salió al
camino, en busca de Fray Francisco de la Cruz, el P. Fray Próspero del Espíritu
Santo, Vicario del convento de Carmelitas Descalzos, que está en el Monte
Carmelo, que habiendo tenido noticia que había de venir por mercaderes
venecianos, y juzgando desembarcaría en otro puerto llamado San Juan de Acre o
Cayfa, que está a la falda del monte, donde la arribada es más frecuente, supo
por algunos árabes (de los que corren la tierra como bandoleros sólo por el
sustento natural, y que en el convento les suelen dar de comer porque no les
embaracen el camino para el comercio de lo que necesitan aquellos santos Religiosos),
como había desembarcado en Jaffa; con que vino en su busca; y hallándose,
¿quién podrá significar los gozos de entrambos? EL P. Próspero era de nación
portugués, varón de rarísima virtud y singular mortificación, y que en aquel
convento gobernaba lo espiritual con ardiente fervor, y lo temporal con
sagacidad prudente y religiosa, y que en su Orden está reverenciado como Santo,
por quien ha obrado Nuestro Señor muchos milagros en vida y en muerte. Apartáronse los dos Religiosos de los
demás peregrinos, y el P. Vicario del Carmelo solicitó el pasaje en las
correrías que en él ordinariamente hay de árabes, porque a unos conocía y a
otros daba algún socorro; con que caminaron sin recibir molestia hasta el Monte
Carmelo, que dista de aquel puerto donde arribaron aun menos que Jerusalén, si
bien los caminos son diversos, porque desde el puerto para Jerusalén se toma
casi línea recta por Roma contra el Mediodía; mas para ir al Carmelo se vuelve
sobre la mano siniestra, costeando el mar y caminando hacia el Oriente. Fue
nuestro Hermano muy bien recibido de aquellos Santos Religiosos Carmelitas, a
quien habían deseado conocer y a quien estimaron por verdadero hijo del Carmelo,
consolándole en los trabajos que había padecido y esforzándole para los venideros
hasta que consiguiese el logro de su empresa, de donde resultaba tanta honra y
gloria a la Soberana Reina de los ángeles, Madre singularísima del Carmelo, por
haber adornado con esta corona más su esclarecida familia. Y aunque hayamos de discurrir por la
visita de los Lugares Santos omitiendo por la mayor parte lo que pertenece a
descripción según lo prometido, me ha parecido, con todo ello, hacer una breve
del Santo Monte Carmelo, ya porque de algún modo pertenece a la historia del
viaje de nuestro Hermano, y ya principalmente por ser el solar feliz de su
Religión antiquísima del Carmen, por quien consiguió y conserva este nombre tan
glorioso en la Iglesia. Es, pues, el Carmelo un monte en
Palestina, elevado entre los fines de Fenicia, Galilea y Samaria, a la parte
septentrional del mar Mediterráneo, distinto del todo y separado de otros
montes; pero a los más vecinos sobrepuja su eminencia, descollándose entre
cuantos se alcanzan con la vista: no se ciñe fácilmente, puesto que es su
circunferencia casi de cuarenta millas, en cuyos senos se incluyen diversos
valles y collados, diferentes riscos y elevaciones; pero lo más excelso y
encumbrado es hacia la parte septentrional, y es lo que comúnmente se llama el Promontorio del Carmelo, con lo cual pretende
competir en altura (aunque no alcanza) lo que mira del mismo Monte hacia el
Oriente; mas por la parte meridional y occidental se humilla mucho más y es lo
más bajo: es, pues, todo el Monte, por la mayor parte, feraz de arbustos y de
plantas, como de olivas y laureles en sus faldas, de pinos y de encinas por las
cumbres; todo él es ameno, todo verde y fragante todo, por la indecible
variedad de hierbas, de rosas y de flores, cuya vistosa hermosura y apacible
temperatura no se causa poco de los abundantes regadíos, por ser muchas y
caudalosas las fuentes que allí nacen, los arroyos que discurren por los
sitios, las aguas cristalinas que de las eminencias se despeñan, hasta llegar a
disponer una estancia (entre otras muchas) tan extendida en amenidades, en
prados, en bosques, y de collados tan vistosos, que viene a componer otro
paraíso de deleites, siendo este sitio el que se cree llamarse en las Divinas
letras Saltus Carmeli o Bosque del
Carmelo. Dista, pues, este celebrado Monte: de Jerusalén, como sesenta
millas; del mar de Galilea y del Jordán, por consiguiente, no más que
veintiocho; del Tabor, diez y seis, y dos leguas solamente de la insigne ciudad
de Nazaret; que ésta, Cesarea de Palestina, Castillo de los Peregrinos y San
Juan de Acre, Caife, y el mismo mar Mediterráneo, son los términos y fines de
aquel Monte: Monte excelso, famoso y celebrado, no tanto por lo dicho, cuanto
por haber sido la Casa Solariega de la Religión del Carmen; con tan sagradas
circunstancias que, elevándose hasta el Cielo, pasó a ser Monte Santo; es sin
duda uno de los lugares que llaman de la Tierra Santa, y según su situación el
principio de toda ella, y todo incluso en la tierra feliz de Promisión. Dije
que el Monte Carmelo es principio de la Tierra Santa, porque la entrada más
frecuente es el puerto célebre de la ciudad de Accon, sita casi a la falda de
aquel Monte, a la cual después el Rey de Egipto la puso por nombre Tolemayda, y
después los insignes Caballeros de Rodas la nombraron San Juan de Acre, con el
nombre de su gran Patrón, o Cayfe, que está más próximo. Aquel, pues, Monte Santo del Carmelo, fue
el que escogió, con impulso soberano, el gran Profeta Elías para asiento suyo,
en donde elevándose a sí sobre sí mismo, introdujo con su ejemplo entre los
hombres un modo de vivir de ángeles, más espiritual que corpóreo, más divino
que humano; siendo tan poderoso en el caudal de espíritu, que pudo dejarle
doblado a su discípulo Elíseo, no sólo para éste, sino también para sus
sucesores los Religiosos Carmelitas, que habiendo de durar, según revelación
divina aprobada por la Iglesia hecha a San Pedro Tomás, hasta el fin del mundo,
se habían de multiplicar con el mismo espíritu de Elías, más que los astros del
cielo, al modo que en nuestro Venerable Hermano, cuya vida fue tal, que
bastaría para ejemplo de tan dichosa sucesión. Todo lo dicho consideraría Fray Francisco
cuando se determinó a empezar su visita por el Monte Carmelo, aunque le costó
algunas leguas de rodeo, respecto de haber desembarcado en Jaffa, porque quiso
empezar con aquella devoción de su espíritu por el mismo Monte por donde había
empezado el espíritu de su devoción y la vida de su espíritu. Mas para poder hacer juicio de los
Lugares Santos de aquel Monte famoso, que visitó y veneró nuestro Hermano, y
que de nuevo ilustró con su presencia, me ha parecido conveniente hacer otra
descripción, con la brevedad posible, de lo sagrado que contiene, pues aun más
conduce para nuestro intento que la que hicimos de lo natural del Monte. En aquel valle, pues, el más ameno, que
se llama, como dijimos, el Bosque del
Carmelo, se hallan veinticuatro cavernas, doce por banda, dispuestas a modo
de capillas de iglesia con igualdad y continuadas, y en el medio una mayor, que
sirve como de coro, en cuyas ruinas se renueva la memoria y devoción de
aquellos antiguos Padres del Carmelo que, dados del todo a la contemplación
divina y a las alabanzas del Señor, vivían muertos para el mundo y como sepultados
en aquellas cuevas para resucitar más gloriosos con Cristo. A la falda oriental del Monte se ve una
fuente hermosa en un sitio que llaman los árabes Mocata, que quiere decir lugar de Occisión, porque fue en el que
Elías, lleno de celo santo de Dios, hizo degollar los cuatrocientos cincuenta
profetas falsos de Baal, que tenían engañado al pueblo de Dios y reducido a la
idolatría, inicua adoración del demonio en aquel falsísimo dios. Una milla del Promontorio a la parte meridional, inclinando hacia el Occidente,
está la famosa y celebradísima fuente de Elías, la cual baja a un valle hermoso
por dos canales, las cuales se reciben vistosamente en una taza grande formada
en la misma piedra viva; en esta fuente y sitio hizo alto Fray Francisco con la
consideración, reconociendo en aquellas aguas cristalinas las purezas que
dimanaron de aquel Monte para su Religión santa y para toda la Iglesia por los
dos conductos de los Profetas Elías y Elíseo, siendo origen y principio aquella
nubecita fecunda que vio el primero, símbolo de María Santísima como Madre
natural de Dios y adoptiva de sus sucesores en el grado de excelencia que cabe
en semejante maternidad, para que puedan llamarse hijos especialísimos de María
Santísima. Esto consideraba nuestro Hermano cuando, ansioso de renovar su
espíritu lavándole más y más en aquellas aguas de pureza, entró en ellas la
Cruz y la bañó muy bien, y con eso bastó, porque todo su espíritu le tenía en
la Cruz y en ella estaba todo él crucificado. En la otra banda del valle, a doscientos
pasos, en un sitio que hace eminencia a la fuente de Elías, se ven ahora las
ruinas de otro convento de Carmelitas que habían edificado San Alberto,
Patriarca de Jerusalén, y San Brocardo, Prior General del Monte Carmelo, del
cual sólo ha quedado una sala y un oratorio, y allí otra fuente, que sería del
mismo convento y Fray Francisco la miraría como fuente perenne de lágrimas
tristes, por verse desamparado y reducido a ruinas muertas el que fue en otros
tiempos custodia de Santos vivos. Más arriba se extiende un campo que se
hizo memorable por un milagro de Elías, y fue que preguntando el Profeta a un
hombre qué llevaba, le respondió que piedras; a que replicó diciendo: “sean piedras en buena hora”; y así
sucedió de improviso milagrosamente, porque lo que el hombre llevaba eran
melones, y para prevenir que el santo no le pudiese pedir alguno, mintió
diciendo que eran piedras, y piedras se quedaron para siempre en forma de
melones, a modo de cristal transparentes. Y lo que es digno de mayor
admiración, que hasta el día de hoy está todo aquel campo lleno de aquellos
melones de piedra, para perpetua memoria de la mentira e impiedad de aquel
hombre; el curioso que quisiere verlos, vaya al convento de los Padres
Carmelitas Descalzos de Madrid, que allí hay uno de ellos: aquí admiraría Fray
Francisco lo maravilloso de Dios en sus Santos, pues aun en las cosas menores
los asiste con toda su Omnipotencia; y admírenla también los duros de corazón
con los pobres, que por su amor y voluntariamente se han puesto en estado de
necesitar de todos. En el sitio que dijimos del convento de
San Brocardo hay tradición que había más de mil cavernas, habitadas todas de
religiosos Carmelitas, a los cuales redujo a mejor forma de vida y regla aquel
Santo, la cual le dio el dicho Patriarca de Jerusalén, San Alberto, habitador
también del Carmelo, que es la misma que profesan hoy todos los Religiosos del
Carmen, como consta claramente de su título y del último capítulo de ella
misma. -Aquí-
decía Fray Francisco- recibieron los
antiguos Padres de mi Religión la misma Regla que yo profeso; aquéllos eran tan
Santos, que el mundo no era digno de ellos; y yo soy tan gran pecador, que soy
indigno de vivir en el mundo; aquéllos conservaban el espíritu de mi Padre
Elías, yo le destruyo con mi mala vida; aquéllos con mucha razón se llamaban
sus hijos y traían su Hábito Sagrado, pero yo nada de esto merezco; pero pues
me hallo yo con las mismas obligaciones que aquéllos, haré cuanto pueda, con la
gracia de Dios, para cumplir con ellas e imitarlos. Ea, Dios mío, ayudadme, que tan grande y tan bueno sois ahora como
entonces. Pasando a la parte occidental, cinco
millas de la Fuente de Elías, en un valle escondido entre los escollos, duran
hoy 400 cavernas, con sus ventanas cada una, cavadas en la misma piedra viva y
cada una con su fuente; delicias propias y disposiciones de Santos
contemplativos en que Fray Francisco hallaba nuevos motivos para imitarlos
entonces, fijando su mente en el Señor, que así sabe y puede elevar a los
hombres a vivir sobre la tierra de su mismo ser, y aun estando en ella
corporalmente, hacerlos, según el espíritu, habitadores del Cielo. En la eminencia del monte, hacia el
Poniente, se ven las ruinas de un convento célebre que fundó el Cardenal
Eimerico; duraba en tiempos de San Luis, Rey de Francia, el cual se aficionó
tanto a la santa conversación y modo admirable de vida de aquellos Religiosos,
con quien trató devotísimamente, que se llevó algunos consigo a Francia para
establecer en su reino aquel modo de observancia; que como era Rey santo, sabía
muy bien que la basa sobre que se conservan y aumentan las monarquías, según
los fines de Dios, es la santidad y religión, porque el fin de los fines de
todos los reinos y señoríos no es otro que el que haya hombres que se salven.
¡Qué altamente consideraría esto el que ofreció tantos trabajos y consagró toda
su vida a este intento, como era nuestro Hermano, que iluminado especialmente
con las luces de la Fe alcanzaba a conocer bien que el misterio de la
providencia especial de Dios todo consiste en disponer medios para que haya
criaturas que le gocen! Volviendo en contorno del Promontorio
hacia Levante, se conservan vestigios del templo primero de todos los de mundo
que se erigió, dedicó y consagró a honra y gloria de la Madre de Dios, aun
viviendo esta Divina Señora, que fue siete años después de la Ascensión del Señor,
la cual fue fundación de los Carmelitas, como se dice expresamente en las
lecciones del Oficio de Nuestra Señora del Carmen su día 16 de julio, siendo el
principal fundador San Agabo, Profeta, que fue discípulo de los Santos
Apóstoles. ¡Oh, qué dulce sería esta memoria para quien deseaba ser verdadero
hijo de María y tanto se preciaba del Santo Hábito que tanto acredita de esto y
de descendiente y heredero del espíritu de aquellos Santos Padres del Carmelo!;
el cual vivía fervoroso en nuestro Fray Francisco, pareciéndole que por esto
mismo estaba en precisa obligación de imitar continuamente a aquellos
Religiosos bienaventurados de su misma profesión, pues fueron los primeros del
mundo que se juntaban en aquella iglesia santa a cantar himnos y alabanzas a su
Madre, siendo así los maestros que empezaron a enseñar en la Iglesia con su
ejemplo a dar cultos y veneraciones a la Madre de Dios. Pero prosiguendo con la descripción de
estos lugares, digo que hacía lo más alto del Monte, a la banda del Oriente, se
descubre una campaña que los arábigos llaman Kobar, que quiere decir sacrificio,
porque fue el lugar de aquel sacrificio celebérrimo de Elías que hizo en presencia
del Rey Acab, a contraposición de los Profetas falsos de Baal, concluyéndolos
de tales a vista de todo el pueblo y estableciendo la Fe del verdadero Dios; el
cual, para crédito perpetuo de su Ley y del celo santo del Profeta, envió fuego
del Cielo visiblemente que consumió el sacrificio del altar, las piedras y el
acueducto, obligando a que todos alzasen la voz, diciendo: ¡Viva el Dios de Israel! Por cuya causa hasta el día de hoy los
judíos visitan este lugar con especial veneración y se hace eterna la memoria
de este caso con 12 piedras que el mismo Elías colocó allí por su mano para
este intento y hoy perseveran en el mismo sitio, en algunas de las cuales se
reconocen algunos caracteres hebreos. ¿Quién puede dudar que, al reconocer este
lugar Fray Francisco, se inflamaría de nuevo con el celo de su Profeta Celador,
y que en adelante aquellas voces ordinarias suyas de ¡viva la Fe de Cristo y ensalzada sea la santa Fe católica!, serían
ecos de las que daba aquel pueblo siguiendo las de su gran Padre? Antes de llegar a lo más eminente del Monte, será justo hacer
memoria de la habitación del profeta Elíseo, inmediato heredero del espíritu
doblado de su Maestro, y de su capa milagrosa (hoy se conserva esta capa en el
Sagrario de Oviedo). Es aquella habitación una gruta que consta de dos piezas:
la una mayor, en la cual hay un altar, y en otra menor, un pozo; siendo
tradición que moraba en ella el Profeta en la ocasión que vino a visitarle
Naamán Siro para que le sanase de la lepra que padecía; y siendo esta
enfermedad símbolo el más significativo del pecado, luego se le ofrecería a
Fray Francisco su antigua lepra, que era el mal que más le afligía y del que
procuraba sanar con veras de su alma; y si la salud había de consistir en
lavarse en el Jordán, no le hacían falta esta agua, cuando a todas horas se
bañaba en lágrimas de su corazón; y aunque de ésta pudiera presumir que ya
estaba limpio, nunca se podía asegurar, acordándose de la sentencia temerosa de
San Pablo: “¿Quién sabe si es digno de
amor o aborrecimiento, cuando los juicios de Dios, de que temía David, distan
de los juicios nuestros más que dista el Cielo de la tierra?” Por lo cual,
lleno de aquel temor santo, prorrumpiría de lo íntimo de su corazón en mil
suspiros, diciendo: ¡0h Padre mío Elíseo,
yo estoy más leproso que Naamán; ruega por mi salud a nuestro Dios para que yo
sane con más ventajas que aquél! Llegando ya a lo más alto del Monte, que
es el Promontorio dicho del Carmelo, se halla la cueva, gruta o caverna de San
Elías, porque fue su habitación ordinaria. Es toda cavada en el escollo mismo,
y tiene de largo como veinte pasos, y quince de ancho; es lugar de la mayor veneración
y tenido por el más santo del Monte, y vulgarmente se llama el Kader, que quiere decir verde o
florida, porque aquel sitio lo está siempre sin sentir las destemplanzas del
tiempo, y no dejan a los cristianos visitarla si no es pagando alguna moneda a
los mahometanos que la poseen. Allí hubo una iglesia, dedicada a la Virgen
María, que se erigió el año de 83 del nacimiento de su Hijo, por los Religiosos
Carmelitas que habitaban aquella cueva, la cual fue edificada en veneración de
aquel lugar, por ser perpetua tradición que el mismo Hijo de Dios le consagró
con su presencia, juntamente con su Madre Santísima, visitándole muchas veces;
lo cual se hace fácilmente creíble, ya porque Nazaret de Galilea, ciudad de
aquella divina Señora, tiene su situación casi a la falda del Carmelo, en donde
vivió muchos años con su esposo San José y con su Hijo Dios, ya por lo que dice
la Iglesia en las Lecciones del Oficio de Nuestra Señora del Carmen, que los
Carmelitas tuvieron la felicidad de gozar de la familiaridad y coloquios de la
Reina de los Ángeles. Dentro de aquella misma cueva de Elías
hay otra menor, como de seis pasos de largo, y allí se venera hoy una Imagen de
Nuestra Señora, con su Altar y lámpara, que arde siempre, en memoria también de
que Su Majestad estuvo allí muchas veces con su madre Santa Ana y San Joaquín,
porque la casa de campo de este gran Patriarca venía a estar dentro del mismo
Monte; y si es digno de crédito San Juan Damasceno, él afirma expresamente que
María Santísima nació en la casa de campo de Joaquín, y, por consiguiente, que
el mismo Monte Carmelo fue el oriente de aquel Sol, y de esto puede ser
profecía, entre otras cosas, la que tuvo Elías de María Santísima en el símbolo
de aquella nubecita que vio sobre el Carmelo como vestigio de hombre, en quien
halló idea y tomó forma de pureza y Religión para sí y para todos los que
siguiesen su espíritu e instituto, siendo aquel sitio florido del Kader en el que tuvo visión tan
misteriosa y celebrada de los Santos Padres y de la misma Iglesia nuestra
Madre. Pero al verse Fray Francisco en aquel
sitio ¡Qué consideraciones no tendría! ¡Qué afectos no se moverían en su
corazón! ¡Qué conceptos no se formarían en un entendimiento tan ilustrado de
Dios! Allí quisiera quedarse eternamente, a no parecerle que fuera todo gozar,
y no se componía bien con su ánimo, que era todo de padecer. Mil veces besaría
aquella tierra, tan dichosa por haberse visto hospicio del que no cabe en el
Cielo; por haber sido trono, en algún tiempo, de la que le tiene eterno de los
más excelentes Querubines. Allí tocaba su Cruz una y muchas veces, y quisiera
traerse en ella toda la virtud del Monte, si se puede añadir virtud sobre la virtud
de la misma Cruz; allí explicaba, con dulces lágrimas, las dulzuras de que
gozaba su alma, y con las mismas lágrimas significaba el dolor de haberse de
apartar de aquel lugar de deleites, y mucho más de verle en poder de los
mayores enemigos de la Iglesia y de la Fe. -Justo
eres, Señor (diría); pero justo será
lo que te diga: ¿por qué permites que los caminos de los impíos mahometanos se
prosperen en estas partes en que se abrieron los caminos para el Cielo? ¿Por
qué ha de ser Jerusalén de un turco, y de un bárbaro el Carmelo? ¿Y por qué
todos los Santos Lugares se han de hallar tan profanados de inicuas gentes y
naciones? Si esto es por nuestros
grandes pecados, y más por los míos, volvamos al dolor y penitencia. Penitencia; que este era el pregón ordinario de nuestro Hermano por
cuantas partes pasaba, especialmente a la vuelta de su dichoso viaje. Llevóle al fin a su convento el V. P.
Fray Próspero, el cual se intitula Santa Teresa y su situación es algo más
abajo del Promontorio, y todo él, en suma, es una gruta, en donde los Padres
Carmelitas Descalzos han formado cuatro celdicas con un Oratorio en medio de
ellas, un Refectorio pequeñito, una cocinilla y horno, donde viven y
perseveran, conservando cada uno en sí el espíritu de su Madre Santa Teresa,
que es el mismo de su Padre Elías aunque sólo parece faltaba el nombre de
aquella gran Virgen para los lustres cabales de aquel Monte. ¡Con qué caridad trataron aquellos santos
Religiosos a Fray Francisco! Cómo le asistían y consolaban, especialmente el P.
Fray Próspero, no es decible; pero tampoco lo es el agradecimiento justo de
nuestro Hermano, como él mismo lo significa en una carta que escribió a Roma
desde Leche, ciudad insigne en la Pulla, Provincia del Reino de Nápoles.
Pagaba, pues, Fray Francisco, con amor recíproco, en oraciones lo que no podía
de otro modo; que a la verdad debió mucho, porque sin la asistencia de aquellos
Religiosos (según lo humano) no hubiera podido cumplir con su devoción de
visitar aquellos Santos Lugares; pero ¿qué otra cosa se podía esperar de los
que miraban a Fray Francisco como Hermano suyo del alma, pues lo eran, según el
espíritu, la profesión y el Hábito? Esta unión de amor en Dios la explicó el
Santo Fray Próspero no queriendo apartarse de nuestro Hermano en toda la visita
de los Santos Lugares, para asistirle de todos los modos posibles, pues lo hizo
con su intercesión, con sus Religiosos, con su convento, con sus oraciones, con
dinero y con su misma persona, para lo cual se determinó a acompañar a Fray
Francisco, sin perderle de vista hasta concluir con su visita, volver al Monte
Carmelo y, finalmente, hasta que volvió a embarcarse para Europa. Concedióle, pues, el Señor a Fray
Francisco con la compañía y comunicación del P. Próspero todo el consuelo
humano que pudo adelantar la imaginación, y el divino que sabe dar su bondad,
porque se participaron los incansables alientos que cada uno tenía de caminar a
la perfección, gastando todo el tiempo que podían en divinos coloquios y
fervorosas consideraciones. Bajaron, pues, los dos del Monte,
empezando su visita, y tomaron lo primero el camino para la Santa Ciudad de
Jerusalén, y el P. Fray Próspero solicitó el pasaje en las correrías que en él
hay de árabes, porque a unos conocía y a otros daba algún socorro; con que
caminaron sin recibir molestia, hasta que llegando a un alto desde donde se
descubría parte de la Ciudad Santa, el P. Próspero, arrojando suspiros de su
corazón, que daban bien a entender los incendios que dentro se ocultaban, se
volvió a Fray Francisco y le dijo: -Esta
es Jerusalén; la misma tierra es, el mismo cielo; sólo nosotros no somos los
mismos cuando más lo debíamos ser, porque siempre somos peores. Aquí, si al
Señor de la vida hubieran conocido, no le hubieran crucificado; y nosotros,
conociéndole, le crucificamos cada día con nuestras culpas. Esta es Jerusalén,
de donde tomó nombre la Celestial, como si hubiera dudado cuál era más Cielo.
Esa tierra es donde padeció un Hombre-Dios, y ese cielo es donde padeció el Sol
de verle padecer. Esa tierra es la que arrojó de sus sepulcros los muertos para
que sintiesen lo que no sentían los vivos. Y ese cielo es el que se cubrió el
rostro por no ver la mayor ingratitud en
el mayor beneficio; y así, dispongamos nuestras almas en la mejor forma que nos
sea posible, viendo que entramos a pisar Tierra Santa y consagrada. A lo cual nuestro Hermano, entre sollozos
y lágrimas, le respondió: -Padre y señor
mío, mi espíritu no se levanta del suelo por el gran peso que le hace en mí la
parte de barro de que está asido. Bien conozco, con la luz que da la Divina
gracia, que el lugar donde pretendemos entrar es Santo y que para haber de
llegar a él hemos de apartar primero de nosotros todos los afectos de los
sentidos. Bien conozco que esta ciudad fue teatro funesto de la mayor tragedia,
y que en ella aquel Señor en cuya presencia tiemblan los espíritus más
levantados y se estremecen las columnas del firmamento, entregó su Hijo por
redimir su esclavo. Bien
conozco que en esta misma entrega, en esta misma ciudad fue desamparado el
Divino Hijo hecho Hombre, permitiendo que le llegase la hora de los ingratos y
la potestad de las tinieblas, tanto, que se quejó a su Padre Dios de que veía
su muerte, y de que con ella se extinguía la sed insaciable con que padecía su
amor y de que moría sin que su pueblo le creyese. Bien conozco que justamente
aquí se turbaron los elementos, y se pasmaron los Cielos al ver que no podía
errar el Hijo en la queja, ni podía errar el Padre en el desamparo. Bien
conozco que fue tal y tanta la grandeza del Redentor, que por lograr su
redención copiosa hizo feliz la culpa. Bien conozco que a vista de esta tierra
y de este cielo, frenéticos los hombres se enfurecieron contra el Médico que
les venía a sanar, y que cuanto en él fue nos libertó del contagio total y
suficientemente, y que si hoy no logramos esta absoluta libertad es por no
guardar sus preceptos y por no recibir dignamente la virtud de sus Sacramentos.
