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LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO PRIMERO.- Nacimiento, patria y padres de Fray Francisco de la  Cruz y algunos sucesos de su primera edad.

CAPÍTULO II.- De lo que le sucedió desde los once años hasta los veintidós.

CAPÍTULO III.- De lo que le sucedió desde los veintidós años hasta los treinta.

CAPÍTULO IV.- En que se prosigue la materia de sus ocupaciones y lo que le sucedió con su padre.

CAPÍTULO V.- En que se prosiguen los sucesos con su padre y otros particulares.

CAPÍTULO VI.- De algunas mudanzas de oficios que tuvo en este tiempo, desde veintidós hasta treinta años, y los varios lugares en que estuvo, con sucesos notables.

CAPÍTULO VII.- De cómo estuvo en Cuenca y pasó á Andalucía y dio la vuelta en breve á Castilla.

CAPÍTULO VIII.- De cómo dejó al P. Fray Juan Maello y se volvió á su oficio de arriero, y lo que en él le sucedió.

CAPÍTULO IX.- En que se prosigue la materia del antecedente, con un caso  particular y firme resolución de hacer nueva vida.

CAPÍTULO X.- En que se prosigue su conversión y de cómo hizo confesión general.

CAPÍTULO XI.- En que prosigue con raros sucesos la determinación de ser  Religioso.

CAPÍTULO XII.- En que se prosigue la misma materia.

CAPÍTULO XIII.- De lo que le sucedió después de que le quitaron el Hábito.

CAPÍTULO XIV.- De lo que le  sucedió en su enfermedad y varias ocupaciones en que se volvió á ejercitar.

CAPÍTULO XV.- Del extraordinario camino que halló para volver á ser Religioso del Carmen.

CAPÍTULO XVI.- De lo que sucedió hasta tomar el Hábito en el convento de la Alberca.

CAPÍTULO XVII.- De cómo tomó el Hábito, de los ejercicios del Noviciado y  su profesión.

 

C A P Í T U L O    P R I M E R O

 

Nacimiento, patria y padres de Fray Francisco de la Cruz,

y algunos sucesos de su primera edad.

 

         La Sabiduría divina, en la formación de algunos varones ilustres, suele portarse desde el principio con aparatos y prenuncios de la admirable fábrica que en ellos quiere levantar, como quien (á  nuestro modo de entender) previene la atención para casos raros y sucesos dignos de estimación y aplauso. Así en el Varón fuerte, sujeto de este libro, se portó, mostrándole desde su niñez como empeño de su cuidado,  previniendo al que después había de llevar su nombre y su Cruz, predicando oración y penitencia con la voz y con el ejemplo, por tantas y tan diversas gentes políticas y bárbaras, para honor y gloria del nombre cristiano y español y de la Religión del Carmen.

        Fué Fray Francisco de la Cruz natural de la villa de Mora (patria fértil de hijos que han adornado muchas Religiones), en el Reino de Toledo, cinco leguas de aquella ciudad imperial, hijo legítimo de Bartolomé Sánchez, portugués, y de María Hernández, de Alcobendas, cristianos viejos é hijosdalgo,  cuyos parientes, en muy cercano grado, han servido en la Casa Real en oficios nobles, y en Madrid han tenido actos positivos de hijosdalgo.

       Débese notar que antes de su conversión tuvo ocupaciones que no dicen con esta calidad; pero como Nuestro Señor le quiso siempre en Cruz, en todos estados, no hacen consecuencia los ministerios en que dispuso su vida secular, porque él siempre corría por cuenta superior que regía sus pasos; y así esta parte de sus ocupaciones fué irregular en nuestro conocimiento; porque, ó ya fuese en lo natural, por la suma pobreza á que vinieron sus padres y él, ó ya fuese porque la Cruz que había de llevar por toda su vida la quiso colocar nuestro Señor en su casa, al tiempo casi de su nacimiento; con que las ocupaciones á que asistió fueron todas desacomodadas y trabajosas.

        Nació en 28 de diciembre de 1585, día en que la Iglesia celebra en llantos fúnebres la muerte de los Santos Inocentes; y no careció de misterio ser en este día su nacimiento, porque el que en el mundo no había de tener sino penas y Cruz, era bien que al nacer le hallase vestido de luto.  Fué bautizado el día 3 de enero del año siguiente, día de la Octava del Señor San Juan; y aquél que al nacer al mundo le halló con tristeza,  el día que nace á la gracia le halla con alegría; y como había de ser pregonero de la fe, cuando la recibe en el santo Bautismo, en su casa no faltó contento, pues una abuela suya celebró el día espléndidamente, concurriendo lo más noble de la villa.

      Apenas había llegado Francisco á los cinco años, cuando ya sus padres eran pobres de solemnidad, respecto de unas fincas en que habían entrado y haber tenido su padre una tutela que á uno y á otro le obligó la piedad de su natural, porque era notablemente inclinado á hacer bien y á no negarse á lo que se le pedía; principios todos que traen estos fines; porque aunque no es virtud el asegurarse, tampoco lo es el desamparar la prudencia; y ésta consiste en atender siempre á la primera obligación. Sus padres tuvieron otros hijos, que murieron temprano.