Y así, pues, el Reino de los Cielos padece fuerza y permite ser arrebatado
violentamente; yo vengo a procurar conquistarle con la humildad que me enseñó
el que abrió el camino para la conquista, Cristo Jesús, mi Maestro, y con esta
Cruz, instrumento de guerra, en la que padeció tan cruel y sangrienta para que
yo consiguiese la victoria por ella; y así, Padre mío, a Jerusalén, a imitar
los Sagrados pasos de quien fue nuestro ejemplo. CAPÍTULO
XVIII En
que entra en Jerusalén, y en compañía del Padre Próspero empieza sus
Estaciones. Bajaron los Siervos de Dios alternando
el Te
Deum Laudamus, y entraron por la puerta
de Damasco, que está sola destinada para el ingreso de los peregrinos, y
habiendo sido registrados y pagado el acostumbrado tributo el Padre Próspero
por sí y por su compañero, lo cual fue tanto en esta Aduana como en las demás;
limosna en esta ocasión de muchas calidades, aunque la mayor fue venir en su
compañía, porque le sirvió de guía y de explicación de los Santos Lugares, por
haberlos él frecuentado otras veces. Empezaron por la visita de la casa de
Santa Ana, cuyo principio le fue muy agradable a nuestro Hermano, pues para el
convento, con título de esta misma Santa fue su vocación. De allí pasaron a la
de Simón Fariseo, en donde Nuestro Redentor concedió indulgencia plenaria a la
Magdalena de sus pecados, que también alegorizó a su modo, porque, a su
vocación, esperaba en la Divina Majestad se había de seguir la remisión de sus
culpas. Desde allí pasaron a la casa de Pilatos, que aun hoy conserva su grandeza
y no se deja visitar de peregrinos, porque es habitación de los Virreyes. Aquí
empezaron con tiernos sentimientos a meditar estos Sagrados Misterios, viendo
maniatado el poder de Dios; preguntado y juzgado el que tiene su potestad para
ser Juez de vivos y muertos; coronado de espinas el que es Rey perpetuo y
verdadero; azotado y desfigurado el espejo sin mancha y resplandor de la luz
eterna, y con Cruz a cuestas el que tenía por la más pesada la representación
de los que no se habían de aprovechar de ella. Dióle noticia el P. Próspero como desde
lo alto de la casa de Pilatos se veían las ruinas del Templo de Salomón,
reedificado muchas veces y tantas destruido, adonde no se permite llegar a los
cristianos. Siguiendo sus estaciones llegaron al palacio de Herodes, en donde
se burlaron del Redentor, tratándole como a loco, cuando no cabían en humano ni
angélico entendimiento las finezas que estaba haciendo por los mismos que así
le injuriaban; cerca de este sitio adoraron el lugar desde donde fue mostrado
al pueblo, coronado de espinas, azotado y vestido de púrpura, cuando Pilatos
dijo: Ecce Homo, como que ganaba
grandísimos aplausos llamándole hombre por desdoro, siendo así que porque se
hizo hombre se remedió el hombre. Desde allí pasaron al lugar que llaman el
Pasmo de la Virgen, dicho así porque,
llevándole a crucificar, le salió al encuentro y le vio tan desfigurado, que no
era su rostro ni su hermosura la que traía; donde consideraron la fuerza de los
tormentos, pues en tan pocas horas hicieron lo que aun no suele acontecer en
tiempo más dilatado; y que si al primer hombre, después de causada su ruina y
la nuestra, parece que no le conocía el mismo que le hizo, y preguntado por él,
daba a entender lo desfigurado que estaba, al que le vino a remediar sucedió lo
propio, para que, por los mismos términos que se causó el mal, se consiguiese
tan perfectamente el reparo. También consideraron los intensos dolores de
aquella Santísima Señora, que en cualquier mujer fueran de muerte, por razón de
madre, y en ella, por la de saber con tan cierto conocimiento quién era el que
padecía y por quién padecía, no lo fueron, porque el morir era alivio a su pena
en ocasión de tal pasmo, que más propiamente fue admiración indecible de lo que
veía y conocía en su Santísimo Hijo. Adviértase que en las distancias de unas
Estaciones a otras siempre iban oyendo baldones y afrentas, así de turcos como
de indios, y en algunas los muchachos les tiraban piedras; y también que no las
seguían consecutivamente, como cuando se visitan las Vías Sacras que hay en
España y en otras muchas partes de la Cristiandad, sino que iban por la ciudad
adorando los lugares en que se obraron diferentes misterios de la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo, hasta llegar al Monte Calvario y Santo Sepulcro,
reservando para otros días la visita de otros Santos Lugares dentro y fuera de
Jerusalén. Llegó la ocasión de ver en una calle una piedra grande; y
preguntándole al Padre Próspero si en ella había alguna significación, le
respondió que allí había padecido el glorioso Protomártir San Esteban, y allí
había perdonado a sus enemigos y visto los Cielos abiertos, que parece es
consecuencia uno de otro; la cual, al tiempo del martirio del Santo, estaba
fuera de la ciudad, y ahora con la nueva reedificación quedó dentro de ella,
sucediendo lo mismo al Monte Calvario y Santo Sepulcro. Fray Francisco se
inclinó a besar la piedra al tiempo que pasaba un Rabino de la sinagoga de
Jerusalén, que hizo tanto sentimiento de ver aquella religiosa y devota
demostración, que alzando una piedra le dio con ella al Siervo de Dios tan
recio golpe en lo alto de la espalda del lado derecho, que pasando por encima
de la cabeza le causó gran sentimiento, y también se hirió algo el rostro en la
piedra del Santo, con el natural movimiento. Los efectos que resultaron de la
vehemencia del dolor fueron quedarse un breve rato en oración, el rostro sobre
la misma piedra, y levantarse de allí y seguir al Rabino que le hizo el agravio
y decirle estas palabras: -Por el bien que me has hecho en Nuestro
Señor Jesucristo, que te ha de conceder la dicha de que entres en el gremio de
su Iglesia. A que respondió el Rabino en idioma toscano, fácilmente
inteligible: -Hombre, déjame, que me has
herido en el alma: ¿qué Iglesia es esta que tiene hijos que saben perdonar
injurias? Yo, siempre que pasaba por esta piedra, me reía de las memorias que
celebráis de vuestro Esteban, creyendo por fábula lo que rezáis de él, que
perdonó a los que le apedreaban; y lo que nunca he creído, ahora he
experimentado: ¿qué Iglesia es esta, que aun después de tantos años tiene quien
con Cruz a cuestas sabe imitar a su Maestro? ¿Y quién perdonando a su enemigo,
acción que sobrepuja las fuerzas humanas, y que no teniendo su fundamento ni en
la política ni en la naturaleza, siga tan costosos ejemplares, pretendiendo que
trae su origen del mismo Dios? Vuelvo a decirte, hombre, que me has herido en
el alma; yo te buscaré antes que te partas de esta ciudad. Fuese el indio,
y el Padre Próspero dijo a Fray Francisco que se tenía por muy dichoso en
haberle venido acompañando, por haber visto suceso tan extraordinario, que
esperaba en Dios que había de resultar de él alguna grande gloria suya que prosiguiesen
su camino al Monte Calvario y Santo Sepulcro; nuestro Hermano le dijo que era
tan vehemente el dolor que tenía del sentimiento de la piedra, que apenas podía
caminar. Entonces, llegando la mano el Padre Próspero a la parte del golpe,
reconoció que se le había hecho un tumor grande, y le consoló, diciendo que diese
repetidas gracias a Nuestro Señor, pues le concedía una tan grande misericordia
como que anduviese aquellos Sagrados Lugares con dolores y afrentas. Este tumor, como no había entonces modo
de hacerle algún remedio, se le quedó permanente en la proporción misma que
cuando se hizo, y le duró hasta que fue a la sepultura. Volviendo a sus Estaciones, llegaron
adonde cayó el Salvador llevando la Cruz a cuestas, aquí Fray Francisco se
hincó de rodillas, pidiendo a su compañero se detuviesen algo; y ponderando
este paso, que era en el que su corazón se encendía más fervorosamente,
alumbrado con luz celestial, dijo: CAPÍTULO
XIX En
que prosigue esta materia, con la visita del Monte Calvario y Santo Sepulcro.
-Señor, esta Cruz, representación de aquella con que en este mismo sitio
caísteis, os pongo por intercesora, para que me permitáis (no atendiendo a mis
indignidades) ponderar y pedir que esta Sangre precio-sísima que aquí
derramasteis venga sobre mi corazón, más duro que el diamante, y le labre y
justifique, para que, incorporado y enternecido con ella, sin malbaratar su
virtud, siga vuestras sagradas huellas y las medite con aprovechamiento. Señor,
aquí dos ladrones, justamente condenados, no llevan Cruz por menos pena y Vos
la lleváis, habiendo sido declarado por el mismo Juez por inocente; Vos,
desnudado de las vestiduras que os puso la irrisión y vuelto a poner las
vuestras, venís a este lugar, para que no se equivocase nadie de que erais Vos
y fuese la satisfacción del mundo la
reprobación de este pueblo, cuando irreverente, sobre atrevido, no quiso
arriesgar lo cierto de la ofensa en las dudas de la persona: concededme que,
desnudo yo de las que me puso la culpa, me vista de verdadera mansedumbre,
paciencia, humildad, misericordia y caridad, que son vestiduras vuestras.
Vos aquí arrodillado con el peso de mis culpas, para que yo me pudiese
levantar sin ellas; Vos quitada la Cruz aquí con sacrílega humanidad, para que
no se frustrase el que después dieseis la vida en ella, y también con
misteriosa, para que quitada de esos divinos hombros se repartiese entre
vuestros fieles y os pudiésemos seguir llevándola: suplícoos, Señor, que la
Cruz que con tanta piedad me habéis cortado a mi medida sea más pesada, para que yo caiga
con ella, y con imitaros pueda gozar los frutos de vuestra caída. Concededme,
Señor, que sea el extranjero Cirineo a quien la carguen, cuando los discípulos
no la reciban de cobardía y los gentiles no la quieran, por mirarla como
afrenta, y los indios la aborrezcan como a maldita, pues yo la adoro por honra,
por dicha y por consagrada, y espero en Vos que, siguiendo estos pasos que
disteis a la muerte temporal, me habéis de guiar a la vida eterna. Hecha esta humilde petición con toda reverencia,
procedieron a la visita del Monte Calvario y Santo Sepulcro, y habiendo pasado
por la casa del rico avariento, por la de la mujer Verónica, por la Puerta
judiciaria y cárcel de San Pedro, reverenciaron el Santo Cenáculo, y el P.
Próspero dijo a Fray Francisco: -¿Qué
corazón devoto, agradecido y cristiano puede pasar adelante sin detenerse,
primero a contemplar que aquí, después de haber el Señor lavado los pies a los
Discípulos, instituyó el Santísimo Sacramento del Altar, para enseñarnos con la
limpieza que se ha de llegar a él, por ser el mismo Cristo con presencia
corporal y perpetua, y por ser la
mayor ofrenda que se pueda hacer a Dios, en que se declara su amor, pues cuando
los hombres le quitaban la vida, él instituía un Sacramento para dársela y para
quedarse con ellos, haciendo alarde en su institución de sus grandezas,
especialmente de su infinita sabiduría, omnipotencia, liberalidad, bondad y
caridad, como obra que fue de sus manos, en que nos da la mejor que tiene, y
esto al tiempo de morir, pudiendo ser después de resucitado, para que conociésemos
a quién apartábamos de nosotros y quién era el que parece que no acertaba a dejarnos,
y para que se consiguiese nuestra edificación se comulgó primero a sí,
enseñándonos con el ejemplo, y luego con el precepto, queriendo quedar
invisiblemente debajo de accidentes visibles para que ejercitásemos nuestra fe? Llegaron al convento de San Salvador, que
es de Religiosos Franciscos, aguardando a que fuese ocasión de entrar, y
después de pagada la tasada distribución que tienen impuesta los turcos
entraron, siendo recibidos en procesión, causando en ella particular
edificación Fray Francisco, maravillándose todos los Religiosos de aquel gran
espectáculo de penitencia, y de ver una acción tan del esfuerzo cristiano y tan
sin ejemplar, y en tanta edad y con tanta carga de cabellos, persuadiéndose a
que la asistía con particular manutención el brazo poderoso de Dios, por
altísimos fines suyos. Hechas las piadosas y edificativas ceremonias que
aquellos hijos del Serafín Francisco acostumbran, y tratados con alguna
prudente deferencia los dos Religiosos peregrinos; y después de haber comulgado
todos de mano del Padre Guardián, como es costumbre, llegó el dichoso deseado
día de poner nuestro Siervo de Dios la Cruz que traía en el mismo venerable y
santificado hueco donde para salud del
mundo estuvo arbolada la de Nuestro Señor Jesucristo; fue día en aquel
religiosísimo convento de grande y extraordinaria solemnidad, porque asistió
toda la Comunidad procesionalmente a
acompañar a Fray Francisco a llevar la santa Cruz, el cual fue descalzo; y
desde que vio el lugar consagrado con la Sangre de un Hombre Dios (allí en el
mismo), pasible y mortal, caminó de rodillas, corriendo arroyos de lágrimas por
el rostro y vestido; y habiendo llegado a él, entró todos cuatro extremos de su
Cruz en el sagrado cóncavo, y dejándola allí (a ruegos suyos) la Comunidad, en
compañía del P. Próspero, y estando colocada la Cruz por espacio de tres horas,
en veneración de otras tres que estuvo Cristo nuestro bien pendiente de la
suya, y ellos postrados reverentemente de rodillas, en alta y fervorosa
oración: ¿quién duda que en ella le contemplarían en esta o en otra más
significativa forma? Este mismo sitio, desestimado del mundo,
lugar de calaveras, de facinerosos, que sirvió de poner horror para estorbar
delitos, eligió para sí el que todo lo puede; misterio es de su Providencia,
pues quiso, desde luego, ostentar el valor de su Sangre salpicando con ellas
reliquias de delincuentes. Aquí le dieron vino mirado, para que no
sintiese, al que tiene por blasón ser varón de dolores; al que inventó modos
por padecer más, permitiendo que le quitasen la Corona para quitarle las
vestiduras, y se la volviesen a poner para hacerle así otras tantas heridas de
nuevo; al que el pueblo hizo la mayor ofensa ofreciéndole credulidad si dejaba
de padecer; al que (cuando se dieron por vencido los cuatro crucificantes que
les faltaban tormentos, habiéndole ya levantado en la Cruz), el amante de más
penas se hizo del número de los que le afligían, causándole las mayores (por
ser sobre tantas) estribando en los clavos con el mismo peso de su Cuerpo. Aquí añadieron hiel a la bebida, para
que, atormentado también lo que se encubre a la vista, le faltase el consuelo
de la compasión, dejando de lastimarse en lo que no veían sus amigos. Aquí le clavaron las manos para que
dejase de hacer mercedes: ¡Oh ingratos! ¡Oh incrédulos! ¡Oh sacrílegos! Si
pensaron que a Dios le podía faltar el dar; y para que se desengañasen que este
es su oficio, fueron instrumento de las mayores, perdonándoles (aun con manos
clavadas) lo mismo que hacían. Aquí el Señor de las batallas dejó el
trono de su gloria por el de la Cruz, y peleando con las armas de las insignias
de su Pasión, destruyó el reino del pecado, poniendo en vergonzosa fuga al
fuerte armado que le poseía. Aquí hizo el mayor favor que cabe en lo
posible a los que se llegan por imitación y amor, haciéndoles que sean un
espíritu con el suyo y éste encomendándosele a su Padre en tan grande ocasión. Aquí, habiendo muerto, inclinada la
cabeza por obediencia, le abrió una lanza la puerta del costado para que por
los Sacramentos que se franquearon por ella entrásemos a la vida; y para que no
faltase a este golpe sentimiento por ser ya difunto, le sustituyó en su Madre,
porque también fuese espiritualmente crucificada. Después de haber estado tres horas en
adoración de este Sacrosanto lugar (teniendo por todo este tiempo colocada la
Cruz), se levantaron de su ardiente oración, dando gracias al Redentor a vista
del más singular beneficio; y volviéndola a poner sobre sus hombros nuestro Peregrino,
caminaron a la visita del Santo Sepulcro. CAPÍTULO
XX De
la visita del Santo Sepulcro y otras, hasta llegar al Monte Carmelo y volverse
Fray Francisco de la Cruz a embarcar para Italia. Luego que llegaron a ver aquel depósito
del mayor tesoro, hincados de rodillas, con indecibles consuelos de sus almas,
para el particular de nuestro Hermano dijo el Padre Próspero: - Ea, valiente soldado de Cristo, fortísimo
español, a quien quiso conceder lo que a otra ninguna gente: ya que has gustado
parte de los dolores y contumelias de la Sagrada Pasión, te quiere el Señor
hacer partícipe de las glorias del Sepulcro y Resurrección; y pues habiendo
recibido su Cuerpo consagrado somos también Sepulcros de Cristo a vista del
suyo, démosle gracias de los malos tratamientos que nos hacen estas naciones,
de donde resulta su imitación, pues a Él no le perdonaron ni vivo ni difunto.
En esta Sagrada Urna le guardaron ungido todo de mirra, sellando su
puerta por que no se le hurtasen, para que nosotros, que le hemos comulgado,
sellemos nuestras almas con el recato de los sentidos, ungiéndolos también con
mirra de mortificación, por que no se nos ausente; y pues aquí se encerró con
los despojos ganados para nosotros en la batalla de la Pasión, que son todas
las virtudes, y de su difunto Cuerpo nunca se apartó la divinidad, pidámosle
que seamos de sus escogidos y nos las comunique. Consideremos el amor inmenso a
los hombres de este Señor; pues mientras aquí su Cuerpo se fió de los
pecadores, su alma se fue al depósito de los Santos Padres a buscar los justos;
y mientras aquí les daba claridad al entendimiento, para que libres de culpas
le consiguieran, en el Limbo, donde no las tenían, les daba lumbre de gloria
para que desde luego le gozasen, aun antes de entrar en el Empíreo.
Aquí entró con las almas santas, dando por bien empleados sus dolores,
para que le acompañasen en su triunfo.
Aquí reunió la Sangre derramada, porque no merecía estar fuera de tal
Cuerpo.
Aquí, dejando las señales de lo pasible, las transfiguró en dotes de
gloria; y pues los créditos de su Pasión estuvieron pendientes de su Resurrección,
veneremos este Santísimo Lugar como al seguro de nuestra Fe, que nos dice que
si padecemos con Cristo seremos glorificados con Él, y que no son condignas las
pasiones de este mundo con la futura gloria, y esforcémonos a morir a Él, para
que nuestra vida se esconda en este Sepulcro con Cristo en Dios. Significados con tiernos impulsos del
corazón estos devotos sentimientos por el P. Próspero, Fray Francisco los
esculpía en su memoria para valerse de ellos en sus retiros; y desde este sitio
fueron prosiguiendo las Estaciones siguientes, haciendo en sus almas cada una
(conforme la diferencia de Misterios) diversas impresiones. La Capilla donde se apareció el Salvador
a la Virgen Santísima, su Madre, el día de la Santísima Resurrección. El
Altar del Santo Lignum Crucis. La Columna en que fue amarrado y azotado
en casa de Caifás. El lugar donde Santa Elena halló las tres
Cruces. La cárcel donde estuvo mientras se
preparaban los instrumentos de la Pasión. La Capilla de San Longinos, donde estuvo
muchos años la Santa Cruz. La Capilla de la división de las
Vestiduras. La Capilla de Santa Elena. La Capilla de la piedra del Improperio. La Capilla del sitio donde fue enclavado
en la Cruz. La
Capilla del sitio en que apareció el Ángel a las Marías diciendo la Santa
Resurrección. La abertura que hizo el Monte Calvario en
la muerte de Cristo. La piedra en que fue ungido para
sepultarle. El lugar donde apareció el Señor a Santa
María Magdalena de Hortelano. Y habiendo recibido testimonio auténtico
en toda forma de cómo había visitado aquellos Santos Lugares y otros que
contiene aquella Celestial Casa, con una Cruz grande a cuestas, con que llegó a
ella, trayéndola en peregrinación, dado por el P. Fray Pedro de Montepelusio,
Comisario Apostólico en las partes del Oriente, Custodio de Tierra Santa y
Guardián del Monte Sión, su fecha en el convento de San Salvador de Jerusalén
en 26 de agosto del año 1644, en el cual se declararon todos los sitios
Sagrados que hay dentro del convento, donde se reverencian diferentes
Misterios, en que siempre iba tocando su Cruz nuestro Peregrino, y lo mismo
hizo en todos los que estaban fuera de él. Concluidas estas funciones, dejaron el convento,
y en él sus almas; y al salir les estaba aguardando el Rabino de quien se ha
hecho mención, cumpliendo su palabra, el cual les dijo que había resuelto
embarcarse para la Cristiandad, con intento de volver a Liorna, donde había
estado algún tiempo con sus parientes, y que quería desde allí no apartarse de
su compañía mientras llevasen un viaje. Fray Francisco se alegró mucho,
persuadido (aunque nunca declaró el motivo) a su conversión. Prosiguieron en sus visitas,
acompañándoles el Rabino, y caminaron al río Jordán, en cuyas aguas baño la
Cruz. Habiendo venerado el Valle de Josafat, Arroyo Cedrón, Huerto de
Gethsemaní, Casa de Simón Leproso, Sepulcro de Lázaro, casas de Santa María Magdalena y Santa Marta; y
por la Galilea, el sitio donde Nuestro Señor Jesucristo dio vista al ciego, el
de Zaqueo, la ciudad de Jericó, monte de la Cuarentena, Ciudades abrasadas y
mar Muerto. Luego, volviendo a Jerusalén, tomaron el
camino de Belén, veneraron la Sagrada Cueva donde nació el Hijo de Dios, el Santo
Pesebre, el lugar de la Circuncisión, donde fue la vez primera que derramó
Sangre el Redentor; vieron el árbol llamado de Terebinto, dejando a los lados
la villa del Mal Consejo, Casa de Simeón, Sepulcro de Raquel, Camino de Hebrón,
Cisterna de David, el lugar donde se escondió la Virgen mientras se prevenía la
ida a Egipto, la Casa de San José, la Villa de los Pastores, Pozo de la Virgen
y el sitio donde se aparecieron los Ángeles a los Pastores. Desde Belén fueron a las montañas de
Judea por el desierto de San Juan, vieron la Cueva en que habitaba, la Casa de
Zacarías, el Lugar de Santa Isabel, que fue donde salió al encuentro a la
Virgen, y donde esta Santísima Señora, Madre de Dios, compuso el cántico del Magnificat, y allí vieron el lugar donde
nació San Juan. Después caminaron a la ciudad de Nazaret,
llegaron al lugar donde fue echado de menos el Niño Jesús, y al Pozo de la
Samaritana, y al lugar donde sanó el Señor a los leprosos, a la ciudad de Naum,
donde resucitó el hijo de la Viuda. Entraron en Nazaret y en la Casa donde el Ángel dio embajada y
vivieron juntos Jesús, María y José veintitrés años, y en la Gruta donde esta
Señora se retiraba a tener oración. Después fueron al Monte Tabor, donde
veneraron la gloriosa Transfiguración, y al Mar de Galilea, donde San Pedro y
San Andrés, San Juan y Santiago, fueron recibidos como Apóstoles, y donde
socorrió a los Discípulos que naufragaban, y al mar de Genezareth, donde libró
dos hombre maltratados del Demonio y donde culpó a San Pedro de poca fe. Vieron la ciudad de Cafarnaum, donde se
obraron tantas maravillas y la Conversión de San Mateo, que fue la mayor; y, en
fin, todos los Santos Lugares transmarinos, tocando su Cruz nuestro Siervo de
Dios en cada uno, asombrándose el judío Rabino de su constancia y de la
devoción de entrambos Religiosos; y aunque parece que su corazón se iba
moviendo, nunca admitió plática de nuestra Santa Fe Católica hasta que por
impulsos bien extraordinarios se persuadió a ella, y la abrazó, y recibió como
adelante se dirá. En esta conformidad todos tres tomaron la
vuelta del Monte Carmelo, donde fueron muy bien recibidos por aquellos santos
Religiosos, perseverando algunos días en aquel observantísimo convento,
mientras se disponía su embarcación, con singularísimo consuelo de su alma y de
aquellos virtuosos Religiosos que observaban y admiraban la pureza e integridad
de vida de nuestro Hermano. Pero antes de salir del Monte me ha
parecido participar a todos dos noticias, dignas de perpetua memoria: la una es
que, conforme al estilo del Carmen, en comiendo la Comunidad se sale a la
portería a dar de comer a los pobres, y no quiere Nuestro Señor que en convento
donde con tanta puntualidad se cumplen sus institutos falte esta piadosa
ceremonia; y así en comiendo sale el portero, y la comida que ha sobrado pone
en el portal de afuera y toca una campanilla, y a la voz de ella vienen muchos
animales que habitan aquel monte y comen lo que ha sobrado a los Religiosos, y
después de acabada la comida se están quedos, y el portero da gracia por ellos,
y en haciendo señal con un golpe en la mano, todos se van por el monte hasta
otro día, y esto es sucesivamente todo el año, lo cual supimos del mismo Fray
Francisco. Lo segundo que hemos de referir cede en
honra y gloria de Dios y gran crédito de la Religión del Carmen, y es que hay
tradición perpetua en aquellas partes, la cual confiesan los mismos árabes, que
en todos los tiempos que los Religiosos del Carmen habitaron aquel Santo Monte
corría la Fuente Milagrosa de Elías, y luego que le desampararon por la
persecución de los árabes, y de los mahometanos (a cuyos rigores derramaron la
sangre por Cristo innumerables mártires en diferentes ocasiones), cesó de
correr la Fuente por todo el tiempo que faltaron los Religiosos; y habiendo
vuelto otra vez, ha vuelto a correr con la misma abundancia que antes. Esto lo
testifica Gabriel de Bremond, natural de Marsella, como testigo de vista, en
célebre libro cuyo título: Viaje hecho en el Egipto Superior e Inferior, en el Monte
Sinaí, y los lugares más famosos de aquella región, en Jerusalén, etc., del cual hizo
versión en italiano José Corvo y le dedicó al Excmo. Señor D. Luis Odescalchi,
Duque de Ceri y sobrino de nuestro Santísimo Padre Inocencio XI, que al presente
gobierna la Iglesia felizmente; su impresión en Roma por Pablo Moneta, año de
setenta y nueve. He dado tan individual noticia de este
autor, porque en él se halla, no sólo la noticia dicha inmediatamente, sino es
también cuanto dejamos dicho en el capítulo XVII de este libro tocante a la
visita del Monte Carmelo, ya para su descripción, ya para las noticias, ya para
lo que conduce a la Religión y Religiosos del Carmen; y la razón que he tenido
para citar este autor más que a otros muchos que aseguran lo mismo, es: lo
primero, porque no siendo autor de la misma Religión, se quita la sospecha de
apasionado; lo segundo, porque hasta hoy no ha escrito autor de vista que con
tanta puntualidad, observación e individualidad, ni con tanto cuidado, haga
descripción y dé noticias, hasta las más menudas, de lo que promete; el cual,
para tomarlas ciertas, hizo dos viajes en aquellas partes desde su tierra que,
como dijimos, es Marsella de Francia. Lo tercero, porque es el más moderno de
los que han escrito generalmente de aquellas partes como testigo de vista;
puesto que en el capítulo V del libro II de su viaje habla del P. Fray Próspero
como de Santo, que ya había pasado a mejor vida cuando él visitó el Monte
Carmelo, siendo el mismo Padre que acompañó a nuestro Hermano y de quien obtuvo
las letras testimoniales de la visita del Monte Carmelo, los cuales originales
paran hoy en mi poder y es traslado el que está al principio de este libro; de
donde se infiere con evidencia que el dicho autor francés visitó el santo Monte
Carmelo después que Fray Francisco. Su libro es de la mayor erudición en la
materia que se puede desear: véale el curioso. Llegó el caso de la embarcación, y
habiéndose despedido Fray Francisco tiernamente del P. Próspero (y habiendo recibido
su testimonio auténtico en cuanto a la visita de aquel santo Monte) y de
aquella religiosísima Comunidad, en compañía del judío Rabino, en un puerto que
hay a la falda del Monte Carmelo, junto a la ciudad de Caifa (dicen que este
puerto es hoy mejor y de más crédito que el de San Juan de Acre, del cual dista
muy poco), en el nombre de Dios se hizo a la vela para Damiata, y desde allí al
Cairo, Venecia y Roma. LIBRO TERCERO CAPÍTULO I En
que Fray Francisco de la Cruz empieza su viaje, y de la tempestad que padeció y
de las maravillas que Nuestro Señor obró con su Siervo por medio de la Santa
Cruz. Embarcado Fray Francisco de la Cruz en
compañía del indio Rabino, tomaron la vuelta de Damiata, gozando en esa
navegación de tiempo apacible, poniendo todo su cuidado nuestro Peregrino en la
veneración de la Santa Cruz que traía en su compañía; con cuya ocasión, y con
la de verle gastar lo más del día y de la noche en oración, en los ratos que le
advertía desocupado de ella, el indio le movía pláticas de nuestra Santa Fe,
diciéndole que desde el lance que le sucedió en Jerusalén, en la piedra de San
Esteban, tenía vehementes impulsos interiores que parece le obligaban a
abrazarla, pero que mientras su entendimiento no se persuadiese, sería
liviandad reprensible desamparar la religión de sus padres; con lo cual,
haciendo diferentes preguntas el Rabino y respondiendo nuestro Hermano en la
forma que el Señor le alumbraba, llegaron a Damiata, y después que los
pasajeros se previnieron de algunas cosas para su viaje, le prosiguieron por
tierra para el Cairo; y con el motivo de la amenidad de aquella fertilísima
provincia, todo lo que veía Fray Francisco lo espiritualizaba, con grande admiración
de su compañero, tanto, que un día le dijo que era bien empleado el tiempo que
había gastado en sus estudios y era dichosa la Religión que tal sujeto había
criado, pues tan propiamente hablaba en materias de tanta importancia como son
conocer y engrandecer al Criador por sus obras; hallando en ellas tales
sentimientos, que con profesar él humanas y divinas letras nunca los había
encontrado; de donde llegaba a conocer que, pues esta ciencia no la hallaba en
los libros y la ruda naturaleza no daba de sí tanta perfección, era sólo Dios
quien la comunicada, pues sólo en Él o por Él se podían adquirir fondos tan
inaccesibles y bienes tan soberanos. Fray Francisco, viéndose tratar con
aparatos de estudiante y de docto, le desengañó diciendo como era un hombre
rústico, que habiendo tenido vida secular muy trabajosa, Nuestro Señor le hizo
la misericordia de que viniese a la Religión, y en ella era un pobre Lego que
cuidaba de pedir limosnas para su convento y de beneficiar la hacienda del
campo. Maravillado el indio de ver tan
extraordinario hombre, convirtió la admiración en confusión, pareciéndole que
en Fray Francisco todo era sobrenatural, pues ofendido perdonaba injurias, se
sustentaba sin medios humanos con tan corto alimento como pan y agua, tenía fuerzas
para tan larga peregrinación, no le faltaba la salud a vista de tantas
descomodidades y de traer una cruz pesada sobre sus hombros, sin haber
estudiado asentaba proposiciones seguras con fundamentos ciertos, en las cosas
espirituales y trato con Dios tenía admirable eficacia en el decir, y con
retórica casi celestial persuadía y ataba el entendimiento; y de todas estas
consideraciones juntas infería que era Dios quien obraba en él, y que favores
tan sin medida no los hacía a quien no tenía en su gracia; y así, que Fray
Francisco estaba en amistad con Dios, lo cual no pudiera ser si la ley que
profesaba no fuera cierta. Ya parece que a las obscuridades de su
entendimiento las entraba alguna luz; pero era tanta la contradicción de la
naturaleza, la fuerza de la sangre y de la costumbre, que no acababa de
persuadirle, y si estaba persuadido no acertaba a rendir estos inconvenientes y
romper tales impedimentos; que esta razón de la naturaleza, aun sin razón,
obliga, y esta ley de la costumbre, aun sin razones, sujeta. Llegaron al Cairo, y a pocos días
volvieron a proseguir su viaje, pasando a Alejandría de Egipto, donde se
embarcaron para Italia por el Mediterráneo. El navío en que venían era veneciano,
hermoso y fuerte, y con tiempo sereno navegaron a vista de Gandía, de Mondón y
de Corfú. El navío caminaba con viento próspero,
aplaudiendo el aire los clarines, tendida la bandera a popa, adornados los
pañoles de las entenas con flámulas y gallardetes, cuando a un mismo tiempo dos
pilotos dijeron: ¡Tormenta!- Apenas lo hubieron pronunciado cuando
luego los marineros aferraron las velas, calaron masteleros, el mar empezó a
irse inquietando, el viento a irse embraveciendo, el cielo a ir negando sus
luces, y todos a entrar en confusión y miedo, viendo por instantes enfurecerse
más el mar, cubrirse más el sol y encresparse más las olas; como el riesgo era
común, todos trabajaban; y como la turbación también lo era, muchos, por
adelantar la prevención, la embarazaban; sólo nuestro Fray Francisco no lo pudo
errar, porque luego se acogió a la oración, abrazándose a su Cruz. Creció el temporal, las nubes con
relámpagos repetidos alumbraban, quitando la vista, y con truenos espantosos
confundían, para tomar acuerdo: oficios piadosos y que lograran nuestra
atención y enmienda, si no quedara a disposición de lo humano lo divino. El viento, por instantes mas reforzado,
se llevó las velas menores de los masteleros, rompió el árbol mayor, desarboló
trinquete, bauprés y mesana; un golpe furioso de mar arrebató el timón, alcázar
y castillo; y desencajando todo lo sobrepuesto, dejó el buque sin ninguna de
las obras muertas; con que (dándose todos por zozobrados), desamparando los
medios humanos, se valieron de los divinos (que nunca llegan tarde), pidiendo a
Dios misericordia. Entonces nuestro Peregrino, arbolando su Cruz, con que hasta
aquel tiempo había estado abrazado en fervorosa oración, les dijo: - Este es el leño que salva; en él se causó
nuestra salud eterna, y por él hemos de conseguir hoy la temporal. Y
atándola fuertemente en el pedazo que había quedado del árbol mayor, para que
la furia de los vientos no la moviesen y para que, vista en descubierto, la
respetasen, prosiguió: -Sola Tú,
Sacratísima Cruz, fuiste digna de llevar la víctima del mundo, y en su
naufragio prepararle el puerto; el mismo valor tienes hoy: intercede para que
nos veamos por ti libres, y para que nuestros clamores, unidos con tu
intercesión, penetren las puertas del Cielo, que se nos muestran de bronce y de
diamante. Entonces, postrados todos de rodillas, a imitación del Siervo de
Dios, delante del Sagrado Madero, y el judío Rabino entre ellos, con repetidas
y altas voces decían: -¡Señor,
misericordia, sálvanos por tu Cruz! Con intercesión tan poderosa, ¿qué
gracias no se habían de franquear? Con tal medianero, ¿qué mercedes no se
habían de conceder? Afectos nacidos de corazones humildes y atribulados, ¿qué
no habían de conseguir? Hecha esta devota y cristiana sumisión,
luego el aire empezó a minorar su fuerza, las ondas (como consecuencia suya)
empezaron a desembravecerse, las nubes a ausentarse, el día a reconocerse y el
sol a comunicar sus castos resplandores, y los pilotos, con la tranquilidad no
esperada, reconocieron el puerto imperial de Trieste, en el golfo veneciano,
llamado antiguamente Treviso, en la marca Trivesiana y el más inmediato a
Venecia, donde trayendo el navío a la Santa Cruz por árboles, banderas, velas y
timón, el propio mar hizo que tomasen el puerto milagrosamente. CAPÍTULO
II De
lo que le sucedió a Fray Francisco de la Cruz hasta volver a Roma, y en ella. Desembarcaron
en Trieste, con gran admiración de la gente de la tierra, viendo de la suerte
que aquel navío había llegado al puerto; y Fray Francisco, con los pasajeros
que habían venido embarcados con él, llevando su Cruz procesionalmente, fueron
a dar gracias a la iglesia mayor, mostrando todos el debido reconocimiento de
milagro tan patente, y más que todos el judío Rabino, que publicaba las obras
maravillosas de Dios, llamándose cristiano y reconociendo sus juicios
inaccesibles, pues sin ningunos méritos suyos, antes por caminos tan encontrados y por veredas tan
extraordinarias, parece que a pesar suyo le había metido el Cielo en su alma
con la dicha de la vocación a su Iglesia, compeliéndole a entrar en ella,
sacando aquel Religioso de tan remotas partes con una Cruz a cuestas,
permitiendo el suceso de Jerusalén y poniendo en su boca palabras que él,
siendo contrario de la Iglesia, no las pudo contradecir, para empezarle a mover;
y viendo que a tantos golpes se daba por desentendido y que necesitaba de
instrumentos más fuertes, quiso batir su corazón rebelde y obstinado con la artillería
de una tempestad y con lo visible de milagro tan raro, y así que él se
confesaba por hijo de la Iglesia Católica y trofeo de la Santa Cruz,
atribuyendo a las oraciones y diligencias de aquel Religioso Carmelita,
verdaderamente varón de Dios, su felicidad y conversión, pidiendo a voces las
saludables aguas del Bautismo. Llegaron a la iglesia, y después de haber
hecho oración se despidieron los pasajeros, llevando el Rabino consigo a Fray
Francisco a una posada para que le perfeccionase en la noticia de los
principales Misterios de nuestra Sagrada Religión Católica Romana, lo cual se
consiguió brevemente, porque al Rabino le faltaba la voluntad y no el
conocimiento, y cualquier instante que se dilataba su entrada en la Iglesia le
parecían muchos años. En fin, llegó el dichoso día en que recibió la Fe, siendo
su padrino nuestro Hermano, tomando su mismo nombre de Francisco de la Cruz, en
reverencia de la Santa Cruz y en
obsequio de su bienhechor, con tanto aplauso de aquella ciudad imperial, que
movida de la novedad del caso, y habiéndose divulgado en ella las divinas
misericordias sucedidas en la tormenta, concurrió tanto número de gente y con
tanto empeño y fervor, que se celebró aquella función con general solemnidad y
con gozos tan indecibles del Siervo de Dios, que por sólo haber visto este día
con tan fervorosas aclamaciones de la Santa Cruz y haber sido el algún
instrumento para la conversión de un alma, daba por dichosos sus trabajos. Concluida la celebridad, pareció a
entrambos Franciscos de la Cruz que era muy del servicio de Nuestro Señor que
el nuevo cristiano pasase a Liorna, donde tenía muchos deudos; con que se
despidieron, tomando el Rabino aquel viaje y Fray Francisco tomó el suyo por
aquel mar Adriático, y a los siete días de navegación arribó a un puerto que,
según el mismo Fray Francisco escribió, está junto a Finisterre (estas son sus
palabras expresas); parece que fue cerca de un pueblo de la Pulla, que se llama
Tricata o Trecata, desde donde tomó el camino para la ciudad de Leche, que es
cabeza de aquel partido y el asiento del Gobernador de ella, adonde llegó hacia
los fines de noviembre de 44, de que se hace evidencia por la fecha de una
carta suya escrita a Roma allí mismo en 29 de dicho mes y año; llegó, pues, a
aquella ciudad acompañado de una numerosa multitud que había salido a recibirle
llevada de la fama milagrosa de nuestro Hermano. Entró en su convento del Carmen, en donde
perseveró cuatro días; y en este tiempo era el concurso tan fervoroso, que
siempre estaba la iglesia llena de gente, aun lo interior de todo el convento, deseando
cada uno gozar de su presencia y besarle el Hábito, como si fuera algún Apóstol
o algún Ángel de Dios; pero principalmente se reconoció la devoción de aquella
piadosa ciudad (bastaba ser de nuestro católico Monarca) en una tarde que fue
expuesta la Santa Cruz a la veneración pública, pues fue de modo que afirmaron
los Religiosos de aquel santo convento que apenas hubo persona alguna en toda
la ciudad que no concurriese a adorar la Santa Cruz y a besar el Hábito del
Venerable Hermano, que en semejantes créditos le ponía el Señor con las
maravillas que obraba por su Siervo; una de las que allí se vieron fue que a la
sazón de su venida estaba enfermo el P. Fray Simón de Bomo, Religioso de aquel convento, de unas llagas
que padecía en las piernas muchos meses había, las cuales le afligían sobremanera
por los dolores intolerables que le causaban, y lo peor era que se hallaba sin
esperanzas de remedio; pero quiso Dios que se puso en una fe singularísima de
que había de sanar por medio de las oraciones del Venerable Hermano, con lo
cual se encomendaba a él únicamente y le rogaba con instancias le diese salud;
y aunque Fray Francisco le respondía con sequedad que él no podía dársela,
volvía a instar; hasta que, movido de sus ruegos y de la fe viva que reconocía
en él, se llegó al enfermo y empezó a corregirle fraternalmente con mucho
fervor y humildad, aconsejándole que fuese buen Religioso y atendiese como
debía al servicio de Dios; y habiendo dicho esto, hizo la señal de la Cruz
sobre la pierna llagada, y al mismo punto se halló el enfermo sano y libre de
todo su mal; pero ¿qué no puede con esta señal poderosa de la Cruz quien la
tiene en su corazón tanto como nuestro Hermano? que es, sin duda, árbol
milagroso; pero mal podrá gozar de sus frutos quien no se abraza con ella. Otro día de aquellos cuatro bajó el Siervo de Dios a la iglesia para comulgar
como lo tenía de costumbre (esto según Obediencia, que no está lo grande en
comulgar por costumbre, sino en tener costumbre de obedecer comulgando; por lo cual,
aunque cuando comulgaba era con singular gozo de su alma, el mismo tenía en
obedecer cuando la misma Obediencia se lo estorbaba; porque como tan
espiritual, sabía muy bien que quien comulga sólo por agradar a Dios, con la
misma prontitud deja de comulgar, por agradar al mismo, en obedecer a quien le
toca mandar); y estando disponiéndose, como era razón, para llegar a la Mesa de
aquel Cordero inmaculado de Dios, se llegó a él un Religioso, advirtiéndole que
su celda estaba abierta, y así que fuese a cerrarla; a que respondió Fray
Francisco que no podía ser, porque él mismo la había cerrado con llave, la cual
tenía allí consigo. Replicó el Religioso, diciendo: -Yo mismo, por mis ojos, la he visto abierta. Pero Fray Francisco,
con mucho sosiego, le dijo: -Nuestro
enemigo quiere siempre interrumpir nuestra devoción, pero ahora no le ha de
suceder como él quiere; con todo ello el Religioso partió de allí
derechamente, con ánimo de cerrar la celda del mejor modo que pudiese, hasta
que volviese a ella Fray Francisco; pero al llegar a la puerta la halló
cerrada, y como había visto claramente lo contrario, llegó a probarlo con las
manos; pero reconoció que estaba echada la llave, como había dicho nuestro
Hermano, de lo cual quedó admirado. Este caso, más tiene de doctrina que de
milagro, en la cual debiéramos estar todos los que nos llegamos a aquel
Soberano Sacramento, y es dejar todos los cuidados del todo y trabajar en
desocupar el corazón y dilatar los espacios de la caridad para que pueda caber
en él Señor tan grande; pero ¡qué heroicamente practicó esta enseñanza el
Siervo de Dios en esta ocasión!; pues aunque en la celda no tuviera otra cosa
que guardar, ni a que atender, que su Cruz, ésta era todos sus tesoros, y por
consiguiente en ella tenía todo su corazón, y ni este cuidado quiso admitir en
la ocasión de estarse disponiendo para comulgar. Salió de Leche, dirigiendo su viaje para
Nápoles; pero ¿qué movimientos no causó la devoción de Fray Francisco en todas
las personas de aquella ciudad, pues quedando aquel día desierta se poblaron
sus campiñas, siendo el ánimo de todos no despedirle, sino seguirle con los
afectos del alma? Así se despidió, tomando el camino por Misana, San Vitto y
Ostuno, obrando siempre maravillas y edificando con su predicación continua;
que, como ésta era Penitencia y ponía
en sí mismo un ejemplo tan poderoso, movía más con una palabra que cuantos
pueden predicar con elocuencias humanas. Desde Roma pasó a Nápoles, y asistió en
el convento de la Santa Madona del
Carmen, que es el mayor que tiene
aquella ciudad de su Orden; hay en él una joya muy preciosa, que es un pedazo
grande de Lignum Crucis, que en
aquella ocasión le estaban engarzando en plata, el P. Prior (como en premio de
su resolución cristiana) le dio dos astillitas muy delgadas, las cuales de
limosna se las engastaron en planta, con una reliquia de San Jerónimo que le
dieron en aquella ciudad de Nápoles y están colocadas con su Cruz en el
convento de la Alberca. Fue tanto el consuelo que recibió con aquella preciosísima
joya, que le pareció se le habían doblado las fuerzas y alientos para proseguir
su demanda, y la guardó de suerte que no la volvió a ver hasta Castilla. En aquel tiempo que se hallaba en
Nápoles, se llegó a él el P. M. Fray Atanasio Acitelli, y celoso de la
conservación y aumento de aquel gran convento, donde se venera la antiquísima y
milagrosa Imagen que comúnmente se llama la Madona
del Carmen (devoción universal de aquella insigne ciudad), le rogó
encomendase a Dios en sus oraciones dicho convento; y aunque se excusaba con su
humildad, al fin, instado, se venció de la misma piedad de la causa: hizo,
pues, oración con la devoción y espíritu que solía, y se le ofreció en visión
una multitud de hombres armados que estaban en el mismo convento, y que
derramando mucha sangre quitaban la vida a algunos: luego vio el convento lleno
de soldados y armas, lo cual le puso en gran cuidado a Fray Francisco y llenó
su corazón de amargura y dolor: después de dos ó tres días le refirió la visión
al dicho Maestro Acitelli, el cual lo tuvo más por imaginación que por visión
verdadera; pero el suceso le dio a entender lo contrario, pues a muy pocos años
se cumplió a la letra en la gran rebelión de Nápoles contra el Gobierno de
nuestro católico Monarca, cuyos soldados se apoderaron del convento, por ser
uno de los principales fuertes de aquella ciudad donde se experimentaron los
casos tristes de la guerra, mucho derramamiento de sangre y muertes violentas,
hasta que al fin quiso Dios que se apaciguase aquel incendio a favor de nuestro
Rey Católico; y si para ello condujeron las oraciones de nuestro Venerable Hermano,
lo podrá juzgar quien sabe; que no revela Su Majestad sucesos en profecía a sus
siervos si no es a fin de moverlos a procurar en su misericordia los buenos
éxitos en los casos que permite, por los motivos de su Providencia. Salió de Nápoles para Roma, donde llegó
por mayo de 45; y habiéndose divulgado el día de su venida, se llenaron los
campos de aquella ciudad de cortesanos y pueblo; pero habiéndolo reconocido
Fray Francisco, se volvió a retirar huyendo su propia estimación, y después de
anochecido entró en Roma y en su convento de Transpontina, donde fue recibido
con singular gozo de los Religiosos, principalmente de algunos provincianos
suyos que asistían en aquella Corte. Desde que entró en su convento empezó a
distribuir las horas de la misma suerte que cuando vivía en el de la Alberca, y
el descanso que tomó de tan larga jornada para proseguir otra no menor fue
ayudar a todos en sus ocupaciones, principalmente a los Hermanos de vida
activa: él suplía por todos y se hallaba en todo lo que era de molestia y
trabajo, sin que por ello faltase a su continuo ayuno de pan y agua, ni a las
aflicciones continuas de su cuerpo con extraordinarios modos de penitencias, ni
a quedarse las noches enteras en la iglesia en oración, ni a dar tan limitado
reparo a los sentidos, que no se sabía cuándo dormía o cuándo descansaba. La Santidad de Inocencio X, que siendo
Cardenal le había favorecido y reconocía el mucho aprecio que había hecho de
Fray Francisco su glorioso antecesor, mandó que le fuese a ver; el cual favor
fue para el Siervo de Dios de mucha estimación y de mucha confusión; porque
como era verdadero humilde, no quería gozar de tan singulares honras, sino ser
el desprecio y abatimiento de todos; pero obedeciendo, fue a besarle el pie, y
Su Santidad gustó que le refiriese su peregrinación y el estado que tenía la
Cristiandad de los Santos Lugares transmarinos, y él lo hizo con mucha
brevedad, respeto y puntualidad; de suerte que le causó agrado al Pontífice, y
por mostrarle el concepto que tenía de su persona le dijo que quería hacerle
gracia de darle dos cuerpos de santos enteros para que se colocasen juntamente
con la Santa Cruz; Fray Francisco estimó con los rendimientos debidos merced
tan singular, y le propuso que no tenía modo para llevarlos a su Provincia con
la decencia necesaria respecto de ser su viaje a pie; pero que le suplicaba
fuese servido que conmutase aquella gracia en concederle un jubileo en el día
de la Santísima Trinidad para el Altar de Nuestra Señora de la Fe, y otro en el
altar de Nuestra Señora del Socorro en el día en que se celebra su fiesta,
entrambos para el convento de Santa Ana de la Alberca, y en que se bendijera
solemnemente la Santa Cruz con su autoridad pontificia. Todo lo cual concedió
Su Santidad; y los Breves, con la licencia de su ejecución, dada por D. Diego
de Riaño y Gamboa, Comisario General de la Cruzada, de 9 de abril de 1647,
están en el arca de tres llaves de dicho convento. Y en cuanto a la bendición
de la Cruz, ofreció dar sus veces; y habiéndole besado el pie, le despidió, con
orden de que al otro día le volviese a ver; y así lo hizo, obedeciendo tan
superior precepto. Como estas visitas fueron tan extraordinarias,
corrió voz por Roma que nuestro Hermano era bien acepto al Pontífice, y no fue
menester más que esto para que luego aquellos cortesanos hiciesen grande
estimación de él; con que se empezó a ver muy afligido, pareciéndole justamente
que era tentación y que el demonio se valía de este instrumento para
descomponerle; y no fue errado el dictamen, porque los cortesanos romanos andan
siempre adivinando el aire del Príncipe, y como les sabe bien su engaño, fundan
torres de esperanzas en móviles cimientos, y en sus disimuladas afectaciones y
exageradas cortesanías tenía bastantes armas el enemigo para introducir una
hostilidad sangrienta en pecho menos fortificado; pero el humilde Religioso,
viéndose buscado de la Nobleza de aquella Corte, creyendo solamente que sería
por curiosidad de tener noticias, y recelándose que el enemigo le movía aquella
guerra para embarazarle con ociosidades sus ejercicios, hacía su asistencia de
ordinario en las ocupaciones más ínfimas del convento, para que lo desautorizado
de su persona hiciese que no le buscasen las de tanto lustre. En una ocasión, a
instancias de un gran señor, los Prelados le mandaron llamar, y le hallaron en
la caballeriza limpiando las bestias; con lo cual, y con no verle en Palacio,
le fueron olvidando y se pasó aquella tempestad. Su Santidad dio sus veces (como lo había
ofrecido) para bendecir la Santa Cruz solemnemente al Ilmo. y Rvmo. Señor D.
Fray Jacobo Wemmers, Obispo de Gaeta, Religioso Carmelita de la Antigua
Observancia, el cual, en el convento de Transpontina, de su Orden, celebró la
bendición de la Santa Cruz, con grande ostentación y aplauso, el segundo día de
Pentecostés, a 5 de junio, asistiendo muchos Cardenales, Obispos y Grandes
Príncipes; y después de bendita, conforme al ceremonial, se hizo la adoración,
llegando, cada uno en su grado, a adorarla, no pudiendo refrenar las lágrimas
de alegría de nuestro Siervo de Dios de ver este triunfo de su Santa Cruz, la
cual, después de hecha la adoración, se colocó en el altar mayor por nueve
días, donde acudió por todos ellos a hacer la adoración innumerable concurso
del pueblo romano. CAPÍTULO
III De
cómo salió de Roma prosiguiendo su peregrinación a visitar el santo sepulcro
del Apóstol Santiago, y de los favores que iba recibiendo del Cielo con el
ejercicio de nuevas virtudes. Celebrada
la bendición y adoración de la Santa Cruz y habiendo vuelto a visitar las Sagradas
Estaciones y demás sitios venerables de Roma, el día 1º de septiembre de 1645
volvió a salir en campaña este valiente soldado, habiendo vuelto a besar el pie
a Su Beatitud con licencia de los Prelados, en la forma de su peregrinación,
exhortando a la confesión de la Santa Fe Católica y pregonando oración y
penitencia, con sentimiento universal de los ciudadanos romanos, porque fue
rara la estimación que se granjeó en aquella Corte (huyendo de ella); que en
esta virtud, más propiamente que en las otras, se reconoce la grandeza de la
fábrica en lo profundo de los cimientos. Su primer intento fue ir a visitar la
Majestad del Santo Cristo de Luca, donde estuvo en 6 de octubre del dicho año,
y habiendo conseguido licencia del Cabildo de la Catedral de aquella Santa
Iglesia, vio y adoró su devota Imagen, de que recibió testimonio auténtico, su
fecha de dicho día. De hombre tan penitente y tan ilustrado
del Cielo, bien se deja entender la profunda humillación y devoción con que
estaría delante de aquel Señor Soberano; lo que consiguió en aquella fervorosa
oración fueron encendidos deseos de ser algún instrumento para traer almas al
conocimiento seguro de la Iglesia, y ansias ardentísimas de dar la vida por su
verdad; y desde esta ocasión propuso, en la forma que Nuestro Señor le diese
luz, en todos los pueblos por donde pasase, predicar los principales Misterios
de la Santa Fe, hasta poner por ella la garganta al cuchillo. Estando con estos
afectos tuvo una visión maravillosa, que fue ver un Predicador, sin conocer
quién era, que tenía un sol sobre la cabeza, donde se debe entender que al que
predica con estos motivos le asiste el Sol Divino. Desde Luca pasó a Génova a visitar sus
Santuarios, y el muy célebre de Nuestra Señora del Carmen, a que parece
interiormente era movido. Entró en ella, y sólo con el tránsito que hizo hasta
llegar al convento de su Religión se conmovió toda la ciudad, causado mucha
edificación; siendo tan grande el concurso de gente que le quería ver, que se
atropellaban unos a otros, y estando en una celda se entraban por diferentes
partes del convento desde donde se alcanzaba a ver la ventana de ella, para
procurar verle. Ésta era la del Padre Maestro Fray Vicente Calahorra, que
estaba en aquella ciudad aguardando viaje para España, donde, en la Provincia
de Valencia es Calificador del Santo Oficio y la consulta y estimación de
aquella ciudad; el cual, sabiendo que se disponía dar a la estampa la vida de
este Siervo de Dios, escribió en carta de 26 de mayo de 1665 algunas
particularidades que se pasaron con él, dignas de que se haga memorias de
ellas. Una es que no quiso para sí nada de lo satisfactorio
de su peregrinación, porque todo lo tenía aplicado al bien y provecho de las
almas en la propagación de la Fe. Otra, que estando el dicho Padre Fray
Vicente muy temeroso de embarcarse para España en el navío que tenía prevenido
del Capitán Barla, por haber tenido avisos de que unos navíos de Francia iban
en su busca, Fray Francisco de la Cruz le dijo que se embarcase, que iría seguro,
y que a ocho días de navegación entraría en Alicante, y que sucedió como lo
dijo. Asimismo tiene la dicha carta un capítulo
que es muy particular en la vida de nuestro Hermano, y así como se contiene en
ella se pone, que es el siguiente:
Otro día, estando los dos
solos en la celda, me dijo: Hágame caridad de leerme en la Biblia en lenguaje
castellano. Comencé a leer el primer capítulo del Génesis, vertiéndole en
Romance, y me iba explicando el Sagrado Texto; y alguna vez reparaba yo
interiormente que el sentido que daba a la Sagrada Escritura era áspero.
Pasando adelante en la lectura, donde el Texto Santo hablaba más claro en la
materia de mi reparo, me decía: ¿No ve
vuestra Paternidad cómo es lo que yo digo? En que pareció conocía mi
interior. Reparo en que concebí la explicaba como un San Jerónimo o como otro
de los antiguos Padres, que cierto quedé maravillado. Quisieron visitarle muchas personas de
autoridad; pero con su humildad se excusó, y sólo admitió la de dos Senadores,
porque se lo mandó el Padre Maestro Fray Jacobo Spínola, que a la sazón se
hallaba Provincial de aquella Provincia de Lombardía. Sucedió allí que le mordió un perro tan
mal, que fue necesario le curase el cirujano; y ordenando, entre otras cosas,
para su curación que se alimentase de comidas más substanciosas que su continuo
pan y agua, no fue posible con él, hasta que, sabiéndolo el dicho Padre Provincial,
se lo mandó, y entonces obedeció, tomando por gran regalo algunos caldos de
carnes, pareciéndole demasiada indulgencia para el cuerpo a quien trataba más
de la salud del alma. Determinó salir de Génova, y ofreciéndole
muchos ciudadanos dineros para el camino, no le pudieron vencer para que tomase
una moneda; y pareciéndole a alguno que la instancia demasiada vencería su
determinación firme, le apretó demasiado, llegando casi por fuerza a ponerle el
dinero en las manos; pero pareciéndole al Siervo de Dios vehemente tentación contra
su propósito de no tomar dineros ni aun tocarlos, los arrojó de golpe en el
suelo; dejando así un ejemplo perpetuo de lo que se deben estimar las riquezas
del mundo, y una confusión perpetua en los que viven poseídos de su amor
desordenado. Desde Génova, donde estuvo tres días,
pasó a Niza, tardando en el viaje hasta 20 de noviembre, y desde allí, en 30
del dicho, entró en la Provenza; y luego que descubrió tierra de Francia tuvo
otra visión admirable y terrible, y fue ver que llovían rayos que la abrasaban;
lo cual se verificó en el año siguiente en las guerras civiles, que duraron
hasta el año de 52. Entró en Aix, y al salir de la Estación
del Santísimo Sacramento, en la puerta de la iglesia hizo una plática, parte en
español y parte en italiano, de los misterios de la Santa Fe Católica y de la
obediencia a la Silla de San Pedro, y de la necesidad de hacer penitencia y
oración; asistió a ella Luis de Valois, Conde de Ales, Gobernador de la
Provenza y General de la Caballería ligera de Francia, Caballero de la Sangre
Real, el cual hizo particulares favores a Fray Francisco, ofreciendo labrarle
un suntuoso templo a la Santa Cruz, deteniéndole consigo cuatro días y
ofreciéndole el dinero que quisiese para guarnecerla de plata, de que el Siervo
de Dios mostró los debidos agradecimientos, y aseguró que con las limosnas que
le ofrecieron para guarnecer de plata su Cruz se pudieran guarnecer cuarenta
cruces como ella. En estos cuatro días de su detención tuvo
particular consuelo de las noticias que le daban de muchas personas que se
reducían al gremio de la Iglesia; con que se resolvió a proseguir su
exhortación en los lugares principales, conociendo que no bastaba su influencia
si Dios quería que por aquel camino se hiciese su causa. El tiempo que estuvo en Aix fue hospedado
en el palacio del dicho Sr. Conde de Ales, y en el mismo había estado a la ida
de Roma, porque este señor mostró singularísima devoción con nuestro Hermano, y
así hizo grande aprecio de su persona y se encomendó a sus oraciones con mucha
fe, pidiéndole rogase a Dios por sí y por todos los de su familia y por las
cosas pertenecientes a su Estado, y procuró hacer por Fray Francisco cuanto le
fue posible, aunque poco se puede hacer con quien no quiere cosa alguna de este
mundo; y así fue que le ofreció una gran cantidad de oro, pero nuestro Hermano
sólo quiso tomar sobre sí la obligación de encomendarle a Dios como se lo había
pedido, agradeciendo su piedad y caridad singular; y es de observar que nuestro
Hermano hubo de reconocer que nacía de corazón recto, y así dio señas de más
agradecido que con otros muchos, porque puso por memoria (sin duda para no
olvidarse de encomendarles a Dios) los nombres de aquellos señores, como se
hallan de su mano entre los demás papeles originales y está en esta forma: “Monseñor Excelentísimo Luis de Valois,
Conde de Ales, Coronel general de la Caballería de Francia, Lugarteniente general,
por el Cristianísimo Rey de Francia, en su Real país de Provenza.
Y la Ilustrísima Señora Condesa Lienrieta de Laquiche, su mujer.