        Era su madre muy sierva de Dios, y en aquella tierna edad le enseñaba las oraciones y los principales Misterios de nuestra Santa Fe Católica, acostumbrándole á algunas piedades cristianas, y entre otras es mucho de notar que, cuando Francisco le pedía pan, le llevaba delante de una Imagen de Nuestra Señora, que tenía el Niño en los brazos, y le hacía hincar de rodillas y que puestas las manos pidiese pan á Jesús y á su Madre; y entonces ella, por detrás de la Imagen, le arrojaba el pan, como que le recibía de las divinas manos de Jesús y de María; por lo cual solía decir, siendo ya Religioso, que lo que aprendió en la inocencia lo practicó después en la necesidad.

    Por esta edad, estando su madre en Toledo y á la puerta de su casa con el niño, llegó á ella un peregrino, y mirando con demostraciones de admiración á Francisco, la dijo que tuviese particular cuidado con él, porque á aquel niño le esperaban raros sucesos y grandes peligros de agua, y que advirtiese que lo que la decía importaba mucho al servicio de Nuestro Señor. Suceso á que se pudiera escasear el crédito, si en la vida que se escribe no hubiera habido muchos sobrenaturales; esto fue el año de mil quinientos ochenta y nueve, y luego el de noventa, estando en la misma  ciudad de Toledo, en el Corral Hondo, que así llaman al sitio de la casa en que vivían los padres, á la entrada de un aposento que estaba encima de una escalera, vio pasar el niño, por encima de la ciudad, un animal muy pesado, que tenía forma de buey y era mucho más grande sin comparación, y con los cuatro pies que tenía andaba por el aire con mucha facilidad y caminaba siempre vía recta; y aunque tenía forma de buey, no tenía las puntas que le da Naturaleza, de lo cual quedó con grande asombro. Este año de noventa tuvo muchas y diversas visiones imaginarias de noche, que le ponían grande horror y espanto; y aunque niño, con lo que su madre le había enseñado (que ya en esta ocasión era muerta, dejando admirable opinión de sus virtudes y de la paciencia singular con que toleraba su adversa fortuna), que era la devoción de Nuestra Señora del Sagrario y del Carmen, de que había sido muy devota con invocarlas, le dejaban luego las visiones feas y abominables que le afligían, y juntamente los miedos que le causaban, como cuando de repente en un temporal se serena el aire, y quedaba tan quieto como si tales visiones no hubieran llegado á sus ojos, de las cuales solía decir al P. Fr. Juan de Herrera, su Confesor, que unas veces eran corpóreas y otras imaginarias, de que se acordaba distintamente cuando tenía cincuenta años, y daba muy continuas gracias á Nuestro Señor, y su Confesor le decía que eran disposición de Dios aquellas fantasías, y que las tomaba por instrumentos para dar á entender los ardides del demonio, y para que los bisoños en la Milicia Cristiana se fuesen haciendo esforzados y valientes.

       Entre otras visiones tuvo una corporal, en que se puede hacer particular reparo, y fue que un gato, grande y espantoso, le acometió una noche diversas veces, queriendo ahogarle; de que Nuestro Señor le libró invocando el dulce nombre de su Santísima Madre María. Bien se debe reparar el cuidado que daba al demonio un niño de tan tierna edad, y que en el modo que sabe y le es permitido reconocía el fruto grande que había de hacer en la Iglesia, pues conjuraba contra él todas sus industrias y artes. Parecíale que le veía ya tremolar la Sagrada Cruz que había de llevar en sus hombros, á imitación de su Maestro Cristo Jesús en el Santo Monte Calvario, y se afrentaba de que, habiendo sido allí vencido de un Hombre Dios, en el mismo lugar le hiciese guerra tan sangrienta un puro hombre.

   Este mismo año de noventa le sucedió un caso tan extraordinario y de tales pronósticos, que parece que en él empezó Nuestro Señor á descubrir la particular manutención con que amparaba á Francisco, y que en las mismas asechanzas del demonio se reconocía el camino particular que le tenía guardado, por donde había de subir á la perfección; y fué que, estando una noche encerrado en un aposento, con llave, y la llave debajo de la cabecera de su padre y el aposento de su padre junto al suyo, también cerrado con llave, y también la puerta de la casa, la cual tenía las paredes firmes, y sin portillo, sin sentirlo el niño ni su padre, le sacaron de la cama y le llevaron á un pozo que estaba cerca de su casa, el cual ni tenía cubierta ni paredes, sino que estaba al igual del suelo y tenía dos vigas que le atravesaban en forma de cruz, y le pusieron en medio de las dos vigas donde se formaba la cruz, en pie y dormido, y de este modo le halló un labrador, al amanecer, pasando al campo, y viendo que estaba en pie y dormido y en aquel riesgo, le dijo: -Niño, ¿qué haces aquí?  Con cuya voz despertó despavorido y asombrado, y el labrador lo quitó de allí y se le llevó á su padre, refiriendo el peligro y el suceso; quedando todos admirados, sin saber dar fondo á caso tan extraordinario, pues lo menos que tiene es el reconocimiento, que no pudo ser por modo natural, ni pueden dejar de carecer de misterio el detenerse en medio del riesgo en una cruz, ni se debe hacer reparo en si las puertas se franquearon o si las paredes se abrieron, cuando (sea por permisión o por precepto) fué Dios el autor.

      Entre las visiones de horrores y peligros también tenía otras que le defendían, porque á los que guarda Dios para sus siervos los trae siempre en sus manos, y en ellas los peligros son seguridades.  

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