Y la Ilustrísima Señora Francisca María de Angulema, hija de los
sobredichos Excelentísimos Señores” Entró en el Languedoc, en que también el
Gobernador de ella, Duque de Luy, le recibió con mucha estimación, y con ella
le miraban en todos aquellos lugares; y por esta razón excusó, lo más que le
fue posible, entrar en los que había sido tratado agradablemente a la ida. Iba nuestro Peregrino por sus tránsitos
previniéndose y alegrándose en la consideración de que, con la novedad de verle
predicar la obediencia al Pontífice, sería maltratado en donde a la ida había
sido ofendido e injuriado, y se persuadía de que, no desistiendo de esta
determinación, tampoco habían de desistir los enemigos de la Iglesia de
afligirle, y que entre su constante resolución y la pertinacia de los herejes,
era forzoso que esto quebrase por su vida, con que sacrificada por la Fe
conseguía la corona a que aspiraba; no por ver el fin dichoso de sus trabajos,
ni el principio del premio, ni por toda la felicidad eterna, sino sólo por la
honra de la Majestad de Dios, por dar ejemplo al prójimo y por mostrar al Señor
que amaba que principalmente lo padecía porque le amaba. Por otra parte, se
volvía a Dios y decía: -¡Señor: ya que
soy un pobre hombre, ignorante y rudo, que en mí no hay elocuencia, ni fervor,
ni sabiduría para traer almas a vuestro conocimiento, os sacrifico la sed que tengo
de que ellas vengan a Vos; y ya que no tengo obras que ofreceros, admitid mis
afectos! Con estas consideraciones se iba
disponiendo el Siervo de Dios, y en habiendo ocasión proseguía en hacer sus
pláticas; y se conoce bien la asistencia divina que tenía, pues no se puede dar
número determinado a la muchedumbre de gente que en días de sus tránsitos por
la Francia se redujo al gremio de la Iglesia. Como los milagros que obró Nuestro Señor
por nuestro Hermano cuando pasó a Jerusalén los tenían aquellas provincias tan
estimados y presentes y ahora le veían conseguido el dificultoso fin de su
empresa que la Reina de los Ángeles les prometió en su gloriosa aparición, no
les quedó duda de la certeza de ella, porque por medios humanos faltaba todo el
dictamen de la naturaleza para poderle conseguir; y como ahora se les volvía a
representar con aquella presencia venerable y penitente, con la misma Cruz
sobre sus hombros, con los cabellos que le llegaban a la cintura, y con una
predicación que enternecía las piedras, fue tanta la moción de todos géneros de
estados, que le seguían por los campos de unos pueblos a otros, que a veces
eran más de dos mil personas, dando gracias a la Majestad de Nuestro Dios y
Señor de que sabe dar tal fortaleza y espíritu a los hombres para conseguir con
tan costoso ejemplo una general reformación. CAPÍTULO
IV De
cómo prosigue su viaje y llega a Santiago de Galicia y visita el Santo Sepulcro
del Apóstol, y le vuelve a proseguir hasta entrar en el convento de Valderas,
en que tuvo fin su peregrinación, y del premio grande que Nuestro Señor le
concedió por remate de ella. Desde quince de diciembre del dicho año
que entró en el Languedoc, hasta diez y siete de enero del siguiente de
cuarenta y seis que salió de Bayona, se detuvo en las pláticas y exhortaciones
que iba haciendo; y en todo este tiempo, así las Religiones como las Catedrales
estaban llenas de hombres y mujeres que frecuentaban el Santo Sacramento de la
Penitencia; y cuando Fray Francisco pedía a Nuestro Señor ansiosamente fuese
servido de hacerle instrumento de la conversión de una sola alma, le concedió
que lo fuese de innumerables conversiones. Salió de la Francia e hizo alto,
volviéndose a mirar aquella tierra, para cuyo beneficio parece que principalmente
Nuestro Señor le sacó de su convento; y acordándose de las mercedes que en ella
recibió de la Virgen Santísima, la dijo: -Señora,
para volver a entrar en Francia tuve ardientísimos deseos de traer almas a la
Iglesia y de padecer por vuestro Hijo y por ella hasta dar la vida; y en lugar
de tribulaciones, he tenido los consuelos de ver las maravillas de la Santa
Cruz; y pues viene de vuestra mano el tener tal compañía, con vuestra clemencia
y su interposición fío que el Señor, que me concedió a los trabajos y a la
conversión de las almas y al martirio tantos deseos, es tan fiel y liberal, que
mirando a ser quién es, ya que me dio el afecto, ha de querer que logre el
mérito. Prosiguiendo su viaje, entró en
Fuenterrabía en 19 de enero del dicho año de 1646, donde parece que tomó el
puerto de su patria: en ella fue muy bien recibido de los soldados de aquel
presidio y de D. Baltasar de Rada, su Gobernador, haciendo muchas salvas a la
Santa Cruz y celebrando el nombre español; y nuestro Peregrino, viendo que le
hacían tantas demostraciones de honra y aplauso, se salió luego de Fuenterrabía
huyendo su propia estimación, y siguió su camino por Vizcaya y Asturias,
padeciendo intolerables fríos y continuas inclemencias del tiempo, por ser en
lo más riguroso del invierno y por montañas llenas de nieve tan helada, que
apenas tenía donde poner el pie en firme que no resbalase; pero los encendidos
volcanes del amor de Dios, que tenía en su pecho se refundían a dar calor y
casi vivificar el esqueleto de aquel venerable anciano, tan desfigurado con el
dilatado padecer, que de viviente no se advertían más señas en él que el
movimiento, para que se reconozcan mejor los trofeos de la Divina gracia, que
alienta, adorna, mantiene y perfecciona la naturaleza. Alguna noche le fue
forzoso quedarse en el campo, por faltarle día para llegar al pueblo, amparado
de alguna quebradura de la tierra, expuesto, no sólo a los rigores del hielo,
sino también a las fieras, de que hay tanta abundancia en las montañas de
Asturias: caminaba en profunda oración y en continua presencia de Dios, con
tales ayudas de costa, que sólo ellas podían hacer tolerable aquel trabajo. Decíanle en los lugares que adónde iba
con tiempo tan riguroso y tantas incomodidades y una Cruz tan pesada a cuestas;
que aguardase para ir a Santiago otro mejor; y él respondía: -Más padeció el Santo para darme ejemplo y
para llegar adonde está rogando por mí; y así, rendirme a los temporales es
desestimar su intercesión, que puede más que ellos. En fin, sobrepujadas
todas las dificultades y sin que la salud le hiciese falta, a vista de todas
ellas entró en la ciudad de Santiago en 10 de marzo del dicho año, y visitó el
Santo Sepulcro, tomando al Santo Apóstol por especial Tutelar para que Nuestro
Señor le perdonase sus culpas, estando hasta el día 13 en aquella Santa
estación, en cuyo tiempo bien se dejan conocer los amorosos coloquios que
tendría con el Santo, las humildes súplicas, los rendidos afectos, las
fervorosas instancias, las bien admitidas peticiones, los ardientes deseos de
su imitación, los propósitos bien ejecutados y las gracias con larga mano
concedidas. Hechas sus devotas diligencias y habiendo
tomado testimonio, su fecha en el dicho día 13, signado del Notario público
constituido para estos casos y refrendado de tres Notarios, se volvió a poner
en camino en la forma de su peregrinación para Castilla. Venía por él, en contemplación alta y
encendida, fervorizándose cada instante más con las gracias que se le concedían,
logrando sus fines a vista de tantos inconvenientes, cuando dentro de su alma
oyó una voz que le dijo esta palabra: Unión; y aunque amorosa y regaladamente le sobresaltó, no dejó de imprimir
alguna extrañeza en los sentidos; pero volviendo aquella voz a repetirle dentro
de su alma diversas veces Unión, se dio por llamado
y por entendido de ella; y trayendo a la memoria las lecciones que su Maestro
de los grados de la perfección le había practicado, y lo que en los diferentes
libros espirituales había leído, y principalmente lo que el Señor le daba a
entender, se persuadió que aquella voz Unión, con que parecía que recibía su alma suavidad indecible y tan
extraordinario deleite, que la regalaba y acariciaba, era bondad y misericordia
de Dios, que con aquella voz le reprendía como dándole en rostro, diciendo: Mira lo que pierdes por no ser el que debes,
para alentarle al premio si mejoraba de vida. Por otra parte, se acordaba
de las misericordias recibidas del Señor, y no quisiera ponerla alguna duda,
por no acusar su liberalidad y caer en ingratitud; pero en estas perplejidades
parece tomó el medio de mejor proporción, que es sentir de Dios con la rectitud
que se debe, y reconocer el óbice en sí para que no se llegasen a comunicar
estas gracia; y de esta última proposición se hacía evidencias hablando consigo
por el camino en las consideraciones siguientes:
Yo conozco lo malo que soy, y esto es aun cuando no me llego a conocer,
y lo que de mí conozco aun basta para confundirme y aborrecerme; pues si esta
palabra Unión significa aquel lazo con que el alma se une con Dios, y
éste se previene con la disposición de verdaderas ansias para llegarse a unir,
habiendo sido las mías tan imperfectas, ¿cómo pueden aspirar a tanto bien?
Si a esta felicidad se llega con una reformación universal de todas las
imperfecciones naturales, y yo cada día soy peor ¿cómo la tengo de conseguir?
Si la unión del alma con Dios se hace habiendo semejanza entre las cosas
que se unen, y el amor enlaza los afectos, juntando en uno dos cosas diferentes
que concuerdan en una calidad, ¿puede haber mayor distancia que la bondad y
hermosura de Dios, y la malicia y fealdad de mis pecados?
Si la verdadera unión consiste en tener la voluntad atada con la de
Dios, y todo el bien que la proviene es de esta conformación, yo, que la he
tenido tan divertida y empleada en tanto número de culpas, ¿seré un hombre sin
discurso si imaginare que se hizo para mí esta dicha? ¿Yo he de juzgar posible
en mí que mi espíritu, unido con Dios, se haga uno mismo con Él, por caridad y
amor, y que haya participación entre los dos, y que mi alma en alguna manera se
desnude de sí para vestirse de Dios, y que sea hermoseada y enriquecida por
aquel instante con las perfecciones Divinas, como el diamante, que de algún
modo se desnuda de lo grosero de tierra para vestirse los resplandores del Sol?
¿Cómo puede caber esto en juicio humano sino faltando el juicio humano? Con este humilde y casi celestial
reconocimiento iba pasando su camino; y aunque todos los días tenía rebatos en
el alma de esta voz, que dentro de ella le decía Unión,
todos los días se valía de estas o semejantes consideraciones para apartar de
sí el pensar bien de sí, hasta que habiendo entrado en Castilla, llegó al
convento de Nuestra Señora del Socorro de la villa de Valderas, de su Orden, y
el primero de esta Provincia, donde tuvo fin dichosísimo su peregrinación, por
haber sido la promesa salir de esta Provincia de Castilla, con Cruz a cuestas,
a las Sagradas estaciones de Jerusalén, Roma y Santiago de Galicia, hasta
volver a ella, la cual se cumplió llegando a este convento, por ser de esta
Provincia. Lo primero que hizo fue ir a visitar el Santísimo Sacramento, en
cuya visita también se cumplió la formalidad de esta obediencia; y estando
postrado delante de aquella Majestad Sacramentada, ofreciéndole los trabajos de
su peregrinación, y de volverla a empezar de nuevo si fuera gusto suyo, y
dándole gracias de tanta inmensidad de misericordias recibidas en ella, oyó una
voz clara y distintamente dentro de su alma, teniendo luz de que era Divina
locución, que dijo: - Si te dijeren que no estás unido, no te lo he dicho yo;
fiel soy, confía en mí. Y juntamente tuvo
conocimiento de que a su oración se le había concedido el grado de Unión. Con
que, para nuestra enseñanza, no se puede pasar adelante sin hacer reparo que
tenemos un Dios que así premia, y que a este devoto Siervo suyo le levantó al
orden supremo, que en la tercera jerarquía del alma corresponde a los Serafines,
que es la Unión por amor; a un grado que contiene intelectuales extensiones y
recibos, donde se llega, más por el afecto que por el conocimiento, a los
desposorios espirituales que celebra el alma con Dios; adonde en el hombre ya
no vive el hombre, sino Cristo vive en él; adonde parece que se recobró lo que
de la masa de Adán se desordenó por el pecado; y, últimamente, adonde de algún
modo participa el cuerpo de las redundancias del espíritu, que le califican y
ennoblecen de suerte que el espíritu es llevado de Dios, y el cuerpo del
espíritu; de que se sigue, para nuestro ejemplo, que tenemos el mismo Señor, y
que lo que hizo con los Santos hará con nosotros si hiciéremos lo que los
Santos hicieron. CAPÍTULO V
De
cómo prosigue su viaje, pasa por Valladolid y entra en Madrid. Recibió
nuestro Hermano Fray Francisco singular consuelo de hallarse en esta Provincia
y de verse con los Religiosos sus hermanos. En este convento quiso quitarse el
cabello, por estar cumplida ya aquella rigurosa penitencia que él se impuso,
que fue otra Cruz aparte; pero el Padre Prior le impidió que se le quitara todo
de una vez, porque con la destemplanza forzosa no se originase alguna dolencia,
y así empezó a írsele quitando, y lo fue prosiguiendo poco a poco, hasta que en
Madrid se acabó de regular al estilo común de su Religión. Aquella santa Comunidad, viendo que se
quería volver a poner en camino, le hizo muchas instancias para que no viniese
a pie, pues ya su promesa estaba cumplida; y no fue posible conseguirlo,
afirmándose en que era muy del servicio de Nuestro Señor que en acción de gracias
del buen suceso que había tenido prosiguiese su forma de peregrinación hasta
entrar en Madrid y dar la obediencia a su Provincial; y que si el Señor le
había concedido, sin méritos suyos, dar algún buen ejemplo en las tierras por
donde había pasado, razón era el proseguirle también en Castilla; y así,
ejecutando tan santa determinación, salió del convento de Valderas para
Valladolid, y en aquellas 14 leguas que hay de distancia fue grande la
edificación que iba causando en los lugares por donde pasaba, principalmente en
Rioseco, donde si se accediera al deseo de los que le rogaban se detuviese en
aquella ciudad, no saldría de ella en muchos días. Entró en Valladolid, y fue tanto el rumor
de toda la Corte, que cuando llegó a su convento se llevaba tras de sí todos
los que había encontrado en las calles. Sus Religiosos le detuvieron algunos
días, y después de visitadas las Imágenes más frecuentadas en aquella ciudad,
prosiguió su camino para Madrid, adonde, por carta del convento de Valladolid,
se supo el día en que había de entrar, que fue a los principios de mayo del
dicho año; el cual habiendo llegado, le salieron a recibir Fray Andrés de la
Trinidad y Fray Gregorio de los Santos, Religiosos Carmelitas que le tenían
particular afecto. Halláronle enfrente de las tapias de la
Casa de Campo, sentado al pie de un árbol y en él arrimada la Santa Cruz.
Alegráronse mucho de verse, y los Religiosos le dijeron que venían a acompañarle;
Fray Francisco les dijo que el haberle hallado sentado no era por descansar ni
por hacer hora; que él estaba allí en un negocio del servicio de Dios Nuestro
Señor; que se volviesen al convento, que en él se verían; y que cuando no
estuviera con tan precisa detención, no era bien entrar en Madrid acompañado,
contra el estilo que había practicado en su viaje; con lo cual se volvieron los
Religiosos y le dejaron. Estúvose allí hasta las diez y media de
la mañana, y a esta hora llegó un hombre solo cerca de donde estaba, a orillas
del río, y se empezó a pasear entre los árboles que tiene aquella ribera.
Entonces el Siervo de Dios se levantó, y poniendo la Cruz sobre sus hombros se
fue a él y le dijo: -Mucho
me maravillo que un hombre de razón así dé lugar al demonio en su alma, queriendo
matar a un inocente y llamándole a este puesto debajo de la confianza de
amistad; la causa, señor, que os ha movido, no es cierta, y ese hombre que
aguardáis no tiene culpa y viene llamado de su amigo, que sois vos, sin
recelarse de la alevosía que se ha apoderado de vuestra alma; recibdle bien y
haced penitencia de vuestro pecado. El hombre, viendo descubiertos los
secretos de su corazón, con verdaderas demostraciones de dolor y
arrepentimiento declaró a Fray Francisco que era verdad todo lo que le había
dicho, pidiéndole que, pues por su medio se veía libre de tales lazos del
demonio, le encomendase a Nuestro Señor. En el cual suceso quiso mostrar la Divina
bondad que para casos de tanta importancia tomaba por instrumento a Francisco,
declarándole por amigo a quien revelaba su providencia, y otorgándole el mérito
como a causa eficaz de que se estorbase tan grave culpa, y de que se
consiguiese el dolor de haberla consentido y de que se socorriese a un inocente
de contado en la vida y en el alma conforme el estado en que se hallara. Conseguido suceso tan feliz entró en
Madrid, siguiéndole aquel hombre entre la demás gente hasta su convento, donde
declaró a algunos religiosos lo que había pasado. Visitó las milagrosas
Imágenes de la Almudena, Soledad, Buen Suceso e Inclusa, y al pasar por la
plazuela de la Villa, el que esto escribe le oyó decir en voz alta: Ensalzada sea la Santa Fe Católica;
aplaquemos a Dios haciendo oración y penitencia. Llegó a la iglesia del Carmen a las doce
del día, y después de hecha oración al Santísimo Sacramento entró a hacerla en
la capilla de Nuestra Señora del Carmen, donde fue tanta la gente que había
concurrido a verle, que fue menester cerrarle dentro de la capilla. Después de haber hecho oración y que multitud de la gente hizo
calle para que pudiese subir a su convento, salió el Siervo de Dios con su Cruz
a cuestas y fue a la celda del Padre Provincial, el Maestro Fray Diego Sánchez
Sagrameña, donde le recibió estando presentes muchos Religiosos que entraron
con él. Al punto que vio a su Prelado, arrimando la Cruz, se echó a sus pies,
hechos sus ojos un mar de lágrimas, y dijo su culpa en voz alta con la
formalidad que la dicen los Hermanos de la Vida Activa, pidiendo perdón y
penitencia por sus muchas imperfecciones, y después le besó los pies y asimismo
a los Religiosos que se hallaron presentes, con tan profunda humildad, que
todos aquellos Padres acompañaron enternecidos al Siervo de Dios en las mismas demostraciones
de sentimiento que él tenía. Después que se despidió la gente que
había concurrido y que se cerró la iglesia, Fray Francisco se entró en ella en
la capilla donde estaba Nuestro Señor Jesucristo con la Cruz a cuestas, y donde
hoy permanece, que es la de Santa Elena y donde hizo sus primeros votos; y
postrado delante de aquel Divino Señor, con encendidos afectos de su corazón
dijo: -Aquí me tenéis, Señor, en vuestra
presencia, confuso de vuestras obras y avergonzado de mis ingratitudes; yo soy
aquel indigno Religioso a quien habéis hechos tantas mercedes y que me he aprovechado
tan mal de todas ellas; yo soy el que llamasteis a la Religión para que obrase
con ejemplo, y he obrado con escándalo; el que habiendo recibido vuestra Cruz
para imitaros de alguna manera, he desautorizado vuestro nombre, procediendo a
vista de ella como si estuviera dejado de vuestra mano; tanto, que si fuera
posible tener el Sagrado Madero alguna ignominia y desdoro, fuera el haberle
traído sobre mis hombros; pero Vos le santificasteis de suerte que aun no he
bastado yo a causarle algún borrón. No permitáis, Señor, que lo que para todos
es puerto para mí sea naufragio, y que me pierda yo donde tantos se salvan. No
os acordéis de las conversiones que se han dejado de hacer, de las costumbres
que no se han reformado, de los pecadores que no se han reducido ni de las
culpas que no se han evitado sólo por no haberse visito en mí en esta
peregrinación la modestia debida y la devoción necesaria; con que para aplacar
vuestra justa indignación, no me queda otro recurso sino el de ampararme de la
misma Cruz, aun contra las quejas que (con tanta razón) puede tener de mí la
Santa Cruz, y valiéndome del Sagrado de su Ara, con este perdón de parte,
esperar debajo de su protección vuestra clemencia; porque si está enseñada a
que en ella se borren las culpas de todo el mundo, no extrañará que por ella se
perdone a quien tiene más que todo el mundo. CAPÍTULO VI De algunos sucesos de Fray Francisco de la Cruz en Madrid. Después de haber ofrecido los referidos sentimientos, y los
que su fervor le ocasionaba en presencia de aquel Señor con la Cruz a cuestas,
acudió a seguir la Comunidad en el grado que le tocaba, ejecutando en todo la
santa Obediencia y cumpliendo con sus ejercicios, con más penalidad en Madrid
que en la Alberca, por ser más las ocupaciones que le embarazaban el tiempo. La Santa
Cruz se puso en el Altar de la capilla de la Concepción mientras se colocaba en
el Altar mayor, adonde asistía todo el día un Religioso tocando rosarios,
cruces y medallas, satisfaciendo a la piadosa devoción de los fieles; que la
tierra de Madrid es fértil para que prenda cualquier motivo de Religión y
cualquiera devota novedad sea seguida. Colocóse
en el Altar mayor el día de la Gloriosa Ascensión del Señor, que fue en 10 de mayo
del dicho año, con gran festividad. Fray Francisco de la Cruz, con licencia del
Prelado, trató luego de pedir limosnas para hacer guarnición de plata a la
Santa Cruz para su adorno y defensa, porque sin ella algún piadoso y devoto
desorden, por participar de su Reliquias, no la dividiese en partes. Diósele por compañero al
Padre Fray Luis Muñoz, que fue hacerle un favor muy singular, por la verdadera
amistad que se tenían; lo cual no careció de providencia, porque quiso Nuestro
Señor hacerle testigo de vista de algunas maravillas que obró por su Siervo,
que, junto con el afecto que siempre ha tenido a su memoria venerable, ha sido
la parte principal para que este libro se pueda conseguir, debiéndose a su
cuidado el recoger noticias de los Prelados y Confesores que tuvo, de los
Religiosos que fueron sus compañeros en diferentes tiempos, de las
Provincias por donde hizo su
peregrinación, y de la aplicación del que escribe este libro a su composición,
que por las instancias del dicho Padre Fray Luis Muñoz, su Hermano, ha cargado
sobre fuerzas débiles peso desproporcionado. El día
siguiente a la colocación, al ir a decir Misa el Padre Fray Luis Muñoz, le
salió Fray Francisco al encuentro y le dijo: -Pues va a tratar tan de cerca con el Divino Señor Sacramentado, dele
muchas gracias, y a mí el parabién, de una gran merced que me ha hecho, y es
que, como me ha visto ya sin Cruz, no quiere que esté sin ella, y me ha
concedido el que se me hayan hechos dos roturas en entrambos lados; accidente
que, no habiéndole sentido en todo el tiempo de la peregrinación, habiendo
padecido tantas inclemencias, ahora ha sobrevenido en el descanso: sea bendito para siempre, que con tal
misericordia de Padre me trata, para que yo no me olvide de quién es y de quién
soy, pues viendo que con la Cruz que he traído he caminado muy poco en su
servicio, me ha querido dar otra de su mano para que alargue el paso. El Padre Fray Luis Muñoz le dijo: -Que sería necesario prontamente hacer algún
remedio. A que le respondió: -Que ya había hecho algunos reparos; pero que
en cuanto a su curación, sólo en la sepultura se podía hallar. Con que cesó
esta plática y se apartaron cada uno a cumplir con su obligación. Y lo que de aquí resulta es
que, en el varón perfecto, si crece la enfermedad es para que no se haga
soberbia la santidad; porque el Médico Divino toca el pulso al virtuoso, y le
enferma o le sana conforme pulsa la virtud, la cual se perfecciona en la
enfermedad con total seguridad del doliente, porque en manos de este Médico
ninguno peligra. En
Madrid fue grande la estimación que se hizo de Fray Francisco; porque como en
todos los Estados fue tan general la devoción de esta Santa Cruz, pues, sobre
ser instrumento de nuestra Redención, las circunstancias que concurrían en ella
eran tales, que traían veneración aparte; y así, cuando se trataba de ella,
siempre se hablaba de este Siervo de Dios y del ejemplo de su vida; con que
todos deseaban comunicarle, y acudían a verle al convento las personas de más
suposición de la Corte, así en sangre como en dignidades; lo cual le servía de
intolerable molestia, y el remedio era (en cuanto los Prelados no le mandaban
otra cosa), o estar retirado en oración, o asistir a los ministerios que como
Hermano de Vida Activa le tocaban, o salir por las tardes luego a pedir su
demanda para la guarnición de la Santa Cruz.
Entre otras personas que vinieron a verle fue un gran señor,
y, por el obsequio debido a su persona, el Padre Provincial le salió a recibir
y llevó a su celda, y envió a llamar a Fray Francisco con el P. Fray Luis
Muñoz, que acertó a hallarse en aquella ocasión, al cual le dijeron que en el
Coro le hallaría; con que fue a llamarle, y al entrar en el Coro vio al Siervo
de Dios en oración, tan dentro de su espíritu, que, aunque le llamó, no hizo
movimiento; y queriendo entrar a llamarle de más cerca, por dos veces que quiso
entrar fue detenido con violencia sobrenatural, que no solamente le embarazaba
los pasos, sino que le causaba un género indecible de reverencia y pavor; con
que se resolvió a no intentar más el entrar en el Coro sin dar cuenta al Padre
Provincial de aquel suceso extraordinario; y así, volvió a su celda y le
refirió lo que le había sucedido, el cual le dijo: - Vuelva el P. Fray Luis al Coro, y diga a Fray Francisco que yo le mando
con obediencia que luego venga.
Volvió con aquel precepto, y al entrar en el Coro encontró a Fray Francisco,
que venía hacia él y le dijo: -Vamos, P. Fray
Luis, a obedecer lo que manda el Padre Provincial. ¡Rara
fuerza de la obediencia!; que parece que quiere la Majestad de Dios que sus
Siervos tengan puesto el oído más en la locución del Superior que en la suya, y
que sea como desamparado, cara a cara, para ser vuelto a buscar con la compañía
de esta virtud, y que parezca que hallan sus amigos más Dios en buscarle de
esta manera que en tenerle de la otra; y que parezca, por decirlo todo de una
vez, que compitiendo Dios y la obediencia del Prelado, de alguna manera (aunque
todo es Dios) queda por Dios. Entró
Fray Francisco en la celda del Padre Provincial, y aquel señor que le esperaba
debía de ser muy cortesano, y también debió de juzgar que había de hallar una
conversación discreta y pulida, como hombre que había peregrinado por tanta
diversidad de gentes, costumbres y ritos, porque al verle mostró mucho agrado y
le hizo particulares favores y ofrecimientos, encomendándose, y a su familia,
en sus oraciones, aplaudiendo su constancia y fortaleza en haber conseguido tan
glorioso empleo, poniendo al nombre español una corona de tantos realces, pues
hasta él ninguna otra Nación del mundo había conseguido, ni aun intentado tan
alta determinación. Nuestro Hermano estaba con
notable ahogo y sobresalto, porque juzgaba que durar en oír sus aprecios era
tentación conocida, tan fuerte como era conocido el riesgo; y, por otra parte,
también advertía que faltar a lo que el Prelado le mandaba era peligroso; pero,
poniéndose en manos de Nuestro Señor, se dejó caer a la parte de la razón, que
le hacía mayor peso, que era no desamparar la presencia del Superior habiendo
sido llamado; y así, después de haber oído todo lo que el señor le quiso decir,
tomó esta forma, que fue no responderle palabra alguna a lo que le había dicho,
e hincarse de rodillas y pedirle que por amor de Dios interpusiese su autoridad
con el Padre Provincial para que le mandase ir a su ocupación y ejercicio, que
era ya la hora en que hacía falta en la cocina. Con que el señor, admirado de aquel
silencio y profundísima humildad, quiso condescender con su petición y súplica,
y se lo pidió. El Padre Provincial lo mandó, y Fray Francisco de la Cruz se
apartó de su presencia confuso y atribulado.
CAPÍTULO VII
En que se prosigue
esta materia de los sucesos de Fray Francisco de la Cruz en Madrid. Asistía
nuestro Hermano con su compañero y amigo a pedir su demanda; y como el intento
era tan religioso y el Religioso era tan bien recibido, fue mucha la copia de
limosnas, así de los Consejos como de particulares. Halláronse un día junto a
las casas del Marqués de Santa Cruz, que vivía al fin de la calle Leganitos, y
dijo a Fray Luis Muñoz: -Aquí tengo un
primo en servicio del Marqués, que es Pedro Díaz de Viezma (que después fue
Guarda-Damas de la Reina); entremos a
verle. Entraron, y hallaron aquella familia muy lastimada, con notable desconsuelo
del dicho Pedro Díaz, y más de su mujer, porque un hijo que tenían llamado Eugenio,
de edad de siete años, estaba en los últimos de la vida, desahuciado de los
Médicos. Recibiéronle con el gusto de verle, mitigado de la ocasión en que le
veían; dijéronle su pena, y Fray Francisco se llegó al sobrino y le dijo: -Yo fío en Dios que no morirá de esta
enfermedad, y le puso las manos sobre la cabeza, y volviéndose a sus padres
les dijo: -Demos gracias a Dios, que ha
sido servido de dar salud a mi sobrino Eugenio.
Despidiéronse por entonces, y de allí a dos días volvieron por aquella
calle; entraron a ver al dicho Pedro Díaz de Viezma, y hallaron a su sobrino
Eugenio bueno y levantado, jugando con otros muchachos. Lo mismo le sucedió en
la calle de San Luis, entrando a ver a Pedro García del Águila, que Doña María
Arias de Sandoval, su mujer, estaba en mucho riesgo de la vida de una grave
enfermedad; y como eran muy devotos de Nuestra Señora del Carmen, y el nombre
de Fray Francisco de la Cruz era tan célebre en toda la Corte, deseaba la
enferma verle; con que hallándose en aquella casa entró a verla, y la enferma
le pidió encarecidamente la encomendase a Dios; y se lo ofreció con las
cualidades de modestia que se pueden creer de su humillación, y desde el mismo
punto la faltó la calentura. No se
puede dejar de hacer reparo, para dar satisfacción a algunos ingenios que no se
aplican a atribuir estos sucesos a la intercesión de los Siervos de Dios,
mientras quedan en los términos de la posibilidad de la naturaleza, los cuales
no pueden negar que es Dios admirable en sus Santos, y que la gracia que les
comunica de sanidad se ha de verificar de alguna manera; y si debemos sentir de
Dios en bondad, ¿por qué a los que les concede otras prerrogativas les ha de
negar ésta? Y hacer regla general en que siempre la naturaleza es la que se
recobra, cuando el punto de la crisis es imperceptible, y nunca dar caso en que
lo hace la Divina gracia, es dar a la incredulidad lo que se debe a la piedad.
Prosiguiendo su demanda los dos compañeros, encargó el P. Prior al P.
Fray Luis Muñoz que hiciese una diligencia, tocante a negocios del convento, en
la calle de la Ballesta, en Casa de Doña Juana de Tovar, persona principal,
natural de la ciudad de Toledo, a que acudieron lo primero aquella tarde, para
proseguir después la demanda de su limosna. Entrando en el cuarto de la
susodicha, dijo Fray Francisco de la Cruz: -La
paz de Dios sea en esta casa. A que respondió Doña Juana de Tovar: -Vendrá en muy buena ocasión, porque bien la
habemos menester. A que respondió Fray Francisco: -Si vuestra merced, de tres hijas que Dios la dado no tuviera puesta la
afición desordenadamente en la menor de ellas, paz hubiera en esta casa.
Estaban todas tres con su madre, y oyendo aquella respuesta tan verdadera de lo
que les estaba sucediendo, se maravillaron en extremo, mirando con grande
cuidado y atención a aquel Oráculo que les hablaba tan al alma. La madre
preguntó al Padre Fray Luis Muñoz que quién era aquel Religioso que tanta
noticia tenía de lo que pasaba en su casa y del amor particular que tenía a su
hija Leocadia, y la dijo: -Que era el
Hermano que había traído la Santa Cruz que estaba en el Altar mayor de la
iglesia de su convento; y ella le respondió: -Muy dificultoso es que haya llegado a su noticia el modo de proceder
que tengo con mis hijas; y me persuado a que es más aviso del Cielo para lo que debo hacer en adelante, que
conocimiento de lo que hasta aquí he obrado; pero con este recuerdo yo espero
en Dios que me ha de ayudar a tener paz, tratando sin diferencia a las que nacieron con la igualdad de hermanas. Mientras
pasaba esto y que se trató del negocio que al Padre Fray Luis había encargado
el Padre Prior, Fray Francisco de la Cruz estaba sentado enfrente de una Santa
Verónica que estaba en la sala con particular adorno y reverencia, y de cuando
en cuando arrojaba suspiros lastimosos que manifestaban la congoja de su
corazón, hasta que aquellos sentimientos se declararon en hacerse arroyos de
lágrimas, estando siempre mirando La Santísima Imagen, el Padre Fray Luis Muñoz
dijo:- Vuestra mercedes no se maravillen,
porque mi compañero es un Religioso muy espiritual; y como ha visitado los
Santos Lugares de Jerusalén, trayendo a la memoria lo que en ellos pasó nuestro
Redentor, Salvador y Maestro Jesucristo con la ocasión de tener delante esta su
devota y Santa Imagen, no es de maravillar que se haya enternecido y
contristado su corazón y encendido en tan amorosas y debidas demostraciones. Doña
Juana de Tovar les dijo entonces: - “Pues
han de saber vuestras Paternidades que esta Santa Imagen es la devoción de toda
mi familia, y que sirvió algunos tiempos antes de venir a nuestro poder como de
pala para coger basuras y de otros ministerios indecentes, hasta ir a para por
un trasto desechado a un gallinero, de que aún duran hoy señales en el reverso
de la tabla, que de industria no se han limpiado del todo para que se conserve
la memoria de este caso maravilloso, y en ella nuestra devoción.” Y por
ser digno de saberse, ha parecido referirle en suma, ofreciendo hacerlo por
extenso en tratado aparte, dando en estampa la Efigie verdadera de esta
Santísima Verónica, que no lo es la que se ve en la primera impresión, por cuya
causa se ha quitado en ésta; y de las diligencias exquisitas hechas para
averiguar la verdad, se hallará razón cabal al principio de este libro en la Prevención al lector. Fue, pues, el caso
a la letra como se sigue: “En la
iglesia parroquial de San Miguel de la ciudad de Toledo hubo un linaje con el
apellido de Castros, y su última sucesora fue Ana de Castro, la cual en una
ocasión llamó a una vecina suya, llamada María de Toro, a quien dijo: -Yo me hallo ciega y con ciento catorce años
de edad, y por consiguiente, cercana a la muerte; pero sin hijos ni parientes;
por lo cual, en señal de mi afecto y amistad que hemos profesado, te doy esta
Santa Verónica: estímala en mucho, porque ha sido la devoción de todo mi linaje
y por su medio ha obrado la Majestad de Dios Nuestro Señor muchos prodigios y
milagros. Tomóla María de Toro agradecida; pero juzgó que todo lo que había
dicho era vejez de su amiga, porque sólo vio una tabla sin señal de Imagen
alguna, de que se originó el desestimarla y servirse de ella en los ministerios
que quedan referidos, tan indignísimos del tesoro tan grande que en ella se
ocultaba. A esta
sazón vivía en aquella vecindad Doña Lucía de las Casas, la cual una vez, entre
otras que María de Toro arrojaba basura con dicha tabla, reparó en que tenía
marco, y concibió alguna especie de que en ella había habido alguna cosa de
devoción, por lo cual se la pidió con intención de limpiarla y poner en ella
alguna Imagen o estampa de su agrado; diósela la dicha María de Toro; y
habiéndola tomado Doña Lucía y reparado con todo cuidado, tampoco descubrió por
entonces cosa alguna, hasta que después, estando a la muerte María de Toro,
hizo llamar a Doña Lucía y la dijo que moría con gran desconsuelo y escrúpulo
porque su amiga Ana de Castro le había dado aquella tabla con singular
recomendación, y que ella, no haciendo aprecio de lo que la dijo, la había
empleado en ministerios bajísimos, y así que la mirasen con todo cuidado por su
consuelo. Movida
de la curiosidad Doña Lucía, empezó a raerla sutilmente con un cuchillo, y no
descubriendo en la tabla Imagen alguna, la dio a una criada para que la
fregase, lo cual hizo con lejía y un estropajo, poniendo en ella cuanta fuerza
pudo; mas fue ociosa diligencia, porque tampoco se descubrió cosa alguna;
movióse Doña Lucía interiormente a
ejecutarlo por sí misma, y echando otra lejía clara en una vasija limpia, con
mucha devoción se puso de rodillas, y encomendándoselo a Dios proseguía
restregando la tabla; mas al primer movimiento se descubrieron unos ojos como
de verónica, de lo cual admirada Doña Lucía, arrojó aquel instrumento menos
decente con que la limpiaba, y pidiendo agua clara y un lienzo blanco,
prosiguió con su intento, el cual no le salió en vano, porque se fue
descubriendo el Santísimo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo de tal venustidad
y devoción, que causa mucha en cualquier cristiano que la mira con toda
atención. Lo más
digno de ponderación es que la Imagen es de papel, sobrepuesta en la tabla,
como hasta hoy día se conserva, del mismo modo que se descubrió en casa de Doña
Juana de Tovar y de Doña María de Rivadeneyra, hija y nieta de dicha Doña
Lucía, las cuales viven al presente en esta Corte” Dicho esto, se levantó Fray Francisco y la dijo: Vuestra merced tiene razón; y pues todo lo
que ha dicho es cierto que pasó así, no se maraville que un cristiano,
considerando estas indecencias, haya tenido estos afectos; y con esto se
despidieron. De suerte que el Señor, para expeler el espíritu de
discordia de sus criaturas, toma por medio a Fray Francisco y quiere darlas su
paz, no como la da el mundo, por el conocimiento natural y ordinario, sino
iluminando superiormente su entendimiento y poniendo en su boca palabras vivas
y eficaces que penetren más que toda espada de dos cortes, para que se consiga
un fin tan dichoso; y no es esto lo más, sino que quiso dar a su Siervo una
ejecutoria de su mano, con señales visibles y evidentes de que la visita que
hizo de los Santos Lugares de Jerusalén le fue agradable, pues ahora le pone
delante de sus ojos y los asfixa dentro de su alma las indecencias que esta
Imagen suya padeció, como quejándose a un amigo de sus improperios, para
conseguir la compasión y el consuelo, que son influencias de la queja, dando a
entender que se había hallado bien con los sentimientos de su Siervo en
Jerusalén, y que ahora los echaba de menos, y que a la decencia con que era
respetada su Imagen le faltaban estos fervores (que tenía por la mayor
veneración) para estar de algún modo satisfecha, y que aquella puntual
representación había sido dar a entender que aguardaba el holocausto que allí
Fray Francisco le hacía de su corazón, en un fuego de afectos que ardía mas
inundado en lágrimas, y que en ellas había anegado su enojo, para aceptación
del sacrificio y premio del mismo corazón sacrificado. CAPÍTULO
VIII De
algunos sucesos de Madrid y de Toledo, y de cómo se puso la guarnición a la
Santa Cruz y salió con ella para su convento de la Alberca. En el tiempo que estuvo en Madrid,
mientras se ocupaba en su piadosa demanda, pidió licencia al Prelado cuatro
veces para salir sin compañero al convento de Religiosos Descalzos de la
Santísima Trinidad, a visitar al P. Fray Tomás de la Virgen, varón de rara
perfección, que fue la estimación y respeto de la Corte y que padeció
enfermedad que duró cuarenta años, los treinta y seis en la cama, por quien
Nuestro Señor ha obrado casos maravillosos en vida y en muerte. Recibía a Fray
Francisco el V. P. Fray Tomás con gran consuelo, y el día que iba a verle era
por la tarde, y estaba toda ella con esta visita, sin querer admitir otra
aunque fuese de personas privilegiadas. Los coloquios que entre tan grandes
Siervos de Dios pasarían, nadie sabe los que fueron, y nadie puede ignorar los
que debieron y pudieron ser; y todos debemos imitar los esfuerzos con que se
alentarían a la perfección, y las gracias que darían de las mortificaciones que
padecían sus cuerpos, poniéndolos en servidumbre, habiendo sido tan esclavos de
la razón por tan diferentes caminos, hallando entrambos a Dios, uno
peregrinando el mundo y otro desde la cama, haciendo el uno al lecho campo de
batalla en continua lid, ganando trofeos del enemigo del género humano, y
haciendo el otro las campañas de tantas provincias, descanso apacible a su
meditación suave, siendo entrambos dechados de prudencia, de justicia, de
fortaleza, de templanza y de todas la virtudes religiosas. Llegó el tiempo en que se acabó la
guarnición de la Santa Cruz, deseado de nuestro Hermano, porque estaba muy
violento en Madrid; pesó, por certificación del contraste, cincuenta marcos de
plata y treinta reales más, precio que no se sabe apartar de la Cruz: del
dinero de la limosna (que ni para recibirle ni para pagarle nunca entró en su
poder) se dio satisfacción a Francisco Martínez, que fue el platero que la
hizo, y sobraron doscientos ducados, los cuales, con licencia del Prelado,
empleó en hacer una reja de hierro para un nicho que estaba en forma de entrada
de capilla en la iglesia del convento del Carmen de la Alberca, donde se venera
un Santo Cristo atado a la columna, con una Imagen de Nuestra Señora de la
Soledad que sacan en la procesión de la Semana Santa.
Después de guarnecida la Santa Cruz, se volvió a colocar en el Altar
mayor y se le dedicó un día de festivo, con música y sermón, que le predicó el
Padre Maestro Fray Celedonio de Agüero, sirviéndole de compañero nuestro
Hermano. Concluida con grande aplauso y concurso esta festividad, trató de
salir de Madrid para su convento de la Alberca, donde tenía su corazón. El Padre Fray Luis Muñoz, valiéndose de
la amistad que se profesaban, le pidió, por satisfacer los piadosos deseos de
su hermano D. Juan Muñoz, que un día fuera su convidado; Fray Francisco lo
aceptó con licencia del Superior, y señaló el domingo primero, que fue el de Ramos.
En este mismo día, que fue el del año de mil seiscientos y cuarenta y siete,
paseándose por el claustro del Carmen con una persona que siempre ha tratado de
estudios, acabada la ceremonia de la bendición de los ramos le habló Fray
Francisco de la celebridad de aquel día con tan devotos sentimientos, con tanta
diversidad de sentido, con tan altos conceptos y con tan propia
significaciones, concluyendo la plática con decir que en los ramos de aquella
procesión eran más los misterios que las hojas, que la persona con quien
conversaba se persuadió a que, a fuerza de muchos estudios, era muy dificultoso
alcanzar parte de lo que había oído, y casi imposible tanta diversidad de
conceptos, con tanta propiedad de voces en quien no había estudiado facultad
alguna; y así, que era ciencia sobrenatural y divina; y aunque tiene grave
dificultad el querer asegurar ciencia insulsa, también la tiene el que sea
adquirida, y es fuerza que haya una de las dos; y porque para entrambas hay
razones y para entrambas las deja de haber, se queda a la discreción del que
leyere esta VIDA el que elija lo que más fuerza le hiciere, con recomendación
en igual grado a que no desampare la parte más piadosa; lo cierto es que pasó
así, y el que lo oyó lo testifica y escribe. Llegó (como se ha dicho para este día) la
hora del convite, y sentáronse a comer, y Fray Luis Muñoz, como Sacerdote, echó
la bendición a la mesa en la forma ordinaria y más breve, y el Siervo de Dios
dijo entonces: -Esta bendición comprende
mucho, porque en los cuatro remates de la Cruz que se forma para la bendición
se ha de entender que se bendice a las cuatro partes del mundo, y en
ellas, no sólo a todas las criaturas,
sino también a los elementos y a todas las obras del Señor; y mi compañero
claro está que con esta intención la habrá echado, conociendo que el Creador
quiere ser bendito y glorificado por todas y en todas sus criaturas. La comida estaba prevenida con algún
cuidado, aunque el Padre Fray Luis le había dicho a su hermano que el huésped
no le gastaría mucho de ella; y así fue, porque Fray Francisco le dijo: -Que no le rogasen que comiese, que él
comería todo lo que pudiese comer; y tomando unas migas de pan, las echó en
el agua de unos espárragos, y después de estar muy mojadas las fue pasando poco
a poco con grandísimo trabajo, que en aquel estado le puso la continuación de
tantos años de ayunos; y después de mucho tiempo que tardó en comerlas, pidió
agua y echó en ella un poco de vino, diciendo: -¡Que le hemos de hacer! ello por los nuevos achaques nos obliga a
esto; -y el pasar la bebida también fue con excesivo trabajo, quedando
todos lastimados de ver lo que le costaba el gozar de un alimento de aquel
género, y reconociendo que no era mucho emplease la vida en aflicciones del
cuerpo quien la sustentaba con pan de dolor; y aunque quisieran que se lograra
la prevención, se rindieron a no molestarle con el presente desengañó,
contentándose con tenerle en la mesa y oír sus consejos saludables. Acabada la comida con la acción de
gracias, mostró el devoto Religioso los admirables tesoros que hay en ellas;
pues si al bienhechor humano son debidas, ¿qué serán a Dios y en cosa que con
la refacción cotidiana se vive para servirle más y agradarle más? Llegó el
tiempo de volverse al convento, y D. Juan Muñoz y su mujer le pidieron con
grandes instancias rogase a Nuestro Señor les diese hijos, si conviniese; él
les prometió hacerlo, con aquel recato y humildad que acostumbraba; y después
de despedidos, al salir a la calle dijo a Fray Luis: -Su hermano tendrá hijos, pero se morirán presto, y luego él los
seguirá; y así sucedió. Antes de retirarse con la Santa Cruz a su
convento de la Alberca pidió licencia a su Superior para ir a visitar un gran
Santuario; y preguntándole adónde era, dijo: -Que en Toledo, en el cementerio donde se entierran los incurables del
Hospital del Rey los ajusticiados; y se la dio y fue; y estando en el dicho
cementerio, que está contiguo al convento del Carmen, le vio un Religioso de su
Orden haciendo oración, y que la cabeza la tenía bañada de resplandor. Visitó la milagrosa Imagen de Nuestra
Señora del Sagrario, y luego que volvió dispuso su partida, llevando la Santa
Cruz en una caja de madera que hizo para el caso, y el cofrecito de reliquias
que le dio en Roma la Santidad de Urbano VIII, y la reja de hierro referida, en
un carro de la Mancha, en compañía del Padre Fray Juan de Camuñas, que entonces
era estudiante y al presente es Prior del dicho convento de la Alberca. Despidióse de los Religiosos del de
Madrid y de muchos devotos y bienhechores que tenía en la Corte, con general
sentimiento de todos, y en particular de su amigo y compañero el Padre Fray
Luis Muñoz, y al tiempo de partirse le llamó aparte y dijo: - Yo cumpliré la palabra que he dado de
escribir a mi Padre Fray Luis todos los ordinarios; en el que le faltare carta
mía, me haga caridad de acudir al Padre Prior y decirle que ya he ido a dar
cuenta a Dios de mi mala vida, que bien puede hacerme los sufragios de la
Religión; lo cual sucedió de la misma suerte que el santo Hermano dejó
profetizado. CAPÍTULO
IX De
los sucesos del viaje; entrada en el convento de la Alberca y colocación
permanente de la Santa Cruz. Partió
Fray Francisco de la Cruz con el Padre Fray Juan de Camuñas al convento de
Santa Ana de la villa de la Alberca (como queda referido) por el camino de
Ocaña para Tembleque, y en él fue preciso pasar por la barca el río Tajo, y
Nuestro Señor en todas ocasiones oía las voces de su Siervo. Sucedió que al
sacar el carro de la barca estaba otro para entrar; el carretero era mozo y
poco diestro en su oficio, y habiendo de tomar el camino derecho, torció a un
lado y metió el carro a la lengua del agua, con peligro manifiesto (por la
disposiciere el sitio) de ladearse al río; y haciendo esfuerzo con las mulas
para arrancarle de aquel lugar, dos veces rompieron las cuerdas, con que todos
entraron en turbación y desconfianza. Entonces nuestro Hermano, con gran paz y
seguridad, dijo: -Otra vez se han de
volver a poner las mulas, que Dios ha de ayudar y saldrá el carro.
Volvieron a poner las mulas, atando las cuerdas rotas, y tiraron del carro,
sacándole con tal velocidad como si otras tantas se hubieran añadido al tiro;
con que todos los presentes lo atribuyeron a milagro; y el Padre Fray Juan de
Camuñas, como testigo de vista, en algunos apuntamientos que remitió para este
libro, reconoce este suceso por milagroso. Prosiguieron su viaje, yendo siempre Fray
Francisco en tan profunda oración como si el que iba con él llevara en su
compañía una estatua. Llegaron a la villa de la Alberca, y
desde que entraron en ella, que conocieron a Fray Francisco, se convocaron los
vecinos unos a otros a voces altas, dándose el parabién de su venida; de suerte
que, cuando llegaron al convento, ya estaba todo el lugar con él, con una
alegría tan universal como si a cada uno de lejas tierras le hubiera venido su
padre; y así fue, porque él lo era de todos. Después de haber hecho oración al
Santísimo Sacramento y visitado la devota Imagen de Nuestra Señora del Socorro,
y que fue recibido en el convento, aquellos santos Religiosos no hubo
demostración de gozo que no hiciesen; que también Nuestro Señor sabe dar
consuelos exteriores a sus Siervos, para estimación de la virtud y santos
recreos de los virtuosos y para que (haciendo treguas por algún tiempo sus
amigos con alguna ejemplar diversión) vuelvan a las tareas espirituales con
mayor fuerza. Dio la obediencia al P. Fray Juan de
Herrera, su Prelado inmediato y maestro de espíritu, que por haber sido dos
trienios continuos Prior de aquel convento lo era en esta ocasión, y a quien
debió nuestro Hermano todo el estado de perfección a que Nuestro Señor había
levantado su dichosa alma, y que al acierto de aquel viaje sagrado todo se
debió a sus continuas instancias, que fueron el principal motivo de la Religión
para conceder tan dificultosa licencia. Recibióle el Padre Prior con el contento
de ver la fértil cosecha del grano que había sembrado; y como el grano era la
palabra de Dios y había caído en tierra tan beneficiada, le concedió el Señor
que viese, por efectos de su cultura, frutos centésimos. Después de haber cumplido con los
piadosos afectos de sus compañeros y amigos, el P. Fray Juan de Herrera le
retiró solo a su celda, para saber en qué estado se hallaba de conciencia en
Dios: que como Religioso tan observante y perfecto, este era su principal
cuidado, más que el saber las curiosas particularidades de tan larga
peregrinación. Luego que entraron en la celda, Fray
Francisco se le hincó de rodillas, y con suspiros ardientes, nacidos de lo
íntimo de su corazón, le dijo: Padre,
Maestro y Señor Mío: yo vuelvo a su dichosa escuela tan desaprovechado y lleno de imperfecciones, por la gran falta
que me ha hecho su asistencia, que tengo por cierto ha menester conmigo volver
a trabajar de nuevo; y pues el Señor ha querido poner mi alma en sus manos, y
que con su doctrina tuviese algunos deseos de servirle, y ahora quiere que
vuelva otra vez misma educación, bien conoce la necesidad que tengo de ella; y
así, por lo que Vuestra Paternidad le desea agradar le suplico no me desampare,
ni quiera que mi espíritu entre en tentación y tribulación, que él viene tan
flaco por las muchas impresiones que le ha causado la falta de seguir mi
religiosa Comunidad, que no podrá andar sino arrimado a las paredes; y pues
sabe sus muchas enfermedades, por amor de Dios no le deje de socorrer con el
arrimo del báculo de su enseñanza, para que no le pueda derribar su enemigo, y
la fábrica que tanto le ha costado la vea venir al suelo por no acudir a tiempo
con los reparos. El P. Fray Juan de Herrera, consolado y
enternecido por aquel profundo ejemplo de humildad y de propio concepto que se
debe tener, le abrazó, levantó y esforzó, y también reconoció su grado de
oración para proseguir en adelante el estado en que se hallaba con la gracia
del Espíritu Santo, y señalaron hora para tratar con la Comunidad de la
colocación de la Santa Cruz y de las Reliquias que había traído. Hecha la conferencia, se resolvió que la
Santa Cruz se colocase en el Altar mayor, debajo del dosel en que hoy está, con grande reverencia y devoción, y
adonde acuden los fieles a adorarla y a cumplir sus votos, no sólo de toda la
Mancha, sino de partes más remotas. Y en cuanto al Relicario, que se pidiesen
limosnas para formarle en habiendo ocasión. Para la colocación permanente de la Santa
Cruz se dedicó un día festivo, y Fray Francisco dispuso el que viniese música
de fuera de la villa, por no haberla en ella, ni en el convento, para tan
grande festividad; con que se celebró la colocación con mucho concurso de gente
de los lugares vecinos, que, con la novedad de la Fiesta y de la Santa Cruz y
de ver a Fray Francisco, que de todos era muy respetado, se llenó todo aquel
lugar de forasteros, y el día fue de universal regocijo y edificación. Nuestro Hermano, como era menester pedir
de limosna los gastos de la Fiesta, también pidió para la comida de los
músicos, que fueron seis; y por no dar más embarazo en el convento del que
tenían con acudir a la solemnidad, que como era tan pobre cualquier cuidado más
lo fuera, respeto de ser tan limitado
por esta razón el número de los Religiosos dispuso llevar la comida de los
músicos a casa de José Nuñez, su bienhechor, con quien tenía particular amistad
para que su mujer, Quiteria Nabasta, y la gente de su casa, cuidasen de la
comida. Después del Sermón y de la Misa pasaron
los músicos a comer y con ellos catorce personas más que había ido a ver la
colocación; cuando la dicha Quiteria reconoció que venían a comer veinte
personas, envió luego a llamar al siervo de Dios y le dijo: -Que la comida que había traído era para
seis, y eran veinte los que venían a comer. El entonces la respondió: -Calle, hermana, que ya no es tiempo de más
prevención; Dios es Padre y lo remediará; siéntese a comer. Dicho esto se fue, quedando aquellos sus devotos
con sentimiento de que ya no era hora de poderse remediar tan notable falta. Los convidados se sentaron, y la comida
se puso en la mesa, y mientras comían entraron otras muchas personas, aún más
en número de las que estaban sentadas, y alcanzaban de la mesa igualmente con
los que estaban en ella. Acabada la comida todos quedaron satisfechos, y sobró
más comida que la que nuestro Hermano había llevado, que se repartió entre los
vecinos de aquella casa; con que nuestro Señor suplió las faltas de su amigo,
que puso en Él su confianza; la cual noticia remitió firmada al convento de
Nuestra Señora del Carmen de Madrid, sabiendo que se trataba de escribir este
libro, el Licenciado Diego Nuñez, Clérigo Presbítero, hijo de los dichos José
Nuñez y Quiteria Nabasta, testigo de vista, para hacer deposición de lo
referido, con juramento y en forma, él y la dicha su madre, con otras personas,
que también se hallaron presentes, de la dicha villa de la Alberca, siempre que
se trate de la veneración pública del cuerpo de Fray Francisco de la Cruz. CAPÍTULO X De cómo volvió a disponer su vida religiosa, y
de sus afectos amorosos a la Santa Cruz. Con la enfermedad que le sobrevino al Siervo de Dios, y
la edad y los quebrantos, nacidos de
sus penitencias y viajes, le iban desamparando las fuerzas y se le iba
fortificando el espíritu. En orden a las penalidades de aquella conventualidad,
en el grado de Hermano de Vida Activa, no sólo acudía a las obligaciones de su
cargo, sino que quería hacer todo lo que tocaba a sus compañeros con las mismas
puntualidades que cuando estaba en edad robusta; y porque el Superior le
excusaba de algún trabajo, él no se daba por entendido y a todo asistía; y si
le reprendía, decía que no tenía precepto en contrario, que si supiera que le
desagradaba no lo hiciera, porque tenía la voluntad siempre pendiente en la
suya. Era
tanta la asistencia a la oración en el Coro, y en la iglesia y en otros sitios
retirados, que no había menester celda, porque todo el tiempo que le dejaba la
obligación conventual le gastaba en ellos, y el reparo que tomaba con el sueño
era o en la sacristía o en la iglesia; y parecería esto exageración si no
constara por el desapropio que hizo para morir, que él no declara más que los
vestidos, como adelante se dirá. Sus
penitencias y mortificaciones eran con mas exceso (si en servir y agradar a
Nuestro Señor le puede haber), que antes que fuera a Jerusalén. De noche
andaba por el convento con diferentes penitencias, y la principal era
disciplinarse tan rigurosamente, con el reconocimiento de que castigaba a un
enemigo, que corría sangre de su cuerpo de suerte que bañaba las paredes y el
suelo; y aunque ponía todo su cuidado en lavar las señales que quedaban, nunca
se podían encubrir del todo, y algunas veces el mismo encubrirlas lo declaraba. Volvióse
a poner el cilicio de hierro; y como ya era menor la resistencia, era más
vehemente el sentimiento; ¡qué mucho, si todo él estaba hecho una llaga! Entre
los papeles escritos de su mano se hallaron unos que acaso guardó en el pecho y
conservan hoy las manchas de la sangre; y lo que más se debe reparar es la
grandeza del santo temor de Dios que tenía porque aun en aquel estado temía las
desobediencias de la carne al freno de la razón, pues todo el intento de
nuestro Siervo de Dios era tenerla puesta en servidumbre. Tanto
era lo que se afligía y aniquilaba, que el Padre Fray Juan de Herrera, su
Prelado y Maestro espiritual, le puso término, dándole tasa en los ejercicios y
en la forma de ejecutarlos, con precepto formal de obediencia; con que viéndose
por todas las partes cogidos los puertos, se declaró y le dijo: -Padre mío: yo he de obedecer lo que Vuestra
Paternidad me mandare, como súbdito suyo de tantas maneras; pero ha de advertir
que en los sentimientos que le tengo insinuados estoy certificado más de que ya
tengo muy cerca la partida; y así, lo que no llevare no lo he de hallar, y es justo que la prevención sea la más
cumplida, porque no hay recurso de mejorarla; si en todos los lugares de este
convento he estado cometiendo tantas y tan graves imperfecciones por tantos
años, bien se me debe permitir que en todas procure tomar algún descuento para
moderar de alguna manera el peso del cargo, que es tremenda la Majestad que le
ha de hacer. Con que el Padre Prior, con el seguro conocimiento que tenía
de su conciencia, ahora más declarado,
y por no desconsolarle, pareciéndole que fuera del convento, con el menos
tiempo, sentiría menos la regla que le había dado de moderación, y por pactar
también con los piadosos deseos que tenían los pueblos vecinos de ver en ellos
a Fray Francisco por razón de las limosnas que la comarca hacía al convento, le
mandó que saliese a San Clemente, Tembleque y otros lugares, a pedir limosnas,
como de antes lo hacía, a que él se rindió con la total subordinación que
siempre. Mientras
estuvo en el convento todos sus amores eran con la Santa Cruz: ella era el
objeto de sus tiernos coloquios, de sus afectos encendidos, de sus dulces
pláticas, de sus continuas consideraciones y de todo el empleo de su alma; en
ella ponía lo encendido de su pecho, lo fervoroso de su imaginación y lo firme
de sus propósitos; a ella atribuía la dicha de su vocación y la gracia de su conservación;
por ella se reconocía esclavo de la Santa Fe, partícipe de la Esperanza y capaz
de la Caridad. Tanto se llegó a encender su
corazón con las deudas que reconocía a la Santa Cruz, en la libertad de tantos
riesgos que gozaba por su intercesión y en el remedio final que esperaba,
siéndole protectora, que entre afectos y fervores e incendios de amor rompió su
espíritu devoto y agradecido, contra la costumbre de toda la vida, desembozando
una habilidad y propiedad ignorada de la misma naturaleza, con harmonía y
consonancia puntual en el arte, con acentos y números dulces y sonoros a la
Santa Cruz, en las octavas siguientes: En
Cruz Cristo murió crucificado
para que yo en mi Cruz su
Cruz siguiese; la Cruz le hizo glorioso, y yo Cruzado, imitaré su Cruz, si en Cruz muriese; dichosa es ya mi Cruz, pues la ha abrazado su Cruz, para que yo su Cruz sintiese; sigue la Cruz, que en Cruz que es tan suave, llevar la Cruz con Cruz no se hace grave. Ya no pesa la Cruz, que
es Cruz ligera, después que en Cruz se levantó el más Justo; abrázate a la Cruz, y considera que no pesa la Cruz sino al injusto; el premio de la Cruz en Cruz espera, si con su Cruz tu Cruz llevas con gusto; pues después que en la Cruz venció al pecado, el yugo de la Cruz ya no es
pesado. El que sin esta Cruz
llegar se atreve al Triunfo de la Cruz, ciego camina, que es Estrella la Cruz que al alma mueve, y siguiendo esta Cruz, va peregrina tu Cruz, porque el camino es breve; merece con la Fe su Cruz Divina, que el premio que por Cruz se da al cristiano si se ciñe, a la Cruz tiene en la mano. No temas con la Cruz, tu
pecho inflama; camina al Cielo en Cruz, corre la posta; no pierdas la ocasión, la Cruz te llama, aunque es la senda de la Cruz angosta; goza los bienes que la Cruz derrama, ganados en la Cruz con tanta costa; que viéndote con Cruz Dios en su gloria, no tendrá de su Cruz tanta memoria. De
esta suerte se desahogaba aquel espíritu, rebosando llamaradas celestiales, centellas
del ardor en que se abrasaba y no se consumía, calidades del fuego divino; y si
se desahogaba, era para volverse a llenar; que donde el Señor elige apacible
morada no hace su asistencia pausas, antes sucesivamente iluminada, adorna,
arde y quema, para no aniquilar, y desahoga, parar estar dando más, y aun más,
que no tiene término ni tasa, porque no
se mide con el que recibe, sino es con el que da, que para que el lleno sea más
cumplido se da a sí, y consigo toda la inmensidad de tesoros que goza en sus
Alcázares Soberanos. CAPÍTULO XI
De las maravillas
con que Nuestro Señor dio a entender el nuevo
grado de perfección a que había sublimado a su Siervo. En ejecución de lo que el P.
Fray Juan de Herrera, Prior y Padre espiritual de nuestro Hermano, le había
mandado, salió a pedir limosna para el convento por los lugares de la Mancha,
donde la solía pedir antes que partiese a su peregrinación; y si había sido en
todos querido y respetado, ahora lo era mucho más, por la santidad que siempre
reverenciaban en él, por las aclamaciones que en toda aquella tierra hacían a
la Santa Cruz, y por haber conseguido un fin tan sin ejemplar. Llegó a
Tembleque, y después de haber tratado con la justicia y el Cura que se erigiese
un Altar con título de Nuestra Señora de la Fe, yendo pidiendo su limosna por
las casas entró en la de María Díaz y detúvose a hablar en el portal de ella
con Alvaro López, su yerno, a tiempo que salía la susodicha a arrojar en la
calle una pájara, que en la Mancha llaman churra y es al modo de una perdiz,
aunque algo mayor. Fray Francisco la dijo: -María
Díaz, ¿dónde va con este animalito de
Dios? Y ella le respondió: -Voy a
arrojarla en la calle, porque saltó del corredor y se quebró un ala hará diez
días, y debajo de ella se le ha hecho una postema, y la materia se ha
corrompido de suerte que ofende lo excesivo del mal olor; y así, pues no tiene
remedio, la voy a echar a la calle. El siervo de Dios, compadecido, la tomó
en las manos y vio que el tumor era mayor que una nuez, y que se la había caído
toda la pluma de aquel lado y mucha parte del otro; y con aquella ternura
compasiva que sabe Dios dar a sus amigos, la humedeció con la boca el ala
quebrada y toda la parte enferma. Entonces se suspendió, como con un género de
desmayo, entorpeciendo o casi muertos los sentidos exteriormente, quedando sin
movimiento natural, y al mismo tiempo se soltó la pájara de entre sus manos,
saltando por todo el portal de la casa. María Díaz y Alvaro López, su yerno,
con una novedad tan rara, acudieron a levantar el ave del suelo y la hallaron
soldada el ala, sin tumor ni parte alguna enferma, y toda cubierta de pelo
nuevo. Fray Francisco, después que estuvo así por breve espacio de tiempo,
recobrado de aquel enajenamiento, recelando su modestia algún género de
aclamación en los testigos de vista de un suceso tan extraordinario, diciendo
tres veces Jesús, se echó la capilla sobre la cara y se fue con pasos
apresurados hasta salir luego del lugar, quedando los susodichos aclamando
aquella maravilla de Dios en su Siervo por todo él, con admiración general, los
cuales aquel mismo año (después de muerto Fray Francisco), juntamente con la
hija de la dicha María Díaz, mujer del dicho Alvaro López, se vinieron a vivir
a Madrid, a una casa de arco que está a las espaldas de las Monjas del
Sacramento, que llaman del Duque de Uceda, trayendo consigo la misma pájara,
donde fueron a verla, con la noticia que había del suceso, muchos Religiosos
Carmelitas. Pide
este suceso volver con alguna brevedad a la controversia que se trató en el
capítulo séptimo, sobre si la salud que está en la posibilidad de la naturaleza
se recobra por ella, pues en este caso y en los referidos influyen los méritos
de un mismo sujeto por cuya virtud se obran; y de la propia suerte que no es
poderosa la naturaleza a soldar lo roto de una ala ni a supurar de repente una
postema, a reintegrar unas partes corrompidas ni a volver a cubrir un ave de
pelo negro, de la misma forma es incapaz a suspender unos términos embarazando
lo sucesivo, haciendo sanidad la enfermedad; con que siempre se debe acudir a
la intercesión de los Siervos de Dios, pues es tan poderosa. Era tan
devota de nuestro Hermano la dicha María Díaz, que sobraba este suceso para confirmar
su crédito; la cual, para haber de venir a Madrid a vivir de asiento, hizo
copiar el cuadro de los Misterios de nuestra Santa Fe Católica, que él formó
por ilustración Divina, que estaba colocado en la iglesia de Tembleque, para
tener consigo estas religiosas prendas suyas; el cual después sirvió de cumplir
la promesa de una sanidad no esperada, como en su ocasión se dirá. Volvió
al convento Fray Francisco a comunicar con su Prelado y Maestro lo sucedido;
que no hay quien tanto tema el acierto como quien desea acertar en todo.
Ofreciósele al Fray Juan de Herrera ir a Villar de la Encina, que es
cerca del convento, y llevóse consigo a Fray Francisco para dejarle allí
pidiendo sus ordinarias limosnas. Los
coloquios que por el camino llevarían, bien se dejan entender de varones tan
espirituales y mortificados; y aunque iban a pie, se engañaría el cansancio con
las preguntas de Discípulo tan obediente y que estaba siempre deseando
aprovechar más, y de Maestro tan discreto y fervoroso. Iban por
el pinar en estas pláticas, esforzando los ardores de sus pechos en la
reverencia, adoración y amor de un Señor tan sumamente misericordioso y
remunerador, cuando nuestro Hermano, diciendo en un suspiro vehemente: ¡Ay Dios!
se levantó tanto del suelo, que llegó con la cabeza a tocar en las ramas de
aquellos altos pinos, quedando tan firme en el aire como si le sirviera de
estribo. El P.
Fray Juan de Herrera, como hombre experimentado en las doctrinas místicas y
espirituales, reconociendo que aquel rapto se podía causar de dos maneras, y
por si era con violencia de los demonios, queriendo maltratar aquel perfecto
Religioso como otras muchas veces lo habían hecho, los conjuró de parte del
Omnipotente Dios para que se le volviesen a su lado sin lesión alguna; y viendo
que esta diligencia no surtía efecto, reconoció que aquella era subida del alma
a Dios, que, llevada de una apacible violencia de fervorosa contemplación, se
había engolfado, inflamado el corazón en los arrobos de ardentísimos afectos
intelectuales, y arrebatada en la llama del Divino Amor se había convertido
tanto en él, que todo lo que era antes lo había dejado de ser, perdiendo el
sentir y el querer y todo modo natural, y como abrasada mariposa revoleteaba en
el fuego divino sin poderse apartar de él; con que reconocida la causa, mandó
al Siervo de Dios, con Obediencia, que volviese a proseguir su viaje, a que
luego obedeció, recobrado de aquel éxtasis, y se puso al lado de su Maestro. Aunque
entendió el P. Fray Juan de Herrera muy bien la verdad de este arrobamiento, y
no ignoraba del modo que se podía haber causado; pero como son tantos los caminos de Dios, para la perfecta
dirección de esta alma mandó a Fray Francisco como Prelado y Confesor le dijese
lo que en este suceso había sentido, el cual respondió: -Fue tal la novedad
repentina que me sobresaltó, estando con vivos afectos de unirme con Dios, que
me pareció que tan totalmente había perdido todo mi ser, que aun quedaba en
menos que irracional; cuanto va de diferencia en considerar el ser de alguna
manera a un género de privación del mismo ser, que es estar reducido a nada,
hallándose mi alma en el principio, que es del que puedo decir algo, con un
acto intenso de un amor devoto, traspasados los sentidos, a semejanza de un
rayo encendido que se desvanece presto; con que dejando de obrar ellos fue mi
alma levantada a cosas sobrenaturales y divinas, que como no se pueden
comprender no se pueden explicar. Fray
Juan de Herrera, habiendo reconocido la inmensa bondad de Dios en los bienes
invisibles que tiene preparados a los que le aman, se volvió a él con una
agradecida y afectuosa aclamación diciendo: -Seas bendito, Señor, para siempre, y por
todas las eternidades te aplaudan y engrandezcan todos los Coros celestiales,
que con tan larga mano premias a este amigo fiel tuyo, levantándole a Ti, no
por la grandeza de la admiración de lo que Tú eres, como sueles a otras alma
puras, ni por la grandeza del contento, como suelen ser llevados a Ti otros
escogidos tuyos, sino por la grandeza de la devoción, medio el más superior y
privilegiado para que el alma de este Siervo tuyo, herida de tus ardores, que
eres Sol divino, haga un trueque y mudanza contigo, y esto por el camino más
excelente, saliendo de lo grosero de su natural a lo perfectísimo del tuyo,
quedando mientras más sublimada más humilde. Con que
volviéndose a Fray Francisco, le dijo: -Demos gracia a nuestro Señor de todas
sus misericordias y maravillas. En ellas
les cogió el remate de aquella breve jornada, y entraron en Villar de la
Encina. CAPÍTULO XII
De un favor
particular que recibió de mano de la Reina de los Angeles, y de lo que sucedió
en la fundación de un Altar, con título de Nuestra Señora de la Fe, en Tembleque. El Padre Prior ajustó el negocio a que había ido, y dejando a
Fray Francisco a pedir su demanda, así para las ordinarias limosnas como para
la formación del Relicario, se volvió al convento; el Siervo de Dios la pidió y
remitió, y resolvió volver a Tembleque, adonde había dejado dispuesto el
levantar un Altar con título de Nuestra Señora de la Fe. Para que tuviese
efecto y hacer este servicio a la Reina de los Angeles, salió con este justo
deseo, después de haber caminado (siempre a pie, en este y en todos los demás
viajes que hacía para pedir limosnas), y entró en consideración de lo poco que
hacemos en servicio de la Virgen Santísima y de la mucha obligación que tenemos
para amarla, reverenciarla y servirla; y que no cumpliendo con lo que debemos,
es tan piadosa esta Soberana Señora, que se conduele de nuestras aflicciones y
necesidades, y por su intercesión nos vemos libre de los peligros visibles e
invisibles que nos cercan. Cuando
las almas están puestas en Dios Nuestro Señor, como la de nuestro Hermano, no
saben encenderse poco en sentimientos sobrenaturales y divinos, antes toman
vuelos de tanta altura, que luego se hallan a las puertas de lo que desean. No le
desagradó a la Santísima Madre de Dios la consideración de este devoto Siervo
suyo, porque estando discurriendo con estos motivos, se le apareció, cercada
toda de resplandores, con una corona de rosas en la mano, y le habló de esta
manera: -Ten ánimo, hijo Francisco, que
vencidas algunas dificultades que te faltan, te dará por premio mi Hijo
precioso esta corona. Dicho esto se desapareció, quedando el agradecido
Religioso bañado en una dulzura celestial, prosiguiendo en los agradecimientos
y deudas que se deben tener a una Señora que sabe hacer estos favores,
fortalecido su corazón para amarla más y servirla más, creyendo (como es
verdad) que nunca puede estar servida ni amada con la dignidad que merece.
Prosiguió su viaje con tan singular merced hasta volver a entrar en
Tembleque; y aunque se hizo alguna violencia por el caso que se refirió, pudo
más el deseo de servir a la Virgen, dejando a su cuenta el que el suceso pasado
no le fuese causa de alguna imperfección, porque en su servicio se allanan
todos los caminos. Debe
advertirse que en este y en todos los lugares en que entraba Fray Francisco, ya
fuese a pedir limosna, ya a las fundaciones que hizo de las Vías Sacras, ya a
erigir los Altares de la Santa Fe Católica y de Nuestra Señora de la Fe, lo
primero que hacía era dar obediencia al Cura y Alcalde, como superiores de los
pueblos, cada uno en lo que le tocaba; con que hacía un acto heroico de esta
virtud y también ganaba la pía afección de las personas que había menester para
conseguir sus religiosos intentos; que lo que consiste en modo humano, quiere
buen modo. En
Tembleque volvieron a estimar en mucho su venida, y luego trataron de dedicar
una Imagen de Nuestra Señora y levantarla Altar con el Título de la Fe,
aplaudiendo su pensamiento con los debidos reconocimientos de que quisiese
hacer tanto bien a aquel pueblo y que su asistencia en él fuese tan repetida. Fray
Francisco, para celebrar más solemnemente esta fiesta, acordó con el Alcalde y
el Cura que se hiciese una procesión y en ella fuesen doce doncellas de pequeña
edad con luces en las manos; ellos, reconociendo el lugar, hicieron nómina de
las que había para poder ir en la procesión, y hallaron que de aquella edad e
igualdad que se pretendía no había más que once niñas para el caso, y dijéronle
que con aquellas niñas se podía disponer, que no era bien buscar en otro lugar
la que faltaba, pues no había más. El Siervo de Dios les dijo: -Mire bien si hay otra, porque la procesión
se haga con el número de doce, para que en él se comprendan todas las doncellas
del mundo, y que se entienda que éstas, por todas, prestan culto y rendimiento
a la Reina de los Ángeles, que en este se dará por bien servida. Entonces
dijo el Alcalde: -En las que hemos
referido falta una, que es la hija del barbero; pero ha mucho tiempo que está
en la cama tullida de pies y manos, y así no la nombramos, porque no puede
asistir. A lo cual dijo nuestro Hermano: -Callen, señores; que para efecto de que la Madre de Dios sea servida y
reverenciada, no hay impedimentos que basten, porque todos se desvanecen; y así, yo voy por ella. Dicho
esto los dejó y fue en casa del barbero y preguntó por la doncella que estaba
en la cama y encargó a sus padres que se la compusiesen luego, que había de ir
en la procesión de Nuestra Señora de la Fe. Los padres (aunque era grande el
concepto que tenían de la santidad del Religioso) dijeron que era imposible,
que estaba tullida de pies y manos, y le llevaron adonde estaba para que la
viese; él, habiéndola visto, dijo a sus padres: -La niña esta buena, y así no hay sino adornarla y llevarla a la iglesia
cuando se haga la procesión. Y con esto les dejó y la niña se incorporó en
la cama: y admirados los padres de aquella demostración, reconocieron la
sanidad de su hija y la vistieron y compusieron, y asistió a la procesión con
su vela encendida como las demás. Llegó el
día de la colocación de la Virgen de la Fe en el Altar que para este fin se
había erigido, y se hizo la procesión con toda la solemnidad que pudo tener la
disposición de aquella villa, aclamando todos y engrandeciendo las obras de
Dios en su Siervo, y con mucha razón, porque Tembleque fue teatro de muchas
maravillas que obró para declarar la santidad de nuestro Hermano; y asistiendo
las doce doncellas muy vistosamente adornadas, con sus velas encendidas, se
llevó el aplauso de todos la niña tullida, que viéndola en la procesión con entera
salud hizo a todo el pueblo testigo de tan indubitable milagro. Después
de acabada la procesión y que todos se fueron a sus casas, Fray Francisco se quedó
en la iglesia, y postrado de rodillas, devotamente delante de Nuestra Señora de
la Fe, la habló de esta manera: -Señora, dadme gracia para que os sepa dar
gracias de que estáis haciendo conmigo una misericordia que yo la ejecuto y no
la entiendo. Vos me permitís que os ponga nombre, y siendo el de la Fe el
primero y el que os conviene más, le habéis tenido como escondido para que nadie
le halle sino es yo. ¿Cuándo he merecido esta dicha? ¿Tan gran tesoro se guarda
para tan gran pecador? Profundidad es
de los secretos de vuestro Hijo. ¿Cómo puedo dejar de admirarme el que
reverenciándose tantas Imágenes vuestras con el nombre de la Esperanza y con el
de la Caridad, se haya omitido la virtud por la cual fuisteis beatificada de
Santa Isabel, que es la Fe? Si Vos sois la puerta por donde entramos a los
grados de vuestro Hijo Dios y cuando recibimos la Fe es cuando entramos, por
vuestra intercesión entramos; luego siempre ha sido éste el debido nombre
vuestro (aunque hasta ahora no se haya declarado). Y pues habéis concedido tal
privilegio a tan indigno esclavo vuestro y de la Santa Fe, concededme también
que mis culpas no rompan las dichosas cadenas en que habéis puesto. CAPÍTULO
XIII
Del viaje que hizo a
Quero con luz celestial, y de los sucesos del camino. Para el ejercicio de la oración
en nuestro Hermano no había distinción de lugares, porque en todos, y a todas
horas, siempre estaba en ella. Después
de haber concluido la celebridad de Nuestra Señora de la Fe en Tembleque, fue
alumbrando su entendimiento con claridad superior de que convenía ir a la Villa
de Quero a proseguir en su demanda; y los hombres espirituales, en llegando a
conocer que es la voluntad de Dios que se empleen en alguna obra de su
servicio, luego arrebatadamente lo ejecutan; y así fue en Fray Francisco,
porque sin dilación alguna se puso en camino para la Villa de Quero, cuatro
leguas distante de Tembleque, donde se hallaba. Parecióle entrar en un lugar
cerca de entrambos a pedir limosna; entró en él y fue muy bien admitido de la justicia,
y le dieron un hombre para que le acompañase, el cual le enseñaba las casas en
que más frecuentemente se solía repartir. Pasando por una, que era de las
mejores, dijo el hombre: -En esta no hay
que entrar, porque no se da limosna en ella; a que respondió el Siervo de
Dios: -Aunque no se dé, no es bien que
quede por mí el pedirla, porque no quede por mí de alguna manera el darla.
Entraron, pues, y fueron muy mal recibidos, y en lugar de la limosna,
les dieron una reprensión, fundada en querer desvanecer la virtud religiosa con
los malos pretextos de ociosidad e hipocresía, aplaudiendo sólo la cultura de
los campos y las manufacturas, como si en su línea cada cosa no tuviera su
perfección, con la diferencia de los fines, porque la una espira con lo caduco
del cuerpo (mirándola materialmente), y la otra reina con lo eterno del
espíritu. Con gran
paz recibió nuestro Hermano la mal fundada doctrina, diciendo al dueño de la
casa: -Cierto, señor, que vuestra merced
aborrece una virtud muy hermosa y muy barata, porque con ella se agrada a Dios
y se gana la victoria del Cielo sin sangre; y si considera qué es lo que da, a
quién lo da, y por quién lo da, hallará que lo que da es un poco de aire, y que
con él se satisface a un necesitado; que aunque no se haga por Dios, es deuda
de la naturaleza; y haciéndose, queda obligado y agradecido aquel Señor, que es
el que nos ha de juzgar, y atemoriza saber de fe que en aquel juicio tremendo
por ella se nos ha de hacer el cargo y el
descargo. A que el hombre, furioso, colérico y desbaratado, le dijo: -Vaya con Dios, o haré que le echen los
perros para que sea más apresuradamente. Entonces se apartaron porque no
prosiguiese en aquel furiosos atrevimiento, y Fray Francisco fue pidiendo a
Nuestro Señor diese algún rayo de su divina misericordia a aquel corazón de
piedra. Apenas
habían vuelto la calle cuando aquel mismo hombre fue corriendo en su seguimiento,
llamándoles a voces que volviesen a su casa por amor de Dios; Y así volvieron,
y con muchos afectos y lágrimas dijo a Fray Francisco: -Que no sólo le quería dar limosna, sino que toda cuanto había en su
casa era suyo; que las palabras que le había dicho le habían atravesado el
corazón. El Siervo de Dios le consoló y exhortó a penitencia, y a que no
diese lugar al demonio por un camino tan sin disculpa, pues es Dios tan bien
contento, que admite cualquier limosna, sin que deje de tener su aprecio por
corta, y al que no la pueda dar admite el deseo, sin que le falte el mérito. El
hombre le dio una copiosa limosna y prometió que a ninguna persona que llegase
a su puerta a pedirla se la negaría, y que le daba palabra de hacer en su casa
un hospicio donde se recogiesen los pobres pasajeros que se quisiesen detener
en aquel lugar, y así lo ejecutó por todo el tiempo de su vida. En este
mismo lugar, entrando en otra casa, prosiguiendo su demanda, se la dio el dueño
de ella, y él le apartó a un lado y le dijo: -Que pues tenía tan buen medianero con Dios como era su corazón,
inclinado a misericordia, que no embarazase por tanto tiempo la que Nuestro
Señor le había de hacer a él si frecuentara los Santos Sacramentos; que ya era tiempo de volver sobre sí. El
hombre le respondió: -Padre mío, catorce
años ha que no me confieso; y pues Dios ha sido servido de enviarme este
llamamiento, yo le ofrezco que he de responder a él con verdadera penitencia. Salió de aquel lugar, prosiguiendo su camino a la Villa de
Quero, dejando en él cogida tan fértil cosecha espiritual. Al llegar a la dicha
Villa (que es del Priorato de San Juan), en un corral de una casa que salía al
camino que servía de aprisco de ovejas, unos pastores que las querían ordeñar
arrojaron al campo unos pedernales que hallaron en el corral a tiempo que
pasaba Fray Francisco de la Cruz, el cual iba en su continua oración, y
tropezando en uno de los pedernales reparó en él y lo alzó, y mirándole con
atención, vio en un llano que hacia el pedernal esculpida una Imagen de la
Concepción, por modo de natural, con tres ángeles que cercaban la parte
inferior. Admirado el devoto Hermano de un prodigio como éste, preguntó a los
pastores: -Que para qué arrojaban
aquellos pedernales del aprisco; y le dijeron: -Que unos muchachos de aquella casa, para igualar el peso de unas
cargas de leña, habían puestos aquellos pedernales, y porque allí no era
menester los arrojaron al campo. Entonces les dijo el Siervo de Dios,
enseñándoles la Santa Imagen: -Pues miren
y adoren la que han apartado de sí, y den muchas gracias a Nuestro Señor de
vivir en tierra que fue servido de elegir para que en ella apareciese esta
Imagen de su Madre Santísima. Los pastores reverenciaron
aquella representación de la Virgen Señora Nuestra; y nuestro Hermano pidió su
limosna y se volvió a la Alberca, donde halló que el Relicario que se había
hecho en San Clemente ya se le habían traído para colocar las Santas Reliquias,
en el cual puso todas las que había traído de Roma, el Lignum Crucis que le dieron en Nápoles y este pedernal con la
Efigie de Nuestra Señora de la Concepción, como se ha referido, y asimismo una
carta original de Santa Teresa de Jesús, que fueron las prendas preciosas de
que se compuso aquel Santo Relicario, que se colocó en la Iglesia al lado de la
Epístola enfrente del Púlpito, con celebridad y devoción, donde se pone altar
portátil y se dicen Misas en algunos tiempos del año. El
suceso de la aparición de esta devota Imagen de la Concepción en aquel
pedernal, y su colocación, entre los apuntamientos que escribió el Padre Fray
Juan de Herrera para las Honras que se hicieron en Madrid a Fray Francisco de
la Cruz, fue uno éste; y también escribe de esta aparición, más latamente, el
Padre Fray Pablo Carrasco en el libro de la fundación del Convento del Carmen
de Santa Ana de la Alberca, que aun no se ha dado a la estampa. La
devoción de esta Santa Imagen se fue extendiendo, no sólo por aquella Comarca,
sino por toda la Mancha; y Nuestro Señor ha obrado muchas maravillas por ella,
y todos aquellos pueblos venían allí a cumplir sus votos. Esta general devoción
movió a los vecinos de Quero a querer tener en su lugar aquella Santa Imagen,
diciendo: -Que Nuestro Señor se la había
enviado a su casa, y que así era suya; y por no reducirlo a pleito, por el conocido derecho del convento de la
Alberca, trataron con sagacidad de recobrarla; y gozando de algún descuido de
los Religiosos, rompieron la reja de madera y el viril del Relicario, sacaron
el pedernal y se llevaron la devota Imagen, y la tiene en Quero con particular
veneración en un nicho de la iglesia con reja de hierro. CAPÍTULO
XIV
De diversos favores que recibió del Cielo, y en
especial uno de muchas prerrogativas, por la devoción que siempre tuvo al
Santísimo Sacramento del Altar. Estando Fray Francisco de la
Cruz en su convento de la Alberca, luego volvió a la distribución de sus horas
en los continuos ejercicios referidos, sin tener rato de ociosidad. Los Religiosos
de aquella conventualidad le solían decir: -¿Es
posible que no descanse algún instante, aunque sea por recobrarse para trabajar?
A lo que él respondía: -Si mi grado en la
Religión es la Vida Activa, ¿cómo podré cumplir con él estando sentado? En
otra ocasión, hablando un día con el Hermano Fray Gregorio Roca, siendo
conventual de Santa Ana, le dijo a Fray Francisco los deseos que tenía de
servir mucho a la Religión. A que le respondió: -Si sale de una enfermedad que ha de tener después de cumplidos
cuarenta años, ha de ser de mucho servicio en ella. La cual tuvo por el
mismo tiempo, y hoy es Procurador del convento de Alcalá de Henares. Pidió
licencia al Padre Fray Juan de Herrera, su Prelado y Maestro, para ir a un
lugar que está junto a Tembleque a poner las Vías Sacras, porque ya con la
justicia de él lo tenía ajustado; y habiéndosela dado, salió a ponerlo en
ejecución. Entró en el lugar y dio la obediencia al Cura, como acostumbraba, y
díjole a lo que venía, y que, con su licencia, se pondrían las Cruces el primer
día festivo; que se sirviese de disponer una procesión por la tarde para que se
colocasen devotamente, porque en aquella misma conformidad se había puesto en
otros lugares. El Cura,
fuese porque no se había tratado con él, o por otro motivo, dijo que de ninguna
manera se había de hacer la procesión ni se habían de poner las Vías Sacras.
Fray Francisco le propuso que aquel pueblo lo deseaba, que la prevención estaba
hecha y que él venía sólo a este efecto, y, sobre todo, que era servicio de
Nuestro Señor. El Cura resolvió que no había de ser. Llegó el día de la fiesta,
y estando el Cura muy descuidado, a las dos de la tarde oyó tocar a fiesta en
la iglesia. Salió muy apresurado a ver quien, sin orden suya, tenía aquel atrevimiento,
y halló la iglesia cerrada y al Sacristán que venía también a saber quién
tocaba las campanas; con que entrambos abrieron las puertas de la iglesia y
fueron testigos de vista de que las campanas se tocaban sin que persona alguna
las tocara. Con esto reconoció el Cura que el dictamen que había tenido no era
el mejor, y que Nuestro Señor, milagrosamente, volvía por aquella causa. Llamó
a Fray Francisco, haciendo mucho aprecio de su persona. Hízose la procesión
como estaba dispuesta, aumentando la devoción este suceso maravilloso; reconociendo
todos que, no sin grandes fundamentos, aquel Religioso tenía tanta opinión de
Santo en toda aquella tierra. A la
venida de este lugar entró en Tembleque a ver a María Díaz, a su hija y a su
yerno, y les dijo: -Ya saben que somos
amigos y lo que yo siempre les he querido; encomendémonos a Dios, que ya no nos
hemos de ver hasta en el Cielo. Y lo cierto es que no se volvieron a ver
más, porque ellos se vinieron a vivir a Madrid y él murió al poco tiempo; con
que se despidió de ellos y se volvió a su convento. Entró en
la víspera de la Festividad del Santísimo Sacramento, que aquel año fue en 20
de junio, la cual celebraba el Siervo de Dios con todo el afecto de su alma,
desplegando las velas a la Oración, haciendo sus ejercicios más fervorosamente
y viviendo, si así se puede decir, de la alta contemplación, considerando que
la reverencia a este Sagrado Misterio la recibió de mano de Dios y no en la
forma ordinaria, por devoción sensible ni por inspiración particular o revelación,
como otras mercedes suyas, sino enviándole un muerto a que la anunciase y
aconsejase; y si toda la vida, desde su conversión, la empleó en fundaciones de
altares a la Santa Fe Católica, en que fuese reverenciada la Reina de los
Ángeles María Santísima con el nombre de la Fe, y en ser pregonero de ella por
tantas y tan remotas provincias, siendo la primera diligencia que hacía en cada
pueblo la visita y Estación del Santísimo Sacramento, para que el mundo viniese
por su conocimiento y adoración a lograr la verdadera penitencia de su culpas,
¿qué mucho que rindiese devotas veneraciones a este Señor Sacramentado siendo
éste el Misterio de la Fe por excelencia? En orden
a esto y que por esta causa le esperaba un extraordinario favor y misericordia
de la mano del Señor, estando en la quietud de la oración tuvo ilustración
particular de que asistiese a la fiesta en el día de esta Sagrada Octava que se
hiciese en el Pinarejo, lugar pobre, dos leguas distantes de la Alberca,
también del Obispado de Cuenca. Esta
proposición la hizo a su Padre espiritual y Prior; y le pareció tan bien, que
le dijo era muy justo ir a asistir en aquella celebridad y ayudar en ella al
Licenciado Franco, Cura de aquel pueblo, y que él quería también acompañarle,
para que los dos asistieran juntos. Llegó
aquel dichoso día, y tomaron la mañana Maestro y Discípulo y fueron a tenerle
en el Pinarejo. El Licenciado Franco los recibió con mucha alegría, porque
conocía muy bien a los dos asistentes que Dios le había enviado. Celebróse por
la mañana el Oficio con mucha devoción y respeto y con la autoridad que podía
dar de sí lo limitado de aquella población. Hízose
la procesión por la tarde, asistiendo los dos Religiosos junto al Preste, y
desde que se empezó el Padre Fray Juan de Herrera iba reparando en el rostro de
Fray Francisco, porque le parecía en las demostraciones exteriores que se movía
con afectos de demasiada alegría, y que habiendo de andar procesionalmente
caminaba tan vuelto de lado por ir mirando siempre a la Custodia con tan
perseverante vista, que no apartaba los ojos de ella, dando siempre los pasos
de espaldas, al modo de los que en las procesiones van incensando, conociéndose
en él (aun con algún género de destemplanza) los soberanos gozos en que estaba
su corazón bañado. De esta suerte fueron procediendo entrambos hasta que volvió
la procesión a la iglesia y el Santísimo se puso en el Altar mayor, quedando
juntos de rodillas en la grada primera los dos Religiosos. Entonces el Padre
Fray Juan de Herrera le dijo a su compañero: -Dígame, Hermano, y mire que se lo mando con Obediencia: ¿qué
divertimento ha sido el que ha tenido todo el tiempo de la procesión, que con
diversos movimientos de los ojos y del cuerpo le ha estado significando? Fray
Francisco le respondió: -¿Cómo quiere
Vuestra Paternidad que no haya estado contento y divertido, si desde que empezó
la procesión se llenó todo el aire de la iglesia de hermosísimas mariposas, las
cuales Nuestro Señor fue servido de darme a entender que eran tropas de
Espíritus Angélicos que venían a servir y celebrar la festividad de su Dios
Sacramentado, supliendo los medios humanos de este pobre pueblo las
Inteligencias Soberanas, y que para mayor confusión mía de lo que soy y de lo
que debo ser, al punto que se volvió ahora a poner la Custodia en el Altar, se
llegó una mariposa hermosísima vestida de diferentes colores junta al viril de
la Sagrada Hostia, y después de estar alrededor de él revoloteando se vino derecha
a mí y se me puso en la boca, como quien llega a recibir un recado de un
Príncipe y le lleva a quien se le envía, dándome Nuestro Señor en esta ocasión
un claro conocimiento de que así premia la devoción que tengo a su Divina
Majestad Sacramentada y de que le son agradables mis comuniones? Cesó el Siervo de Dios, acabando
la plática con algunas demostraciones y lágrimas, causadas del excesivo
contento que cercaba su dichosa alma; y el Padre Fray Juan de Herrera le dijo
que hiciese diferentes actos de humillación y agradecimiento; y mientras se
encerraba al Señor y se bendecía al pueblo con la Sagrada Hostia, dijeron a un
tiempo en sus corazones los Santos Religiosos: Fray Francisco de la Cruz. Señor, poned modo conmigo en vuestras
misericordias, que mi pecho no es capaz de una inmensidad de bienes, y dadme
palabras de verdadero agradecimiento, o suspended, Señor (conociendo mi
indignidad) tan excesivas mercedes, o suplid mi cortedad, que es el medio más
seguro para que yo no quede en los términos de ingrato; básteme no salir de los
de deudor: y para que lo sea verdaderamente de lo que os es agradable, dadme copiosísimos dones de humildad, pues
en ella existe tanta parte de vuestros tesoros divinos, y sólo ella puede ser
el recibo y el retorno. Fray Juan de Herrera. Gracias os doy, Señor, de que así os
acordéis de estos indignos siervos vuestros con favores visibles e invisibles;
a mi compañero corriendo a sus ojos el velo de vuestras maravillas, y a mí
dándome esfuerzos en la Fe, para que sin gozarle descubierto, os adore y os ame
y os confiese por mi Dios vivo y verdadero, haciendo en él ostentaciones del amor
y en mí confianzas de la Fe. El
Preste hizo la ceremonia de la bendición, encerróse el Santísimo Sacramento.
Fray Francisco dejó de ver aquellos ejércitos de mariposas, se acabó la función
y los Religiosos se volvieron a su convento. CAPÍTULO XV
De diversas locuciones y visiones que tuvo el Siervo de Dios. Hase
tratado de algunas locuciones y visiones en la vida de Fray Francisco de la
Cruz que han pertenecido a aquellos estados y tiempos en que se han referido, conforme
nuestro Señor fue servido de revelárselas y porque toda su vida estuvo llena de
misterios, unos significados en enigmas y otros con más claridad, y todos con
particular doctrina para nuestra enseñanza y edificación. Conviene
hacer capítulo aparte de esta materia; porque incluyendo generalidad y no
habiéndose puesto en el corriente de la historia, por no faltar a la propiedad
y por no hacerla molesta interrumpiéndola, no es bien que parte tan esencial
como Anunciaciones del divino Oráculo quede sepultada en el silencio, omitiendo
estos particulares privilegios (propios del sujeto de la historia) y faltando
al fruto que de ellos puede resultar. Debe
advertirse que siempre los Prelados y Confesores le pusieron precepto de que
escribiese su vida y los favores que recibía del Cielo; y como era tan humilde
y obediente, quisiera cumplir con entrambas virtudes, y así su vida secular
está escrita de su letra con algún género de método, y aunque no tiene la
perfección necesaria, está sucesiva; pero las misericordias que recibió del
Señor están en apuntamientos, y en algunos aún no acabadas de declarar las
dicciones, sino unos conceptos puestos en minuta, en que se reconoce la
repugnancia de él natural para lo que pudiera ser de gloria suya; y así, como
su vida siempre estuvo distribuida con licencia de los Prelados y Padre
espiritual, siempre cumplía con la santa Obediencia, porque lo que hacía todo
era debajo de precepto, y en lo que no tenía tiempo no le podía haber,
principalmente no graduándole las ocupaciones. Por esta
causa a estas revelaciones no se les puede dar inteligencia cierta, pero la
presunta bastantemente se conoce; con que de esta materia, así el que escribe
como el que leyere, todos son intérpretes en lo que necesitare de explicación
habiendo camino llano para ella, y en donde no se hallare no es bien entrarse
la tierra tan adentro que haya riesgo de perderse, y así se reservará para
quien nuestro Señor fuera servido de participar estas inteligencias. También se
debe advertir que todas las ilustraciones, visones y locuciones que no se les
diere tiempo señalado, sucedían después de la Comunión o en la Oración. Un día,
después de haber comulgado, sintió gran sed de traer almas a Nuestro Señor
Dios, y conoció en sí una gran miseria y corta capacidad para ello, mirándose
como un poco de barro, y le dijeron: -Este
barro está cocido con el fuego de mi
amor. Y entonces vio tres fuentes y se le figuraron tres personas que
conocía, y la una de ellas era Fray Francisco de la Cruz, y le dijeron: -Éstas han de repartir el agua de mi
Doctrina. Otra vez
oyó interiormente grandes voces que llenaban el aire y decían: -¡Viva la fe y muera la herejía! Otra
vez, después de San Antonio Abad, habiendo comulgado, estando pidiendo a Dios
que a todos les diese luz para que acertasen a hacer su voluntad, oyó una voz
que dijo: Dile a este humilde Siervo mío ponga por obra los
deseos que le he comunicado y espere en mí; en la cual locución ganó ejecutoria de humilde, y se halló apropiados
y adjudicados todos los bienes y tesoros que pertenecen a la humildad, a cuyo
nombre está reverente la tierra, se pasman los demás elementos y se trastornan
los cielos. Acerca
de su padre tuvo diferentes visiones y locuciones. Una vez le vio que buscaba
posada y no la hallaba. Otra vez le vio a la puerta de una iglesia y que le
estaba mirando. Otra le vio muy afligido, y que le dijo: -Los de la Compañía de Jesús
me quieren. Singular prerrogativa de esta Religión, pues el agradecimiento
de un difunto a una voluntad es por lo que en ella le resulta de bien, y
causarle a quien no conoce es hacer (sin distinción de personas) con los muertos
lo que hace con los vivos, pues a unos les saca de culpas y a otros de penas.
Otra vez vio a su padre levantarse de entre los muertos. Otra le vio pasar un río y que él le
ayudaba. Otra le vio muerto y ligado, y que él le desató y resucitó, y entonces
le dijo su padre: -Bendito sea Dios.
Otra le vio vestido de bodas y contento. Otra vez vio
que el Sol y la Luna se iban a poner a un mismo tiempo, y que ya faltaba poco
para ponerse, y que causaba gran temor. De cualquier modo que esto se entienda,
o ya en el juicio universal, o ya en el particular, siempre le falta poco a lo
que consiste en días, y porque está cerca el día de Dios. Otra vez
vio una guerra muy trabada y reñida, y en ella caído un pendón; y después de
rota y desbaratada la batalla llegó Fray Francisco, y levantó el pendón y dijo:
-¡Viva la Fe! Cruel guerra es la de
nuestras costumbres; entramos en ella los fieles levantando el pendón de la Fe,
y como no obramos bien, se pierde la batalla; y estando muerta la Fe por falta
de obras, ¡qué mucho que el pendón esté caído y qué mucho que le enarbole y
diga: Viva la Fe, aquel en quien vive la
Fe! Otra vez
vio un edificio en el aire con letras, y quiso leerlas y no pudo leer más que
estas palabras: Fe, Fe, Fe, y al mismo tiempo vio que iba
huyendo mucha gente, y le dieron a entender que iban a recogerse a una iglesia
pequeña, y tras la gente venían muchos remolinos de fuego. En las obscuridades
misteriosas, cuando las inteligencias se dan en símbolos, solamente puede
explicar su verdad el que es autor de ella, y en este presente parece que se
enseña que la Iglesia favorece, a la hora del huir de los peligros, a los que
se retiran con Fe a ella. Otra vio
una viña con pocos racimos y marchitos, y junto a ella una vid que corría agua
y se volvió fuente de piedra firme. Parece que nos da a entender que, para
recobrarse las virtudes marchitas, el remedio está en las lágrimas. Otra vez
vio muchas cruces y ninguna gente, y que llovía sangre. Parece que se ve con claridad
la amenaza de castigos, cuando la Cruz con que cada uno ha de ir a la Patria no
hay quien la reciba. Otra vez
vio que mataban un cristiano y que él ofrecía la vida por él, y que le
prendieron, y llevaron ante un gran Juez y le dijo la causa de su prisión, y
allí enseñaba la Doctrina cristiana. Otra vio
un edificio sobre otro con una Cruz y un letrero que decía: Fe, y una fuente de sangre en la sobredicha iglesia. Otra
vez vio los vicios debajo de figura. Otra
vez vio el infierno. Otra
vio que le atormentaban dos demonios en una iglesia. Otra
vez vio tres sillas, y en la de en medio un demonio. Otra
vez vio dos escuadrones de demonios. Otra
vio un león que le despedazaba. Otra
vio un dragón atado. Otra
vez vio tres azucenas encima de la cabeza de un pobre. Esta visión parece
significa bastante serenidad sobre las tribulaciones antecedentes. Otra
vez vio un mundo con muchas redes. Otra
vio unas tinieblas muy obscuras, y conoció que le llevaban de la mano, y no
sabía adónde ni quién. Otra se
vio a la puerta del Cielo, y no le dejaron entrar y le dijeron que había de
pasar primero las penas del Purgatorio, y le dejaron caer, y dio un golpe en un
lago de agua; de lo cual parece resulta grande enseñanza para vivir siempre en
el santo amor y temor de Dios, pues a un Fray Francisco de la Cruz, varón de
las alturas que hemos conocido, parece que aún le faltan lágrimas para entrar
en el Cielo, aunque se debe advertir que esta visión fue antes de su viaje a la
Tierra Santa, y su influencia se debe considerar en el tiempo de su vida en que
la tuvo, y también el que sus obras penales en la peregrinación fueron su
Purgatorio. Otra
vez vio una senda angosta y toda de piedra firme, por la cual es felicidad el
caminar (aunque sea a costa de estrechuras), pues se asienta el pie seguro. Otra
vez, después de haber venido de su peregrinación, estando en Madrid en el
claustro alto en su continua presencia de Dios, a hora de las cuatro de la
tarde, se puso a mirar al Cielo y a llorar. En esta ocasión llegó el P. Fray
Diego de la Fuente y le dijo: -Fray Francisco,
¿qué llanto es ese? Y le respondió: -Tiene
muy justa causa, porque he estado viendo un globo de fuego en el aire, y he
llegado a conocer las terribles guerras que hay de presente y amenazan en
adelante en un Reino de Europa, y
que en él ha de suceder la tragedia más sin ejemplar que haya visto el mundo.
Esto sucedió por el año de cuarenta y siete, en ocasión que en Inglaterra había
tanto derramamiento de sangre en repetidas batallas; puede entenderse esta visión
por este Reino, principalmente cuando se siguió la sin ejemplar tragedia de su
Rey Carlos Estuardo. CAPÍTULO XVI
De la dichosa muerte del Siervo de Dios. Envió el Padre Prior a Fray Francisco de la Cruz, y en su compañía
otro Hermano, para que pidiese en el Castillo de Garci-Muñoz la limosna del
aceite y la remitiese al convento, y él pasase luego a San Clemente, y en la
dicha villa la pidiese de la lana y queso. Hizo lo que la Santa Obediencia le
mandó, y al despedir al compañero le dijo: -Juzgo
que ya no nos veremos; diga al Padre Prior que tenga cuenta conmigo. Con
que uno pasó a la Alberca y otro a San Clemente. Entró en
aquella villa nuestro Hermano a primero de julio del dicho año de cuarenta y siete;
fue a posar en casa de Doña Ana de la Torre, donde tenía aposento señalado,
desde donde sacó la Cruz (que llevó a Jerusalén) para su convento, y en donde
era tanto lo que le querían, que en viéndole entrar por la puerta se daban
parabienes, que esto puede la virtud entre virtuosos. Hablando
de esta voluntad que en casa de Doña Ana de la Torre le tenían con el Padre
Prior, al salir a pedir estas limosnas, dijo: -Mucho me quieren en casa de Doña Ana de la Torre; entiendo que he de
morir en ella. Al día siguiente a su venida le dio una fiebre ardiente,
cuya calidad conocida por el Médico, dijo que traía mucha malicia y que estaba
en peligro de la vida. A la segunda visita declaró que la enfermedad era
mortal, que se acudiese luego con los remedios de la Iglesia, porque los del
cuerpo eran en vano, por la gravedad del accidente, desayudado de la edad y del
mal tratamiento que continuamente se hacía Fray Francisco; con que se envió
luego a toda diligencia a dar aviso al Padre Prior, el cual el día 4 de julio
se halló en San Clemente, viendo a su hijo y discípulo querido, mostrando el
justo dolor que tenía de su enfermedad, y de que los términos de ella fuesen
tan apresurados, a que él le dijo: -Vuestra
Paternidad no se desconsuele, porque le he menester con aliento en esta
ocasión; pues si en vida ha trabajado tanto conmigo, también ha de tener
entendido que le ha de costar trabajo
mi muerte; y para que yo cumpla con la obligación de Religioso, y que muero con
la pobreza que prometí a Dios en mi profesión, sírvase vuestra Paternidad de que se escriba mi desapropio, para que yo lo firme; lo cual se hizo
así, y es del tenor siguiente: Desapropio e inventario
de los bienes ad usum de Fray Francisco de la Cruz. MUY REVERENDO PADRE
PRIOR: Fray Francisco de la Cruz,
Conventual del convento de Santa Ana de la villa de la Alberca, y al presente
asistente en esta villa de San Clemente, con licencia de Vuestra Paternidad
para pedir la limosna de lana y queso. Estando atacado de la enfermedad que
Nuestro Señor ha sido servido de darme, y habiendo mandado el médico corporal
que reciba los Sacramentos, antes de recibirlos, deseando cumplir la obligación
de Religioso: En el nombre de Dios Todopoderoso, me desapropio de todo aquello
que tengo ad usum, que es lo
siguiente: Primeramente
dos túnicas viejas interiores, de estameña blanca; el Hábito que traigo, saya,
Escapulario, capilla y la capa blanca de estameña, ya traída; unos zapatos que
traigo; unas medias de paño y un Rosario que está tocado a los Santos Lugares;
un sombrero viejo. No hallo tener, ni poseer ad usum otra cosa, y así lo
firmo. Julio 4 de 1647. Fray
Francisco de la Cruz. Hecha esta diligencia, el Padre Prior le confesó para morir, y
administró los Santos Sacramentos, que recibió con aquella admirable devoción
que había practicado en vida. ¡Quién puede pasar de aquí sin considerar que
esta es la hora de la cosecha, y que cogerá poco el que sembrare poco, y el que
sembrare como debe cogerá con bendición y bendición eterna! Sea tal hora
bendita, y lo sea también tal fertilidad de frutos. Allí Fray Francisco hacía
copiosísimos actos de resignación, porque estaba enseñando a hacerlos; de Fe,
porque la había pregonado por el mundo; de Esperanza, por que sólo en ella se
había afirmado; y de Caridad, porque con ella se había unido con Dios. Todas
las virtudes parece que las tenía a la mano, y como las había traído tan cerca,
las halló presto; que en esta ocasión mal se hallan si entonces se van a
buscar, y sólo sabe ejecutarlas bien el que tiene bien hecho el hábito a ellas,
no habiendo más razón natural para acertar acciones tan dificultosas en tal
turbación de la naturaleza, que la costumbre antecedente: temeridad será
prometerse el acierto sin esta razón. En esta conformidad pasó hasta el día 6 de julio en
celestiales meditaciones y coloquios Divinos. Viendo el Padre Fray Juan de Herrera que ya se apresuraba la
partida de nuestro Hermano, se llegó a él y le dijo: -¿Cómo va de presencia de Dios? A que respondió mostrando particular
alegría: -Nunca más bien, que Dios no
falta en esta hora. Entonces le volvió a decir: -Pues buen ánimo, que se acaba la peregrinación y se está ya tan cerca
de la Patria, que se oyen las campanas de la Gloria. A esto no pudo
responder con la voz, pero respondió como pudo con los ojos, y luego cruzó los
brazos, haciendo en cada mano con los dos dedos una Cruz, con que se puso en
forma de Calvario, queriendo que caminase su dichosa alma desde una verdadera
imitación suya (sitio de redención), para que el juicio que en aquel instante
se había de hacer de ella le viese Nuestro Señor Jesucristo que se le
representaba en su Tribunal, amparado de aquel sagrado de su Cruz, de su Sangre
y de su Santísima Pasión. El padre Prior le hizo la recomendación del alma, y queriendo
decir algunos salmos para volver a repetirla, como la ocasión le necesitara, el
primero que encontró fue el 22, que empieza. Dominus vegit me, en que está significada la protección de Dios en
vida y en muerte. Y parece que Fray Francisco de la Cruz tuvo inteligencia de
su significación, porque abrió los ojos dando a entender el reverente
agradecimiendo de su alma. Al llegar al verso cuarto, que dice: Non, et si ambulavero in medio umbra, mortis non timebo mala, quoniam tu mecum est, entregó
su espíritu en manos del que le crió y redimió; y de tal vida y de tal muerte
bien puede persuadiese la piedad cristiana a que más hermoso que las estrellas
y más resplandecientes que el Sol, todo vestido de luces de gloria, rodeado de
Querubines y de Serafines, ceñidas las sienes con la corona de rosas ofrecida
por la Virgen Santísima en su gloriosa aparición, para ser dichoso por una
eternidad, entró en los Alcázares soberanos a ser ciudadano de los Santos y
doméstico de Dios. Murió de 61 años, 5 meses y 10 días; habiéndole concedido la
Majestad de Dios Nuestro Señor una gracia tan particular, que rara vez se halla
en varones tan espirituales, y fue que jamás tuvo escrúpulos; y aunque se ha
referido que tuvo substracciones y sequedades de espíritu, esa es una dolencia
de otro género. Había corrido voz por la villa de que el Siervo de Dios estaba
en la agonía de la muerte, con que todos su moradores vinieron a la puerta de
la casa de Doña Ana de la Torre; y como la gente de ella dijo que ya había
espirado, fueron grandes los sentimientos que hizo aquel piadoso pueblo, como
si a cada uno de él se le hubiera muerto su padre; siendo tan generales, que a
un mismo tiempo causaban lástima por los tristes acentos con que se explicaba
tal pérdida, y contento por ver la aclamación de su santidad. El deseo de verle en los que le lloraban fue tal, que no se
les pudo impedir que entrasen donde estaba ya compuesto con el Hábito de su
Religión; y al ver el difunto cuerpo fueron tantos los clamores y desconsuelos
de los que se hallaron presentes, que hacían mover a dolor al corazón más
endurecido; que es un género de violencia que sale a los ojos el ver puestos en
razón los sentimientos. Después sobrevino aquella muchedumbre otro afecto, que aunque
era de devoción era de inconveniente, que fue querer llevar todos ellos alguna
Reliquia suya; con que empezaron a cortar de sus Hábitos, y esto llegó a tal
extremo, que fue menester que la justicia pusiese guardas en la casa, con que
por entonces se tomó alguna forma. El Padre Prior, como se lo había profetizado Fray Francisco,
se halló notablemente atribulado, porque por una parte el pueblo empezaba a
declararse en no querer dejarle llevar por haber muerto en San Clemente, por
otra no tenía disposición pare llevarle, y de cualquier manera que la tomara
sentía no dejasen el cadáver indecente con acabar de cortarle los vestidos,
porque las guardas no sirvieron de embarazarlo, sino de mudar las personas que
lo hacían; con que a la mañana del día siguiente se valió de un señor,
Inquisidor de Cuenca, que estaba en la villa, para que le diese su coche e
interpusiese a todos su autoridad hasta que el Siervo de Dios fuese llevado a
su convento, en donde Nuestro Señor parece que no fue servido que muriese, por
las obras maravillosas que resultaron de haber muerto fuera de él, y porque donde
empezó su viaje para la Jerusalén de la tierra le empezase para la del Cielo. Entretanto D. Juan de la Torre y Alarcón, Comisario del Santo
Oficio, hermano de la dicha Doña Ana de la Torre, que se halló a todo en
aquella casa, dijo a un sobrino suyo: -Rigurosa
cosa es que teniendo aquí el cuerpo de Fray Francisco nos quedemos sin alguna
Reliquia suya, habiendo sido esta casa su hospicio tantos años y habiendo
muerto en ella; con que el tío y el sobrino le cortaron un dedo del pie, y
al cortarle corrió sangre, como si aquella diligencia se hubiera hecho estando
vivo, y le dividieron entre los dos por Reliquias muy preciosas que hoy se
conservan en aquella familia con estimación y reverencia. El Sr. Inquisidor dio el coche y asistió a todo, con que el
Padre Prior se llevó su Religioso con muchas contradicciones y protestas de la
villa. Desde que salió de ella se fue todo aquel pueblo acompañando el
coche, y muchas personas de él con luces, y le siguieron más de un cuarto de
legua, y para estorbarles el que no fuesen hasta la Alberca fue menester
repartirles en pedazos muy pequeños los hábitos del Santo Varón, y de esta
suerte se volvieron a sus casas. Entraron en la Alberca, donde ya se sabía su muerte, y todos
los vecinos de aquella villa le estaban esperando aún con mayores afectos de
dolor, porque había vivido entre ellos. Fue menester ponerle hábitos para
hacerle el Oficio de Difuntos; y después de él fue menester que asistieran
Religiosos a cerrar luego la caja, para que no se los cortasen, y no bastó esta
diligencia, porque le cortaron mucha parte de ellos. Ya el convento tenía prevenido un nicho debajo de las
Reliquias que le dio el Pontífice Urbano VIII en Roma. Allí depositaron
aquellos enternecidos Religiosos el dichoso cuerpo, y tabicaron el nicho, hasta
tanto que Nuestro Señor sea servido que por autoridad eclesiástica sea colocado
y reverenciado en público. CAPÍTULO
XVII De las maravillas con que Nuestro Señor
declaró la Santidad de su Siervo después de muerto. Después de haber hecho el depósito del cuerpo del Venerable
Fray Francisco de la Cruz con las circunstancias de singularidad referidas, que
obradas por una Religión tan grave y atenta hacen mucha ponderación para el
conocimiento de su santidad, divulgóse por toda la Mancha su dichosa muerte, y
por toda ella fue el sentimiento general, por el amor que le tenían y por los
beneficios que de la Divina Bondad habían recibido por su intercesión, echando
de menos los consejos saludables y cristianas amonestaciones que hacía en todos
géneros de estados, para que cada uno cumpliese con la obligación del suyo; y
en fin, al medianero de todas sus diferencias, sin hallar en su pérdida otro
consuelo más que el de ir aquellos numerosos pueblos a visitar su sepulcro y
ponerle por intercesor con Dios en sus votos y necesidades, para que el que les
había amparado vivo no les olvidase glorioso, como fiaban que lo era en la
Divina misericordia. Trató aquel santo convento de Santa Ana de la Alberca de hacer
las Honras tan debidas a su difunto hijo, porque toda aquella tierra, que tenía
tanta noticia de sus virtudes, la tuviera también de las maravillas con que
Dios había honrado a su amigo. Señalóse día para ellas, y habiendo llegado, se
despoblaron todos aquellos lugares convecinos a la Alberca para su asistencia. Fue grande el concurso y mayor la aclamación que tuvieron sus
esclarecidas virtudes, porque salieron a la luz del mundo sus secretas
mortificaciones y penitencias, sus recatados ayunos y vigilias, y los milagros
evidentes que con él y por él había obrado la poderosa mano del Señor. Fue tan
grande el aplauso que hizo, acabado el sermón, aquel lastimado concurso, que parece
llegaban al Cielo sus fervorosas aclamaciones; y sí llegaban, porque el Cielo
siempre admite benigno lo que liberal influye, siendo argumento de la santidad
de nuestro Hermano el crédito de tantos; porque nuestro Señor no quiere, acerca
de veneraciones, engaños (aunque sean piadosos), y parece que concurre a la
común estimación para que ande la certeza arrimada a la generalidad. También se le hicieron en Madrid Honras, asistiendo a ella lo
más noble y privilegiado de la Corte, causando rara admiración en todos el
especial camino por donde Dios había guiado a Fray Francisco de la Cruz, de que
serían pregoneros los sujetos de tan diferentes Naciones que asistieron por
todas las provincias de Europa, con la participación de las noticias de su especial
vida y feliz muerte. Su sepulcro ha sido frecuentado por diversas personas, con
varios géneros de enfermedades, y han experimentado que a su invocación ha
concedido sanidad Nuestro Señor por los méritos de su Siervo, y no sólo ha
querido concederla a los que le visitan, sino a los que de cualquier modo
interponen su favor, como sucedió en el convento del Carmen de Madrid con Fray
Diego de la Fuente, que estando enfermo invocó su auxilio y luego se halló
libre de la calentura que le afligía, sin que el volviese a repetir. Lo mismo sucedió con Fray Luis Muñoz, su amigo y compañero:
estando enfermo con calenturas continuas y vehementes dolores de cabeza, se
aplicó a ella una de las cartas que tenía suyas, diciendo que si le alcanzaba
la salud de Nuestro Señor le ofrecía hacer un cuadro de los Misterios de
nuestra Santa Fe Católica y colocarle en el convento del Carmen de la villa de
Valdemoro, donde no le había, y luego se halló libre de la calentura y del
molesto accidente de la cabeza, y para cumplir su ofrecimiento acudió en casa
de María Díaz y de Alvaro López, su yerno, y por el cuadro que ellos tenían de
los Misterios de la Fe, de que se ha hecho mención, hizo copiar otro y le
colocó en la iglesia del convento del Carmen de Valdemoro, donde es
reverenciado de los fieles. Antes de pasar a lo que se sigue es forzoso ponderar y admirar
la perfecta conformidad de Dios en sus obras, pues habiendo gobernado la vida
de Fray Francisco de la Cruz por veredas tan extraordinarias y tan fuera, no
sólo del estilo común de la naturaleza, sino también del estilo ordinario de
sus prodigios, formando en él, si así se puede decir, un hombre nuevo, a
diferencia de los otros hombres, para ejemplo de todos y para singular aprecio
de la Divina Gracia, concediendo a su vida, así temporal como espiritual,
desusados favores y privilegios, los cuales ha querido también que pasen a ser
gloriosos adorno de su cadáver, dando a entender después de muerto su rara
santidad y, por consiguiente, su gloria con sucesos también de la misma suerte,
fuera de los que suele conceder para honra y veneración de otros Santos,
haciendo hermosa consonancia y uniformidad la muerte con la vida, cuya
proposición se verifica en los casos siguientes: Ya se dijo cómo después de metida la caja en que está el
cuerpo de Fray Francisco de la Cruz en el nicho que tenía dispuesto la Religión
debajo del Relicario, se tabicó, el cual después se dio de yeso en la igualdad
que está la iglesia. Después de pocos días que allí fue depositado se apareció
en la misma parte la efigie del Siervo de Dios, de la suerte que como estaba en
la caja cuando le hicieron el Oficio de Difuntos. Dibujada su figura, tan
perfecta, que todos los que le veían y conocían decían que era él mismo, y el
dibujo estaba hecho con rasgos, al parecer, formados con algún carbón o lápiz
sutilmente, a la semejanza de un dibujo hecho en papel blanco, y estaba tan
propio, que si aquellas señales se cubrieron de colores, saliera un retrato muy
parecido del difunto. Asimismo toda la distancia que ocupaba el retrato dibujado
estaba cubierta de un género de mancha como de aceite, que en llegando las
manos a ella se reconocía algún género de humedad jugosa, de la suerte que en
Alcalá de Henares está la piedra en que fueron degollados los Santos Mártires
Justo y Pastor; y no habiendo sido esta obra hecha por modo natural, es forzoso
que sea por Artífice Soberano; y aunque sus juicios son incomprensibles, lo que
puede rastrear nuestra cortedad parece que es haber querido socorrer a los pueblos
que frecuentan el sepulcro del Santo Varón, para que, ya que no le gozan vivo,
se consuelen viéndole de alguna manera; el cual dicho dibujo, en la misma
disposición que se ha referido, duró muchos años, y aun al presente se
reconoce, aunque algo en confuso. En las Vísperas de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo
del mismo año que murió, estando los Religiosos en el Coro, y con ellos el
Hermano que cuidaba de la Sacristía, empezaron el Oficio, sin advertir en que
no estaban encendidas las velas del Altar mayor; y habiéndolo reconocido,
enviaron al dicho Hermano para que a toda prisa las fuera a encender, y al
mismo tiempo vio toda la Comunidad desde el Coro a un Religioso encendiéndolas,
y en la disposición del cuerpo y en no haber otro, conocieron que era Fray
Francisco de la Cruz; y después de acabadas las Vísperas, dijo el Hermano con
grande admiración: -Que cuando llegó al
Altar mayor para encender las velas, las halló todas encendidas, no habiendo
fuera del Coro en el convento más personas que él; con que se persuadieron
los Religiosos que era verdad lo que les había parecido. El cual suceso,
refiriéndole después en San Clemente a Catalina Moreno, beata de nuestro Padre
San Francisco, hija de confesión del Padre Fray Juan de Herrera, mujer de señalada
virtud, dijo: -No hay que tener duda en
que el Religioso que encendió las velas en el Altar mayor para la Víspera de
Natividad fue Fray Francisco de la Cruz. La noche de aquel mismo día, estando los Religiosos en el Coro
cantando el Te Deum Laudamus, al
punto que acabaron el primer verso se oyó en la iglesia una voz, conociéndose
claramente que salía del sepulcro de Fray Francisco, la cual cantó el verso
siguiente, y en esta forma fue alternando todo el himno, diciendo el Coro un
verso, y luego la voz el que le seguía, hasta que se acabó, quedando todos los
Religiosos dando singulares gracias a Dios de las obras maravillosas con que
mostraba la gloria que gozaba su santo compañero, y también del favor que a
ellos les resultaba, por haberles puesto en igualdad de coros con el que hacía
un alma tan favorecida suya para que todos alternasen sus alabanzas. En otra ocasión, siendo Prior de aquel convento Fray Francisco
de Porres Enríquez, se halló muy afligido por estar sin medios algunos para el
sustento de aquella familia; y habiéndosele dispuesto comprar unos carneros,
los concertó, y no los quiso recibir por no tener con qué pagarlos de presente;
entonces se le ofreció al pensamiento que sería bien acudir al sepulcro del
Siervo de Dios con esta necesidad, y lo puso en ejecución; y estando delante de
él, dijo: -Hermano Fray Francisco, ya ve
de la suerte que estamos; yo le mando, en virtud de santa Obediencia, que pida
a Dios nos socorra para hacer esta paga. El obediente Hermano (para que se
conozca que esta virtud trasciende los Cielos) parece alcanzó de Nuestro Señor
lo que se le había mandado, porque al día siguiente el Licenciado Malpartida
(Visitador del Priorato de San Juan, a quien el Prior no conocía), le envió un
socorro muy considerable con que se remedio aquella necesidad; y después, en
todo el tiempo de su Prelacía, siempre estuvo el convento muy abastecido. En otra ocasión entró en la iglesia de Santa Ana de la Alberca
una mujer natural del lugar de las Pedroñeras, que traía a su marido enfermo, y
entrando en la dicha iglesia, a tres pasos que dio el enfermo, se sentó, y al
mismo punto se oyeron muchos golpes dentro del sepulcro de Fray Francisco de la
Cruz; y con la novedad tan grande que causó este suceso acudieron los Religiosos,
y al mismo tiempo mucha gente de la villa, y preguntaron a la mujer que enfermedad
era la que tenía aquel hombre que venía con ella. A que respondió que era su
marido, y que tenía malos espíritus que le atormentaban; y como los golpes se
repitiesen dentro del sepulcro apresuradamente, por reconocer si aquel hombre
era la causa de tan rara maravilla le sacaron de la iglesia, y al mismo punto
cesaron los golpes; en que se debe advertir cuán grande fue la enemistad del
Santo varón contra el enemigo del género humano, pues el Señor la quiso
explicar con aquellas señales, aun después de muerto, al modo que quiso también
que el corazón del gran Doctor de la Iglesia San Agustín se sobresalte con
repetidos movimientos cuando entra algún hereje en la iglesia adonde está, y
para que los muertos enseñen a los vivos cómo se han de portar con el demonio y
la culpa; dando a entender que, si puede haber causa para que sus cuerpos
vuelvan a recibir sus espíritus, sólo puede ser la de enseñarnos con el ejemplo
de que nunca estemos en paz con tales enemigos. Tiene complemento la proposición referida en un caso que le
adornan muchas maravillas, con que Nuestro Señor fue servido de mostrar los
grandes y extraordinarios privilegios, que concedió a su Siervo en vida y en muerte,
y fue: que D. Antonio de la Mora, Caballero de la Orden de Alcántara, y Doña
Isabel de Silva y Girón, su mujer, hija del Conde de Cifuentes, teniendo un
esclavo moro, llamado Hamete, que les había presentado el Duque de Medina Sidonia,
viviendo en Madrid, en la calle de Preciados, Parroquia de San Martín, fueron a
su casa el Padre Fray Miguel de Nestares y el Hermano Fray Francisco de la
Cruz, el cual tomó a su cargo el persuadir al moro que fuese cristiano, y para
este efecto le buscaba algunas veces; y aunque Hamete siempre le respondía: -No querer Dios que yo sea cristiano- se
aficionó a Fray Francisco, e iba a verle al convento; y el Santo varón,
hablando con la dicha Doña Isabel y con Doña Magdalena de Silva y Girón, su
hermana, la dijo: -No hay que dudar que
Hamete ha de ser cristiano.
–Llegó el caso de irse nuestro Hermano a la Alberca el año de 1647, y por primero
del mes de julio de dicho año, en que el Siervo Dios cayó malo en San Clemente,
de la enfermedad que murió, también el moro enfermó en Madrid de un terrible
tabardillo, y a siete días de enfermo, estando sin esperanza de vida, entró a
verle una mañana Catalina de Aranda, criada antigua de aquella casa, juzgando,
por lo que había dicho el médico, que no tenía remedio la enfermedad del moro,
el cual la dijo: que ya estaba sano, y
que le dijese a su señora Doña Isabel que luego quería ser cristiano, porque
aquella misma noche se la había aparecido Fray Francisco de la Cruz, aquel
fraile del Carmen que le decía fuese cristiano, todo cercado de resplandores, y
le había dicho que ya había sanado de su enfermedad, y que se bautizase y que
se llamase Juan Antonio; y que
con esto había desaparecido.
Confirmóse la salud del moro con que luego se vistió, y el milagro con que en
quince días se hizo capaz de los Misterios de nuestra Santa Fe, en que otros
suelen estar seis meses; y así en 22 de dicho mes de julio fue bautizado en la
Parroquia de San Martín, siendo sus padrinos el Doctor D. Diego Pacheco,
Canónigo de la Santa Iglesia de Orihuela, caballero conocido de la casa de los
Señores de Minaya, y la dicha Doña Magdalena de Silva y Girón, y se le puso por
nombre Juan Antonio Francisco, en reconocimiento de Fray Francisco, y con estos
nombres está escrita en la partida del libro de la Iglesia, al folio 110. Deponen lo referido, con juramento, el dicho Padre Fray Miguel
de Nestares, y la dicha Doña Isabel de Silva y Girón, y la dicha Catalina de
Aranda, y Pedro Meléndez, criado que ha servido en la dicha casa veintiséis
años, que son los que viven al tiempo que se escribe este libro. De donde consta que la noche siguiente al día que murió el
Siervo de Dios fue cuando se apareció al moro, y que en este suceso juntó
Nuestro Señor, para su veneración, el don de Profecía y la gracia de Sanidad con
las prerrogativas de que después de muerto fuese instrumento que un alma
recibiese la Fe, en premio de que en vida la había pregonado por el mundo, para
que se consiguiese la uniformidad y consonancia propuesta de su vida con su
muerte. Francisco Orozco, vecino de la villa de la Alberca, el cual
aun vive aún en la misma villa este presente año de 1686, declaró y depuso con
juramento ante D. Pablo Fernández Lozano, Teniente de Corregidor, que en una
ocasión subió a la torre de las campanas de la Parroquial de aquella misma
villa, y descuidándose cayó desde las mismas campanas al suelo, y del golpe
quedó inmóvil y sin habla ni sentido, y, al parecer de cuantos le vieron,
muerto, por haber sido la caída desde tan alto que, naturalmente hablando, no
se podía presumir otra cosa; y en esta conformidad le llevaron a su casa,
adonde acudió el Cirujano, y halló que tenía un hueso del brazo fuera de su
lugar y, a su parecer, quebrado, por lo cual se le entabló, y ordenó que llamasen
al Médico luego, porque le consideraba muy de peligro. Vino el Médico, y luego
le desahució, declarando que tenía las tripas quebradas, para lo cual no había
remedio humano; de lo cual se siguió estar tres días sin orinar, lo cual visto
por su madre, llamó a nuestro Hermano Fray Franciscano, con quien tenía mucha
fe y devoción, y le pidió con ansias de su corazón le encomendase a Dios;
entonces, poniendo Fray Francisco el espíritu en Su Majestad, aplicó sus manos
al enfermo, sobre el cual hizo la señal de la Cruz y dijo que le quitasen las
tablillas del brazo; y habiéndoselas quitado, se le tomó con su mano y le
volvió el hueso a su lugar, quedando como de antes y sin dolor ni pesadumbre el
enfermo; y luego incontinenti orinó mucha sangre viva, con lo cual quedó tan
bueno, que a otro día se levantó de la cama y fue en una procesión hasta Santo
Domingo, que dista una legua de la Alberca, y volvió a pie del mismo modo. Un niño, hijo de D. García de Ubedo y Doña María Delgado,
vecinos de la villa de la Alberca, estaba quebrado, y de tal modo, que no
bastaron todos los remedios (que con cuidado singular se le aplicaron) para
conseguir la salud, que tanto deseaban, por lo cual su madre se hallaba muy
afligida y sin saber qué hacer, hasta que se le ofreció ir al convento de Nuestra
Señora del Carmen con su hijo y pedir a Fray Francisco le santiguase, como lo
ejecutó con efecto (que este era el último recurso en todas las ocasiones de
enfermedades o aflicciones en todos los vecinos de aquella villa y de toda la
tierra, por el crédito que tenía de Santo generalmente). Llegó, pues, la dicha
Doña María con su niño (y con verdadera fe, sin duda) a nuestro Hermano, lo
cual le aprovechó, pues poniéndole en las gradas del Altar mayor de la iglesia
de aquel convento, para que le santiguase, como pedía, fue a alzarle las
falditas, y entonces dijo Fray Francisco: -Déjelo,
no le alce las faldas, que la gracia de Dios a todas partes alcanza. Y
haciéndole la señal de la cruz por encima de los vestidos, quedó sano de
improviso perfectamente, por lo cual dio gracias a Dios, teniendo siempre
presente el beneficio para el agradecimiento; y así lo depone, bajo juramento,
ante el dicho Teniente de Corregidor y Gregorio Gabaldón Palacios, Escribano de
dicha villa. Es caso digno de
admiración el que está sucediendo en la continuación de la sombra en que se
representa el cuerpo del Siervo de Dios, según se dijo en el cap. XVII del
Libro III, y es que, habiéndose derribado y renovado la pared en que apareció
dicha sombra el año pasado de ochenta y tres, ha vuelto a salir en la pared
nueva del mismo modo; y para que conste de la verdad con más expresión y
claridad, ha parecido poner aquí el testimonio que remitió el Padre Prior que
al presente lo es de aquel convento, a la letra, como en él se contiene: Yo, Gregorio
Gabaldón Palacios, Escribano por el Rey nuestro Señor, público del número y
Ayuntamiento de esta Villa de la Alberca, doy fe y testimonio de verdad a los
señores que la vieren, como a pedimento del R. P. Fray Agustín de Pinto, Prior
del convento de Carmelitas de dicha Villa, y mandamiento del Sr. D. Pablo
Fernández Lozano, Teniente de Corregidor de esta Villa por Su Majestad, estando
en la iglesia de dicho convento en presencia de su merced y del Licenciado D.
Juan Zapata, Cura propio de la Parroquial de esta Villa, y D. Pedro Bueno, y
Diego Manuel, Presbíteros de esta Villa, y Pedro Esteban de Tribaldos, Juan Esteban
de Tribaldos, Regidores, y Francisco Esteban, Alguacil Mayor, con asistencia de
la Comunidad se quitó un frontal de un Altar que está en dicha iglesia, a la
mano derecha, como se entra en ella, que es en el que están las Reliquias que
trajo el V. P.Fray Francisco de la Cruz, y debajo de su cuerpo del mismo Padre,
y se vio y está viendo una señal a forma de la sombra de un hombre,
reconociéndose la forma corporal con un quiebra que empieza desde donde parece
estar la cabeza, la cual llega hasta los pies, y la mancha o sombra es, al
tacto, como de aceite, la cual se reconoce y se distingue de lo demás del
Altar; la cual forma estaba y se reconocía y la vi yo, el infraescrito
Escribano, y otros muchos antes de la renovación del Altar, que fue por el año
pasado de ochenta y tres, y después de dicha renovación se vio y reconoció al
segundo día en la misma forma que antes estaba y de presente está; de lo cual
hubo admiración , y dichos señores que aquí asistieron y firmaron dijeron, de
común parecer, ser cierto lo contenido en este testimonio, y que lo vieron
diversas veces antes de la renovación, y después y de presente. De todo lo cual
dicho doy fe. Fecho en la Villa de la Alberca a veinte y nueve días del mes de
Marzo de mil seiscientos ochenta y seis años, y lo signé, etc. D. Pablo
Fernández Lozano. Lic. D. Juan Zapata.. Diego Manuel de
Peñaranda. Fray
Agustín de Pinto. Martín de Campos
Jurado. Lic. D.
Pedro de Buedo. Francisco
Esteban Tribaldos. Pedro
Esteban Tribaldos. Juan Esteban
de Tribaldos. Doy Fe que todos los Señores
Capitulares, Sacerdotes y Religiosos que constan en este por sus firmas, se
hallaron presentes, a los cuales doy fe conozco, y en fe de ello lo signé. En Testimonio de verdad, Gregorio Gabaldón Palacios. Con este mismo testimonio llegó a mi poder una información,
fecha en dicha villa de la Alberca, a petición del mismo R. P. Prior, ante el
dicho Teniente de Corregidor, en que deponen nueve testigos de vista en esta
conformidad. El día 3
de mayo del año pasado de 1683 sucedió que Isabel, niña de tres años, hija de
Francisco Martínez Orozco y María Jurado, estando en su casa con su madre, la
dijo que la acostase, que se sentía mala, lo cual hizo, con efecto, como la
niña lo pedía; pasó muy mala noche, tanto que puso en cuidado a su madre, que
ya fatigada de asistirla se había retirado a descansar hasta las ocho de la
mañana del día siguiente, en que entrando a verla con su cuidado, la halló a su
parecer muerta y con todas las señales de estarlo en la verdad, y llevada de la
pasión natural de madre la tomó en los brazos, y salió llorando a la puerta de
su casa y diciendo a voces que se le había muerto su hija; acudió a las voces
una vecina, llamada también María Jurado, la cual se la quitó de los brazos,
acompañándola con el mismo sentimiento y lágrimas; y deliberando entre las dos
qué hacer, acordaron de común consentimiento encomendarla a la Santa Cruz de
nuestro Venerable Hermano, lo cual hicieron con toda la devoción y confianza, y
llevándose dicha vecina la niña a su casa, de allí a breve rato salió otra vez
y entró en la de su madre diciendo a voces: -¡María,
María, la niña ha abierto los ojos! Acudió a ver a su hija, y de allí a
poco habló, diciendo: -Madre, deme un
poco de agua, que tengo sangre en la boca. Divulgóse muy en breve el suceso;
acudieron muchas personas, y estando todos admirados y atentos a la niña, la
oyeron prorrumpir estas palabras: -¿Quieren
todos ir conmigo a hacer que se diga una Misa a la Santa Cruz? Tomó después
el agua, y levantándose luego de la cama en que la habían puesto, empezó a
jugar, andando por la casa, como si no hubiese sucedido por ella accidente
alguno; y llegando a una pieza, alzó los ojos, diciendo: -Madre, alcánceme este Santo. Y mirando todos, con su madre, a la
parte donde señalaba, no vieron cosa alguna; pero ella instaba, dando voces,
que se le alcanzasen, especialmente a un hombre de los que estaban presentes,
diciendo: -Alonso, alcánzame esta Cruz
que tiene este Santo; el cual la tomó en brazos, y levantándola hacia donde
señalaba, la decía la tomase ella, porque él no veía tal Cruz, ni tal Santo;
mas estando en esta porfía, dijo la niña: ¡Ay,
que se va la Cruz, tómemela! Con
esto se sosegó; y al día siguiente la llevó su madre, con otra amiga suya, al
convento de Nuestra Señora del Carmen, donde se venera dicha Santa Cruz del
Venerable Hermano, y apenas la alcanzó a ver cuando, señalando, repetía: -Aquella es la Cruz que estuvo en mi casa con
el Santo; y enseñándola otra las que iban con la niña, la decían: -Ésta es, que no es aquélla que tú dices.
A que respondió con estas formales palabras: -Es mentira, que no es ésta, sino aquélla, la que estuvo en mi casa, que
yo la conozco. De allí
a algunos días padeció unas calenturas ardientes, y afligidos sus padres,
temían perder su hija; lo cual, advirtiéndolo la niña, les dijo: -No se aflijan, que la Santa Cruz me sanará. Lo cual sucedió luego muy en breve, sin
haber padecido otro accidente hasta este día en que deponen esta maravilla. Otras
muchas han sucedido, y suceden cada día, que para referirlas sería necesario
hacer Tratado aparte, como creo sucederá siendo Dios servido. LAUS DEO
ÍNDICE
LIBRO PRIMEROPáginaCAPÍTULO PRIMERO.- Nacimiento, patria y padres de Fray Francisco de la Cruz y algunos sucesos de su primera edad…………………………………………………. 11 CAPÍTULO II.- De
lo que le sucedió desde los once años hasta los veintidós………… 14 CAPÍTULO III.- De lo que le sucedió desde los veintidós años hasta los
treinta……….. 15 CAPÍTULO IV.-
En que se prosigue la materia de sus ocupaciones y lo que le sucedió con
su padre…………………………………………………………………………….
17 CAPÍTULO V.- En
que se prosiguen los sucesos con su padre y otros particu- lares………………………………………………………………………………………………… 18 CAPÍTULO VI.-
De algunas mudanzas de oficios que tuvo en este tiempo, desde
veintidós hasta treinta años, y los varios lugares en que estuvo, con su- cesos
notables………………………………………………………………………………………
20 CAPÍTULO VII.- De cómo estuvo en Cuenca y pasó a Andalucía y dio la vuelta en
breve a Castilla………………………………………………………………………….
22 CAPÍTULO VIII.- De cómo dejó al P. Fray Juan Maello y se volvió a su oficio de arriero, y
lo que en él le sucedió……………………………………………………………… 24 CAPÍTULO IX.- En
que se prosigue la materia del antecedente, con un caso particular y firme resolución de hacer nueva
vida……………………………………………. 25 CAPÍTULO X.- En
que se prosigue su conversión y de cómo hizo confesión general………………………………………………………………………………………………. 27 CAPÍTULO XI.- En
que prosigue con raros sucesos la determinación de ser Religioso…………………………………………………………………………………………… 29 CAPÍTULO XII.- En que se prosigue la misma materia…………………………………… 31 CAPÍTULO XIII.- De lo que le sucedió después de que le quitaron el Hábito……………
32 CAPÍTULO XIV.- De lo que le sucedió en
su enfermedad y varias ocupaciones en que se
volvió a ejercitar…………………………………………………………………………
34 CAPÍTULO XV.- Del
extraordinario camino que halló para volver a ser Reli- gioso del
Carmen……………………………………………………………………………………
36 CAPÍTULO XVI.- De lo que sucedió hasta tomar el Hábito en el convento de la
Alberca……………………………………………………………………………………………
38 CAPÍTULO XVII.- De cómo tomó el Hábito, de los ejercicios del Noviciado y su
profesión…………………………………………………………………………………………
40 …/… LIBRO SEGUNDO Página CAPÍTULO PRIMERO.- De lo que le sucedió a Fray Francisco de la Cruz con los Religiosos luego que profesó, y de cómo iba
disponiendo su vida espiritual………………..
42 CAPÍTULO II.- De
lo que le sucedió sobre tener oración mental, y cómo la consiguió con grande
adelantamiento en ella, y de los embarazos que el demonio le ponía para que no la
tuviera………………………………………………………………………………………….
44 CAPÍTULO III.- En que se prosigue esta materia………………………………………….…. 46 CAPÍTULO IV.- En
que se prosigue esta materia, con sucesos dignos de admiración.……48 CAPÍTULO V.- Del
ejercicio de las virtudes en que su Maestro le puso, y lo que resultó de él y de su rara
mortificación…………………………………………………………….51 CAPÍTULO VI.- En
que se prosigue su mortificación, y de su humildad y obediecia….….53 CAPÍTULO VII.- De su pobreza y castidad…………………………………………………….57 CAPÍTULO VIII.- De la Hermandad que fundó y altares que erigió con título de la
Santa Fe
Católica, y del cuadro de la Fe que formó por ilustración divina…………………….. 59 CAPÍTULO IX.- De
algunas prevenciones con que Nuestro Señor iba disponiendo a Fray Francisco de la Cruz para la peregrinación de Jerusalén……………….……………….….63 CAPÍTULO X.- De
los motivos que tuvo para la peregrinación de los Santos Lugares y cómo se dispuso para ella, y de una gran
desgracia que estorbó por ilustración divina……65 CAPÍTULO XI.- En
que se resuelve que se haga el viaje a Jerusalén con Cruz a cuestas y se empieza con algunas circunstancias
particulares…………………………………………….73 CAPÍTULO XII.- De un singular favor que le hizo la Virgen del Carmen y de cómo llegó a Navarra y entró en la
Francia………………………………………………………………..75 CAPÍTULO XIII.- En que se prosigue su viaje, y de los grandes prodigios que obró Nuestro Señor
con él hasta que salió de la Baja Languedoc……………………………………… 78 CAPÍTULO XIV.- De lo que le sucedió en
Narbona y Mompeller…………..……………… 83 CAPÍTULO XV.-
En que prosigue su viaje
y entra en Roma…………………..……………. 85 CAPÍTULO XVI.- De cómo llegó a Venecia y se embarcó para Alejandría y entró en Egipto………………………………………………………………………………………………..
91 CAPÍTULO XVII.- En que prosigue su viaje y le sale a recibir el P. Próspero del Espíritu Santo, y en su compañía empieza a
visitar los Santos Lugares…….………………….. 95 CAPÍTULO XVIII.- En que entra en Jerusalén, y en compañía del P. Próspero empieza sus
Estaciones………………………………………………………………………………. 104 CAPÍTULO XIX.- En que prosigue esta materia con la visita del Monte Calvario y Santo
Sepulcro……………………………………………………………………………..…….…
106 CAPÍTULO XX.-
De la visita del Santo
Sepulcro y otras, hasta llegar al Monte Carmelo y volverse Fray Francisco de la Cruz
a embarcar para Italia…………………………. 109 …/… LIBRO TERCERO Página CAPÍTULO PRIMERO.- En que Fray Francisco de la Cruz empieza su viaje, y de la tempestad que
padeció y de las maravillas que Nuestro Señor obró con su Siervo por medio de la
Santa Cruz…..…………………………………………………………………………
113 CAPÍTULO II.-
De lo que sucedió a Fray Francisco de la Cruz hasta volver a Roma y en
ella………………………………………………………………………………………………..
115 CAPÍTULO III.-
De cómo salió de Roma prosiguiendo su peregrinación a visitar el santo
sepulcro del Apóstol Santiago, y de los favores que iba recibiendo del Cielo con el
ejercicio de nuevas virtudes……………………………………………………………….. 120 CAPÍTULO IV.- De
cómo prosigue su viaje y llega a Santiago de Galicia y visita el santo sepulcro del Apóstol, y le vuelve a
proseguir hasta entrar en el convento de Val- deras, en que
tuvo fin su peregrinación, y del premio grande que Nuestro Señor le con- cedió por
remate de ella…………………………………………………………………………….
124 CAPÍTULO V.- De
cómo prosigue su viaje, pasa por Valladolid y entra en Madrid……. 127 CAPÍTULO VI.- De
algunos sucesos de Fray Francisco de la Cruz en Madrid………….. 130 CAPÍTULO VII.- En que se prosigue esta materia de los sucesos de Fray
Francisco de la Cruz en
Madrid……………………………………………………………………………………… 132 CAPÍTULO VIII.-
De algunos sucesos de Madrid y de Toledo, y de cómo se puso la guarnición a
la Santa Cruz y salió con ella para su convento de la Alberca…………………… 136 CAPÍTULO IX.-
De los sucesos del viaje, entrada en el convento de la Alberca y colo- cación
permanente de la Santa Cruz………………………………………………………………..
138 CAPÍTULO X.-
De cómo volvió a disponer su vida religiosa, y de sus afectos amo- rosos a la
Santa Cruz…………………………………………………………………………………. 141 CAPÍTULO XI.- De
las maravillas con que Nuestro Señor dio a entender el nuevo grado de
perfección a que había sublimado a su Siervo…………………………………………. 144 CAPÍTULO XII.- De un favor particular que recibió de mano de la Reina de los Ángeles, y de
lo que le sucedió en la fundación de un Altar con título de Nuestra Señora de la
Fe, en Tembleque……………………………………………………………………… 147 CAPÍTULO XIII.- Del viaje que hizo a Quero con luz celestial, y de los sucesos del
camino…………………………………………………………………………………………….. 149 CAPÍTULO XIV.-
De diversos favores que recibió del Cielo, y en especial uno de muchas prerrogativas, por la devoción que
siempre tuvo al Santísimo Sacramento del Altar……………………………………………………………………………………………………
152 CAPÍTULOXV.- De
diversas locuciones y visiones que tuvo el Siervo de Dios…………… 155 CAPÍTULO XVI.- De la dichosa muerte del Siervo de Dios………………………………… 158 CAPÍTULO XVI.- De las maravillas con que Nuestro Señor declaró la santidad de
su Siervo después de muerto…………………………………………………………………………. 161 [1] Al estar la hoja parcialmente arrancada no sabemos el cargo de quien es mandado. [2] Idem el apellido de quien es mandado [3] Entre corchetes no figuran las palabras del Dr. D. Francisco de la Puebla por estar arrancada parcialmente del libro que se transcribe un trozo de hoja y no poder saber lo que ponía. |
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